martes, 2 de junio de 2020

Tensiones y distensiones


Aparentemente no podían ser más sorpresivas las primaveras de la contemporaneidad. Cuando al sur del continente, en Chile, se desmovilizaban las protestas como consecuencia de la pandemia, al otro extremo, en la nación más poderosa del planeta, los Estados Unidos de Norteamérica, las agitaciones le estallan en la cara a un sistema que no tuvo la capacidad de prever lo que se estaba gestando en su seno. Si algo ha quedado claro en este siglo, es que los Servicios de inteligencia (estrambótica manera de catalogarlos), no van de la mano con la vida cotidiana. Confinados a entuertos ridículos, no tienen la capacidad de predecir los posibles petardos que serán detonados en sus propios jardines.

De nuevo a lugares comunes

Sin posibilidad de acelerar los cambios sociales, la humanidad quedó confinada a lo que finalmente es: Una lenta progresión hacia modelos de desarrollo que han disminuido los niveles de pobreza del occidente civilizado. El anterior presidente de los Estados Unidos es étnicamente negro y solo porque hemos avanzado desde lo civilizatorio, llegó a ser el hombre más importante del planeta. En su momento se pensó que era un gran logro del mundo occidental y sin duda los es, pero a la par, el ser humano no está preparado para tolerar largos períodos de aquiescencia. Los actuales tiempos constituyen el período más largo de paz que el ser humano ha experimentado, lo cual no va de la mano con su naturaleza. Somos estructuralmente animales violentos y esa tendencia a las pulsión es parte de la esencia de nuestro ser.

Mientras más logros alcanzamos, en esa sed animal propia de la disconformidad, más queremos poseer. Por eso no tiene nada de raro que las más grandes sociedades y los centros de pensamiento más relevantes y culturalmente más ricos, han terminado por desaparecer en el curso del tiempo. Son ciclos. Las sociedades, que a fin de cuenta son sistemas, tienden a su autorregulación, lo cual incluye la generación de sus crisis y las extrañas maneras de normalizarse. De crisis en crisis, pareciera que los períodos de tranquilidad atormentan a grandes mayorías, en su afán que tiende a apelar a las cusas justas y la generalmente falaz lucha contra las iniquidades.

Se agotan los modelos

Incapaces de dar mayor celeridad a las aspiraciones colectivas, el inmediatismo y los espasmódicos eslóganes, por ejemplo: 1) El yaísmo y su grito “¡Tal cosa ya! 2) El impreciso concepto de dignidad y 3) La mescolanza de constructos ideológicos, parecieran no dar tregua en su capacidad acrobática de generar agravios. De ahí a que aparezcan los mesianismos inevitables es solo cuestión de tiempo, y por lo que parece, tiempo corto. La incapacidad de solventar los problemas que la gente debe resolver, en muchos lugares ha concedido un rol al Estado, que lo ubica en una posición en la cual no podrá dar solución a las exigencias de las masas. Con espanto, he visto gente defendiendo el anarquismo, el comunismo en sus más raras versiones, el ambientalismo y el feminismo en un batido propio de una disentería mental mortífera. Bichos raros unidos para un mismo fin hace que ese fin no pueda ser concebido sino como una instancia que confina como meta final cualquier barbaridad difícil de ver con simpatía. El ser humano insiste en retornar a la edad de piedra, pero en los términos más basales del término, como “tirapiedra”.

Destruye que nada queda

Determinados a destruir para poder construir (tamaño disparate), la posibilidad de llegar a un punto de entendimiento mínimo con ciertos liderazgos es casi imposible. Como proveniente de una sociedad que generó estabilidad general por cuatro décadas en el que una vez fue llamado “continente de la esperanza”, no tiene nada de excepcional contemplar la disolución de lo que tanto cuesta construir en cuestión de días. Atormentados por líderes que profesan discursos divisionistas, inductores de odio entre pares y la propensión humana a buscar salvadores, cuando no vengadores, lo humano pareciera no dar pie con bolas cuando se trata de chocar una y otra vez con la misma piedra.

Si desde lo individual se enfrenta al poder, no pasa de ser un acto de honesta valentía. Cuando desde el poder se trata de aplastar al ciudadano, la injusticia impera. Lo tercero es cuando se intenta generar rupturas o desórdenes desde formas de poder que desean posicionarse en el rol de conductores sociales. Escritores de telenovelas que ganaban abultados montos de dinero para generar desesperanza en las grandes mayorías, estuvieron al servicio de poderosos medios de comunicación, propiedad de empresarios que estaban obsesionados con destruir Venezuela. El caso más emblemático es la telenovela “Por estas calles”. Un instrumento panfletario que lejos de hacer crítica social, se obsesionó por descuartizar un sistema. Los resultados de tamaño exabrupto están a la vista y sus perpetradores intentan parecer ciudadanos que se amparaban en la libertad. ¡Qué monstruosidad!




Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 09 de junio de 2020. 

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