martes, 29 de septiembre de 2015

Freud, Buda y el deseo


Tal vez el venerado Santo lo dijo mejor que nadie cuando sentenció: “Deseo poco y lo poco que deseo lo deseo poco”. Pero ese poco que deseaba es indicativo de que la vida sin deseo es improbable o sólo posible en individuos que aparecen cada cierto milenio en determinados contextos de carácter religioso. La vida sin deseo no es propia de la naturaleza humana. Lo importante es que los deseos de unos no terminen abatiendo a otros.

Cuando Sigmund Freud plantea la noción de que el inconsciente es el sustrato que determina nuestros actos, ubica al ser humano en una posición en donde el libre albedrío queda cuestionado. Desde la perspectiva psicoanalítica estaríamos signados por la irresponsabilidad funcional que nos suele caracterizar. A partir de Freud dejamos de ser dicotómicamente considerados como buenos o como malos, porque las fuerzas indómitas que determinan nuestras acciones sobrepasan nuestra capacidad de decidir. Sólo a través de elementos de carácter represivo o controlador, como por ejemplo las normas morales, las leyes o las ideas religiosas, se logra contener ese lado oscuro, propio de la condición de “ser humano”.

En el inconsciente se encuentran deseos, muchas veces en contraposición con lo normativo. Nuestro mundo interior es díscolo y tenebroso a la par de ser dócil y claro, en una lucha de fuerzas en las cuales “el deseo” trata de imponerse. “Por desear”, se intenta vulnerar la norma. Esta fórmula puede aclarar innumerables creencias, desde la idea de pecado, por ejemplo, hasta las ideas de índole político. En particular el anhelo de someter a los demás, que es el fin último de todo totalitarismo.

Cualquier intento de carácter político que trate de dominar al individuo y castre sus posibilidades de pensar con cierta libertad, necesariamente se convierte en un sistema tiránico. Para darle forma a estas tiranías basadas en oscuros apetitos de sometimiento y dominación a los demás, el ser humano ha utilizado “ideologías” a través de las cuales trata de justificar el anhelo de aplastar a sus contemporáneos. Una ideología puede o no tener sentido racional, pero si lo que intenta es el control social, es sólo una justificación para imponerse. Un barniz para dominar.

El deseo de someter a otros, forma parte de ese mundo oscuro e inconsciente que marca y condiciona las actuaciones humanas. Por eso el pensar es el arte de cuestionar. Desde la visión psicoanalítica la mayéutica es la herramienta de trabajo que permite dejar de aceptar lo impuesto para que cuestionemos aquello que tenemos por cierto. Freud, tal vez más que ninguno, lo explicó, lo entendió y lo vivió. La política totalitaria del Estado nazi cae sobre su país y casi a sus ochenta años de edad tiene que abandonar su patria, sus archivos, sus apegos y se refugia en Londres, donde muere en 1939.

Esta premisa de ubicar el deseo como origen de las calamidades humanas tiene un antecedente remoto que es Buda. Centenares de millones de personas en el mundo asiático y otras regiones, ven en él lo más puro y lo más elevado que un ser humano puede alcanzar. Buda aparece cinco siglos antes de Cristo en la India y se trata de un príncipe (Siddhartha) nacido en el seno de la religión brahmana. Creía en la reencarnación, y en su cultura es la representación espiritual más elevada, encarnada en un ser humano elegido que ocurre cada tres o cuatro mil años.

Buda tiene los famosos “cuatro encuentros” en los cuales descubre la existencia de la vejez, la enfermedad, la muerte y el sentido ascético de la vida para trascender. Es así como a los veintinueve años abandona su corte, sus palacios, su mujer y su hijo, se interna en un bosque donde habitan algunos ermitaños y comienza entonces la etapa que lo va a transformar en “el iluminado”. Se entrega a la meditación, a la renuncia de lo material, ingiriendo muy pocos alimentos y reflexionando, para luego conformar un período en el cual realiza acciones de predicación y proselitismo.

Esta prédica insiste en dos aspectos: La presencia del dolor en la vida de los hombres (el dolor es inseparable de la vida) y la necesidad de renunciar a la causa del dolor. Esa causa es “el deseo”. Desear lo que no podemos alcanzar o lo que no tenemos. Si se elimina el deseo, al punto de llegar a no desear nada, no puede doler nada. El que llega a no necesitar nada es como si lo tuviera todo. La ausencia de deseo satisface la necesitad de llenar la carencia, que a su vez se encuentra marcada por el deseo.

Sea por explicaciones basadas en creencias religiosas de sociedades asiáticas o por la influencia que el psicoanálisis ha tenido en la civilización, el común denominador es la ubicación del deseo como fuente originaria que explica y condiciona los procederes humanos, incluyendo las enormes injusticias que son perpetradas desde lo político para imponerse a las grandes mayorías, con el supuesto manto de legitimidad que le habría de dar el ceñirse a una determinada ideología.


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 28 de septiembre de 2015. 

  

miércoles, 9 de septiembre de 2015

ROGER VILAIN: Para todos y para ninguno


Pocos se percatan de lo insólito, de las maravillas que bullen semiescondidas en la vida cotidiana. Alirio Pérez Lo Presti, amigo desde los tiempos universitarios, descubre en Para todos y para ninguno y otros ensayos  (Consejo de Publicaciones de la Universidad de los Andes, 2015) que tal sentencia exige una labor de aguda observación y espíritu de búsqueda detectivesca. A propósito de su último libro, la cualidad fundamental que a mi juicio lo atraviesa es justamente el rastreo de tales sorpresas bañadas de sombra, además de exaltar la belleza (la belleza de lo hermoso y la belleza de lo feo) oculta hasta debajo de las piedras.

Llego a la oficina de MRW en Altavista y ahí está, embutido en su bolsa azul y blanca, con la dedicatoria de rigor y el perfume entrañable de la tinta y el papel recién pasados por el horno. Dividido en cuatro partes (arte, ocio, polis y (con)parte), Pérez Lo Presti juega duro, apunta alto: meterle el ojo al día a día buscándole cinco patas a los gatos, arrancarle el velo de la abulia, del bostezo, de lo inamovible al reloj que pareciera  transcurrir como si nada. Hasta en la quietud engañosa con pie de intrascendencia existe un rostro oculto que nos escudriña y nos pone enfrente ciertas cosas. Alirio Pérez Lo Presti lo trasiega, le saca filo hasta a una roca. Sin duda sabe hurgar en el patio. 

"Se crean realidades-mentiras que son actos literarios. Se erigen mundos reales-ficticios que terminan por ser más convincentes que las cosas que nos rodean", escribe en algún momento, para rematar contándonos que "el escritor auténtico es por antonomasia un crítico social y en general la historia de la literatura es precisamente un cuestionamiento permanente a la sociedad y sus múltiples miserias". Nada menos: la rebeldía como punta de lanza en función de señalar el pus donde se encuentre, pasados por el cedazo de lo literario. Tales son apenas dos botones a manera de muestra insuficiente en función del follaje de propuestas, de ideas punzopenetrantes que el autor nos echa en cara a lo largo de doscientas treinta y siete páginas sin desperdicio.
Desde su condición de psiquiatra y como filósofo Pérez Lo Presti alumbra -lo he sugerido ya- zonas de la cotidianidad sumidas en la penumbra, exactamente por la razón sencilla de que solemos obviar lo que a fuerza de tanto estar ahí termina por aplastarnos las narices. Literatura e ideas, literatura y filosofía al ritmo de la calle, del café de la esquina, del cine o la política, del viaje que hicimos en las vacaciones anteriores, del amor platónico que quizás vivimos siendo adolescentes. Imagine usted lo demás.

Leamos lo que nuestro autor echa al ruedo en otro ensayo: "Al mezclar la idea (y la praxis) de crear apego hacia figuras representativas de poder (afecto por carencia) con exaltación de lucha entre conciudadanos, se da el fenómeno que ha ocurrido en Venezuela. Surge un padre que sensiblemente suple los vacíos emocionales de todo un colectivo y se le empareja con la premisa de que existen pares hostiles a los cuales hay que adversar. Estas dos proposiciones de origen darwiniano explican gran parte del fenómeno social que ha ocurrido en los últimos quince años en Venezuela". De ahí al gendarme necesario hay pocos pasos, no faltaba más. 


Como último ejemplo, en otra página encontramos: "El escritor está fragmentado en su esencia como individuo. Por una parte está vinculado con la inexorable realidad, pero por otra está confinado al mundo paralelo y fantasioso de quien se plantea lo cotidiano como potencial escenario para ser trasgredido y poder ser convertido en literatura". Y eso, con justicia, es lo que ha hecho Pérez Lo Presti en este libro.
Enhorabuena.  
 


Texto de ROGER VILAIN publicado en el diario El Universal de Venezuela el 21 de agosto de 2015

“Inútil erudición”


Hace poco leí un texto de un apreciado y admirado amigo, en donde señalaba la posición del historiador alemán Christian Meier, prestigioso profesor jubilado de la Universidad de Múnich, cuya obra está animada por la idea de que “la historia no tiene sentido si no es para decirnos algo a los hombres del presente. El estudio del pasado, si no tiene un compromiso con el aquí y el ahora, no es más que inútil erudición”.
Mi posición con respecto a este argumento es precisamente la opuesta.
Abrigué los estudios filosóficos en mi vida, porque a diferencia de la mayoría de las disciplinas, la filosofía está exenta de demostrar su utilidad. A fin de cuentas el acto filosófico está imbricado al hecho de pensar, a la capacidad para ubicarse en un plano que le permita al hombre tratar de entender ciertas premisas, pero por encima de todo, paradójicamente el querer cultivar la razón podría ser de los asuntos más estériles que existen.
Filosofar tiene sustento tangible cuando se convierte en una manera de conducirse, ya que el hombre que trata de cultivar las ideas debe al menos tener una disciplina personal mínima que le permita dedicarse a cavilar, reflexionar, ordenar sus pensamientos y contar con el imprescindible tiempo de ocio, sin el cual no habría ni razonamientos, ni producción, mucho menos escritura y ni hablar de producción de obras de carácter artístico. Recordemos el origen de la palabra: De ocio (Scholé griego) se deriva el término ‘escuela’. El equivalente entre los latinos sería Otium. Nada es más alienante para una sociedad que perder precisamente la posibilidad de disponer del ocio en el sentido griego, porque sólo a través de este precepto se puede argumentar, controvertir posiciones, producir intelectualmente, sembrar la disposición a la conversación, al sano debate y a la inteligente confrontación de conceptos.
Pensar conduce al arte (muchas veces son lo mismo). En la medida en que lo artístico se convierta en utilitario, pierde su potencial creativo y queda confinado al uso que pueda tener. Se escribe porque se escribe y como ejemplo señalaré al  viejo sabio y ciego Jorge Luis Borges, quien pasó su vida llenando páginas en donde la esencia de lo que plasma es precisamente la erudición en su representación más inútil. La sabiduría como máxima expresión de nulidad, a no ser porque uno podría entretenerse leyendo sus maravillosos textos, o ir más allá y quedar deslumbrado con su carácter estético. En este sentido su obra genera placer y en definitiva, a lo Omar Khayyam en su Rubaiyat: El placer es el único consuelo del hombre.
En vida, Paul Gauguin no podía ser reconocido como pintor, porque la calidad de una obra es sólo el producto consensual de un grupo de supuestos expertos, a quienes se les atribuye el poder de decidir qué es bueno y qué no lo es. Paul Gauguin fue más perseverante que la “chusma” que le rodeaba y creyó en lo que hacía. Logra trascender con una estética que a veces pareciera no ser de este mundo, todo gracias a que le huía al utilitarismo impertinente que castra la capacidad de crear.
Un aspecto propio de lo civilizatorio es que tanto el pensamiento como la creatividad necesariamente requieren ser “amorales”. El prejuicio condena a quien se atreve a aventurarse por los caminos del buen entendimiento y cercena el bien más preciado del hombre sano: La libertad. Es por esta razón que los intereses intelectuales están reñidos con la idea del “compromiso”, porque ser libre (al menos intentar cultivar un poco de libertad), requiere ausencia de ataduras, llámense morales, ideológicas o dogmáticas. El espíritu libre no puede estar sometido a la limitante idea de que las cosas en general deben tener una especie de moraleja final (aunque la lleguen a tener).
El otro asunto propio de la cultura es que cualquier chaqueta de fuerza propia de nuestras costumbres es la amputación literal de la posibilidad de pensar. Atreverse a pensar es atreverse a deliberar y ello aterroriza a muchos, porque cuando revisamos nuestras creencias pueden ocurrir al menos dos fenómenos:
1.Que nos demos cuenta que las cosas que cuestionamos son falacias sobre las cuales hemos estructurado nuestra apreciación del mundo, induciéndonos a asumir una visión más personal de las cosas.
2.Que ratifiquemos las lecciones aprendidas y confiemos más en aquello que terminamos ratificando como cierto. De esta forma sentimos el sosiego propio de la persona “crédula”.
Como corolario de estas líneas, es prudente aclarar que para mí la erudición jamás podría ser inútil. Sobran razones. Conocer por conocer puede conducir a la sabiduría y pretender cuestionar la capacidad intelectual humana puesta al servicio de un fin elevado es una necedad, porque sería creer que ser sabio es algo malo. Además, y desde una posición  más pragmática, es posible que ser erudito y sabio haga a la gente feliz y si alguien alberga esta condición ¿quién se atrevería a cuestionar la utilidad de la felicidad?


Twitter: @perezlopresti



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 07 de septiembre de 2015

Comprendiendo el mundo



Con frecuencia me intereso en lo que señalan los analistas de los fenómenos de carácter internacional. Se hacen llamar expertos en temas de geopolítica y los más atrevidos usan directamente el calificativo de “analistas internacionales”.  Siempre me ha parecido que esa área no sólo es una de las más complicadas para entender, sino que francamente hay que tener presente que la mayor cantidad de información de carácter internacional se encuentra archivada y clasificada como “confidencial”. Pertenece al submundo de los secretos de los Estados y sus infinitas componendas.

Con el escándalo que se desarrolló por la información que fue filtrada y divulgada por Julian Assange a través de WikiLeaks, dos cosas parecen claras. La primera es que los secretos entre las naciones son infinitos y segundo, que hasta la propia WikiLeaks se vio conminada a limitar la información que maneja, porque ocultar información se convirtió en un requisito para poder sobrevivir, cumpliéndose la premisa que confirma que en muchas ocasiones el callar una verdad equivale a mentir.

Me impresiono cuando escucho a “avezados” expertos, explicando de manera tajante los alcances de ésta o aquella toma de decisiones de carácter internacional y sus potenciales secuelas. Es jugar a predecir el futuro en un campo minado de incertidumbres.

Los llamados secretos de Estado en realidad son mucho más enrevesados de lo que creemos, porque van desde el chisme hasta la toma de decisiones retorcidas de un grupo de naciones en contra de  otras. De hecho, la política internacional es un hervidero de tramoyas y componendas, que a quien no le dan mareos termina por darle náuseas, dada lo pedestre y feroz que es, pues a fin de cuentas se trata de una creación humana.

En general suelo ser cuestionador en relación a la rama del conocimiento que llamamos historia (en realidad tenemos acceso es a la historiografía”). Incluso puede ser mucho más complicado el pretender comprender el propio tiempo en que vivimos y los alcances de lo que ocurre en nuestro entorno inmediato. Por eso, se nos hace incomprensible entender un análisis sobre cómo funcionan las cosas en el planeta, cuando la mayoría de ellas son secretos más que ocultos, por no decir francamente inconfesables, dado su carácter ruin y ajeno a lo moral.

Si bien es cierto que los secretos de las naciones son imprescindibles (que sean confidenciales para la realización de los distintos objetivos planteados), no menos cierto es que mucho de lo que se hace llamar análisis internacional” no pasa de ser especulación, así como la información en general busca como fin último el persuadir al individuo de que un fenómeno es de una determinada manera.

¿Cómo llegar a conocer  lo que se acuerda en una mesa de negociación si no somos los actores participantes de la misma? ¿Quién puede saber realmente lo discutido en las recientes conversaciones entre Estados Unidos y Cuba, en las cuales de manera oculta” intervino El Vaticano? ¿Quién sabe realmente en qué términos se dio lo acordado entre Estados Unidos y la fallida Unión Soviética cuando la crisis de los misiles? ¿Quiénes planificaron y ejecutaron los horrorosos magnicidios cometidos contra los hermanos John y Robert Kennedy? Son sólo algunas interrogantes que señalo a manera de ejemplo para ilustrar lo que en realidad está vetado para el hombre común y a lo cual no tiene y probablemente jamás tendrá acceso.

Son trampas propias de la historia, que hacen que una personalidad pase de ser un ser estudioso, para peligrosamente transformarse en una especie de oráculo que anuncia afirmaciones con carácter profético, más cercanas al pensamiento mágico que a la realidad.

Como cualquier generalización, hay excepciones. Existen aquellas personas que sin dejar lo especulativo, son mentalmente más aventajados y no caen en la trampa de ser categóricos ni radicales al realizar alguna interpretación. Son los que tratando de comprender el mundo en que vivimos, usan los términos condicionales” para expresarse, como por ejemplo “si tal cosa ocurriese o tal otra pasase...” De esta forma un análisis, al estar precedido por un condicional, suele ser más atinado.

En el segundo grupo de aventajados que intenta pelar mandarinas y mostrarnos aquello que desconocemos en relación a lo que nos circunscribe, están los que usan las “opciones”. Por ejemplo, “si pasase tal cosa podría ocurrir esto, y si ocurriese esta otra, pues ocurriría lo otro”. Así minimizan el margen de yerro.

Independientemente de que se muevan en escenarios en donde lo especulativo es propio de las afirmaciones que suelen manejar, los analistas de los fenómenos que ocurren en el mundo no dejarán de hacer sus respectivas interpretaciones, porque es un tema cautivante, en donde la paradójica posibilidad de conocer realmente lo que está pasando es de infinito interés para quien lo cultive. Terreno donde lo cercano se vuelve curiosamente inalcanzable y obviamente más atractivo.



Twitter: @perezlopresti




Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 24 de agosto de 2015