domingo, 28 de octubre de 2018

María Valentina Pérez. La morada




Fue, es y será siempre mi hogar.

Pero cómo es mi hogar si cada vez que lo recuerdo me dan ganas de llorar. Así es la vida. Te da un lugar inaudito que vive en los recuerdos por siempre. Aunque visites y conozcas miles de países y culturas distintas. Aunque sea una maraña política y económicamente.

Siempre me pareció absurda la migración. Era como un tema insignificante dentro de un mundo con asuntos mucho más interesantes. El mundo está lleno de ignorantes, que ven la migración como sinónimo de pobreza y fracaso. Yo era uno de ellos.

Imaginaba que abandonaban su país natal por comodidad, por conocer y descubrir. Jamás esperé que, en algún momento, esas circunstancias, iban a ser el motivo de mi alteración de perspectiva de ver el mundo.

Nací y crecí en el lugar más fantástico del planeta. Tuve una infancia feliz, inculcada de valores, modales, enseñanzas y conocimientos ricos en ingenio. Cada día era perfecto. Sobre todo, con la compañía de mis abuelos. De ellos aprendí la importancia de la familia. Cada integrante de ella es análoga y eso lo hace más especial.

Cada día pasado en esa pequeña ciudad parecía vasto e infinito, pero al final siempre acababa. Amaba la escuela y le daba una sublime importancia de aprender algo nuevo. No entendía cómo había niños que no les gustaba. Tenía un promedio superior al esperado y me destacaba principalmente en la cátedra matemática. Siempre llegaba a casa con una historia nueva para contar que sumergía indiscutiblemente a mis padres en un ambiente de asombro e incertidumbre. Tal vez a veces las exageraba un poco, pero siempre lograba captar su atención.

Conforme pasaba el tiempo, iban surgiendo pequeños problemas políticos y económicos que alteraban notablemente mi forma de vida. Cada año el socialismo del siglo XXI arrasaba con todo a su paso; aumentaba la escasez, la inflación y los conflictos, al mismo tiempo que se desvanecían mis esperanzas de un futuro prometedor.

En un instante, mi padre se convirtió en un importante perseguido político, por lo que tuvo que exiliarse clandestinamente en un país lejano de Sur América.

Al día siguiente desperté exaltada al no reconocer mi recámara, pensé que era un sueño y que al final iba a despertar. Pero eso nunca sucedió. Nunca despertaba de esa terrible pesadilla. Jamás iba a despertar de mi mayor miedo, que, aunque para muchos es la muerte, el mío era alejarme de toda la vida que había trazado con la dicha de haber nacido en mi país.

Pasado ocho meses de haber migrado, todavía tenía muchas emociones y sentimientos que acomodar. Aún tenía la esperanza de despertar en mi morada.

Mi promedio iba en picada. No entendía por qué. Ya no entendía tanto como antes y las matemáticas dejaron de ser mi materia favorita. Trataba de estudiar, pero sencillamente no podía. No lograba lo que antes no me causaba dificultad.

Entonces comprendí. No es que los niños no estudien o que no entiendan. Todo se relacionaba con las circunstancias y con lo que sucede en sus mentes. Nadie sabe por lo que un individuo está pasando. Ni siquiera él mismo comprende su situación. Por ello había niños que no les gustaba la escuela o las matemáticas, ya los entendía.

Entonces aprendí. La migración no es sinónimo de pobreza y fracaso. Es como volver a empezar. Dejar todo lo material, espiritual y social solo porque un régimen o cualquier otro motivo obliga a una persona a abandonar sus raíces por su propio riesgo vital. Es el esfuerzo sobrehumano para encajar en una sociedad diferente para obtener garantizado un mejor futuro.

Entonces lo entendí. El hogar no solo es un lugar. Es un recuerdo, un olor, un sentimiento, una calidez que nos hace sentir dichos, llenos de paz, bienestar y tranquilidad que, con tan solo imaginarlo, el mal desaparece en la conformidad de esa pequeña satisfacción. 




Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 07 de noviembre de 2018. 



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domingo, 23 de septiembre de 2018

Sonido y furia originales


El escritor estadounidense William Faulkner gana el premio Nobel de literatura, en un tiempo en el cual dicho galardón tenía una importancia social incuestionable. Su obra, El sonido y la furia, es el libro de su autoría que de alguna manera deja claro su carácter trascendente y universal. Esa condición de abrir camino en torno a una manera particular de ver las cosas es lo que lo hace un pionero que ha de tener discípulos y su estilo habrá de ser potencialmente imitado, repetido, calcado o interpretado.

William Faulkner influye profundamente en lo que habría de ser el boom latinoamericano, particularmente en la creación artística de dos titanes como lo son: Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Faulkner elabora toda una red de entramados y de personajes que hacen vida en el fantástico condado ficticio de Yoknapataupha (Macondo para García Márquez), al noreste del Misisipi. Al revisar la capacidad de influencia que un creador tiene en otros, nos lleva al siempre interesante asunto de la originalidad.

En relación a los enredos del pensamiento, en el mejor de los casos, un griego lo asomó, lo prefiguró o claramente lo escribió. En asuntos que tienen que ver con la creatividad, se podría decir que, si bien lo original de manera radical no existe, cada intérprete o autor tiene una manera particular de tratar los mismos asuntos. De ahí que, en una eterna apuesta a la creación, cada vez que aparece un artista que nos sorprende, es por lo que pone de sí en la obra, que en realidad es una repetición de los mismos asuntos, pero asumidos desde el mundo personalísimo de cada intérprete.

Cuando me han señalado el carácter personal de cualquier intento de presentar mi propia interpretación de las cosas, no puede ser de otra manera que precisamente por ser personal que puede llegar a tener algún valor. Se valora por consenso lo sesgado, precisamente por su carácter tendiente a lo único.

Cuando el arte colectivista africano, de carácter repetitivo y grupal, es interpretado por Pablo Picasso, se transforma en arte individual, porque se le está dando otra mirada a lo que repetidamente está siendo observado por muchos. Esta otra o nueva mirada es precisamente la esencia del arte occidental tal como lo conocemos.

Abrumado de poca originalidad, la autenticidad de cada propuesta estética está enriquecida por lo que cada intérprete tenga a bien poner de sí mismo a lo que otros ya han tratado de reproducir. Viéndolo de esta manera, se es original en la medida que se tenga un estilo, lo cual tiene que ver estrictamente con la persona, la manera como preconcibe las cosas y el poder desarrollar una forma de ser que destaque por hallarse alejada de la corriente que arrastra al más absoluto anonimato.

La música es claro ejemplo de cómo, ante la ausencia de poder crear letras o melodías originales, la fusión o mezcolanza de los más disímiles estilos, termina por imponerse como un aporte original a la cultura. El rococó musical es motivo de deleite e inspiración para las generaciones que se van sucediendo una tras otra, cada vez con aparente mayor velocidad.

A veces, cansado de mirar y no ver nada, entra un hombre en el vagón del metro vestido como Elvis Presley. La mayoría de los presentes ni siquiera saben de quién se trata el hombre que es imitado, sin embargo, los aplausos suceden uno tras otro ante la inminencia de lo trascendente. El acto creativo suele volar disparado en función de futuro cada vez que es capaz de impresionar al que se le acerca. Nicolás Maquiavelo debe ser repetido hasta el fin de los tiempos porque no existe otra forma de ejecutar el arte de las artes sino como lo dejó claro el florentino.

Sonido y furia siempre ha existido y seguirá habiendo. La representación de este fenómeno, condimentada por lo más conspicuo de lo humano es lo que permite su perpetuidad. Una clara muestra de que es precisamente lo más subjetivo del hombre y lo más local de lo universal, lo que tiene el valor de ser catalogado como original. Sonido y furia habrá cada vez que aparezca un nuevo poema, porque, entre otras razones, el motivo que inspira cada poema es uno solo e irrepetible. Cada mujer distinta en torno a cada poema, lo hace inédito a rabiar. Cada beso de cada historia de amor tiene el carácter absoluto que lo da el instante y las circunstancias que lo circundan.

Cada baile, de cada fiesta, de cada melodía que lo inspira, de cada uno de los danzantes, es, aunque no nos demos cuenta, un número en la infinita sumatoria de eventos de los cuales, sin dudas, habrá uno o más de uno que posiblemente tendrá un carácter de mayor valoración que cualquier otro.

Esa es una lucha en la cual muchos han dejado hasta la vida. La búsqueda de ese carácter especial, de esa tesitura pocas veces vista y de esa manera de interpretar, forma el genio de la civilización, la piedra angular de los problemas y resoluciones humanas y la gran ruta para ascender a lo mejor de nuestra especie.



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 04 de septiembre de 2018.

Las sombras del talento


Embelesado por la genialidad, que va a la par con la creatividad, no puedo dejar de impresionarme cada vez que tengo la posibilidad de contemplar lo que a todas luces se encuentra por encima de lo mediano. De ahí que las dimensiones creativas son generadoras de una admiración de mi parte que no se compara con ninguna otra forma de maravillar.

Lo creativo se agradece, por ser lo más excelso de lo humano, porque compete a todos los ámbitos de la cultura y porque genera un debate y una contraposición de puntos de vista que es consustancial con los enredos que con frecuencia tiende a provocar todo aquello que trata de vencer al tedio e imponerse por encima de lo mortuorio, lo insulso, lo empobrecedor y a la amarilla envidia.

La sensibilidad, encauzada en creatividad, es siempre la eterna morisqueta de quien se siente poseedor de ciertas condiciones que lo hace de sobremanera distinto al común de las personas. Ese atrevimiento tiene que ver con vanidad, sin la cual no existiría trascendencia humana posible. La materialización de lo trascendente suele ser un asunto de egos generosos y autoconfianza imprescindible, que, por el simple hecho de existir, pone en tela de juicio la existencia del otro y lo desenmascara, mostrando lo contrahecho de lo carencial. Ese desvelamiento hace que se conjuguen las más negativas fuerzas que se van alineando como dardos envenenados contra aquel que se aleje un tanto de las líneas de seguridad que las sociedades van creando para confinar al individuo y minimizar su posibilidad de ascender por sus virtudes.

En un juego de equilibrios de luz, no puede faltar lo noctámbulo de la vida, más cuando ésta trata de mostrarse en su versión más iluminada. Crece por carencia quien destruye lo talentoso, que precisamente por ser alto, jamás podrá acceder quien desde el alma de la chusma trata de compararse con quien necesariamente se proyectará más allá del tiempo. Es una condición tan fatua como repetitiva.

Escritores vilipendiados, poetas caricaturizados, músicos víctimas de los más afinados tipos de burla, pintores e ilustradores casi perseguidos por ser incomprendidos, científicos a los cuales se les mira con ensañamiento, políticos a los cuales se les desea que caigan en desgracia como si fuera el fin último de muchas personas, figuras públicas que pagan el precio del reconocimiento social con sangre y horrores, son solo algunos ejemplos de lo que le ocurre a quienes tienen el atrevimiento de exponerse ante el vulgo que nunca ha ido y venido en el curso de la historia, sino que siempre ha estado ahí, incólume, esperando con su espíritu carroñero el poder devorar los restos de cualquier cadáver al que consideren insepulto.

Es un eterno ir y venir de gente caída en desgracia, autodestrucciones finalmente consumadas, disparos en la oscuridad de una habitación solitaria, diálogos internos que no acaban nunca, en un derroche de energía que trata de impedir que la mediocridad se imponga por encima de cualquier forma de talento. La infinita lucha entre los pocos que brillan y los muchos que han sido una sombra, siguen siendo una sombra y el futuro no les depara otra condición que la falta de luminosidad eterna.

Lo que debe extrañar, en realidad, es la ausencia de ensañamiento frente a lo talentoso. Cada vez que un ser humano destaca por sus dones, de alguna manera pone al descubierto al que se encuentra en una posición perenne de minusvalía. Cuando un apocado de virtudes se ve reflejado en el espejo de sus propias carencias, trata de equilibrase, rabiosamente, embistiendo contra quien vale por su propio peso.

Denostar de los grandes hombres ha sido una especie de circularidad argumentativa que va de la mano con lo mediocre, que a fin de cuentas es lo populachero, lo que se conduce en masa y apuesta por el colectivismo como única manera de derrotar a los talentos individuales. Es la historia de la humanidad, forma parte de las maneras en las cuales se orienta lo civilizatorio, va de la mano con la tradición del ser humano y es el asidero de una y mil historias permanentemente circundantes.

El talento hiere de manera mortífera al mediocre, lo pone al descubierto y por cada logro de una persona con peso, se desvanece cada nanómetro de inferioridad que es a fin de cuentas la esencia de la masa.

Necesariamente, el talento va de la mano con la sombra, tal como quien sale de paseo en un día soleado. Uno implica el otro y en esa especie de equilibrio desmedido en el cual el individuo intenta imponerse a la mediocridad, se le va la vida a mucha gente, en especial a quienes deben tratar de dar pataletas defensivas ante tanto atorado que desnudo en su miseria, no acepta la opacidad que le embraga frente a quien tiende a irradiar un tanto de luz.

El pensamiento es temerario, pero darlo a conocer ya es un acto de fe. Sin la respectiva seguridad en lo que se hace, la duda, que tanto embarga a aquello que tiende a destacar, se puede salir con la suya.



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 28 de agosto de 2018. 


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Frases y pensamientos de Alirio Pérez Lo Presti

Don Freddy Ríos ha tenido la generosidad de elaborar imágenes con textos de mi autoría. Aquí algunas de ellas. Mi agradecimiento a @doserre 





domingo, 19 de agosto de 2018

Entrevistas laborales



Se suponía que el teniente Dan Taylor, el de la película Forrest Gump, debió morir en combate. Los hombres de su familia que lo precedían habían muerto luchando y su máxima aspiración era fallecer en su ley. Si no es por el “limitado” Forrest Gump, el destino de Dan se hubiese consumado, pero el haber sido salvado cambió el rumbo de su existencia.

He tenido la experiencia de haber participado en muchas entrevistas de trabajo como seleccionador de los más disímiles aspirantes. Me ha tocado armar equipos enteros de personas talentosas, con habilidades para laborar en grupo, generando una atmósfera de gran actividad con mínima conflictividad entre pares. He participado en tantos procesos de deliberación y he sido tantas veces evaluador, que en ocasiones he sentido que es una especie de buena luz que me ha acompañado desde hace años.

La selección de personal es una de las áreas de mayor interés en psicología, de algunas maneras modernas de afinar los sistemas que esclavizan a los seres humanos y del negocio de traficar con los talentos de las pobres almas que necesitan alimentarse. De ahí que siempre he tratado de ser respetuoso con los aspirantes a las más variadas acciones que las personas ejecutan para ganarse la vida.

Esa función me ha permitido hacerme una idea de los individuos sin tener que invertir tanto tiempo, al punto de que, como tantos, puedo afirmar que para hacerse una idea de alguien no se necesita mucho rato. Lo esencial de las personas lo captamos desde una dimensión más intuitiva que argumentativa y esa suerte de corazonada, que es la percepción de las emociones del otro, trabajadas desde nuestras propias emociones, constituye un arte que pocos pueden llegar a ufanarse de haber podido conquistar. Leer a los demás es un asunto en el cual no se puede fallar. 

Sin embargo, ninguna experiencia supera la de haber sido sometido al escrutinio de los más heterogéneos jurados y entrevistadores en las oportunidades en las cuales he aspirado a un trabajo o he concursado para ejercer un oficio.
Una vez, un médico, quien tenía una camisa estampada con el rostro del Ché Guevara el día de la entrevista, me preguntó mi opinión sobre la Revolución Cubana. En otra oportunidad, un caballero, vestido de rosado, con una orquídea en el cabello, me preguntó si tenía alguna posición en relación a las minorías desfavorecidas por los prejuicios. En otra ocasión, un hombre con un diente de tigre colgado en el cuello, me preguntó cuál era mi posición frente al exterminio de algunas especies animales. Así, de la mano de lo burlesco, los interrogatorios pueden haber sido aburridos, cínicos, menos que desafiantes y hasta caricaturescos.

No se me olvida cuando en perfecto inglés londinense, se me hizo la interrogante: -¿Cuál es su color favorito y cómo justifica su respuesta? … y ahí más o menos les he ido dando la vuelta, rodeándolos con mis respuestas, en las cuales trato de decirlo todo sin decir nada, para que invariablemente los resultados se torciesen a mi favor y así poder salir airoso de tanto necio que hace alardes de su falta de inteligencia o tanto desocupado que ni entendió lo que le respondí, para terminar en darme las gracias por mis atinadas contestaciones y felicitándome por mi capacidad de no caer en provocaciones fatuas.

Pero conforme pasa el tiempo, uno ya comienza a ver la vida en función de distancias y la incapacidad de tolerar a cualquier indiscreto desubicado pesa más que la necesidad de ganarnos la vida. Por eso no puedo evitar ser un tanto hosco cuando me preguntan por mis afinidades políticas, mis gustos personales por las damas o mi opinión sobre el nudismo. Cansado de tanta pregunta payasa, la irreverencia se termina por apoderar de cualquiera, con la madurez necesaria para tener un mínimo de respeto por uno mismo.

En ocasión reciente, en eso de dar trompicones de supervivencia, un muchacho con un arete en la nariz y los cabellos largos hasta más debajo de los hombros, con actitud displicente y en una extraña pose, intentando dar una impresión de profundidad, tratando de impresionar a este viejo lobo que ya no es diablo por viejo sino por puro diablo, me hizo la pregunta mirándome a los ojos de refilón: -“¿Con cuál personaje de cuál película se siente usted identificado”.

Cansado de lidiar con la estupidez, o tal vez acostumbrado, le respondí sin cortapisas que me identificaba con el teniente Dan, quien debió morir en buena hora, pero quiso la vida que se le prolongara su vivir, al punto de que cada día está copado de horas adicionales que en realidad nunca debería estar viviendo, porque el que trastoca el justo momento de su muerte queda supeditado a una incertidumbre que solo tiene el que vive cada día como si fuese de gracia.

Nunca supe si fue por el tono con el que se lo dije o por cada palabra que pronuncié como si estuviese dando un dictado, lo cierto es que me contrataron. Por cierto, que me aprobaron hasta un bono… por experiencia.






Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 21 de agosto de 2018

Camino al mestizaje



Como no imaginé que la fila fuese tan larga, después de seis horas y media esperando para registrar la VISA, estaba casi a punto de desmayarme. No llevaba nada de comer ni tampoco había donde sentarse y el aire se hacía tan espeso que era dificultoso respirar. Todos los olores rancios y vahos chocantes entremezclados, los estornudos de un hombre con la nariz muy roja, las tosecitas salpicadas de saliva de una mujer que bien podía ser delgada por un cáncer de pulmón o por una tuberculosis y la casi harapienta manera de vestir de la persona que me antecedía, era solo un desafío para los duros de estómago.

De todos los confines y colores, en una escala de graduaciones infinitas, los venezolanos nos destacábamos y reconocíamos. Tanto por la alegría literalmente de tísico y paradójicamente del paraíso, que nos caracteriza, hasta la ingenuidad a flor de piel de quien no termina de percatarse de que lleva en la frente la marca de Caín. Los venezolanos solemos reconocernos por una manera de desenvolvernos tan particular, que tal vez estamos condenados a construir y reconstruir la historia a donde quiera que vayamos.

El blanco me recordaba los obsequios del furioso Dios, cuando también con miel esperaba a los recién llegados a la Tierra Prometida. El negro cerrado de la noche evocaba al más profundo de los sueños. Sin embargo, entre estas dos tonalidades dicotómicas y aparentemente distantes, todas las posibilidades estaban entremezcladas, haciendo alarde del más puro carácter impuro que nos define a los mestizos. Portadores de linajes ancestrales, herencias inagotables e historias insólitas que se van transfigurando con el paso del tiempo, los que nos consideramos provenientes de todos los confines y de todas las razas, hacemos repetidos alardes de que en lo más profundo, ser de un lugar es como no ser de ninguna parte y quien tiene en su seno tanta mezcolanza étnica, también lleva en las manos las llaves para abrir todas las cerraduras.

Más o menos así iban mis pensamientos, en un arrebato acrobático condicionado por las horas de espera, tratando de abstraerme, entre sonrisas con dientes de perlas de las venezolanas, que con cada carcajada llevaban calidez a tan hoscos espacios, cuando finalmente un funcionario de la oficina de migraciones, sacado de la película de rigor de Charles Chaplin, me dijo con tono recio que estaban esperando por mí en la taquilla número 36.

Fastidiado y enjuto, por ausencia de locura, o loco por exceso de fastidio, viendo punticos negros por el hambre, finalmente me senté ante la funcionaria que no terminaba de mirarme a los ojos, cuando ya le había dado la información suficiente para poder armar medio rompecabezas sobre mi vida. Sereno por estar sentado y ya viendo en technicolor nuevamente, me hizo varias preguntas atinentes a mi profesión y mostró enorme curiosidad en saber cuál era mi opinión en relación al exceso de patologías emocionales que afecta a grandes grupos humanos.

Como sigo siendo un docente, y nadie me quita lo bailao, le expliqué que uno de los elementos que protege de tanta enfermedad propia de la mente es la movilidad genética, que impide un reciclaje circular de los mismos orígenes propios de la biología y permite que las taras se vayan diluyendo conforme nos vamos mezclando entre verdes y azules. La mujer, que suele respirar todos los días de cada día los aires que apenas compartí durante seis horas y media, mostró un rostro iluminado para completar la frase: “-¿O sea, que esta gente que está migrando nos puede ser útil?”.

-No sólo útil, sino que su trabajo es fundamental para que el mundo mejore-, fue la manera como le respondí. Agregando que ella estaba ahí para abrir puertas y ventanas a quienes van de un lado para otro, unos en busca de la más trivial aventura y otros huyendo del horror, de la desesperanza, de los callejones ciegos y las peores formas de crueldad. El mundo, con la pesada carga a cuesta de injusticias, perversiones, caminos retorcidos y las más inimaginables formas de ceguera, de mirar hacia otra parte o jugar al tuerto como manera de conducirse. Ante estos escenarios, el bien es la movilización positiva imparable que debe atajar cualquier resquicio del mal. En una eterna batalla sin descanso el bien y el mal van juntos y de la mano, justificándose entre sí, tratando de imponerse uno sobre el otro.

La diáspora de grandes grupos humanos es la condición propia de la tragedia que marca y define las tipologías culturales, pero particularmente morales. Se emigra, no por capricho, sino porque vamos en busca de la quimera necesaria para seguir viviendo o porque estamos escapando del infierno. Derrotado en mi propio patio, vencido en mi tierra de origen, habiendo capitulado mil veces mil, dando tumbos propios del errante que sabe que su destino ha sido transgredido por el mal, solo purgándonos del odio podemos sobrevivir a estos entuertos y hacer lo posible por tratar de recomponer nuestras vidas.




Twitter: @perezlopresti



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 14 de agosto de 2018



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El lugar


  



Asumir el desarraigo es la máxima conceptuación de universalidad de un sujeto, que hace que no seamos de ninguna parte y a la vez seamos de todos lados. Nacionalidades y poblados van y vienen, gente pasa a nuestro lado y en una especie de ciclo vertiginoso infinitamente recurrente, dejan de acompañarnos para permanecer transfiguradas en el saco de nuestras vivencias. El vino puede saber más o menos igual en cualquier parte, porque a fin de cuentas cada celebración es en realidad un encuentro con otra persona, o en el peor de los casos, con lo más apartado de aquello que consideramos nuestra experiencia. El vino puede saber más o menos igual en todas partes, pero nunca sabe mejor que cuando estamos con la persona amada.

A decir verdad, suelo ser trotamundos por varias razones, que van desde el placer de dar tumbos de un lado para otro hasta la simple necesidad material irreductible. Esa cosa rara, que en realidad es una particular manera de conducirse, me ha permitido enfrentar a la noche y el frío, en singulares circunstancias, una y otra vez, como si fuese un aura que llevo conforme viajo de un lado para otro, sin reparar tanto en que ese viaje constante es la esencia de la vida. 

Pero… no hay mucho “pero” que valga, cuando a la hora de lo concreto alguien escarba y me pregunta de dónde soy.  Entonces recuerdo que un pobre hidalgo de aldea se inmortaliza por ser pueblerino y local, para saltar a la conclusión: es precisamente ser de pueblo y local lo que lo hace universal.  De todos los lugares que conozco, incluyendo aquellos sitios en que solo he estado de paso, solo hay uno que tengo que reconocer como incomparable y es la ciudad de Mérida, en Venezuela.

Cada ladrillo de cada construcción, de cada calle, de cada plaza, de cada parque, de cada esquina, de cada rincón, de cada día de neblina, de cada noche de espesa bruma, de cada mañana fría, de cada local nocturno donde salen escurridas notas musicales, de cada acera estrechísima donde a duras penas puede caminar una sola persona, de cada lugar en donde declaré mi amor infinito, de cada carcajada, de cada navidad, de cada beso y de cada una de las palabras que dije o escribí, fueron moldeados para siempre por la ciudad donde nací.

Haciendo un balance, la ciudad de Mérida, en Los Andes venezolanos, tal vez ni sea el sitio en donde mayor tiempo he pasado, pero es sin duda el que me ha dejado una impronta que ya comienza a transfigurarse en mis remembranzas, para volverse distante y descolorida por la nostalgia. En esa ciudad ya me quedan pocos amigos, casi no reconozco a las personas que la habitan y muchos de mis allegados ya ni siquiera viven.

De esa ciudad llevo conmigo el agradecimiento de la educación recibida, los infinitos partidos de fútbol en los que fui una celebridad en una tarde cualquiera, la espléndida música que logré atesorar en mi selección de vanidades, los centenares de cometas que elevé durante cada agosto, la excelsa biblioteca que alguna vez tuve y los interminables meses de lluvia que tatuaron en mi mente los recuerdos de infancia. Conminado a partir de la ciudad donde nací, creo que la universalidad forma parte de cada sentencia con la cual me reafirmo en la existencia. Recapitulando la postura hacia la vida, ahora soy de todas partes, o, mejor dicho, ahora más que nunca soy de todos lados.

Ser de cualquier lugar tiene una ventaja que nos permite ver la vida como la gran torta aristotélica, desde lo altivo, con capacidad de discernimiento agudo que intensifica nuestra habilidad perceptiva. De eso se trata la universalidad, de ser capaz de asumir la vida con el mayor escepticismo y la mayor entereza para despojarnos de aquellas cosas que nos traban. El desprendimiento es propio del trashumante, del cazador de atardeceres, del constructor de frases perfectas y de los momentos más inolvidables.

Ávido por conocer gente, me he permitido dejar a un lado ciertas reticencias ancestrales y ahora creo tener buenos amigos, sumados a las más extrañas circunstancias, en las cuales la solidaridad sigue siendo un valor extraordinario y nos hacemos cómplices cada vez que cultivamos ciertas lealtades.

Si pudiera, por una suerte de accidente inverosímil, plantearme una segunda posibilidad para llegar a puerto seguro en los mares contrariados de la presencia en este mundo, tendría que escoger un nuevo lugar, en el cual desarrollar los más fuertes pies para no caer y cultivar las más profundas sensibilidades. En ese camino ando, en estos tiempos en que nos ha tocado vivir, donde la más pura incertidumbre va y viene. Como cada vivencia por la que he transitado, no puedo dejar pasar la posibilidad de vivir a plenitud, intensamente, como si me quedase poco tiempo para explorar lo planeado. Creo que esa es la esencia del arte de vivir.
 
La Mérida distante, casi ajena, parecida más a un parque temático, la cual sin duda alguna fue una burbuja irreal que pude disfrutar hasta lo más hondo, subyace en mis recuerdos. 




Twitter: @perezlopresti



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 07 de agosto de 2018



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domingo, 5 de agosto de 2018

El eterno retorno a 8 ½


En 2018 se cumplen los 55 años de aparición de lo que a mi juicio es la mejor película de todos los tiempos. Se trata del excepcional film italiano, dirigido por Federico Fellini y protagonizado por Marcello Mastroianni, Claudia Cardinale y Anouk Aimée, entre otros. Fue filmada en blanco y negro y su banda sonora fue compuesta por Nino Rota, apareciendo en las salas cinematográficas en 1963.

El hombre con capacidad creativa tiene la potestad de hacer que sus preocupaciones, obsesiones, fantasmas, temores y utilidades sean potencialmente productores de seducción colectiva. Es decir, que el gran creador parte del concepto de que su mundo “personalísimo” es del común interés de un conglomerado que se ha de interesar en compartirlo.

Esta premisa sencilla y paradójicamente enrevesada tiene una gran complicación. Tal vez la vida de cualquier persona o sus gustos o sus intereses nos puedan parecer atractivos, mas el artista es artista precisamente porque tiene el don de transmitir de manera especial lo que otros pudieran ya tener en mente: El artista es el artífice del “cómo” y su genialidad está precisamente en “la forma” de transmitir sus elucubraciones.

Expresado de otra manera, cuando se conjugan a través del artista la idea (el contenido) con gran capacidad de expresarlo (la forma) surge el milagro de la creación de la obra de arte.

¿Por qué es 8 ½ la mejor película jamás realizada?

Porque Fellini logra hacer que sus intereses personalísimos se inmortalicen. El gran artista tiene el don de universalizar sus intereses personales, a través de una manera de presentarlos que nos deslumbran y seducen.

¿Qué ocurre con 8 ½?

La historia trata de un artista (hombre admirado) a quien se le acabaron las ideas para seguir creando. “Guido” (el nombre del protagonista) es un director cinematográfico a quien no se le ocurre una nueva película. El tema con el cual comienza Fellini a mostrarnos a su personaje principal, es atinente a la tradición humana de todos los tiempos. ¿Quién en su sano juicio no ha tenido un bajón emocional que le impide seguir llevando su vida como naturalmente solía conducirla? ¿Cómo no identificarnos con el sujeto que después de cuarenta años de vida atraviesa una seria crisis personal? Además, por ser un personaje público, la presión es aún mayor y la capacidad resolutiva lo ubica al nivel de cualquier hombre.

Pareciera que “Guido” se parece, o tiene relación o se nos ocurre que en realidad es el mismo Fellini, quien nos presenta algún período de su propia vida. ¿Acaso el hecho de que lo vinculemos con lo real es lo que lo hace mejor? ¿Es un gran film por ser autobiográfico? Es creíble y nada puede ser tan fascinante como aquello que parezca creíble porque lo que le ocurre a Guido, al parecerse a lo real, puede pasarle a cualquiera. O sea, que la debacle moral e intelectual de un individuo hace que sea más cercano a cada uno de nosotros.

Fellini expone un derroche de elementos vinculados con la familia tradicional. La madre, el padre y el mismo Guido cuando niño y todos los elementos que exaltan a la familia y la eterna huella que lo familiar deja tatuado en el ser humano, sean por presencia, ausencia, pobreza o riqueza afectiva. La familia marca nuestra vida hasta el día en que dejemos de respirar. De hecho, es poco probable que se pueda hacer una buena película en que el tema de la familia no esté presente.

Fellini usa de manera deslumbrante lo que pudiésemos llamar los símbolos más representativos de la civilización occidental. Desde la manifestación onírica clásica que recrea el psicoanálisis, con sueños universales, hasta elementos claramente junguianos, con los cuales Fellini impresiona. Personajes como la histérica, el Don Juan, la amante, la mujer bella, el intelectual, la loca, desbordan al espectador y lo llevan a un plano de fascinación sin comparación.

Los amores y los desamores hacen que en una histórica escena sin parangón aparezca Guido en la misma habitación con todas las mujeres de su vida. La solución simbólica nietzscheana está vinculada con el látigo, con el cual el personaje principal logra controlar un verdadero motín de las mujeres que ha conocido desde el día en que nació. Desde su madre hasta su actual amante y por supuesto la loca del pueblo con la cual descubrió el mundo del sexo, en contraposición con la inmaculada y “sufrida esposa” Luisa.

La gran solución y el gran final de la película: La eterna disyuntiva humana que es y ha sido, la lucha entre la razón y los instintos. Como si ya no fuese suficiente con habernos deleitado con el mejor cine que se ha hecho, el insólito final-moraleja-enseñanza, hace que 8 ½ sea una película para ser vista una y otra vez. Fellini, el genio, crea dos finales: A) El del hombre que no soporta la presión de la vida y termina autodestruyéndose, y B) La otra cara de la moneda, la del hombre que sabe que la vida es una fiesta y los seres que nos rodean merecen nuestro cuidado, respeto y absoluta devoción.





Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 31 de julio de 2018



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La densidad como asunto



Ella trabajaba como modelo en ese tiempo, era casi dos palmadas más alta y sin mucho esfuerzo, con una navaja, recuerdo que se podía romper el celofán de esa noche cerrada en la que nos dijimos adiós. El contraste de tamaño llamaba la atención, sobre todo cuando íbamos a eventos de carácter social en donde no faltaba la música y el baile nos esperaba para que realizásemos la ejecución de rigor.

Con las guarachas, el merengue y la salsa, la danza se hacía espléndida sin mucho contratiempo (salvo intercambiar necesariamente algunos roles); pero con el bolero aplicaba la limitante de rigor: la diferencia de alturas hacía tan rara la ejecución del bailoteo que lo evitábamos, tanto por el morbo colectivo que se generaba como por razones técnicas personales.

Lo cierto es que en general, la podíamos pasar conformes, disfrutando amaneceres y atardeceres capaces de paralizar a cualquiera, viajando en el auto, deleitándonos con una melodía o acudiendo al cine. Lo malo, lo muy malo, lo demasiado malo, era nuestra incapacidad para compartir cosas esenciales.

¿Cuáles son esas cosas esenciales que los seres que aspiran a quererse pueden llegar a compartir? ¿Por qué en ocasiones no se puede intercambiar ni un poco de afectuosidad con la otra persona? Estas interrogantes se vuelven un motivo de interés para quienes hacemos algunos malabares por intentar darle forma a lo humano. La respuesta, como tantas que nos podamos hacer frente a cualquier pregunta enrevesada, tiene una solución más sencilla y trivial: lo denso es etéreo. Hacemos conexión con otra persona porque existe una chispa básica, que podríamos llamar química, o deseo, sin la cual todo amorío que no tenga ese ingrediente está condenado a desaparecer.

Esa chispa, conexión animal, interés irracional o elaboración intelectual con la cual podemos llegar a deslumbrarnos por otra persona, tiene, además, una carga de elementos que permite desarrollar cierta estructura: los grandes encuentros interpersonales, con capacidad de trascendencia y que ocurren pocas veces en la vida de los seres humanos, poseen tres pilares de carácter imprescindible para garantizar cualquier intento de supervivencia en el tiempo: 1. Lo cognitivo. 2. Lo afectivo. 3. Lo sexual.

Cognitivo es capacidad de estar a un nivel intelectual medianamente cercano con el otro. Afectivo tiene que ver con admiración en relación a lo que el otro representa, sea porque idealizamos el ideal masculino o el ideal femenino. Lo sexual no solo tiene que ver con la existencia del otro como objeto de deseo, sino con una posibilidad de empatía en la intimidad que no siempre se da. Cuando estas tres condiciones se conjugan, la mezcla es explosiva y estamos frente a uno de esos encuentros que nos marcan y hacen que le atribuyamos significancia a lo que vivimos.

Se llega a trascender cuando cualquier tema es motivo de conversación, cuando queremos pasarla con el otro porque sentimos el acompañamiento necesario para matar la soledad, cuando no se necesita decir mucho para entender demasiado o cuando las horas no alcanzan para hablar de nada, una y otra vez, sintiendo que no estamos perdiendo el tiempo. Se hacen milagros cada vez que aparece una carcajada o una sonrisa es el exceso de ganancia para ir de la mano con el día. Más o menos de esa manera se maneja esa energía que nos lleva simultáneamente a lo infantil y a lo adulto y pone en un mismo lugar la posibilidad de ver la vida a plenitud o creer que la muerte la tiene cogida con nosotros.

La modelo, casi dos palmadas más alta, capaz de detener el tráfico cuando salíamos a caminar agarrados de la mano y hacía que nos cayesen encima decenas de piropos y chiflidos, era muy aburrida, porque con ella, el tedio dejaba de ser trascendente y lo amatorio tiene que ver con la habilidad de hacer que el tedio vaya más allá de cualquier posibilidad que hayamos preconcebido. Por eso el amor es mágico, porque las expectativas de densidad que cada uno apuesta en lo amatorio son absolutamente personales e inéditas, pues llevan consigo el valor de lo inédito del ser.

Cada vez que ella hablaba me daba sueño y a pesar de que decía las mismas cosas repetidas hasta el infinito que cualquier persona puede decir, no me gustaban. La razón por la cual no me agradaban era por la manera como las decía, sin la combustión necesaria para convertir una cerilla en un paquete de dinamita, que es lo que uno espera del amor. Por eso, cuando ese fenómeno se nos atraviesa en la existencia, no lo podemos dejar pasar.

Esa noche en el tiempo le dije que más nunca la iba a poder ver y antepuse una excusa cualquiera. No fue por un asunto de tamaño, pues, a fin de cuentas, la horizontalidad de lo íntimo a todos nos pone al mismo nivel. El asunto de densidad interpersonal, relacionado con la posibilidad de adentrarnos en las profundidades del otro, es cuestión de dar notabilidad a lo que creemos poco importante, para terminar por cambiar nuestras vidas.



Twitter: @perezlopresti



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 24 de julio de 2018



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