domingo, 26 de diciembre de 2021

El sombrero de copa

 


¿Quién podía pensar que iba a haber una inquisición parte 2 en el siglo XXI? Como si se tratase de una mala broma, el ojo inquisitorial no deja espacio para las mentes más ágiles y antes de que se pueda expresar la libertad a sus anchas, aparece la lupa que pretende mutilar y si es posible hacer desaparecer aquello que incomoda a múltiples intereses atomizados que en nombre de pequeños grupos se apoderan de los espacios de las grandes mayorías. En eso se va gran parte de la energía de quienes se han trazado como meta cambiar la sociedad e imponer una supramoral que parece salida de una chistera.

Censura, autocensura y otros 

Junto con Daniel Márquez Bretto, Jesús Alberto López y Roger Vilain Lanz, en la década de los noventa del siglo pasado, editábamos semanalmente y encartado en un diario de circulación regional, un suplemento literario que se llamó El sombrero de copa. Era una publicación literaria que no tenía objetivo distinto que ostentar de carecer de línea editorial y publicar absolutamente lo que se nos ocurriese, en la Mérida gloriosa de sus mejores tiempos en donde la Universidad de Los Andes hacía alardes de grandeza. Los cuatro editores salimos egresados de esa universidad y los miércoles teníamos la reunión de costumbre en El palomar, donde leíamos los trabajos, escogíamos las fotos y nos poníamos de acuerdo solo en el orden en el cual iban a aparecer los textos. Nunca se le dio una respuesta negativa a la enorme cantidad de personas que nos hacían llegar sus trabajos, por lo que El sombrero de copa bien se ganó el puesto de ser la publicación más libertaria de cuantas han existido en mi país de origen. De ese tamaño fue la importancia de ese semanario que será sin dudas objeto de estudio para quienes se interesen en saber qué tan libres éramos en esa sociedad y en ese tiempo. Arepas con queso rallado hechas por Anita Rodríguez, acompañadas de cervezas heladas eran el epílogo nocturno de cada miércoles: Un brindis semanal por la vida. 

Los maravillosos ochenta y noventa

Luego de la dictadura férrea de Marcos Pérez Jiménez, se instauró en Venezuela un bipartidismo que permitió que las personas de los estratos más disímiles de la sociedad pudiésemos acceder a la educación universitaria pública y de calidad en forma masiva. Ese bipartidismo se comprometió con la educación a tal punto que muchos venezolanos pudieron formarse en las universidades más prestigiosas del planeta y luego incorporarse a la planta profesoral de casas de estudio como la de Los Andes y otras célebres universidades nacionales. En algunas de las cátedras en las cuales me formé en la Universidad de Los Andes, la totalidad de los profesores habían realizado estudios de especialidad, maestría o doctorado en el exterior. Eso nos permitió literalmente ser cosmopolitas de formación y atesorar una riqueza y bagaje intelectual que con dificultad se ha dado en algunos centros urbanos del mundo. En los ochenta y noventa, Mérida fue una incomparable ciudad universitaria, de gran amabilidad para vivir, en donde el respeto al otro y la vida sana y bucólica propia de las montañas andinas era lo que prevalecía. Ese tiempo y esos espacios eran una invitación para estudiar, pensar, crear, disfrutar la vida, socializar y amar a plenitud, sin sobresaltos ni contratiempos. De ese espectacular lugar vengo porque ahí nací, crecí y me formé como ciudadano. A ese mismo sitio volví luego de una gran y larga vuelta, para incorporarme como profesor universitario hasta mi partida a tierras lejanas en un peregrinar que además de aventura, ha sido un exilio voluntarioso.

Sin perder el foco

Veo dificultoso vivir de manera distante a lo pasional. Lo adusto me complica porque me cuesta atrapar su esencia. Me parece que lo civilizatorio necesariamente tiene que ver con el acto de pensar y dejar volar las ideas. Asunto cada vez más temerario, como si se tratase de franquear un gigantesco campo minado. Un amigo me llama preocupado porque solo sabe de mi existencia por esta columna de prensa. Mi amigo es una gran persona. Le cuento que estoy bien, leyendo, estudiando, escribiendo y con el foco fijo hacia adelante, sin tiempo para pensar en asuntos que me desvíen de mis objetivos puntuales en esta etapa de mi vida. Rechacé una oferta editorial y varias entrevistas de prensa porque me distraen de conquistas más terrenales y logros concretos. Si el foco está adelante, no se puede retroceder. En ocasiones echamos una miradita para atrás, para no olvidar de dónde venimos y tener presente que éramos capaces de sacar más que conejos de un sombrero de copa, lo cual siempre es reconfortante. En la actualidad me dedico nuevamente a coleccionar instantes excepcionales y momentos extraordinarios en una cadena que solo puede ser sublime por lo que se logra con cada avance. Todavía no logro tener mi propia ermita, pero todo parece apuntar a que ese es mi camino. Sí, tal vez sea cierto que se puede ser nihilista y feliz.

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 28 de diciembre de 2021.

La muy recurrente originalidad

Un viejo amigo hizo lo humanamente posible para que sus más cercanos nos alejásemos corriendo de él. Abrazó la idea de que solo se podía vivir en tiranía. Al principio pensamos que solo eran los desvaríos de un loco. Luego, cuando asumió un cargo de poder y se volvió el perseguidor y vengador más representativo de su generación, entendimos que sus buenas maneras solo encubrían a un enfermo capaz de hacerle daño a quien se le acercase. Hoy lo veo y creo que ganó cada batalla que se ha planteado hasta el presente. Éramos tan ingenuos en ese tiempo que cuando miro el pasado, me conmuevo de mí mismo y de los hermanos que la vida me ha regalado a través de la amistad. ¿Cómo pudimos subestimar la crueldad de alguien por quien sentíamos afecto? Solo son páginas que van pasando en este libro en blanco que escribimos cada día que nos despertamos. Por lo pronto, sigo siendo sobreviviente a un montón de naufragios que los he vivido acompañado. No me quejo: Tal vez me ha rendido la vida, tal vez sea posible vivir más de una vida a contra reloj.

El arte como salvación

Creo que la única salida es abrazar el arte en la totalidad de sus manifestaciones, incluso en aquellos que hacen cosas propias de lo cotidiano y lo elevan a un nivel que solo puede ser considerado como artístico. La premisa de que podemos ser salvados por el arte no es solo un amuleto contra la muerte y el aburrimiento, es también una forma de conducirse y de entender la existencia, que, si se sabe sobrellevar, nos puede abrir caminos en donde menos lo esperamos. La mediocridad es tan propia de lo humano que es necesario crearnos necesarias y muy tangibles burbujas que nos protejan de lo agrio y contravenido de la existencia. Del papel del arte en nuestras vidas ocupo mi tiempo mientras cavilo, converso y descubro almas que están dispuestas a compartir los espacios propios de la cordialidad y el buen vivir. El arte como tabla salvavidas para que no terminemos aplastados por el peso de las batallas perdidas. De eso va el asunto de valorar la dimensión que nos ofrece el arte: De hacer malabares con lo que tenemos a mano y ganarle espacios a los terrenos que nos han arrebatado. ¿Acaso el desarraigo no es también una manera de concebir la existencia? En terminales y hospitales he invertido mucho tiempo. Sobran las enseñanzas de esos lugares.

Hombre de buen tono, creo, creo, creo

Mi amigo, el loco, decía que yo era un hombre de buen tono. Creo que es cierto. Tratando de mantenerme consecuente con los valores en los que creo, he podido conservar la compostura y saber sacarle a la vida la savia que nos puede regalar. Cuando niño, solía adentrarme en los cañamelares y morder los tallos hasta dejarlos completamente secos. Ese sabor a infancia y correrías me acompaña mientras respiro, al levantarme y al dormir. Ese sabor dulce es parte de la esencia de lo que soy y espero seguir siendo hasta el último suspiro. Del anecdotario de batallas contra la noche y los esfuerzos por salir adelante he podido construir castillos de palabras. Cuentos, narraciones, ficciones, pequeños extractos de vida que palpitan en el papel, acompañados de buena música y mejores compañías. En eso he invertido gran parte de mi tiempo en este universo que a veces se antoja ser de difícil comprensión. Esa tendencia a sacar el extracto al sabor de la vida es una pasión que una y muchas veces se vuelve antojadizamente circular y nos lleva a verdaderas extensiones de placidez. En eso, mi antiguo amigo, que de loco pasó a malo, nos dejó muchas enseñanzas. Por eso le doy mucha importancia al valor de las metáforas y lo saludable de las paradojas. Cuando las paradojas y las metáforas se unen, se construyen metáforas paradójicas, auténticos milagros lingüísticos. Lo pragmático es sustituido por recrear aquello que con solo pronunciarlo se eleva.

Ideas que no dan para más

Imposibilitados de dar mayor dosis de originalidad a la existencia, se tienen que repetir patrones, calcar posiciones y remedar ideas. De eso van las cosas en este mundo que se jacta de ser original, cuando siguen existiendo las pestes, la maldad asecha en las esquinas, abundan los tiranos y los reyezuelos se jactan del poder que poseen en pleno siglo XXI. ¿De qué nos podemos aferrar para no ser presa de la desesperanza? Darle forma a la existencia es un deber de quien se quiere conducir con soltura. A un montón de gente se la ha ido la vida intentando que sus prédicas puedan ser de utilidad a otras personas. Creo que algunos sabemos que las cosas nos llevan a callejones sin salida y hay algunos trucos para resistir ante las circunstancias. Eso de amasar ideas en realidad es una manera de castrar mentalmente a las personas. Liberarnos de tanto refranero vulgar y no caer en el hueco de las ideologías es un asunto que se puede llevar de varias maneras. En mi caso, me acobijo con lo artístico. Es mi rincón y paradójicamente mi universo infinito que una y otra vez me libera.


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 22 de diciembre de 2021.

lunes, 13 de diciembre de 2021

Por un bistec

 


Recuerdo los tiempos en que devoraba los libros de Jack London. Tom King es el protagonista de un cuento sobre un boxeador ya entrado en años, que tiene que pelear por necesidad y literalmente por falta de comida se las ve negras en un combate. De estilo límpido, directo, gráfico y siempre generando emociones, Jack London es de esos escritores que transmiten goce cundo uno se acerca a su obra, independientemente de las dificultades y penas por las que pasan los protagonistas de sus historias. Por un bistec es un cuento perfecto, como un reloj suizo en el cual no sobra ni falta nada, un texto con las medidas exactas.

Los caminos recurrentes

Tal vez la dureza de la vida, o la capacidad para enfrentar la dureza de la existencia sea mejor expresada cuando se hace a través del arte. De alguna manera, la dimensión artística llega a encumbrar a tal punto lo que creemos que es vulgar que termina por convertirse en algo distinguido. El rugido de las tripas, como consecuencia del hambre, puede llegar a tener un nivel poco menos que lírico si se usan las palabras adecuadas, por lo que una cosa es escribir, otra es escribir bien y otra muy distinta escribir de manera magnífica, asunto peliagudo que muy pocos logran y requiere genio, disciplina, esfuerzo y, sobre todo, mucha convicción en lo que se hace. Sin esa convicción, que nada tiene que ver con los lectores y la aceptación de la obra, la literatura como gran arte no existiría. Esa convicción de estar transitando por buen camino es fundamental para atreverse a irrumpir en el mundo con una propuesta estética que puede generar rechazo, admiración o no generar nada, que es lo peor que puede pasar. La falta de resonancia, mantenida indefinidamente en el tiempo es el destino menos deseable de una creación.  

¿Sirve leer?

Tal vez leer no sirva para nada. O lo que es lo mismo, sirve para lo que la persona que lee diga (o crea) que sirve. Probablemente tampoco sirve de nada escribir, O lo que es lo mismo, sirve para lo que la persona que lee diga (o crea) que sirve. Esa búsqueda del utilitarismo de lo escrito no es relevante ni para el lector ni para el escritor. El lector puede que lea porque no puede parar de hacerlo y el escritor porque tampoco puede evitarlo. Esa combinación en donde el utilitarismo del texto queda relegado y gana el goce de la lectura o el placer o displacer de la escritura es la esencia del arte literario. Después viene la sesuda y necesaria crítica que encumbra o aplasta la obra, pero solo son gajes del oficio del cual particularmente el escritor debe abstraerse. Son muchos los grandes escritores, denostados en sus comienzos, de los cual después se hace apología a la excelencia y el buen gusto. Esas cosas pasan y son atinentes a la vocación de escribir.

Las modas literarias

Puede caer en desgracia quien por omisión, desengaño o ignorancia deja de leer lo que le place porque no está a la moda. En lo particular, prefiero los clásicos y uno que otro recién salido del horno. Estoy alejado de los concursos y premios literarios, sintiéndome conforme con mis favoritismos y valoraciones literarias. A los clásicos tiendo a regresar, porque desarrollaron el camino a transitar de los que han venido después, siempre deslumbrante e innovador. A los clásicos también les rindo culto por un asunto que tiene que ver con la certeza. De alguna manera, los grandes temas propios de lo humano han sido trabajados laboriosamente por geniales maestros de la pluma y es muy difícil romper con ellos. La perfección de un arte deja en orfandad a quien se aleja de aquellas hermosas letras que ha tenido el privilegio de conocer y seguir recreándose en ellas una y otra vez. Acercarse a una gran obra, permite una elaboración diferente en cada aproximación. Lectores e interpretaciones de los mismos libros van mutando conforme pasa el tiempo.

Libros viejos, libros nuevos

La idea de embarcarse en un proyecto que termine por la materialización de un libro es enceguecedora. Hay que bajarle la intensidad emocional que normalmente genera con la disciplina propia del laborioso artesano y las ideas sopesadas, de manera que no se desborden y contaminen la capacidad de terminar con una obra que sea buena. El oficio de escritor no solo tiene en sí el hecho de que la soledad es propia del asunto, sino que se debe tener bien tejida la armadura de la trama, de lo contrario el desorden podía apoderarse de aquello que queremos presentar y con lo cual solemos establecer un vínculo con quien, por azar o gusto, se interesa en la obra. El libro escrito y en papel, sigue siendo insustituible, entre otras razones, por características que hacen del libro escrito y publicado en papel una realidad tangible y no ahogada los laberintos de la infinita virtualidad. En ocasiones el apremio por el futuro puede llevar a hundimientos seguros. Una apuesta a lo tradicional nos hace mantener el buen tono, cuando no el gusto simple y llano por lo que durante tantos siglos ha sido exitoso. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 14 de diciembre de 2021.

domingo, 5 de diciembre de 2021

El camino de la risa

 


De las cosas propias de ir con buen pie y mejor tono por los enrevesados caminos de la vida, no puede estar ausente el sentido del humor. Es un talismán que nos protege contra lo mustio y da sensación de alegría. La vida sin risa no merece la pena ser transitada. Sin risa, la vida es como una realidad sin amaneceres ni atardeceres. También la risa es parte de lo vacuo de la existencia y puede surgir como necesidad de abrasar lo superficial. Con la risa también podemos hundirnos en los pantanos de las carcajadas. Una defensa imprescindible y una condena que nos marca. Una manera de percibir las cosas que, viéndolo con atención, puede generar mayor bien que mal. ¿Cómo dejar de reír, incluso en las peores circunstancias?

Los laberintos por transitar

Moria es una risa insulsa. Cuando Erasmo de Rotterdam publica el Elogio de la locura, se lo dedica a su amigo Tomás Moro (quien después fue santificado) y el título original es en realidad un juego de palabras que no tiene que ver con la locura sino con el apellido “Moro”. La traducción más fidedigna sería: Elogio de la insulsez. El libro es una magistral pieza de inteligencia y sapiencia que no deja fuera el sentido del humor. De ahí que muchos lo tenemos por un libro de culto, de imprescindible lectura. En ese texto, Erasmo toca asuntos cardinales para el entendimiento de la esencia de lo humano y otras cuestiones que acompañan los laberintos del arte de vivir. Cesare Pavese escribe un libro que se terminó titulando El oficio de vivir. Literalmente la última página del libro es su suicidio plasmado. De Tomás Moro a Cesare Pavese hay un lago trecho y una diferencia abismal. Ambos tratan de asuntos propios de la existencia, solo que en el primero la risa está presente, en el segundo, la seriedad de la obra es lo que más destaca.

Risas anteriores que crean espacios

Don quijote de La Mancha aparece en 1605. Era propio de la época que, si había alguien leyendo y riendo a la vez, la gente podía decir: “Debe ser que está leyendo al quijote”: Las claves con las que lo descifran los ciudadanos de su tiempo eran las de un libro lleno de situaciones ridículas y cómicas en donde la risa no podía estar ausente. Más de cinco siglos después, se transforma en texto sesudo y referente fundamental de asuntos como el amor, la realidad o la identidad. Sin embargo, sigue siendo un libro que nos hace reír. Sin la risa propia de la caricaturización de lo humano, el quijote no sería el libro que es. La risa es la esencia de la obra, cuando no una constante compasión burlesca de lo más profundo de lo humano.

Dientes de perlas

Sin dudas que para enamorarse de manera idealizada solo puede bastar una sonrisa. Esa sonrisa, que puede ser risa, no solo es el elemento propio de la socialización de los primates que somos, sino que es una pieza clave para poder vincularse con el otro. Sin risa es posible que no exista comunicación armónica, sino simples elementos que unifican o separan a las personas. La risa, por el contrario, es un espacio para generar complicidad. Somos cómplices de aquel a quien le provocamos la risa y también somos cómplices de quien nos hace reír. Más o menos en eso vamos, cuando no de caras largas que son la antítesis del arte de vincularnos de manera agradable con los demás. La risa, lo burlesco y sobre todo la apabullante carcajada son parte de lo más sublime y vulgar de lo humano. Mientras la sonrisa eleva por su carácter discreto, la carcajada rebaja por su vulgaridad: De esas veces en que lo vulgar puede llegar a ser simplemente extraordinario.

La vida no está en otra parte

Forma parte esencia de lo humano la doble falacia presente en el imaginario colectivo. La idea de que hubo un tiempo pasado en donde todo era muchísimo mejor y la idea de que va a haber un tipo futuro en donde todo va a ser muchísimo mejor. De ahí surge la utopía, que recrea Tomás Moro y de la que derivan las ideologías. El apego a lo ideológico representa una forma de manifestar la necesidad de certeza del hombre. Toda ideología, además de funcionar como un puente hacia la certidumbre es también la ratificación de la estupidez humana. Toda ideología castra el pensamiento porque fosiliza las ideas. Las ideologías llevan consigo el terrible y calamitoso peso de la seriedad. No hay ideologías divertidas porque son estafas para blindarnos de la posibilidad de pensar por nosotros mismos. El hombre ideologizado, simplifica la esencia del pensamiento humano porque minimiza la capacidad de abstracción en una formulita con la que le puede salir al paso a cosas que requieren ideas flexibles. Esa calamidad ha sido, es y será así. Forma parte fundamental de lo humano y genera islas de certidumbre en donde muchos arriban como auténticos náufragos. Tal vez el camino del nihilismo feliz sea un mejor bálsamo para el buen vivir. Ser un descreído y un negador puede ser inútil pero también es una certeza en la cual muchos conseguimos el sosiego que necesitamos.

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el martes 07 de diciembre de 2021.

domingo, 28 de noviembre de 2021

El itinerante ombligo del mundo

 


Sueños prometedores y pesadillas que asustan pueden que aparezcan en nuestras vidas. Tal vez lo más importantes es despertar del mundo de las ensoñaciones. En eso de ir y venir de un lado para otro, vamos aprendiendo cosas insospechadas y dejando atrás muchas certezas que solo conducían a callejones ciegos. Ese ir y venir de enseñanzas y aprendizajes a medias se va acentuando conforme pasa el tiempo y sin ánimos de ser un aguafiestas, terminamos por ser descreídos. Nihilistas felices a veces chapoteamos en las aguas de la existencia sin mapa ni brújula en mano, guiados solo por cierta intuición, sin la cual la vida es difícil de enfrentar.

Hermanos, amigos de la vida y afines

Agradezco a quienes me han venido acompañado en la travesía. En ocasiones he tenido el mal tino de confiar en canallas y desconfiar de bondadosos, pero en general, la puntería ha sido buena. He podido cultivar más amigos que dedos de la mano, los cuales han superado el paso del tiempo y de las vicisitudes propias de respirar. Hermanos de la existencia, compañeros de luchas contra la noche han estado a mi lado desde hace un montón de años. De ellos sigo aprendiendo y con ellos sigo contando para las muy buenas, las buenas, las malas y las muy malas. La solidaridad y el afecto es recíproco. De ese grupo de hombres y mujeres me he enriquecido y espero al menos haberlos divertido un poco. Una vida llevada de la mano con ellos para alcanzar un grado de satisfacción del cual puedo ufanarme: Derrotados por dragones imaginarios y venciendo monstruos marinos, de eso más o menos va la cosa, cuando no de disfrutar de límpidos arroyos de montañas e inéditos verdes que la naturaleza tiende desbordar.

Nuevos atardeceres, espacios compartidos, otros

En la extremadamente incierta ruleta de la vida siempre son bienvenidos los atardeceres. Sin o con sol poniente, no tengo discrepancias con la bruma. Si alguien me pregunta con qué me quedo en estos años de existencia, sin dudas tendré que señalar dos elementos claves del espectro. Las extraordinarias personas a las que he depositado mi afecto y los lugares que he visitado. Creo que con esos dos está completo el espectro en su comienzo y en su fin. En el intermedio estará presente el motón de libros que leí, los que alguna vez pude escribir, las películas que disfruté y las atrevidas manifestaciones del arte con las cuales me vinculé. Esa capacidad de ser atrapado por lo artístico me lleva de una a otra reflexión y de eso va el corazón de estas líneas. ¿Qué es la capacidad de disfrutar sino la posibilidad de convertirnos en intérpretes de primera mano del ombligo del mundo? ¿Cómo decir que vivimos con intensidad si no nos atrevimos a explorar los insondables caminos del amor?

El ombligo del mundo y sus circunstancias

Cada ser va desarrollando una visión de las cosas que tiene que ver con los juicios y los prejuicios que se va formando conforme va creciendo. Crecer es aferrarse a creencias y desprenderse de creencias, siendo el filtro para ejecutar ese malabar nuestra experiencia personalísima de vida. Es difícil creer en espectros cuando ha corrido un tanto de agua en nuestras vidas. Ese mirar e interpretar el ombligo del mundo pasa por adentrarnos en nuestro propio ombligo. Si la necesidad es muy grande, el ombligo del mundo se comparte y a ese acto maravilloso lo llamamos arte.  El poder disfrutar de lo que el otro intenta decirnos desde su mundo interior y poder mostrar nuestro mundo interior a otros es conectarnos por un vínculo de infinitas posibilidades en el que, sin sospecharlo, estamos más hermanados de personas que desconocemos que lo que podemos llegar a creer. Tal vez la vida no sea sino la posibilidad efímera de cantarle a la esperanza. Recuerdo los tiempos en que viví el mundo perfecto, en donde desarrollé un potencial que por puro goce logré compartir. De ahí salió casi una docena de libros de mi autoría que no sé si desaparecieron del mapa o los asumió algún grupo cercano. Tal vez el cronómetro me permita seguir escribiendo desde mi ombligo: Oficio que exorciza y demoniza. Se es artista en la medida que se interpreta al demonio y al ángel, en la medida que el buen juicio y la capacidad de compartir la palabra fluya. Creo que más o menos de eso se trata o estoy cerca.

Desarraigo, arraigo, desarraigo

Nunca pensé que un barco podía salir de un puerto tantas veces y encallar tantas veces. Pues de eso más o menos parece que va el asunto y desde que salí de mi última burbuja, luego de recorrer algunos curiosos lugares, la palabra desarraigo y arraigo me son comunes de tanto escucharlas en mis nuevos compañeros de inéditos viajes. Como si el desarraigo fuese una instancia natural al que hay que llegar para poder hallar lugares que nos den la certeza de estar arraigados. Aparentemente siempre volviendo una y otra vez a nuestro propio ombligo, principio y fin de nosotros mismos y de la capacidad de conectarnos y comprender a los demás.

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 30 de noviembre de 2021.

De personalidad recia


 

He conocido seres con personalidades avasallantes e incólumes, con claridad de propósito y rumbo claramente definido. Incluso podría decir que son seres excepcionales, básicamente incomparables, a quienes la vida los ha puesto a jugar duro y no se han doblegado. Algunos tienen una sombra que pareciera que los siguiese, porque es natural que de tanto lidiar con la dureza de la vida, al corazón le vayan saliendo callos. Pero otros que he conocido, contrario a lo que pudiese entenderse como una visión oscura de la existencia, son ejemplo de bondad y sencillez.

A veces sueño con familiares que han fallecido. Se aparecen en lo más profundo de la noche y establecen una conversación tan vívida que tengo la sensación de que el sueño es absolutamente tangible y ajeno al mundo de las fantasías. Una de esas personas con quien suelo conversar de manera directa es con mi abuela materna, quien tanta influencia ejerció en mi vida.

En una ocasión la familia materna tuvo la suficiente cantidad de dinero para dar la cuota inicial para comprar un camión Ford, nuevo de agencia, con el cual se podía hacer negocio con pueblos circunvecinos a la ciudad de El Tocuyo. Mi tío Pepe era el hijo primogénito de un total de cinco hermanos y no solo tenía en sus hombros el peso de ser el líder económico del grupo familiar, sino que era el encargado de manejar el camión nuevo por las intrincadas carreteras laberínticas del estado Lara.

Pues resulta que no tenía quince días de haberse estrenado el camión cuando en una curva siguió de largo y todo el capital de la familia se esfumó de golpe y porrazo. El camión nuevo quedó inservible y mi tío salvó la vida milagrosamente. Cuando llegó a casa, aporreado y herido, mi abuela encendió la cocina e hizo una comida copiosa y por demás sabrosa. Pasta en salsa de cordero para celebrar que mi tío seguía vivo. Después de comer, mi abuela se sentó y les dijo a todos: “-Bueno, es tiempo de comprar otro camión”.

Boquiabiertos e impresionados, sin un centavo en el banco, tanto el abuelo como los hijos pensaron que se trataba de un desvarío de mi abuela, quien dijo que al día siguiente hablaría con el dueño de la agencia de vehículos para que le hiciese un crédito y poder comprar un camión nuevo, de agencia, como el primero.

Dicho y hecho, se presentó temprano a hablar con el dueño y le explicó de manera clara, firme y cordial que la única forma posible de poder saldar la deuda contraída era que le fiara un segundo vehículo. El temple con el cual pronunció cada palabra hizo una especie de eco que todavía sus hijos recuerdan. El hombre era aplomado y gordo. Callado, encendió un habano y miró de manera fija y penetrante a mi abuela. Estas fueron las palabras que le dijo: “- Por una razón que no comprendo, usted me ha transmitido una gran confianza.  Llévese el camión del color que más le guste y si lo estrella no se preocupe, que le fío un tercero”.

Esta vez fue mi abuela quien salió manejando el camión, con su esposo de copiloto y los cinco hijos en la tolva. Llegaron a la casa, hicieron pasta con salsa de conejo y en un año pagó las dos deudas contraídas.

A veces, cuando las contrariedades aparecen como si fuesen hierba, evoco alguna de las maneras como mi abuela lograba salir de los enredos propios de la vida y siento que mis problemas se minimizan. Ella venía de la Italia en ruinas de la postguerra, en donde tenía que agarrar la escopeta cada vez que alguien tocaba la puerta de la casa y en donde la diferencia entre la vida y la muerte era poder contar ese día con un poco de granos con los cuales alimentar a una familia.

De origen campesino, había logrado leer lo suficiente para tener una buena cultura, particularmente histórica, a quien la vida la puso en el protagónico papel de ser testigo vivencial del horror de la segunda, de las dos más grandes confrontaciones bélicas del siglo XX. Se casó a los veinte años y murió antes de cumplir los setenta, con cada arruga del rostro surcada en forma triple por los avatares de tiempos difíciles.

¿De dónde sale esa gente excepcional, pujante, dura y consecuente con su sistema de valores? La respuesta se da sin ambages. Esa gente se forma precisamente de lo duro de la existencia y ese carácter solo lo puede dar la circunstancia en la cual una persona se desarrolla. Sea para perderse en lo malsano o para cultivar lo mejor de sí, es la vida dura la que forja los grandes temples y las grandes personalidades.

Porque cuando vemos con lupa a cada uno de estos seres, no se detienen por nimiedades ni los espanta la incertidumbre, sino que la vida se asume como el gran campo que hay que conquistar y cada cosa que se hace o se piensa tiene el fin último de sobreponerse a las adversidades.

A veces, cuando veo a uno que otro que se sale con las suyas y hace de su vida una épica diaria del hecho de vivir, no puedo dejar de pensar en la madre de mi madre, quien tantas lecciones de vida me legaron y a quien tanto he admirado.


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 23 de noviembre de 2021.

Inútil erudición

 


Hace un tanto leí un texto de un apreciado y admirado amigo, en donde señalaba la posición del historiador alemán Christian Meier, prestigioso profesor jubilado de la Universidad de Múnich, cuya obra está animada por la idea de que “la historia no tiene sentido si no es para decirnos algo a los hombres del presente. El estudio del pasado, si no tiene un compromiso con el aquí y el ahora, no es más que inútil erudición”.

Mi posición con respecto a este argumento es precisamente la opuesta.

Abrigué los estudios filosóficos en mi vida, porque a diferencia de la mayoría de las disciplinas, la filosofía está exenta de demostrar su utilidad. A fin de cuentas, el acto filosófico está imbricado al hecho de pensar, a la capacidad para ubicarse en un plano que le permita al hombre tratar de entender ciertas premisas, pero por encima de todo, paradójicamente el querer cultivar la razón podría ser de los asuntos más estériles que existen.

Filosofar tiene sustento tangible cuando se convierte en una manera de conducirse, ya que el hombre que trata de cultivar las ideas debe al menos tener una disciplina personal mínima que le permita dedicarse a cavilar, reflexionar, ordenar sus pensamientos y contar con el imprescindible tiempo de ocio, sin el cual no habría ni razonamientos, ni producción, mucho menos escritura y ni hablar de producción de obras de carácter artístico. Recordemos el origen de la palabra: De ocio (Scholé griego) se deriva el término ‘escuela’. El equivalente entre los latinos sería Otium. Nada es más alienante para una sociedad que perder precisamente la posibilidad de disponer del ocio en el sentido griego, porque sólo a través de este precepto se puede argumentar, controvertir posiciones, producir intelectualmente, sembrar la disposición a la conversación, al sano debate y a la inteligente confrontación de conceptos.

Pensar conduce al arte (muchas veces son lo mismo) y en la medida en que lo artístico se convierta en utilitario, pierde su potencial creativo y queda confinado al uso que pueda tener. Se escribe porque se escribe y como ejemplo señalaré al viejo sabio y ciego Jorge Luis Borges, quien pasó su vida llenando páginas en donde la esencia de lo que plasma es precisamente la erudición en su representación más inútil. La sabiduría como máxima expresión de nulidad, a no ser porque uno podría entretenerse leyendo sus maravillosos textos, o ir más allá y quedar deslumbrado con su carácter estético. En este sentido su obra genera placer y, en definitiva, a lo Omar Khayyam en su Rubaiyat: El placer es el único consuelo del hombre.

En vida, Paul Gauguin no podía ser reconocido como pintor, porque la calidad de una obra es sólo el producto consensual de un grupo de supuestos expertos, a quienes se les atribuye el poder de decidir qué es bueno y qué no lo es. Paul Gauguin fue más perseverante que la “chusma” que le rodeaba y creyó en lo que hacía. Logra trascender con una estética que a veces pareciera no ser de este mundo, todo gracias a que le huía al utilitarismo impertinente que castra la capacidad de crear.

Un aspecto propio de lo civilizatorio es que tanto el pensamiento como la creatividad necesariamente requieren ser amorales. El prejuicio condena a quien se atreve a aventurarse por los caminos del buen entendimiento y cercena el bien más preciado del hombre sano: La libertad. Es por esta razón que los intereses intelectuales están reñidos con la idea del “compromiso”, porque ser libre (al menos intentar cultivar un poco de libertad), requiere ausencia de ataduras, llámense morales, ideológicas o dogmáticas. El espíritu libre no puede estar sometido a la limitante idea de que las cosas en general deben tener una especie de moraleja final (aunque la lleguen a tener).

El otro asunto propio de la cultura es que cualquier chaqueta de fuerza propia de nuestras costumbres es la amputación literal de la posibilidad de pensar. Atreverse a pensar es atreverse a deliberar y ello aterroriza a muchos, porque cuando revisamos nuestras creencias pueden ocurrir al menos dos fenómenos:

1.Que nos demos cuenta de que las cosas que cuestionamos son falacias sobre las cuales hemos estructurado nuestra apreciación del mundo, induciéndonos a asumir una visión más personal de las cosas.

2.Que ratifiquemos las lecciones aprendidas y confiemos más en aquello que terminamos ratificando como cierto. De esta forma sentimos el sosiego propio de la persona crédula.

Como corolario de estas líneas, es prudente aclarar que para mí la erudición jamás podría ser inútil. Sobran razones. Conocer por conocer puede conducir a la sabiduría y pretender cuestionar la capacidad intelectual humana puesta al servicio de un fin elevado es una necedad, porque sería creer que ser sabio es algo malo. Además, y desde una posición más pragmática, es posible que ser erudito y sabio haga a la gente feliz y si alguien alberga esta condición ¿quién se atreve a cuestionar la utilidad de la felicidad?


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 16 de noviembre de 2021.

Lectores y escritores de siempre

 


Si bien es cierto es muy difícil cambiar la realidad en la que estamos, no es deleznable tratar al menos de comprenderla. Con las tecnologías, nos planteamos el mundo desde infinidad de perspectivas, el intento por comprender el escenario que nos circunda y del cual formamos parte se asoma atractivo y hasta riesgoso. Son tantas las fuerzas que mueven las sociedades contemporáneas que nos invade el vértigo cada vez que tratamos de darle explicación a la vida en los tiempos que corren. Cada momento con sus particularidades y en cada tiempo las personas se van relacionando una y otra vez con los libros, con los que se van escribiendo y los que se han escrito. En toda la historia de la civilización, probablemente nunca se había escrito y opinado tanto sobre la propia contemporaneidad. Son múltiples los libros, artículos de prensa e infinidad de formas expresivas que tratan de darle sentido al tiempo en que vivimos.

Escribe y lee, que algo queda

En medio de esta circunstancia, hay un aspecto que sigue apasionando y es tratar de entender la dinámica humana, sus manifestaciones artísticas, pero particularmente la experiencia estética de la escritura. Tanto desde la postura de lector agradecido como desde el lugar que ocupa quien se encarga de escribir libros de papel o en otros formatos. Por mucha tecnología y mucho avance, sigue siendo la vocación de escribir un acto que continúa repitiendo sus principios básicos, de los cuales señalaremos algunos. Para escribir se necesita tiempo, incluso mucho tiempo. Concebir la idea, luego hilvanarla, corregirla, pulirla y hacerla presentable para el entendimiento ajeno continúa siendo un acto profundamente solitario. La soledad del escritor es el elemento primordial que ha de guiar su obcecada propensión a cultivar una disciplina que ha tenido grandes antecesores. Se redacta tratando de que lo expresado sea entendible, lo cual se reduce a que indefectiblemente se termina escribiendo para otros. Cuando se entra en la dinámica propia del acto artístico de escribir, nos planteamos el hecho de que eso que estamos haciendo no sólo debe ser entendible, sino que depende de la aprobación de un conglomerado, pues sin lectores, no hay escritores. Esa premisa ha existido y sigue prevaleciendo en nuestros días.

Leer y escribir

No es posible ser un escritor si no se es un avezado lector. Para poder componer se necesita leer mucho. Los grandes escritores de la historia de la humanidad han sido grandes apasionados del cultivo de la lectura. Lo que se lee puede tener cierto rigor de carácter ordenado y metódico o puede pasar por ser desenfadadamente desordenado, pero todo intento por expresar ideas pasa por el tamiz de cultivar el goce de disfrutar la larga tradición que existe alrededor de la letra impresa. La literatura es la puerta de entrada al mundo de las palabras. A mi juicio no existe otro camino para acercarse a la belleza de los términos y a la grandeza de las ideas distinto al universo literario. Son los libros de cuentos, novelas y poesía los que sientan las bases de todo el que pretenda acercarse al arte de escribir. Cualquier intento por cultivar la lectura pasa por surcar la literatura.

Se escribe aspirando poder publicar el producto de nuestro esfuerzo. Tampoco ha cambiado tanto el asunto, pues independientemente de la digitalización de las obras, sigue siendo el libro impreso, todavía en nuestro tiempo, la forma idónea de acercarse a una sólida formación cultural. Incluso si queremos publicar en versiones digitales propias de nuestro momento, la tentación de que el producto de nuestra vocación aparezca plasmado en papel sigue siendo atractivo y persiste al tener un carácter de vínculo insustituible, que no logra satisfacer la digitalización de las palabras. Lo consensual es lo que se edita. Las editoriales pasan los textos por el filtro de conceptuar lo que se considera de buena o mala calidad. Los consensos, históricamente hablando han sido determinantes para el curso de la escritura, considerando que se han cometido errores y no se la ha dado la justa dimensión a ciertas obras que han terminado por ser inmortales luego de haber sido objetadas. El caso de Carlos Barral rechazando Cien años de soledad y dándole consejos a García Márquez es un ejemplo.

De la mano de criticones y criticastros

Sin una crítica que someta a juicio lo que es bueno, no es posible consolidar obras. Sin crítica, la palabra escrita se empobrece, porque sólo en torno al juicio es que se puede destilar realmente aquello que nos ha de sobrevivir. Más y mejores críticos y más y mejores escritores, tal vez sea una consigna imprescindible en nuestra contemporaneidad. Viéndolo bien, independientemente de que podamos tener la capacidad o no de entender el momento en que transitamos por los caminos de este mundo que se muestra imperfecto, los retos a los cuales se ve enfrentado quien escribe no parecieran haber cambiado tanto.

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 09 de noviembre de 2021.

¡Que viva la filosofía!


 

El cultivo del pensamiento filosófico occidental sigue siendo la bitácora para tratar de darle sentido a la dura cotidianidad del día a día, pues la confusión a la cual propende la contemporaneidad así parece exigirlo. Al anclarnos en la filosofía, las cosas pueden ser apreciadas con mayor claridad.

Filosofía: Al día y tomando café

Muy al contrario de la corta capacidad de entender lo que estaba ocurriendo a finales del siglo XX, cuando se proclamó  desde una envestidura con pretensiones hegelianas la idea de que la historia había finalizado y como consecuencia de ello, el pensamiento occidental habría de bajar la cabeza ante el triunfo del pragmatismo económico por encima de la capacidad argumentativa y racional que nos distingue como humanos, el siglo XXI se muestra cercano al pensamiento filosófico a fin de buscar las respuestas al sinfín de interrogantes que surgen diariamente. Paradójicamente y como contrapeso, este resurgir de lo filosófico como intento de dar luz a nuestros tiempos va de la mano con estruendosas formas de barbarie y resurrección de formas caducas de pensar. Si se llegó alguna vez a creer que la historia (y con ella el filosofar habían ¿finalizado?), la realidad ha demostrado exactamente lo contrario. La premisa bajo la cual sólo desde el pensamiento filosófico se puede efectuar el duro ejercicio de tratar de entender la realidad no sólo ha revivido con fortaleza, sino que en estos primeros años del siglo que corre, pareciera que la propensión al análisis desde la perspectiva de “lo total” cobra mayor vigor y arraigo. De allí que la filosofía siga metiendo su nariz cuando adopta su clásico y característico “punto de vista de la totalidad” en la forma de intentar observar al hombre y las circunstancias que lo determinan. Esa “totalidad” nada tiene que ver con que un solo hombre o un pequeño grupo dominen todos los saberes, pues sería risible tal pretensión. Lo filosófico lejos de cultivar la ultraespecialización sigue siendo un instrumento que permite la integración de distintas posturas y desmonta las falacias que presumen racionalidad.

Desde lo circense que podría resultar darle sentido a la política hasta el deseo de tratar de comprender los vertiginosos cambios en materia tecnológica, nada escapa a la necesidad de dar un mínimo marco conceptual a las distintas manifestaciones que hacen de lo humano una bola de enredos que el ejercicio de lo filosófico puede potencialmente mitigar. Desde tesis económicas que se estrellan contra la pared por falta de efectividad real, hasta el tratar de comprender la reaparición de conductas extravagantes; necesariamente se requiere del tradicional pensamiento occidental para intentar entender las circunstancias que determinan los caminos por los cuales transitamos en el siglo XXI. Desde los preplatónicos, hasta la investidura que le dieron Santo Tomás de Aquino y San Agustín a lo religioso, pasando por los Maestros de la sospecha hasta la labor que desarrollan Russell y Eco, pareciera que el marco conceptual se hace cada vez más necesario, ya sea para comprender, trastocar o justificar los hechos atinentes a la contemporaneidad.

Resucitan las ideas retorcidas

Llama la atención desde la academia que haya resurgido el malogrado pensamiento marxista en la que pudiese ser la más retorcida de sus interpretaciones. Existiendo dos elementos inherentes al intento de resurrección del marxismo que han calado con éxito en ciertos fanatismos, siendo notable su usanza desatinada y fuera de todo contexto histórico. El primero es el uso del vocablo “dialéctica”, que funciona a fines de confundir como una proposición contradictoria. A decir de nuestro recordado Juan Nuño, nadie se libra de esta plaga, que de las malas palabras que usamos en el día a día es la menos racional. El otro término que se usa en espacios poco cultivados que linda con pobreza de creatividad, es la idea de que el marxismo está ¿concebido científicamente? Aseveración que no tiene ni pie ni cabeza, lo cual hace que no sea un dogma, ni una teoría de ideas sino un ¿método? Pero no uno más de los que se ha cultivado a lo largo de la trastabillada civilización, sino que ha resucitado la rimbombante idea de que es “El método”, declaración propia de una secta.

Recordando siempre a Juan Nuño “ya hemos visto en qué ha parado aquel método y a qué pozo de miseria ha descendido la fulana ciencia marxista, que se las echaba de dialéctica (…) la sórdida mezquindad de la miseria humana, la más barata de las codicias, el desenfreno perverso de las más bajas pasiones. Es decir, lo que siempre ha sido la triste historia del hombre, ese largo cuento de ‘ruido y de furor’ ”.

Ante el desatinado marxismo sigue existiendo la filosofía, tal vez como último reducto para hacer balanza ante formas fanáticas de tratar de explicar las cosas. La filosofía para hacer contrapeso a la barbarie que sigue cundiendo, como las enfermedades infectocontagiosas y el mal gusto.


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 02 de noviembre de 2021.

domingo, 24 de octubre de 2021

De conspiración en conspiración

Sería necio no aceptar que han existido grandes conspiraciones en el curso de la civilización. Organizaciones secretas, grupos al margen de la ley, transgresores de oficio que se Inter vinculan para generar caos, revoluciones puestas en marcha de manera simultánea por los mismos cabecillas, en fin, una buena tajada de la historia humana. Con eso estamos familiarizados, porque es propio de lo humano la tendencia a romper con el equilibrio. La no aceptación al otro es parte de nuestra esencia como especie que propende a las contrariedades. En esta parte del siglo, con nueva una geopolítica que parece indetenible, desde la poderosa China aparece un virus y se trastoca la historia. Un terreno impensablemente fértil para cualquier especulación de quienes tienden a creer que el eje central de la vida es lo conspirativo.

Vacunas y antivacunas

Como ya lo hemos señalado en trabajos previos, es tan propio del pensamiento la tendencia a buscar la exactitud y la certeza, de la misma manera, lo especulativo y ausente de fundamento también es certeza para muchas personas. La incertidumbre, si bien es propia de los fenómenos físicos y humanos, en el ámbito emocional es inaguantable.  Cuando un grupo de antivacunas se expresa, en realidad lo que hace es aferrarse a la posibilidad de que las vacunas son dañinas y son parte de un plan conspirativo. Eso es certeza para ellos. De la misma manera, quienes insistimos en el carácter científico y necesario de ser vacunado como mecanismo para vencer a la pandemia, también estamos preconizando lo que consideramos certezas. Son maneras de asumir la existencia a tal punto que se generan paralelismos perfectos. El asunto, para el hombre de pensamiento, muchas veces no es saber quién tiene la razón, sino porqué y para qué las personas asumen las distintas posturas en la vida.

Conspiraciones y poderío

Quien ejerce el poder y tiene la necesidad de implementar una determinada acción porque le parece beneficiosa para la mayoría de las personas, en muchas ocasiones, y de manera indefectible, tendrá que generar acciones que parecen o son actos forzosos. Creo que la mejor manera de predicar es con el ejemplo y cada vez que me preguntan por la vacuna, explico que me he colocado tres dosis (o dos dosis y un refuerzo). En ese caso, no solo estoy validando la importancia y necesidad de vacunarse, sino que lo hago conmigo mismo. La posibilidad de verificar la acción de una vacuna se puede medir, comparar y replicar, lo cual constituye un terreno propio de lo científico y no de lo especulativo. Las vacunas representan a quienes creemos en las bondades de la ciencia. Los antivacunas representan a quienes desconfían de sus bondades al punto de convertir sus preceptos en actos de fe. La vacuna ha ido ganando terreno conforme pasa el tiempo. Enhorabuena que así sea.

El futuro del hombre

De pandemia, se pasará tarde o temprano a endemia y aprenderemos a convivir con este y con cualquier otro virus que aparezca. En algunos países ya se ha naturalizado la idea de que la pandemia vino para quedarse y se están creando fábricas para poder producir vacunas a granel. Si algo nos dejó claro la experiencia del Covid es lo vulnerable que somos como especie y a la vez lo hiper adaptativos que solemos ser. Con propensión a adaptarnos a casi cualquier cosa, el ser humano está condenado a sobrellevar cargas que jamás deberían caer sobre sus hombros. En eso se nos ha ido la gran historia de lo humano, en generar espacios y tiempos de equilibrio que nos estructuran, para luego generar desequilibrios que forman parte del continuo de la existencia. Ese tira y encoje es la esencia de lo social. En ese terreno anidan los negacionistas, que piensan como los antivacunas y tratan de refutar las cosas más tangibles que han ocurrido en la tierra. Los negacionistas, hermanados con los “consparanoicos”, llegan al extremo de negar el holocausto.

La esperanza. Nuevamente la esperanza

De esperanza no solo se vive, sino que tal vez sea el motor que impide que venza la oscuridad y la muerte. Cuando Víctor Frankl estuvo en el campo de concentración, pudo ver cómo algunos judíos obtenían prebendas al ponerse del lado de los Nazis. La idea de salvarse como fuese deja de lado lo moral y lo ético. El ser deja sus escrúpulos a un lado y se convierte en una monstruosidad. Víctor Frankl, el psiquiatra judío que sobrevivió a un campo de concentración, desarrolló una técnica psicoterapéutica y escribió el libro El hombre en busca de sentido. Se aferró a dos ideas futuristas (esperanzadoras) para poder tener algo por lo cual vivir. Una era la de reencontrarse con su esposa, quien también estaba confinada. La otra: El poder reescribir el libro que le fue arrebatado y destruido cuando entró al campo. Cuando de manera milagrosa y documentada en su libro, sale libre, no se reencuentra con su mujer, porque ha sido asesinada. Entonces se propone a terminar su obra, la cual agradecemos.

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 26 de octubre de 2021.

domingo, 17 de octubre de 2021

Pensar en tiempos de pandemia



Existe un montón de desafíos para el hombre de pensamiento en el contexto de la pandemia. En el siglo XX, Werner Heisenberg, ganador del premio Nobel de Física en 1932 hace una contribución notable a la física cuántica. Afirma que es imposible medir simultáneamente y de forma precisa la posición y el movimiento lineal de una partícula y formula de esta manera el Principio de incertidumbre. Como es tan propio del pensamiento la tendencia a buscar la exactitud y la certeza, de la misma manera, lo especulativo y ausente de fundamento también es certeza para muchas personas. La incertidumbre, si bien es propia de los fenómenos físicos y humanos, en el ámbito emocional es insoportable. 

La insoportable pesadez de la incertidumbre

Como bien lo señala el gran maestro literario Milan Kundera, la levedad del ser puede ser insoportable; de manera análoga, la incertidumbre se vuelve una carga porque el ser humano no la tolera. La puede experimentar por un lapso específico y delimitado, pero no puede convivir con lo incierto de manera indefinida en el curso del tiempo. De ahí que se aferre de manera desgarrada a cualquier ápice de certeza. La religiosidad en todas sus formas, la “infalsable” espiritualidad, las ideologías en su totalidad plena, los sistemas de pensamiento y las fórmulas amasadas para sobrellevar la existencia nos dan sensación de sosiego y nos apaciguan. Funcionan como bálsamos tranquilizantes que despejan de los caminos a las temidas piedras propias de lo incierto. Si bien la incertidumbre puede ser el estado natural del universo, no así lo es el hondo mundo interior de las personas. Tratar de darle sentido a lo que experimentamos, requiere una visión que trascienda cualquier disciplina o conocimiento específico. Tratar de dale sentido a lo experimentado por vivencia, necesariamente va a flaquear en cualquier intento de darle forma, a menos que se vuelva un dogma, o sea, "una posibilidad imposible de comprobar".

La gran torta

Es un lugar común señalar que los seres humanos somos: O platónicos o aristotélicos. Los platónicos son más dados a lo especulativo en el sentido abstracto y los aristotélicos tienden a hiper valorar la lógica, la exactitud y aquello potencialmente comprobable y de ahí viene la ciencia. En esa visión aristotélica, lo ambicioso no está ausente. Para Aristóteles, para poderse acercar a una visión medianamente cercana a lo real, se requiere conocer la gran torta, la totalidad posible de lo cognoscible. De allí que para desarrollar una visión de las cosas se necesita un manejo de muchos conocimientos en forma simultánea y acumulativa y de ahí viene lo interdisciplinario.  Si no podemos ver la realidad como una totalidad, solo estamos viendo un fragmento de las cosas. La ambición de aspirar a conocer es de las más grandes ambiciones humanas, lo cual nos condena al eterno retorno al génesis bíblico y religiones más primitivas, regresando de manera recurrente a ese pasado falsamente feliz, el que nos transporta al Árbol de la ciencia, del bien y del mal.

Viejas tecnologías

Lo tecnológico avanzó de tal manera que ya no se puede decir que se trata de un fenómeno nuevo. Es un asunto que ha avanzado a velocidad exponencial y que fue catapultado por la pandemia. Cuando aparece la sorpresiva pandemia, todos los canales digitales estaban al alcance de la mano para poder tele comunicarnos. La pandemia hace que, de manera exponencial y sin dudas inédita, la comunicación humana se modifique. Asuntos como la socialización propia del contacto físico que nos identifica, el lenguaje, las fobias atenientes a la proximidad al otro, el consumo de sustancias psicoactivas que mitiguen la ansiedad que surgió como consecuencia de los nuevos escenarios y los más clásicos y tradicionales mecanismos de defensa de lo humano hayan resurgido a flor de piel. No podían estar ausentes los viejos y muy trajinados mecanismos de defensa psíquicos frente a una realidad que se presenta a quemarropa. Gana la gran herencia evolutiva y respondemos ante lo inesperado de la misma manera en que hemos respondido antes a cualquier fenómeno que nos parezca un tanto extraño.

Adáptate o muere

Si de algo se puede ufanar la raza humana es de su inconfundible, maravillosa incomparable y nunca antes conocida capacidad adaptativa. Para bien o para mal somos una especie que se adapta absolutamente a cualquier escenario, por impensable que parezca. Nuestra capacidad de adaptación no solo no hace los únicos seres vivos capaces de asumir cualquier forma mimética para sobrevivir, sino que eso, que potencialmente debería ser una gloriosa virtud, es también la mayor de nuestras debilidades. De verdugos pasamos a víctimas en un parpadeo y las pasiones humanas pueden derrotar por su frenético alcance cualquier posibilidad de juicio razonable. Ser hiper adaptativos lleva consigo el culmen de la gloria como especie y a la par la mayor de las desgracias que puede acompañar a un ser vivo. 


Publicado en El Universal de Venezuela el 19 de octubre de 2021.

 

Pateando largo en cuatro tiempos

 


Domingo a medio día. El sol se apodera de todos los espacios y en las ciudades latinoamericanas se siente un vientecillo en el que se entremezclan olores rancios y sudor de gente cansada. La pandemia ha dejado su marca tatuada en el subcontinente y en ocasiones pareciera que no es un virus sino los estragos de una guerra lo que estamos padeciendo. Las diferencias entre una y otra ciudad son ostensibles y muestran el rostro desfigurado de una región que en ocasiones coincide con los mismos aciertos y problemas y en ocasiones pareciera que cada país de América Latina es una nación que a duras penas comparte elementos culturales con la que tiene al lado. En un lugar con tantas contrariedades, ¿cómo no apostar por mejores escenarios?

Asuntos contemporáneos

Es difícil que exista una dimensión tan apasionante como tratar de comprender el propio tiempo en el cual uno vive. De hecho, no somos capaces de entender nuestra propia contemporaneidad porque la vivimos (o padecemos). Sin la perspectiva que da el tiempo, cada minuto de nuestro existir es abrumador y tiende a ahogar al sujeto que intenta dar un poco de orden a cuanto le acontece y aquello que le circunda. Las expectativas no quedan satisfechas y en el intento de tratar de comprender el tiempo en que vivimos, perdemos la brújula para finalmente terminar de pie en el mismo sitio después de hacer un largo recorrido. No ayudan para nada los historiadores, que recrean una época que ni vivieron ni conocieron. Solo tienen la perspectiva del tiempo, que se va haciendo lejana en relación con lo que nos interesa. Lo contemporáneo enceguece porque está demasiado cerca, es nuestro momento.  

De una a otra Venezuela

Nuestros más conspicuos prohombres han tratado de hacer un esfuerzo inusitado para comprender a Venezuela. Del país rural, pasando por el boom petrolero hasta los actuales tiempos atribulados, es difícil tratar de ordenar la secuencia de hechos en los que la nación ha pasado por tan duros escenarios y oscuras perspectivas. Nada indica que va a mejorar en lo profundo y a corto plazo el país, salvo la posible e insalvable necesidad de dar alivio económico a una población que lidia con la dureza del día a día. Desde la conquista hasta la nación que construimos en el presente, a veces pareciera que, salvo las cuatro décadas de democracia, todo lo demás es un sumidero de desgracias que van marcando a un grupo humano para bien y para mal. Coquetear con lo historiográfico y con la tentación de darle forma a tamaño amasijo de circunstancias es un desafío para cualquier venezolano con inquietudes intelectuales a quien le interese lo que hemos sido y hacia dónde vamos.

La rebelión de las minorías

En una paradoja propia de lo humano, ha sido reiterativo que algunas minorías victimizadas o realmente víctimas de injusticias, terminan por posicionarse en sitios relevantes en lo que se refiere a toma de decisiones. De manera paradójica, y también repetida, aquello que se muestra o es francamente minoritario, hace tanto ruido que termina por imponer su visión de las cosas. Probablemente nada nuevo bajo el sol en un mundo que no deja de dar vueltas. A la par de la Rebelión de las masas, expuesta en forma magnífica por el filósofo madrileño, existen francas rebeliones minoritarias que asoman causas aparentemente contraculturales para terminar por controlar a grandes grupos humanos cuya capacidad de discernimiento obedece al grito de la supuesta manada. Así funcionan las modas y los estereotipos. Inician como islas para terminar imponiéndose como norma. Se construyen en una oficina y la máquina del mercadeo termina por uniformizar el pensamiento. Víctimas y victimarios van de la mano porque se necesitan. En esa estamos, de esa venimos y a esa vamos. Se construyen y destruyen muros a mandarriazos.

¿Para qué pensamos?

En los tiempos que corren, tratar de hacer el ejercicio intelectual de pensar parece una pérdida de tiempo. Darle vuelta a asuntos que parecieran desgastados por tanto sobarlos o tener que replantearse los mismos lugares comunes una y otra vez, es como llover sobre mojado. Lo cierto es que necesariamente pensamos para conseguir las rendijas que permitan construir espacios de encuentro y tratar de generar ideas que puedan darle una nueva oportunidad a la esperanza. Quizá, con la minimización progresiva de la pandemia y sus terribles consecuencias, tendremos una luna de miel que nos hará replantearnos nuestra existencia. No solo desde lo individual, sino como conglomerado que merece mejores oportunidades y solo con el curso del tiempo y el esfuerzo colectivo irán surgiendo. Pensamos, porque a través de la formulación y reformulación de nuestras expectativas reales y nuestros sueños por alcanzar, lo esperanzador, tan propio de lo humano como el respirar, dará sentido a los que somos. Más o menos de eso se trata. Que lo bueno resurja en los lugares que amamos para darle cabida a lo que queremos alcanzar. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 12 de octubre de 2021.

 

domingo, 10 de octubre de 2021

Eterno retorno a Nietzsche

 


Han sido muchos los aportes del filósofo alemán Friedrich Nietzsche al pensamiento occidental. No solo introdujo una serie de elementos de carácter novedoso a través de su obra, sino que actualmente, en plena contemporaneidad, pareciera que sus textos hubiesen adquirido más relevancia que nunca. El pensamiento de Nietzsche ha sido utilizado por los denominados postmodernos como constructo para intentar explicar sus posturas. Poseedor de un gran talento literario, huyó de la exposición filosófica sistemática “tipo ladrillo” y de “estilo científico” y encontró su medio expresivo en una prosa altamente poética. De los múltiples elementos que seducen en la obra de Nietzsche y lo hacen propenso a crítica por parte de sus detractores, es precisamente el tipo de lenguaje que utiliza para expresar sus ideas (estratagema). Es un lenguaje típicamente político-proselitista y de ahí su capacidad para cautivar, en aras de lograr cambios en la forma de pensar de quienes se acercan a sus escritos.

Feroz en muchas ocasiones, sus textos parecieran una especie de cántico guerrero que buscase derrumbar murallas intelectuales. Quizás su ambiciosa labor así lo requería. Al menos Nietzsche pensó que el uso de un lenguaje fuerte y en ocasiones aplastante era imprescindible para poder contrariar un montón de ideas previamente elaboradas por filósofos que lo precedieron. Es interesante el furor con el cual desarrolla la tesis del anticristo y todo lo relacionado con su énfasis por convencer a los demás de la inexistencia de Dios y de los postulados valorativos que rodean la idea del dios cristiano. El cristianismo es un proyecto político de carácter expansivo concretado en Roma y ejecutado por el proselitismo instaurado por los seguidores de Pablo. El ateísmo de Nietzsche busca convencer sobre la potencial posibilidad de instaurar la tesis del superhombre. Nietzsche predica en sentido contrario al cristianismo, a favor del surgimiento de un hombre mejor, no cristiano, siendo el Zarathustra de Nietzsche el profeta de sus ideas. El lirismo de su obra es intencionalmente confuso y propenso a lo simbólico e interpretativo, en un afán de crear una “biblia” anticristiana. 

La moral nietzscheana se basa en el desprecio a la escala de valores de la ética cristiana, a la que considera propia de resentidos, es decir, de hombres que, al no ser capaces de realizarse a sí mismos, valoran positivamente la humildad, la benevolencia, la utilidad, cosas solo propias de esclavos y no de hombres libres, señores, capaces de llegar a ser superhombres como consecuencia de una conducta que va “más allá del bien y del mal” y consiste en la afirmación de lo vital por excelencia: la fuerza, la voluntad de dominio. Todo hilvanado de tal forma que es planteado como posibilidad factible de realización. De allí que exaltamos ese elemento político que es propio de la obra del filósofo alemán y que tiene su punto de partida primigenio en los filósofos preplatónicos. Paralelamente a esta visión, opone al ideal del progreso histórico la teoría del desarrollo humano concebido como una repetición, un eterno retorno; para él, el mundo es un devenir continuo que no desemboca en un estado final de perfección, sino que permanece bajo el signo de la contradicción, la lucha y el retorno constante de lo igual en el ser. 

Releyendo a Nietzsche no dudo en afirmar que su impulso vitalista y transgresor forma parte de lo más decantado del pensamiento occidental, siendo constantemente criticado tanto por cristianos como por igualitaristas, comunistas y otras derivaciones del pensamiento que trata de hacer del hombre un ser homogéneo. En Nietzsche figura una constante exaltación al individualismo que seduce por su pasión. Sin embargo, no se puede negar que existe el riesgo de que su obra caiga en las manos equivocadas y de exaltación del potencial poder de cambio de la humanidad, se modifique el contenido de su obra y de manera lineal su interpretación se incline por ser una apología al deseo de tratar de tiranizar a las mayorías. Odiado, seguido, segregado, amado, ridiculizado, exaltado, criticado, controvertido, adorado y temido, creo que hizo su tarea como pensador. 

Pero no debe haber Crimen sin castigo para el hombre en una sociedad con bases mínimas morales y el Rodión Raskolnikov de Fiódor Dostoievski es el más diáfano ejemplo de cómo quien se creyó con la capacidad de transgredir lo normativo, terminó por cometer horribles crímenes y fue devorado por la idea de culpa. La enorme mitología Nietzscheana, llena de fantasías, señala que en cada uno de los morrales de los soldados alemanes había un libro del Zarathustra. Es de conocimiento que la propia hermana de Friedrich abrazó el nacionalsocialismo y en las páginas de La rebelión de las masas de Ortega y Gasset se encuentra el espíritu de este singular hombre. El loco fascinante, harto sospechoso, siempre dará para pensar. Que así siga siendo, diría Zarathustra. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela, el 07 de octubre de 2021.