Embelesado por la genialidad, que va a la par con la creatividad, no puedo
dejar de impresionarme cada vez que tengo la posibilidad de contemplar lo que a
todas luces se encuentra por encima de lo mediano. De ahí que las dimensiones
creativas son generadoras de una admiración de mi parte que no se compara con
ninguna otra forma de maravillar.
Lo creativo
se agradece, por ser lo más excelso de lo humano, porque compete a todos los
ámbitos de la cultura y porque genera un debate y una contraposición de puntos
de vista que es consustancial con los enredos que con frecuencia tiende a
provocar todo aquello que trata de vencer al tedio e imponerse por encima de lo
mortuorio, lo insulso, lo empobrecedor y a la amarilla envidia.
La
sensibilidad, encauzada en creatividad, es siempre la eterna morisqueta de
quien se siente poseedor de ciertas condiciones que lo hace de sobremanera
distinto al común de las personas. Ese atrevimiento tiene que ver con vanidad,
sin la cual no existiría trascendencia humana posible. La materialización de lo
trascendente suele ser un asunto de egos generosos y autoconfianza
imprescindible, que, por el simple hecho de existir, pone en tela de juicio la
existencia del otro y lo desenmascara, mostrando lo contrahecho de lo
carencial. Ese desvelamiento hace que se conjuguen las más negativas fuerzas
que se van alineando como dardos envenenados contra aquel que se aleje un tanto
de las líneas de seguridad que las sociedades van creando para confinar al
individuo y minimizar su posibilidad de ascender por sus virtudes.
En un juego
de equilibrios de luz, no puede faltar lo noctámbulo de la vida, más cuando
ésta trata de mostrarse en su versión más iluminada. Crece por carencia quien
destruye lo talentoso, que precisamente por ser alto, jamás podrá acceder quien
desde el alma de la chusma trata de compararse con quien necesariamente se
proyectará más allá del tiempo. Es una condición tan fatua como repetitiva.
Escritores
vilipendiados, poetas caricaturizados, músicos víctimas de los más afinados tipos
de burla, pintores e ilustradores casi perseguidos por ser incomprendidos,
científicos a los cuales se les mira con ensañamiento, políticos a los cuales
se les desea que caigan en desgracia como si fuera el fin último de muchas
personas, figuras públicas que pagan el precio del reconocimiento social con
sangre y horrores, son solo algunos ejemplos de lo que le ocurre a quienes
tienen el atrevimiento de exponerse ante el vulgo que nunca ha ido y venido en
el curso de la historia, sino que siempre ha estado ahí, incólume, esperando
con su espíritu carroñero el poder devorar los restos de cualquier cadáver al
que consideren insepulto.
Es un eterno
ir y venir de gente caída en desgracia, autodestrucciones finalmente
consumadas, disparos en la oscuridad de una habitación solitaria, diálogos
internos que no acaban nunca, en un derroche de energía que trata de impedir
que la mediocridad se imponga por encima de cualquier forma de talento. La
infinita lucha entre los pocos que brillan y los muchos que han sido una
sombra, siguen siendo una sombra y el futuro no les depara otra condición que
la falta de luminosidad eterna.
Lo que debe
extrañar, en realidad, es la ausencia de ensañamiento frente a lo talentoso.
Cada vez que un ser humano destaca por sus dones, de alguna manera pone al
descubierto al que se encuentra en una posición perenne de minusvalía. Cuando
un apocado de virtudes se ve reflejado en el espejo de sus propias carencias,
trata de equilibrase, rabiosamente, embistiendo contra quien vale por su propio
peso.
Denostar de
los grandes hombres ha sido una especie de circularidad argumentativa que va de
la mano con lo mediocre, que a fin de cuentas es lo populachero, lo que se
conduce en masa y apuesta por el colectivismo como única manera de derrotar a
los talentos individuales. Es la historia de la humanidad, forma parte de las
maneras en las cuales se orienta lo civilizatorio, va de la mano con la
tradición del ser humano y es el asidero de una y mil historias permanentemente
circundantes.
El talento
hiere de manera mortífera al mediocre, lo pone al descubierto y por cada logro
de una persona con peso, se desvanece cada nanómetro de inferioridad que es a
fin de cuentas la esencia de la masa.
Necesariamente,
el talento va de la mano con la sombra, tal como quien sale de paseo en un día
soleado. Uno implica el otro y en esa especie de equilibrio desmedido en el
cual el individuo intenta imponerse a la mediocridad, se le va la vida a mucha
gente, en especial a quienes deben tratar de dar pataletas defensivas ante
tanto atorado que desnudo en su miseria, no acepta la opacidad que le embraga
frente a quien tiende a irradiar un tanto de luz.
El
pensamiento es temerario, pero darlo a conocer ya es un acto de fe. Sin la
respectiva seguridad en lo que se hace, la duda, que tanto embarga a aquello
que tiende a destacar, se puede salir con la suya.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 28 de agosto de 2018.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 28 de agosto de 2018.
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