jueves, 28 de septiembre de 2017

Pensar en vivo y directo


La contemporaneidad abre trochas inimaginables con respecto a la presencia del hombre de pensamiento. Sino fue el primero, Theodor Adorno fue, por lo menos, el más destacado de los pensadores que comenzaron a reflexionar sobre un fenómeno profundamente actual y contemporáneo: 
Los medios de comunicación de masas y las posibilidades que tienen, tanto para lo malo como para lo bueno.

Los grandes medios de comunicación, que son tan pujantes e importantes, lo mismo pueden servir para manipular conciencias e imponer consignas, o para difundir temas educativos y culturales. Adorno, testigo presencial de la revolución rusa y dos guerras mundiales llegó a decir que escribir poesía después de la existencia de los campos de concentración se había vuelto imposible, porque la “alta cultura” no puede estar por encima de las vicisitudes materiales e históricas, rematando con la sentencia ¿Cómo hacer un poema acerca del ruiseñor o de la rosa después de haber vivido un horror como el de Auschwitz?

Esa tradición va a continuar con hombres de un impacto avasallante en la cultura occidental como es el siempre recordado Jean-Paul Sartre quien se convirtió en el filósofo como referente político por antonomasia. Independientemente que no se compartan sus ideas políticas, Sartre fue y sigue siendo el ejemplo de cómo el hombre de ideas se puede llegar a fusionar con lo más pedestre de la existencia, que es a fin de cuentas el arte de la política.

Esta línea de filósofos va a desembocar en Michel Foucault y lo que muchos consideran “una nueva manera de hacer filosofía” en la cual ciertas poblaciones son asumidas desde la necesidad de reivindicar sus derechos como el caso de los homosexuales, los presos y los enfermos mentales, llegando a un punto en el cual estos temas hasta ese momento marginados se terminaron convirtiendo en bibliografía casi obligatoria en cualquier universidad del planeta. Para Foucault la identidad social se construye perversamente y se establecen políticas de exclusión que afectan al individuo etiquetándolo como manicomial, hospitalario o carcelario y lo vuelve asunto central tanto de su obra como del debate de los filósofos que tradicionalmente excluían estos asuntos. Lo importante no es intentar conquistar el poder sino establecer la pura posibilidad de resistencia. No pudo ser más cruel la vida con Foucault quien termina convirtiéndose en un enfermo de SIDA y muere por esta condición.

Esta relación entre el hombre de ideas y su tiempo deviene en la Venezuela del siglo XX con la presencia de Arturo Uslar Pietri y su insólita relación con los medios de comunicación, convirtiéndose en un caso único del gran pensador que sale al ruedo de la vida pública tanto a través de la política como con el uso de los medios de comunicación audiovisual, particularmente la televisión y sus infinitos alcances.

Pero la contemporaneidad da para más y a esta saga de hombres de carácter mediático y abrumadoramente cultos se acopla Fernando Savater  y va a hacer de lo audiovisual el instrumento para la difusión de las ideas a escala planetaria, siendo un espectáculo deslumbrante el escuchar sus siempre atinados y sobrios planteamientos acerca de múltiples filósofos y temas propios de nuestro tiempo.

De los hombres de ideas que siguen dando qué pensar, Mario Vargas Llosa no deja de impresionar por sus espectaculares artículos de prensa tan eruditos como insuperablemente escritos. Vargas Llosa tal vez sea el último gran pensador latinoamericano de alcances universales, en quien se acoplan el dominio a la perfección de un arte como la literatura con la disquisición filosófica y la posición política sin ambages, la cual agradecemos. 

El descomunal esfuerzo que significa ser un pensador en el controvertido mundo de hoy no solo es algo que se reconoce con vehemencia, sino que nos lleva a un asunto que induce que nos hagamos la interrogante de por qué aparecen figuras tan notorias como Theodor Adorno, Jean-Paul Sartre, Michel Foucault, Arturo Uslar Pietri, Fernando Savater o Mario Vargas Llosa y la respuesta puede ser llana: Precisamente es el conflicto personal que cada uno de ellos ha establecido con el tiempo que les ha tocado vivir lo que los ha llevado a cultivar sus ideas, pero más interesante aun, la presencia de carácter mediática o su interés en los medios masivos de comunicación es lo que los ha catapultado a tener una visibilidad y una presencia en la sociedad que no sería posible sin la existencia de las más novedosas tecnologías y los nuevos medios.

El siglo XXI pareciera depararnos sorpresas más intensas y de un carácter absolutamente original, en donde el hombre de ideas, lejos de desaparecer, será parte de las nuevas y tormentosas formas de expresarnos, en donde como suele ocurrir con los grandes fenómenos de multitudes, serán pocos los que podrán vanagloriarse de haberse salido triunfadores, para hacer un lugar un tanto mejor este extraño planeta que habitamos. 


Twitter: @perezlopresti

Ilustración: @Rayilustra 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 26 de septiembre de 2017

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sábado, 23 de septiembre de 2017

Historia de la sinrazón por Mariano Nava Contreras


Era el año 2008 y los venezolanos vivíamos el dulce embeleso de la difunta Cadivi. Es verdad, se nos dejó derrochar y se nos hizo creer en el espejismo de una economía ficticia que pensábamos duradera, aunque algunos pudieron advertir de la mentira. También es cierto que unos pocos sensatos supieron aprovechar la efímera bonanza. Sé incluso de quienes viajaron, se ilustraron y cultivaron, lo cual, se ha dicho, es una de las inversiones más provechosas. Recuerdo que por aquel año fue a un congreso de psiquiatría en Washington mi amigo Alirio Pérez Lo Presti y yo le encargué un libro recién editado el año anterior, pues por aquel entonces podíamos darnos tan excéntrico lujo.

El libro era un estudio acerca de las emociones en los antiguos griegos, The Emotions of the Ancient Greeks. Studies in Aristotle and Classical Literature, del helenista norteamericano David Konstan, que me trajo mi amigo Alirio aún oloroso a tinta de las prensas de la Universidad de Toronto. A Konstan, autor de estudios imprescindibles para entender el pensamiento y la literatura de la Grecia antigua, lo llegamos a tener a mediados de los noventa en la Universidad de Los Andes, en aquellos tiempos en que nos podíamos dar el también hoy impensable lujo de invitar a profesores importantes.

El libro trata del papel de las emociones en la literatura y el pensamiento de los antiguos griegos. Como advierte el autor, ya en el primer verso de la Ilíada, el primer poema de la literatura occidental, aparece el nombre de una emoción en torno a la que gira y se construye todo el poema: “Canta, diosa, la cólera del Pelida Aquiles…”. La cólera, mênis, es, pues, la primera emoción que nombra la literatura. A partir de ahí Konstan traza un recorrido por doce emociones positivas y negativas: rabia, satisfacción, vergüenza, envidia, indignación, miedo, gratitud, amor, odio, lástima, celos y dolor. No sin advertirnos de que estas emociones eran concebidas por los griegos bajo nombres muy diferentes a los nuestros, el autor muestra los principales lugares donde aparecen en el vasto territorio de la literatura griega, hasta llegar a Aristóteles.

¿Por qué Aristóteles? En su Retórica, el filósofo hace un estudio de las emociones en tanto que instrumento de manipulación. Para los antiguos griegos como también para nosotros, el propósito de todo discurso es la manipulación, que ellos llamaron peithô, y que llegaron incluso a considerar una divinidad. En efecto, Peitó, según algunos poetas, es una de las irresistibles doncellas que conforman el cortejo de Afrodita. Para otros, más avisados de su poder sobre la polis, es hija de Prometeo y hermana de Eunomía, las “buenas leyes”. Lo cierto es que la Persuasión ocupa un lugar fundamental en la convivencia humana. Para Aristóteles, se trata del fin último de todo discurso. Toda pieza oratoria tiene como objeto persuadir. Y en ese sentido, todo discurso bien dispuesto debe saber excitar y manipular las emociones del auditorio. De ello depende su efectividad, es decir, su éxito o su fracaso.

Las técnicas de la manipulación comprenden, pues, un saber de las emociones y por tanto un conocimiento profundo del alma humana. Su control implica el dominio de los poderes de la palabra, y por consiguiente, la posesión de un arma efectivísima para lograr el ascenso político, el poder sobre la polis. Por eso la retórica, el dominio de la palabra, es tan peligrosa y subversiva. Se trata de un hallazgo perfectamente endosable al original genio de Aristóteles. En ningún otro momento se encuentran de manera tan íntima y coordinada la política, la literatura y la psicología. La Retórica de Aristóteles es, a la vez que un estudio que aborda una parte fundamental del arte literario, también un manual de política y un agudo tratado de psicología.

Es una de las cosas que nos quiere decir el libro de Konstan: que la civilización y la convivencia política hunden sus raíces en la densa noche de lo irracional. Que, desde Homero hasta Aristóteles, la cultura griega, y por tanto la nuestra, se ha nutrido de las fuentes inciertas de lo emocional. Claro que no se trata de un hallazgo exclusivo. Como advierte el mismo autor en su prefacio, el estudio de las emociones en la antigüedad se ha vuelto popular entre los clasicistas durante los últimos treinta años. Quizás su más célebre antecedente sea el clásico estudio de E. R. Dodds, Los griegos y lo irracional, aparecido en 1951 bajo el sello de la Universidad de California. En su trabajo, Dodds estudia las fuerzas irracionales presentes en la cultura y en la literatura griegas, y reacciona contra el mito de una Grecia guiada absolutamente por la razón.

Hoy, cuando la estupidez y la locura de los acontecimientos políticos excitan incontrolablemente la emocionalidad colectiva, quizás convenga recordar lo que ya antes sabían muy bien aquellos viejos griegos: que casi siempre política son pasiones y no razones.




Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 22 de septiembre de 2017



martes, 19 de septiembre de 2017

Cincuenta kilómetros por hora


La vida es como uno de esos tubos de cartón en donde se enrolla el papel. Si se es muy joven, cuando echamos una mirada a través del mismo, lo vivido pareciera corto y fugaz, como pasa cuando observamos a través del tubo de papel toilette. Si la vemos en justa dimensión y hemos vivido lo suficiente, me parece pertinente compararla con uno de esos rollos de papel para lavarse las manos. Si la vida es larga e intensa, podría compararla con esos tubos alargadísimos, en donde se enrolla la tela. 

Cuando a alguien sufre de un colapso emocional, como una vivencia negativa fuerte, el tubo sencillamente se aplasta por completo y todos los tiempos se fusionan. Cuando eso ocurre, no podemos ver el pasado linealmente y las cosas malas se amontonan, perdiendo de esa manera el carácter de temporalidad. Lo remoto, en una vivencia depresiva, se achica y se junta con lo presente y cuando cunde la desesperanza perdemos la capacidad de ver en perspectiva y sentimos que el pasado nos persigue. Son las terribles jugadas que a veces nos hace el inconsciente.

Este año que corre entré en mi quinta década de vida. No podía dejar pasar esta vivencia por debajo de la mesa y antes de que el tiempo siguiese marcando sus pautas, necesitaba escribir unas palabras sobre eso. He tenido cincuenta años de una vida en la cual, dependiendo de las circunstancias, he dado importantes golpes de timón y tomado decisiones que han cambiado mi  existencia y la de otras personas. Cinco décadas son suficientes para haber tenido varios empleos, haberle dado varias vueltas a mi país, experimentar la experiencia fascinante de largos viajes y conocer lugares extraños, así como las personas más inimaginables. Formado como médico desde edad muy temprana, tengo la experiencia de conocer la cara mórbida de la vida. Lidiar con la enfermedad y la muerte y tratar de vencerla ha sido una vocación y una obcecación recurrente. Habiendo trabajado en un hospital psiquiátrico durante casi una década, el horror de la locura me es cercano.

He sido aficionado a la velocidad y el culto por los automóviles no sólo honra mi herencia italiana, sino mi presupuesto. Las metáforas con los carros me gustan. Afortunadamente dejé de fumar  hace ya algún tiempo y alguna buena colección de finos puros y habanos todavía se encuentra en el baúl del tabaco, junto con una extraordinaria picadura que compré en un tarantín de Ámsterdam, la misma ciudad maravillosa y fría en donde casi me matan de una puñalada.

En Ciudad Bolívar, en alguna taguara, hace ya muchos años compartí tragos con mineros que pagaron la cuenta completa con un puñito de oro sacado de las recónditas minas y en el Amazonas me hice compañero de viaje de un viejo y destornillado cazador de tigres que vendía hasta el último diente de cada felino que mataba, como amuleto de la suerte. Cuando crucé el Estrecho de Magallanes quedé impresionado con una familia que iba a trabajar al fin del mundo como cocineros de un barco ballenero. “La familia nunca debe separarse” me dijo la joven y dura matriarca, mientras abrazaba a su esposo y los cuatro niños se protegían de la ventisca abrazando las piernas de los padres.

Melómano enfermizo, la música es una especie de elixir con la cual suelo obsesionarme y desde el folklor venezolano hasta las guarachas de los lupanares, lo melódico ha acompañado mi existencia, siendo poco escrupuloso a la hora de escuchar y extremadamente riguroso al seleccionar con cuáles géneros y temas me he de quedar. He leído y he escrito y lo he convertido en una pasión. He publicado algunos libros y otros esperan por invadir espacios. Un buen amigo cree que es mejor leerme que escucharme, porque según él soy tartamudo. Por mi parte estoy consciente de que soy bastante cegatón y escucho mal por el oído derecho.

He vivido cincuenta años y he amado, así como también he vivido la experiencia del desamor. Mi culto por lo femenino se ha hecho radicalmente selectivo y en una mezcla de fascinación y temor, creo que la mujer es la gran religión.

Desde edad temprana he sido docente. Habiendo cultivado algunas disciplinas, he podido dar clases de varias materias, como: filosofía, la personalidad, semiología psiquiátrica, clínica psicopatológica, psicoterapia y otras tantas. Actualmente en el Departamento de Psicología y Orientación de la Universidad de Los Andes (Unidad Académica de la cual he sido Jefe en tres oportunidades), dicto las materias psicología general y psicología evolutiva. Espero haber enseñado bien.


En uno de los cursos que doy, hablo del desarrollo psicosocial de Erik Erikson quien considera que entre los cuarenta y los sesenta y cinco años la persona se debate entre la “generatividad” y el estancamiento. Espero seguir produciendo para mis seres queridos, mis amigos, mis alumnos y mis pacientes, aunque ya no como un fórmula uno. Tengo la idea de que me estoy convirtiendo en una especie de clásico. Un Camaro a cincuenta kilómetros por hora.


Twitter: @perezlopresti

Ilustración: @Rayilustra 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 12 de septiembre de 2017




martes, 12 de septiembre de 2017

Gente buena


Las sociedades que viven con un mínimo de armonía son aquellas en las cuales el poder y control social se reparten o se alternan. Son las reglas básicas de convivencia en el mundo occidental y tratar de vulnerar la posibilidad de compartir o repartir espacios de poder solo conduce a mayor conflictividad y sufrimiento colectivo. Para muchos, ya es largo el tiempo que llevamos enfrentándonos. Para otros, penosamente, es apenas el comienzo.

La etología” es la disciplina que estudia el comportamiento animal en relación comparativa con el comportamiento humano. Se encuentra estrechamente ligada a las ciencias biológicas y en especial al evolucionismo darwiniano. Es una ciencia nueva (surgió poco después de la Segunda Guerra Mundial) y sus pioneros fueron el austríaco Konrad Lorenz (1903-1989) y el neerlandés Nikolaas Timbergen (1907-1988).

Una de las cuestiones éticas más importantes planteadas por la etología se refiere a la agresividad; es decir, la tendencia a la autoafirmación a través de contenidos competitivos, que Lorenz consideró como un “instinto inevitable y positivo”, identificándolo como un ingrediente esencial para la supervivencia de las especies animales.

La ciencia y la tecnología han transformado la condición humana y durante los últimos diez mil años se han inventado armas cada vez más complejas, desde la piedra tallada a la bomba atómica, y esto ha llevado a un evidente desequilibrio, puesto que el hombre no ha desarrollado frenos instintivos a la agresión, acordes a su enorme capacidad destructiva. Los tiempos de desarrollo biológico avanzan lentamente mientras el desarrollo de la tecnología es avasallante. Lorenz muestra su convicción de que la solución no consiste en alcanzar un mundo imposible en el que no exista la agresividad, sino en sustituir, con las herramientas de la cultura, los inevitables “retrasos” de la evolución.

Además del estudio de los elementos agresivos propios de nuestra naturaleza, la bondad humana, o comportamiento altruista es de capital relevancia para esta disciplina. En etología se puede hablar de comportamiento altruista cuando un individuo asume un sacrificio para favorecer a otro, hasta el punto de poner en riesgo su propia supervivencia. Este fue identificado por Charles Darwin en los insectos sociables como hormigas y abejas, en los que es habitual la renuncia a la propia vida para favorecer la supervivencia del grupo. Pero este esquema de comportamiento constituía un enigma irresoluble para el evolucionismo tradicional, ya que entraba en contradicción con la lucha por la supervivencia (según ésta, el individuo siempre intenta prolongar al máximo su vida). El mayor logro de la disciplina llamada “sociobiología” es haber ofrecido una fina explicación al fenómeno del altruismo.

Los sociobiólogos subrayan que el criterio clásico de la supervivencia individual no es capaz de explicar el comportamiento de los insectos y de los animales superiores. Un ejemplo de comportamiento altruista es el proceso reproductivo (procreación, cuidado y educación de la prole), que compromete a los animales a una serie de actividades muy costosas desde el punto de vista individual (la renuncia a reproducirse aumentaría sus posibilidades de vivir más tiempo). Según E. O. Wilson (Sociobiología, la nueva síntesis, 1979), la solución se alcanza colocando como protagonista de la evolución a la secuencia genética de la que el individuo es portador, y no al individuo a sí mismo.

Estos conceptos forman parte de la percepción que muchos tenemos acerca de la manera como se condicionan nuestras conductas y formas de conducirnos. En el libro de mi autoría titulado Psicología y contemporaneidad (Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes, 2a reimpresión de la 1a edición, 2015), desarrollo la idea de que “todo elemento asumido como cultural posee un trasfondo, de carácter biológico, que induce su perpetuación si es necesario o considerado beneficioso para la preservación de la especie”. De ahí que cada día se vuelve mayor mi interés en tratar de comprender las bases psicológicas de las sociedades que se mantienen en conflictividad permanente como ocurre con la nuestra.


Desde el psicoanálisis hasta la teoría de los juegos, pasando por la etología, son muchas las vías a través de las cuales se intenta clarificar el enmarañado caso venezolano. Indagar sobre extrañas conductas es uno. Desde el comienzo del conflicto nacional, se ha apostado en que somos una especie de sociedad dividida en dos bandos de carácter irreconciliable, siendo el fin último que uno de los bandos termine por aplastar al otro. Nada puede ser más ajeno a la realidad que ver el asunto venezolano con la simplicidad de quienes hablan con términos como “polarización” y otros desatinos lingüísticos. En realidad se trata de una falsa conflictividad entre falsos rivales, para llegar al falso fin último de someterse unos a otros. Un caso extremo y único de manipulación de masas.

Twitter: @perezlopresti

Ilustración: @Rayilustra 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 12 de septiembre de 2017

martes, 5 de septiembre de 2017

El volcán


La montaña rusa de emociones por las cuales se pasea cualquier venezolano en los tiempos que corren no tiene precedentes en la historia de la nación. Lo vemos en la cotidianidad, en las conversaciones de rigor y en la calle que se hace más dura en cada jornada.

Desde la psiquis, nos defendemos frente a lo que acontece, desarrollando mecanismos adaptativos como la “negación”, que es no ver lo malo o tratar de minimizarlo para que no nos afecte. Es una manera muy básica de lidiar con lo que nos perturba, aunque de todas maneras la guadaña de la vida nos jala tarde o temprano por el pescuezo y caemos de platanazo frente a la realidad. Salarios que no alcanzan ante el espantoso problema inflacionario ponen a más de uno a la defensiva; si a esto le sumamos la pobre capacidad para estructurar un futuro más alentador, muchos actuamos como si se tratase de un espacio de supervivencia.

En términos generales las emociones negativas básicas son la rabia,  el miedo y la tristeza y cada una de ellas se dispara frente a puntuales eventos que las desencadenan. La rabia es una respuesta emocional asociada a la sensación de injusticia, el miedo aparece ante la amenaza y la tristeza es una respuesta desencadenada por la pérdida.

Estas tres emociones están a flor de piel en muchos de nuestros connacionales y lo peor de todo es que las tres emociones se pueden presentar de manera simultánea. Pero si decimos que muchos de nosotros están desarrollando miedo, rabia y tristeza a la vez, entonces tenemos a una sociedad con elevados niveles de tensión y cualquiera con un poco de sentido común puede inferir que no es poca cosa una sociedad enferma en el alma y las secuelas las vemos en cada rincón.

Creo que los niveles de frustración ciudadana poseen una energía potencial que debe ser canalizada de manera prudente o tarde o temprano el volcán que hierve en el sustrato del entramado nacional seguirá reventando de las maneras menos apropiadas para todos. No es posible pretender mantener a la nación en una situación de crisis perpetua porque en una sociedad como la nuestra no existe adaptación al dolor emocional.

Los romanos lo solucionaban de manera pragmática con pan y circo. La diferencia es que en la antigua Roma tanto el pan como el circo no le costaban ni un denario al ciudadano. En nuestro caso y en nuestro tiempo tan particular, en donde la micro-tecnología ya es parte de nosotros, ante una población patológicamente politizada, pareciera que son pocos los bálsamos que logran aplacar la dolencia y el malestar, entre otras razones porque las maneras más elementales de distracción tienen un valor al cual no se puede acceder.

¿Cómo se distrae un venezolano común y corriente en el siglo XXI? ¿Cuáles son las ofertas culturales a las cuales puede aspirar una persona? ¿Cómo percibe el presente y el futuro la gran mayoría de los habitantes de nuestro país? ¿En quién se puede creer cuando ha cundido la sensación de suspicacia hacia quienes ostentan el rol de ser líderes? ¿Quién puede pretender llevar una vida normal si malgastamos gran parte de nuestra energía en estar pendientes de los lugares a los cuales llegan de manera espasmódica los productos básicos para vivir? ¿Cómo no sentirse ansioso frente a la posibilidad de enfermarse y la imposibilidad de conseguir la medicación requerida? Son interrogantes que están en el ambiente y a las cuales no se les da un desagüe apropiado, condicionando el caldo de cultivo para los más desalentadores escenarios.

Las mejores naciones son las que consagran los mayores niveles de seguridad a los ciudadanos, siendo esta necesidad concretada por cosas elementales que aquí perdimos hace rato, como el derecho a la integridad personal, a una alimentación de calidad, una educación para el trabajo y la productividad, de un sistema de salud que nos garantice la atención oportuna y la posibilidad de progresar en función de futuro a través de la consecución de metas concretas. Aunado a esto, el tiempo de ocio debe ser tomado en cuenta (y muy en serio) porque el ocio bien canalizado es sinónimo de distracción y goce y mal canalizado lleva a lo adictivo y delincuencial. Hemos devenido en una pobre sociedad de pobres sin necesidad porque en los años de las vacas gordas no hicimos la tarea para prepararnos para los inevitables tiempos que estamos transitando.

Por mucho que se le quiera dar una fachada ideológica, el problema venezolano ha pasado a ser una pobre lucha para controlar espacios básicos de poder, sin medir las consecuencias que padece uno de los más maravillosos pueblos que ha existido, de generosidad incomparable y amabilidad sin par, donde la solidaridad era nuestra carta de presentación.  Ahora nos invaden nuestros peores temores, las más inimaginables pesadillas y los más retorcidos sentimientos, convirtiéndonos cada día en pregoneros de las más insufribles letanías, que harían reír a cualquiera si no fuese porque adquirieron los matices de una tragedia.  


Twitter: @perezlopresti

Ilustración: @Rayilustra 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 05 de septiembre de 2017

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