El
cultivo del pensamiento filosófico occidental sigue siendo la bitácora para
tratar de darle sentido a la dura cotidianidad del día a día, pues la confusión
a la cual propende la contemporaneidad así parece exigirlo. Al anclarnos en la
filosofía, las cosas pueden ser apreciadas con mayor claridad.
Filosofía:
Al día y tomando café
Muy al
contrario de la corta capacidad de entender lo que estaba ocurriendo a finales
del siglo XX, cuando se proclamó desde
una envestidura con pretensiones hegelianas la idea de que la historia había
finalizado y como consecuencia de ello, el pensamiento occidental habría de
bajar la cabeza ante el triunfo del pragmatismo económico por encima de la
capacidad argumentativa y racional que nos distingue como humanos, el siglo XXI
se muestra cercano al pensamiento filosófico a fin de buscar las respuestas al
sinfín de interrogantes que surgen diariamente. Paradójicamente y como
contrapeso, este resurgir de lo filosófico como intento de dar luz a nuestros
tiempos va de la mano con estruendosas formas de barbarie y resurrección de
formas caducas de pensar. Si se llegó alguna vez a creer que la historia (y con
ella el filosofar habían ¿finalizado?), la realidad ha demostrado exactamente
lo contrario. La premisa bajo la cual sólo desde el pensamiento filosófico se
puede efectuar el duro ejercicio de tratar de entender la realidad no sólo ha
revivido con fortaleza, sino que en estos primeros años del siglo que corre,
pareciera que la propensión al análisis desde la perspectiva de “lo total”
cobra mayor vigor y arraigo. De allí que la filosofía siga metiendo su nariz
cuando adopta su clásico y característico “punto de vista de la totalidad” en
la forma de intentar observar al hombre y las circunstancias que lo determinan.
Esa “totalidad” nada tiene que ver con que un solo hombre o un pequeño grupo
dominen todos los saberes, pues sería risible tal pretensión. Lo filosófico
lejos de cultivar la ultraespecialización sigue siendo un instrumento que
permite la integración de distintas posturas y desmonta las falacias que
presumen racionalidad.
Desde
lo circense que podría resultar darle sentido a la política hasta el deseo de
tratar de comprender los vertiginosos cambios en materia tecnológica, nada
escapa a la necesidad de dar un mínimo marco conceptual a las distintas
manifestaciones que hacen de lo humano una bola de enredos que el ejercicio de
lo filosófico puede potencialmente mitigar. Desde tesis económicas que se
estrellan contra la pared por falta de efectividad real, hasta el tratar de
comprender la reaparición de conductas extravagantes; necesariamente se
requiere del tradicional pensamiento occidental para intentar entender las
circunstancias que determinan los caminos por los cuales transitamos en el
siglo XXI. Desde los preplatónicos, hasta la investidura que le dieron Santo
Tomás de Aquino y San Agustín a lo religioso, pasando por los Maestros de la
sospecha hasta la labor que desarrollan Russell y Eco, pareciera que el marco
conceptual se hace cada vez más necesario, ya sea para comprender, trastocar o
justificar los hechos atinentes a la contemporaneidad.
Resucitan
las ideas retorcidas
Llama
la atención desde la academia que haya resurgido el malogrado pensamiento
marxista en la que pudiese ser la más retorcida de sus interpretaciones.
Existiendo dos elementos inherentes al intento de resurrección del marxismo que
han calado con éxito en ciertos fanatismos, siendo notable su usanza desatinada
y fuera de todo contexto histórico. El primero es el uso del vocablo “dialéctica”,
que funciona a fines de confundir como una proposición contradictoria. A decir
de nuestro recordado Juan Nuño, nadie se libra de esta plaga, que de las malas
palabras que usamos en el día a día es la menos racional. El otro término que
se usa en espacios poco cultivados que linda con pobreza de creatividad, es la
idea de que el marxismo está ¿concebido científicamente? Aseveración que no
tiene ni pie ni cabeza, lo cual hace que no sea un dogma, ni una teoría de
ideas sino un ¿método? Pero no uno más de los que se ha cultivado a lo largo de
la trastabillada civilización, sino que ha resucitado la rimbombante idea de
que es “El método”, declaración propia de una secta.
Recordando
siempre a Juan Nuño “ya hemos visto en qué ha parado aquel método y a qué pozo
de miseria ha descendido la fulana ciencia marxista, que se las echaba de
dialéctica (…) la sórdida mezquindad de la miseria humana, la más barata de las
codicias, el desenfreno perverso de las más bajas pasiones. Es decir, lo que
siempre ha sido la triste historia del hombre, ese largo cuento de ‘ruido y de
furor’ ”.
Ante
el desatinado marxismo sigue existiendo la filosofía, tal vez como último
reducto para hacer balanza ante formas fanáticas de tratar de explicar las
cosas. La filosofía para hacer contrapeso a la barbarie que sigue cundiendo,
como las enfermedades infectocontagiosas y el mal gusto.
Publicado
en el diario El Universal de Venezuela el 02 de noviembre de 2021.
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