domingo, 30 de enero de 2022

Afortunados infortunios

 


Juan Martínez era el primero de su promoción. Se preparaba para recibirse de oficial de un Ejército centroamericano cuando limpiando el arma de reglamento se le escapó un disparo que hizo añicos el fémur de Ernesto Villegas, su mejor amigo, que ese día, sentado a su lado, le pedía consejos en relación con una joven a quien estaba cortejando, siendo la hija de uno de los generales de temperamento más agrio del ejército nacional. Juan le hacía algunas recomendaciones y Ernesto se mostraba inquieto por las consecuencias de haberse fijado de una joven inteligente y bella, cuando la detonación los ensordeció. No bastó con que saliera sangre a borbotones para que Ernesto reaccionara cuando ya Juan se había quitado la franela, comprimiendo la herida que habría de cambiar la vida de ambos.

Entrenamiento para la vida

Desde su ingreso al ejército, Juan Martínez había dado señas tempranas de que era un líder natural. Físicamente ágil, con aguda inteligencia, había probado una y otra vez sus capacidades en las situaciones más disímiles. Desde las salidas de fines de semana en donde había detenido más de una pelea en los bares que acostumbraban a ir a celebrar la vida en espacios lejos del confinamiento de la guarnición hasta en tener que aprobar los respectivos exámenes en los cuales destacaba, particularmente en matemáticas. En la selva Juan se había mostrado como lo que era: Un líder con capacidad para generar respeto y simpatía entre sus cercanos. La sonrisa no desaparecía de su rostro y era capaz de una chispeante ocurrencia aun en situaciones tensas. Era respetado incluso por sus superiores, quienes habían visto pasar por la academia a miles de jóvenes y sabían cuándo uno de ellos tenía un potencial que lo hacía diferente. Eso, obviamente no lo salvaba de la envidia, y uno que otro sargento había tratado de burlar su fortaleza interior, a lo que Juan se mostraba impermeable. Sabía dónde estaba el foco y no se dejaba distraer. Cuando al Capitán Leopoldo Ramírez lo llamaron para que emitiera el informe del accidente no pudo dormir. Sabía que iban a expulsar a uno de los mejores aspirantes a militar profesional que él había conocido. Sentía respeto por Juan, forjado en los espacios compartidos de las situaciones difíciles, propias del exigente entrenamiento castrense de ese país.

Patear a quien lo merece

Producto de la herida de bala, el joven Ernesto Villegas había sido operado varias veces. A pesar de los esfuerzos de los médicos, no hubo manera de impedir que una pierna le quedara más corta que la otra, por lo que su carrera militar se había arruinado por el accidente. Se sumía en la depresión y sabía inalcanzable a la hija del general, quien entre sollozos lo visitó una sola vez mientras él se recuperaba. “Por favor no vuelvas”, le dijo Ernesto a la chica que lo había cautivado, sabiéndose inútil para desarrollar una carrera militar. En la guarnición, los comentarios iban de uno a otro, señalando cómo de manera trágica y definitiva, por haber manipulado inadecuadamente el arma poco antes de recibirse como oficial, Juan Martínez le había dañado para siempre la vida a Ernesto Villegas. “Que lo echen del ejército, es una vergüenza, una amenaza, se jactaba de su talento y desgració a su amigo” dijo a pleno pulmón uno de los integrantes de la promoción, lo cual fue avalado por media tajada de soldados. La otra mitad guardó silencio. “Es muy injusto que lo echen, es el mejor de nosotros”, se atrevió a decir uno de los amigos de Juan Martínez, quien con esa afirmación terminó de dividir en dos bandos al grupo.

Vivir es decidir

El capitán Leopoldo Ramírez, luego de semanas de dormir inquieto, se presentó ante cinco superiores junto con el aspirante Juan Martínez, quien parecía que había sido ya condenado a ser expulsado del ejército, luego de haberse destacado en su carrera. Ese lunes de noviembre se jugaba su futuro y su suerte para siempre. La impoluta defensa del Capitán no pudo ser más atinada. “Podemos perder a dos soldados. Uno, que fue accidentalmente herido y otro, que por manipulación inadecuada del arma reglamentaria le dañó la carrera a quien era su mejor amigo. La otra opción es tratar de que no vuelvan a ocurrir más nunca accidentes como estos. Si le damos la oportunidad al aspirante Juan Martínez de redimirse, capacitándose en prevención de accidentes en el ejército y dictando el curso a la totalidad de los jóvenes que ingresen en la academia, no solo salvaremos del infortunio al Señor Juan Martínez, aquí presente, sino que estaremos previniendo que situaciones como estas se repitan y estaríamos ayudando a nuestro ejército en su esencia. El asunto es si perdemos a dos buenos soldados o tratamos de recuperar a uno, para beneficio de muchos”.

Cuando lo conocí, el coronel Juan Martínez dictaba anualmente el curso de capacitación para cadetes. Comenzaba con la historia de un joven militar que accidentalmente le había arruinado la carrera a su mejor amigo. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el martes 01 de febrero de 2022.

domingo, 23 de enero de 2022

Bella, inteligente y malvada

Hay personalidades realmente fascinantes. No necesariamente la fascinación está vinculada con la simpatía o la afinidad, mucho menos cuando tratamos de poner sobre lo humano el interés propio de quien intenta llevar lo que le circunda a letra escrita. También la fascinación por lo humano va de la mano con la experiencia de ser psiquiatra. Ese doble interés en descifrar aquello que mueve al ser, puede mostrarnos lo más loable y lo perturbadoramente monstruoso, muchas veces de manera simultánea. Lo bueno dentro de lo malo, lo malo dentro de lo bueno, lo bello dentro de lo feo, lo feo dentro de lo bello y demás combinaciones posibles. De esa dicotomía, que en realidad es una línea continua, estamos rodeados. También de esa materia aparentemente amorfa estamos hechos.

Vidas hechas y contrahechas

Tratando de abonarle un tanto al terreno de la introspección, estuve viendo de nuevo algunos clásicos del cine. El lado oscuro del corazón y su segunda parte, del argentino Eliseo Subiela, fueron para el deleite en el momento en que se difundieron en las salas de cine. Hoy son dos piezas de arte y de culto en relación con lo humano, sus banalidades y su potencial trascendencia. Del mismo autor, sorprende Hombre mirando al sudeste, que lo lleva a uno a preguntarse cómo hay tanta genialidad en un solo hombre, al punto de que otros se ven en la necesidad de plagiar su talento. La estética en su forma banal y conocida, de la mano con el abismo insondable del pensamiento son una dupla de la cual nos cuesta dejar de fascinarnos. Simplemente están ahí, para nuestro goce y recreación, una y otra vez. Recuerdo una tarde de cine en Mérida, al finalizar Ese oscuro objeto del deseo, de Luis Buñuel, un compañero de clase, notable por su tendencia a la estupidez, exigía que le devolviesen el costo de la entrada. Buñuel, mientras tanto, se estaba carcajeando en algún lugar. He conocido muchos sitios e infinitud de personas. He escuchado innumerables historias, algunas tan increíbles que sencillamente no se pueden contar. La capacidad de que lo humano y su miseria se concrete en obra de arte es lo más elevado de la creación.

Correr, caer, huir

El opíparo ingeniero, apurado porque lo espera la esposa con la cena hecha, se apura en despedirse de su amante. Se viste tan rápido que no se abotona bien la camisa. La amante, que aspira ascender en sociedad, ha cerrado la puerta con llave. El ingeniero la mira con sorpresa, mientras ella, con soltura, lanza por la ventana con fuerza, la única llave del departamento desde el piso diecisiete. El ingeniero queda abatido, entre el desconcierto, la angustia de no poder escapar y el saberse atrapado por los caprichos de su amante. Le esperan horas, tal vez días de súplica, para poder huir a la cárcel que él mismo se ha creado. ¿Para qué necesitan las personas tanta intensidad emocional solo para convencerse de que están vivos? Pareciera parte del sino humano el buscar situaciones en las cuales se intenta que sean los extremos lo que asomen y no el saludable equilibrio. Lo humano y sus infinitas contrariedades en ocasiones pareciera ser una gigantesca mueca, cuando no una morisqueta del destino. Mucho de lo que vivimos cada día era tan previsible que cuesta trabajo entender la recurrente tozudez humana y el inacabable esfuerzo de hacer las cosas complicadas, cuando bien pudieran simplificarse. La búsqueda desaforada del placer en ocasiones tiene tintes de autodestrucción notables, que quien lo cultiva trata de obviar. Hacerse el ciego o el sordo ante lo importante tiene más peso que ponerle ojos, oídos y el mayor interés a cosas que no valen la pena.

Comienza el universo de parias

Migrantes marginados y marginales de lo civilizatorio recorren el mundo. Millones de almas pululan de un lado a otro, muchos de los cuales hacen esfuerzos inmensos por tratar de encontrar lugares para sobrevivir al hambre y al infortunio. Grandes masas van de un sitio a otro lugar, mientras desde los centros de poder más importantes del planeta se actúa como si se tratase de modificar el cauce de un riachuelo. Que si un dique por aquí, una pequeña desviación por allá. Asuntos como el desplazamiento ininterrumpido de enormes grupos de personas debería ser prioritario para quienes toman decisiones importantes. No es saludable mirar a un lado ante problemas que sin dudas terminarán por generar inconvenientes en muchas latitudes. En el siglo que combina pandemia con telemática, ser multitudinariamente errante no debería ser normalizado. Pero lo humano es así, infinitamente desconcertante al punto de que el desbarajuste que se termina generando se celebra como si fuese un logro. Demasiada energía invertida en hacer las cosas mal, cuando es más sencillo hacerlas bien. Más o menos de ese sabor se nos hace la existencia. Hay problemas tan grandes que a muchos les cuesta entender que apenas están comenzando. De certezas difíciles de asimilar está hecho nuestro presente. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 25 de enero de 2022.

domingo, 16 de enero de 2022

El hombre y su lucha

 


Sube nuevamente el telón y con franela y pantalones cortos me pongo a escribir. El gran desafío humano en relación con las causas potencialmente determinantes para multitudes es hacer que un principio, muchas veces personal, individual o colectivo trascienda a las grandes mayorías al punto que las haga propias. De ese lugar de partida surgen los movimientos sociales más aleccionadores y encomiables; también las grandes tragedias. De una de esas desventuras venimos los millones de venezolanos regados por el mundo, por lo que nos marca el desarraigo y el viaje, con punto de partida y con destino incierto, tenemos el signo de Caín. Eso somos quienes abrazamos la bandera tricolor y la arepa como punto de encuentro. De esa historia que apenas comienza, muchos heredamos una manera de ver el mundo que en ocasiones pareciera repetirse en cada esquina. En ocasiones, eso que parecieran puntos de vista sólidos, son simples caprichos generacionales.

Laboratorios apocalípticos

Giran las aspas del ventilador mientras en nuestro tiempo se hizo norma que se den de manera simultánea las realidades forzadas más irreales. Los medios de comunicación de la contemporaneidad son capaces de hacer que matrices de opinión surjan de infinitas maneras, al punto de que lo que empieza por una afirmación condenatoria termine por imponerse sobre la realidad. Lo que vemos y oímos termina por ser cuestionado por nosotros mismos y las realidades paralelas se van imponiendo como las verdades irrefutables en mundos simultáneos que superan cualquier intento por controvertir y alegar. Gana lo que cada uno quiere oír y de manera temeraria y tendiente a lo insalubre, se termina por imponer una falsedad sobre otra.  Se condenan sistemas enteros para dar al traste con los mismos en un aparente salto al vacío. En realidad, son los artilugios de quienes buscan controlar y tomar el poder, lo cual lograrán si se les permite.

Épica generacional

La franela y los pantalones cortos son por el verano y escribo: Cada generación potencialmente aspira tener su propia épica, en la cual se va desarrollando un discurso y una narrativa que va desde lo tele novelesco hasta lo heroico. ¿Qué le vamos a hacer, si existe la necesidad humana de darle una sobre dimensión a lo pasado y al propio presente? Se necesitan héroes nuevos, los cuales arribarán a donde se les lleve y si nos descuidamos, no bajarán de la cima a la cual se les levante. Forma parte de las fatalidades propias de lo humano, en lo cual existe la necesidad de creer en falsos titanes y la idolatría es una función mental que genera esperanza y sensación de certeza. Esa misma esperanza y sensación de certeza puede ser la peor de las fatalidades y de eso está lleno de ejemplos la historia, pero bien sabemos que no se escarmienta en cabeza ajena. Muchas veces parece que el aprendizaje es por sufrimiento o de lo contrario no se aprende. De generaciones creativas que son capaces de pensar en la unión y el bien común está repleta la historiografía, la misma que relata cómo generaciones enteras no han hecho sino llevar a sus coetáneos a la destrucción y la desgracia. Parecen ciclos de los sistemas.

Causas ganadas, causas perdidas

Si bien el calor arrecia, siempre hay tiempo para pensar que: Si bien es cierto que la lucha por una buena causa vale la pena un esfuerzo, no menos cierto es que algunas causas, por más loables que nos parezcan, no se pueden cultivar. La vida es contra reloj y la necesidad humana de respirar un poco de aire fresco es también parte del existir. Lo peor de lo humano es su capacidad adaptativa. Somos capaces de adaptarnos prácticamente a cualquier situación que se nos presente en el devenir de nuestra existencia. También se supone que esa capacidad adaptativa es una de nuestras más grandes fortalezas. Tal vez la adaptación solo es una tara sobrevalorada. Lo genuino sería rebelarnos ipso facto, ante las adversidades, pero pareciera no ser compatible con una vida equilibrada. En esas se nos va la vida. Afortunadamente nos queda tiempo para bailar y amar, de lo contrario, el sinsentido se apoderaría de todos los espacios. Prefiero claudicar mil veces ante una causa justa que inexorablemente va a ser fallida que perderme de un encuentro con la persona amada. De lo extremadamente individual, encumbrado en el compartir íntimo, está hecho lo más grande de lo humano. También de lo rimbombante. Como colofón, escribo sobre el sentido de la vida: A la vida hay que encontrarle sentido. Algunos tuvimos la fortuna de nacer con una brújula traspasada generacionalmente que apuntaba el lugar hacia donde debíamos focalizar nuestros esfuerzos. Lo agradecemos. Otros, por el contrario, necesitan conseguir su propio camino, lo cual se hace con esfuerzo temerario propio de quien necesita formarse su propia senda, sin señales en el camino que más o menos le digan por dónde ir. Llevar de la mano una brújula también es un acto de fe. Así se va cerrando el telón.

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 18 de enero de 2022.

domingo, 2 de enero de 2022

De leyendas y otras obviedades

 


En ocasiones, mientras duermo profundamente, veo una infinitud de estrellas que hacen mágica la noche en Barro Negro, al pie del Pan de Azúcar, en el Estado Mérida, la de Venezuela. El páramo de La Culata es un sitio mágico, en donde los frailejones son tan grandes, que con la neblina parecen personas, como si fueran frailes en medio de esos parajes. De ahí viene el nombre de la inigualable planta de los páramos, o al menos eso creen los entendidos, cuyas hojas asemejan orejas de conejo. Tal parece que la distancia que se ha entrepuesto entre mi país y mi destino se hace cada vez más ancha, asunto propio del migrante, para quien el pasado deja de existir para convertirse en recuerdos transfigurados, mitificados y elevados a nivel poético. Mirar para atrás ni siquiera es un acto de nostalgia, es echarle un vistazo al manual de aprendizaje para seguir adelante. Esa bitácora que escribimos nos llevó a donde seguimos caminando. 

Rinde la vida

Tal vez es posible vivir varias vidas en una sola existencia. Recuerdo cuando daba clase en el aula 21 del edificio D de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes con un atuendo elegante y una colección de corbatas. Eran a las siete de la mañana y durante años me habían asignado el aula más grande por lo abultado del curso. La última vez que di clase en ese excepcional lugar solo había siete estudiantes. Todos los demás se habían retirado por no poder sufragar los gastos básicos para poder mantenerse en la universidad. Las instituciones son como montañas rusas. En ocasiones están en su punto más elevado y luego pueden llegar a bajar a ras del suelo. Es la particularidad de lo institucional, en lo cual está latente la posibilidad de que los malos tiempos se apoderen de la esencia de lo que son esas instancias creadas por el hombre para el buen vivir.  De la misma manera como caen, también resurgen, solo es cuestión de tiempo y en ocasiones de mucho tiempo. Ese resurgir de lo institucional es parte de lo más elevado de la cultura, pero la vida tiene fecha de caducidad y en ocasiones no podemos esperar.

Subiendo y bajando cerros

Subiendo El Mucuñuque, por los lados de la Sierra Nevada, a la altura de Mucubají, me encontré con un prado verde, casi irreal, con arbustos perfectos y un arroyo de la más cristalina de las aguas. Me pregunté, mientras comía mi avío, si podía haber un lugar más hermoso en la tierra. La belleza de un sitio está condicionada por la posibilidad de dejar en ese espacio nuestros sentimientos más puros y hacer que trasciendan en la eternidad propia de lo bello. Los extraordinarios venados de páramo, imponentes y de una beldad incomparable, saltaban en las mañanas mientras movían sus colas. Imagino esos parajes y estoy seguro de que seguirán de esa manera para siempre, sin que nada los altere. Al menos así quedó fijado en mi memoria. Al menos así quiero recordarlos siempre.

Mi querida Rofi

Andino al fin, mi perra era una mucuchicera de nobleza incomparable y de agilidad sorprendente que hizo que mis días de niño fuesen como una hoja a la cual el viento mueve con suavidad. Mi fascinación por los animales no solo estaba condicionada a que siempre tuve un buen perro conmigo, sino por la cantidad de especies con las que crecí, que hacían que nuestra casa, si no llegaba a ser una granja era casi un zoológico. Desde que tengo memoria, tuvimos la venia de nuestros padres para tener cualquier tipo de animal, desde rabipelados hasta monos, lo cual nos permitía compartir con las especies animales más exóticas y divertidas y aprender de ellas. Tal vez con una vida tan rendidora sea difícil que en mis sueños no aparezca una y otra vez lo exultante de mi tránsito por estas latitudes y mis vínculos con lo vivo, incluyendo lo humano.

Opiniones, contra opiniones, nimiedades

No tengo talento para perder tiempo. Trato de extraer lo que da la vida y si no me ofrece una buena opción, no tengo dificultad en cambiar de rumbo. Un zorro se me acerca para comer de mi mano, mientras quedo deslumbrado por lo rojizo de su pelaje y de su gran tamaño. Pasa un espléndido cóndor sobre mi cabeza y siento que la Cordillera de Los Andes me va a seguir acompañando por un buen rato, o tal vez no, tal vez sean los pirineos los que me permitan respirar otros aires y descubrir otros ámbitos. De tanto escuchar los puntos de vista de lo humano, hubo un tiempo en el que me generó mucho interés tratar de entender la manera de pensar de otros. Creo que son buenos esos, los tiempos en los que vamos escribiendo la hoja de ruta de nuestras vidas, para encontrarnos con nosotros mismos y los afectos que nos circundan y hemos cultivado, que al final es lo único que importa. De lo que he podido aprender siempre estaré agradecido. No puedo negar que sigo sorprendiéndome por las cosas que voy conociendo, en un aprendizaje infinito, que me permite sacar de la mochila las cosas que me pesan y que no me sirven para nada. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 04 de enero de 2022.