jueves, 23 de noviembre de 2017

La esquina caliente. Jueves 23-11-2017

Hoy jueves 23 de noviembre de 2017 a las 8:30 a.m. estaré en vivo en el prestigioso programa 'La esquina caliente', por la Televisora Andina de Merida TAM, conducido por mi amigo Tuto López. @tutolopez Reposición a las 10:00 p.m. 

Preguntas por: @tutolopez  




martes, 21 de noviembre de 2017

Profesionales de la estrellada



Cada disciplina, oficio o arte requiere de una pericia particular que logra ser perfeccionada al punto de que quien la practica puede llegar a dominar como pocos aquello que hace. Ese nivel excepcional de limpidez en lo que respecta al desarrollo de un conocimiento ha hecho que a lo largo de la civilización aparezcan hombres cuyo talento produce admiración y respeto.

Tanto en las ciencias como en la política, surgen personalidades que se convierten en auténticos guías que inspiran a grandes grupos e incluso generaciones enteras.  Son  líderes que han inventado rutas que han marcado el destino de muchos. He conocido personas con habilidades excepcionales que cautivan y son incólumes ante las adversidades, que han indicado el que a su parecer es el mejor de los caminos y los he emulado hasta donde he creído prudente hacerlo.

Creo que hay un rasgo que ha marcado a cada una de estas personas que he conocido y han despertado mi admiración y es la de elevar todo acto al terreno de lo educativo. Me explico: En cada persona con condiciones de liderazgo por quien he sentido afinidad, por encima de cualquier atributo que pueda tener, se encuentra el valor pedagógico de la palabra asociada al acto. Cada cosa que se hace con su respectiva explicación, sea de viva voz o por escrito, para que se minimice la duda y se logre espantar la desconfianza. 

En términos más llanos, creo que hay una pedagogía de masas que acompaña a cada uno de ellos que les permite ganar credibilidad y generar confianza en quienes les rodean y están pendientes de cada una de sus acciones. Incluso cuando se comete un error, en los más genuinos liderazgos, el mismo es explicado para asumir las consecuencias que acarrea el yerro. Esa pedagogía del acto, en la cual las cosas no son “porque sí”, sino que cada paso va de la mano con el verbo, es lo que ha hecho precisamente que ese liderazgo exista.

En nuestro insólito mundo de nimiedades, pareciera que se estuviese asumiendo lo pedagógico como una especie de suicidio y lo que al final se impone es una caja negra a la cual no podemos tener acceso, cuando a fin de cuentas el poder más contundente de cualquier líder es su posibilidad de mostrarse transparente a través de la prédica de la mayor cantidad de verdades, acompañadas del valor para enfrentar los hechos.

En la vida hay dimensiones públicas, privadas y secretas y sería ridículo pretender que la vida de las naciones, las personas y los pueblos fuesen ajenos al mundo de lo oculto. Simplemente existen cosas que no se dicen y permanecen escondidos para bien de todos. Debe existir un prudencial mundo de cosas subterráneas a las cuales pocos tendrán acceso porque así ha sido y será la historia de la civilización. Lo que me parece un tanto ridículo es que se quiera convencer a un conglomerado bajo la sombra de la argucia y no de la claridad de propósitos.

En esa maraña de líderes, los hay de los más disimiles tipos. Desde aquellos que se muestran acartonados en sus más iracundos fanatismos hasta quienes hacen de la ambigüedad su esencia. Lo que se hace cuesta arriba es que aparezcan líderes que satisfagan las expectativas de unificar al país en torno a una ruta medianamente aceptada por la mayoría.

Una dirigencia en torno a lo escondido era una conducta común en la Edad Media e incluso en plena modernidad, pero asomar la idea de “lo oculto” en el siglo XXI es una travesura que puede costar caro. No se ha terminado de germinar una matriz de opinión cuando los nuevos medios de comunicación de masas invaden los espacios, particularmente los de las clases medias, tan vulnerables por su genuino deseo de conducirse de manera medianamente racional. Una cosa en hacer política en el siglo XX y otra en el XXI, donde múltiples individuos, unos más retorcidos que otros, mantienen en chantaje permanente a los países bajo la contundente amenaza: Que van a revelar la “cyberverdad”.

A cada rato vemos a uno y otro líder que se estrella de manera aparatosa, haciendo que su capital político termine maltrecho y vencido por el descreimiento, siendo el caso ya recurrente el de usar un cargo público para lograr otro de mayor escalafón sin mostrar resultados positivos en el cargo desempeñado. Si alguien es candidato a Alcalde, por ejemplo, lo encomiable es que si llega a ser electo, haga su labor como Alcalde lo mejor posible y satisfaga las expectativas de la comunidad que lo eligió. Pero si quiere ser Alcalde con el fin de cambiar el mundo, se corre el riesgo de no ser un buen Alcalde y mucho menos cambiar el mundo.

En una sociedad escéptica, desconfiada y desesperanzada, un poquito de verdad no le hace mal a nadie. Es imprescindible retomar  en serio el trabajo pedagógico y tratar de seducir a multitudes que claman por un liderazgo transparente que diga las cosas por su nombre. Que lo que se pretenda hacer o lo que se haga vaya de la mano con una explicación medianamente sensata que le dé claridad al ciudadano.





Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 21 de noviembre de 2017. 


Ilustración: @odumontdibujos 



martes, 14 de noviembre de 2017

Contracorriente


Hay en todo arte un cuestionamiento a la realidad. El artista, de cualquier género, al realizar un acto de creación, está poniendo en duda lo relacionado con lo que entendemos como nuestra percepción ética y estética de cuanto nos circunda. Cuando un pintor, por ejemplo, realiza el insólito caso de interpretar cuanto percibe, lo hace como una manera de transgresión. Sea para embellecer lo que ve o para recrearlo desde una perspectiva en donde lo natural se transforma en feo.  

Embellecer lo feo es una de los grandes retos de cualquier género y por esa cualidad de generar una interpretación particular de las cosas, el arte produce admiración. Esto pasa con cualquier disciplina ligada con la actividad creativa, incluso la cosa va mucho más allá, al punto de poder transformar lo que entendemos como cultura o civilización, sea de manera planificada o por confluencia de eventualidades.

En asuntos musicales, el sonido de algunos instrumentos podría ser molesto, mas cuando vemos la transformación de lo acústico en ritmos y melodías que corean la vida, el grado de solemnidad que puede alcanzar la música es de los más elevados, y esos instrumentos que nos parecen casi aparatosos terminan por cautivarnos y acompañarnos indefectiblemente.

Una afición indoblegable al cine permite ver una y otra producción cinematográfica que sellan la conceptuación de este arte. Que un director ponga en escena, con plata prestada, un tumulto, transformándolo en orden, no puede sino ser una categoría de arte muy elevado. No sin razón el cine y otras variedades audiovisuales, son cada vez más respetadas como disciplinas artísticas.

Lo escrito, cuando adquiere dimensión artística, tiene una doble condición transgresora. Por un lado está el papel tradicional del escritor de cuestionar y provocar al orden establecido. Pero por otra, esta condición propia de quien escribe, en la cual trata de darle calidad elevada a la palabra, no se puede disociar de los asuntos más pedestres y grotescos y el hombre de letras, aunque no quiera, se va a ver involucrado con los temas más altisonantes con los cuales ha de tener contacto, que son las tramas propias de la vida de los hombres y de los pueblos. Tal vez de todas las artes, sea la literatura la más básica, la más plebeya, la más sucia y a la vez la que puede llegar a ser la más elevada.

Si lo vemos una y otra vez, el acto de escribir es esencialmente contracorriente, sea por la inconformidad del escritor con el orden establecido o para generar un orden inexistente. De ahí que quien escribe está condenado a estar potencialmente solo, entre otras cosas porque la soledad del escritor es uno de los elementos necesarios para poder crear.

Cada vez que conozco a alguien que escribe, y más si comparto el gusto por su trabajo, siento que se teje una complicidad inevitable entre gente de un submundo casi subterráneo y necesariamente lleno de contradicciones que logra traspasar el ultramundo, que a fin de cuentas es la vida que conocemos y elevarse hasta la pulcritud de un párrafo bien hecho, para intentar alcanzar la perfección estética en una de las más difíciles artes.

Todo este ejercicio tiene que ver siempre con un solo asunto y es el de la libertad. Cada hombre, operando desde su individualidad, se convierte en un elemento contracorriente precisamente por ese anhelo de alejarse del rebaño y hacer que su vida no sea insulsamente repetitiva, trastocando la existencia con la extensión explosiva de lo creativo, que es a fin de cuentas una manera de acabar con el tedio y la sinrazón de la vida.

Pero el asunto se complica cuando percibimos en múltiples fenómenos culturales no artísticos, precisamente la misma dinámica de cuestionamiento a cuanto nos rodea. Es entonces cuando quien se planta ante el mundo con sus propuestas, no solo cuestiona la existencia sino que termina por transformar su entorno, lo cual es la paradoja maléfica de quien vive contracorriente preconizando la libertad.

Es acertado el eternamente controvertible Mario Vargas Llosa cuando señala: “La tradición más viva y creadora de la cultura occidental no ha sido nada conformista, sino precisamente lo contrario: un cuestionamiento incesante de todo lo existente. Ella ha sido, más bien, inconforme, crítica tenaz de lo establecido, y, de Sócrates a Marx, de Platón a Freud, pasando por pensadores y escritores como Shakespeare, Kant, Dostoyevski, Joyce, Nietzsche, Kafka, ha establecido a través de la historia mundos artísticos y sistemas de ideas que se oponían radicalmente a todos los poderes entronizados. Si solo fuéramos los lugares que impone sobre nosotros el poder nunca hubiera nacido la libertad, ni hubiera habido evolución histórica y la originalidad literaria y artística jamás hubiera brotado”.


El siglo XXI tiene retos inéditos para cualquier creador. Que sea lo inteligente lo que venza en un campo en donde los grandes talentos han trascendido, a pesar de haber sido vencidos en su momento. 


Twitter: @perezlopresti

Ilustración: @Rayilustra 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 14 de noviembre de 2017



martes, 7 de noviembre de 2017

Winston Smith y la esperanza


Cuando Winston Smith sintió el aroma penetrante del café tostado que llegaba del fondo del pasillo, se detuvo involuntariamente. Durante algunos segundos volvió al mundo medio olvidado de su infancia.

Este párrafo es uno de los que compone el libro 1984 de George Orwell. Cuando un pensador intenta exponer los contenidos de una reflexión a través del ensayo, el libro tiende a padecer el confinamiento de solo ser leído por élites. El ensayo, de manera general, al plantearse como un texto específico acerca de un asunto puntual, reduce su potencial de expansión. Cuando el hombre de ideas hace uso del arte para manifestar las cosas que le interesan, el alcance de la obra va mucho más allá, al extremo de poder inundar los sitios más inesperados.

La dimensión artística le da fuerza a los poderes que posee la obra y trasciende en su capacidad de difusión a una mayor cantidad de personas. Lo vemos desde: en Don Quijote de La Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra hasta en El nombre de la Rosa de Umberto Eco.

1984 es una novela que, entre otras cosas, trata de alertarnos acerca de la desgarradora experiencia de vivir en un totalitarismo. Obviamente Orwell se refiere a los grandes experimentos sociales que ocurrieron en el siglo pasado y pareciera que todo el tiempo está tratando de advertir acerca de que esos peligros no deberían volver a ocurrir más nunca, porque se trata lastimosamente de aplicación de técnicas harto conocidas de control social a grandes grupos humanos, que jamás debería repetirse.

Sin embargo, para muchos, al ser una expresión de carácter artístico que trata de prevenir los peligros de lo transitado, les queda la impresión de que se trata de un curioso y emocionante relato acerca de los infortunios de un individuo en relación a problemas históricos ya superados. ¿Por qué el hombre en general no tiene conciencia histórica de su pasado atroz? La respuesta es tan sencilla como abrumadora: Porque tampoco tiene idea de lo que le acontece. El hombre de cualquier tiempo ni entiende ni está consciente del tiempo que está viviendo, lo cual es una paradoja perfecta.

Al hallarse inmerso en su propia época, el ser humano no puede comprender el tiempo en el cual vive porque no posee la perspectiva histórica para analizarlo, así como tampoco puede comprender bien el pasado porque simplemente no lo vivió y lo que atrapa de ese tiempo que ya no existe es una suerte de interpretación deformada de las cosas.

Esa doble condición, la de no poder atrapar mentalmente el pasado y de no entender el presente por estar abrumado en su seno, marca nuestra forma de pensar y hace que bajemos la guardia y abriguemos las más ingenuas esperanzas con respecto a la manera de solucionar los problemas.

Si hay alguna esperanza, escribió Winston Smith, está en “los proles”. Winston pensó que “los proles” seguían con sus sentimientos y pasiones. No eran leales a un Partido, a un país ni a un ideal, sino que se guardaban mutua lealtad unos a otros. Winston llegó a pensar que algún día muy remoto recobrarían sus fuerzas y se lanzarían a la regeneración del mundo. Esta lectura de la realidad habla de su ingenuidad, puesto que en realidad lo único que representa la esperanza en 1984 es Winston Smith, porque es capaz de darse cuenta de lo que está ocurriendo y se vuelve potencialmente peligroso para la estructura totalitaria. Lo único que representa la esperanza en cualquier sistema totalitario es el individuo y es desgarradora su suerte porque se convierte en una amenaza para el sistema.

Cuando escucho dirigentes políticos de cualquier tiempo abrigando las más disonantes ideas, siempre me he preguntado de qué clase es su ego que los castra intelectualmente y los anula. ¿Acaso un dirigente social de cierta jerarquía no debería tener un mínimo de formación intelectual que le permita discernir acerca de cuáles asesores escoger? Ha sido suficiente el camino andado para no repetir los mismos errores de manera circular hasta el infinito. El individuo con liderazgo, desde el plano de sus convicciones bien estructuradas, es un catalizador de cualquier cambio que se desee impulsar, y lo es porque en su afán de obtener logros puntuales, no se deja abatir en lo que respecta a sus convencimientos.

El líder es líder precisamente porque es el que orienta en relación a lo que se debe hacer y no se amilana ante la infinitud de insulsos puntos de vista que rodean y minan su camino. Es líder porque es capaz de filtrar lo que escucha y no deja que sus propósitos sean aplastados. El líder es sordo ante la estupidez.

El siglo XX dejó claras y espantosas enseñanzas que le anularon la vida a varias generaciones de personas, pero a la vez produjo genialidades sin par. George Orwell es consecuencia de ese atroz tiempo. Que en el siglo XXI se repitiesen tragedias similares a las que ocurrieron en el siglo XX es una condena que solo le puede ocurrir a pueblos con individuos y liderazgos muy desprevenidos.


Twitter: @perezlopresti 


Ilustración: @Rayilustra 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 07 de noviembre de 2017


miércoles, 1 de noviembre de 2017

El camión de los refrescos


Hay personas a quienes el pasado los persigue como una especie de sombra maligna que los deja atrapados en una suerte de mundo de pesadillas recurrentes. Gente que por privación o depravación de su entorno, son devorados por las circunstancias que les ha tocado vivir. Cada evocación al pasado es fuente recurrente de malestar y se les dificulta salir de esa especie de hueco de donde no logran emerger.

Otros sortean los más indescriptibles obstáculos, se oponen a las circunstancias más oscuras, tienen en la vida una gran claridad de propósitos y alcanzan las metas que se plantean. Se implantan ante los infortunios, confrontan los accidentes y el pasado es una suerte de terreno en donde por más duras que fueron las circunstancias, se impone el temple del combativo, en quien por estructura no hay manera de vencer, porque la vida es la representación de que se está para luchar y el pasado es el ejemplo de ello, ya que se han impuesto a los acontecimientos.

Un tercer grupo, entre quienes me incluyo, vemos el pasado con cierta placidez. Tendemos a pasar la página como modo de conducirnos y recurrimos a lo vivido para saber qué se debe hacer ante una circunstancia en particular. Cada vez que tengo dudas con respecto a algo, trato de recordar alguna anécdota o conseja de mis padres y el asunto se resuelve con relativa facilidad. La experiencia vital de tener figuras parentales sólidas, afectuosas y presentes es el gran regalo que nos ha dado la vida.

Como el anecdotario de cada uno es la brújula con la cual va construyendo la realidad, a veces, cuando las cosas aprietan, evoco mi pasado y cuando el asunto es muy duro, la evocación va directa a la infancia. Soy de las personas que tuvo la fortuna de tener una infancia feliz. Crecí en una Venezuela en donde la gente desbordaba de amabilidad y casi todo el tiempo que podía, andaba en una bicicleta, a toda velocidad, dando vueltas por todas partes con una sonrisa de oreja a oreja.

Debo tener más de trescientos puntos de sutura en el cuerpo con sus respectivas cicatrices y brazos, piernas y costillas fracturadas y la mitad del pie izquierdo inmóvil. Por fortuna, no me llevaron al psiquiatra y si lo hicieron debe haber sido muy bueno porque nadie me diagnosticó déficit de atención con hiperactividad ni Asperger, categorizaciones frecuentes con las cuales sale del consultorio un abultado número de niños del siglo XXI. Cuando yo era niño, simplemente era “tremendo”, que era la tipificación que se usaba en la época.

De ese anecdotario del cual suelo sacar una historia de vida cada vez que establezco comunicación con un grupo, hay una en particular que ha estado dándole vueltas a mi cabeza en estos días y es lo que me pasó con el camión de los refrescos, suerte de imperativo de aprendizaje moral que me quedó para siempre. Los camiones de refresco estaban en todas partes y había un servicio de reparto a domicilio de gaseosas una o dos veces por semana. Usualmente era un conductor y su ayudante, quienes casa por casa iban repartiendo cajas de refrescos que incluso algunos clientes pagaban a final de mes. Mis amigos solían sortear a los trabajadores del camión y de manera recurrente hurtaban refrescos y los mostraban literalmente como un trofeo. En realidad no era por no poderlos comprar, sino por realizar el transgresor acto de robarse la bebida y luego exhibirla generando aplausos. A mí la cosa me parecía un poco rara porque mi madre siempre nos hablaba de lo malo que era robar y mis compañeros hacían alarde de lo sustraído.

Debo haber tenido menos de diez años cuando comenzó mi carrera delincuencial y aproveché que el conductor estaba en la cabina contando plata y el ayudante llevaba una caja de refresco en una carretilla hacia una casa cuando de manera ágil y fugaz me robé la bebida. La emoción fue grande y salí corriendo a mi casa, botella en mano, para mostrarle la gaseosa a mi mamá.

Llegué a la casa y le dije a mi madre que había robado la bebida, jactándome de la alegría que me producía y esperando que ella se contagiase de mi exaltación por el logro. La cosa es que para que no pudiese salir corriendo, me amarró por los pies y me dio una soberana paliza con un pedazo de manguera. Era la primera vez que me pegaba y ese día y para siempre terminó mi carrera delictiva. Me soltó los pies y yo entendí claramente que lo que había hecho era extremadamente grave y así se lo hice saber.

Mi madre me dijo que ese no era el castigo para el ladrón. Que tenía que ir a devolverle el refresco al trabajador del camión y pedirle perdón. Con la cara roja de vergüenza fui y el hombre me dijo que me quedara con la bebida, que la disfrutara y tuve que rogarle que me la aceptara porque de lo contrario mi mamá me iba a rematar al llegar a la casa. Una sonrisa de medio lado se le escapaba al repartidor. Creo que a los niños no se les debe castigar físicamente, mas viéndolo en perspectiva: ¡qué buena fue esa paliza que me dio mi madre! 





Twitter: @perezlopresti

Ilustración: @Rayilustra 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 31 de octubre de 2017



Psicología y contemporaneidad


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Psicología. Lecturas para educadores


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Para todos y para ninguno y otros ensayos



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