domingo, 23 de septiembre de 2018

Las sombras del talento


Embelesado por la genialidad, que va a la par con la creatividad, no puedo dejar de impresionarme cada vez que tengo la posibilidad de contemplar lo que a todas luces se encuentra por encima de lo mediano. De ahí que las dimensiones creativas son generadoras de una admiración de mi parte que no se compara con ninguna otra forma de maravillar.

Lo creativo se agradece, por ser lo más excelso de lo humano, porque compete a todos los ámbitos de la cultura y porque genera un debate y una contraposición de puntos de vista que es consustancial con los enredos que con frecuencia tiende a provocar todo aquello que trata de vencer al tedio e imponerse por encima de lo mortuorio, lo insulso, lo empobrecedor y a la amarilla envidia.

La sensibilidad, encauzada en creatividad, es siempre la eterna morisqueta de quien se siente poseedor de ciertas condiciones que lo hace de sobremanera distinto al común de las personas. Ese atrevimiento tiene que ver con vanidad, sin la cual no existiría trascendencia humana posible. La materialización de lo trascendente suele ser un asunto de egos generosos y autoconfianza imprescindible, que, por el simple hecho de existir, pone en tela de juicio la existencia del otro y lo desenmascara, mostrando lo contrahecho de lo carencial. Ese desvelamiento hace que se conjuguen las más negativas fuerzas que se van alineando como dardos envenenados contra aquel que se aleje un tanto de las líneas de seguridad que las sociedades van creando para confinar al individuo y minimizar su posibilidad de ascender por sus virtudes.

En un juego de equilibrios de luz, no puede faltar lo noctámbulo de la vida, más cuando ésta trata de mostrarse en su versión más iluminada. Crece por carencia quien destruye lo talentoso, que precisamente por ser alto, jamás podrá acceder quien desde el alma de la chusma trata de compararse con quien necesariamente se proyectará más allá del tiempo. Es una condición tan fatua como repetitiva.

Escritores vilipendiados, poetas caricaturizados, músicos víctimas de los más afinados tipos de burla, pintores e ilustradores casi perseguidos por ser incomprendidos, científicos a los cuales se les mira con ensañamiento, políticos a los cuales se les desea que caigan en desgracia como si fuera el fin último de muchas personas, figuras públicas que pagan el precio del reconocimiento social con sangre y horrores, son solo algunos ejemplos de lo que le ocurre a quienes tienen el atrevimiento de exponerse ante el vulgo que nunca ha ido y venido en el curso de la historia, sino que siempre ha estado ahí, incólume, esperando con su espíritu carroñero el poder devorar los restos de cualquier cadáver al que consideren insepulto.

Es un eterno ir y venir de gente caída en desgracia, autodestrucciones finalmente consumadas, disparos en la oscuridad de una habitación solitaria, diálogos internos que no acaban nunca, en un derroche de energía que trata de impedir que la mediocridad se imponga por encima de cualquier forma de talento. La infinita lucha entre los pocos que brillan y los muchos que han sido una sombra, siguen siendo una sombra y el futuro no les depara otra condición que la falta de luminosidad eterna.

Lo que debe extrañar, en realidad, es la ausencia de ensañamiento frente a lo talentoso. Cada vez que un ser humano destaca por sus dones, de alguna manera pone al descubierto al que se encuentra en una posición perenne de minusvalía. Cuando un apocado de virtudes se ve reflejado en el espejo de sus propias carencias, trata de equilibrase, rabiosamente, embistiendo contra quien vale por su propio peso.

Denostar de los grandes hombres ha sido una especie de circularidad argumentativa que va de la mano con lo mediocre, que a fin de cuentas es lo populachero, lo que se conduce en masa y apuesta por el colectivismo como única manera de derrotar a los talentos individuales. Es la historia de la humanidad, forma parte de las maneras en las cuales se orienta lo civilizatorio, va de la mano con la tradición del ser humano y es el asidero de una y mil historias permanentemente circundantes.

El talento hiere de manera mortífera al mediocre, lo pone al descubierto y por cada logro de una persona con peso, se desvanece cada nanómetro de inferioridad que es a fin de cuentas la esencia de la masa.

Necesariamente, el talento va de la mano con la sombra, tal como quien sale de paseo en un día soleado. Uno implica el otro y en esa especie de equilibrio desmedido en el cual el individuo intenta imponerse a la mediocridad, se le va la vida a mucha gente, en especial a quienes deben tratar de dar pataletas defensivas ante tanto atorado que desnudo en su miseria, no acepta la opacidad que le embraga frente a quien tiende a irradiar un tanto de luz.

El pensamiento es temerario, pero darlo a conocer ya es un acto de fe. Sin la respectiva seguridad en lo que se hace, la duda, que tanto embarga a aquello que tiende a destacar, se puede salir con la suya.



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 28 de agosto de 2018. 


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