lunes, 21 de diciembre de 2020

AMIGOS por Roger Vilain



Conocí a Alirio Pérez Lo Presti hace una punta de años. Desde entonces, la amistad ha sido una presencia que sabemos al alcance de la mano. No sé tú, pero en cuanto a mí, los amigos andan esparcidos por el mundo y qué más da, los sabemos, los intuimos, nos llena su presencia a cualquier hora y eso basta para darle carnadura desde ya al hecho feliz del próximo encuentro, aquí o allá o donde dispongan los hados. 

Decía Borges que la amistad no necesita de la frecuencia porque, a diferencia del amor, no caben en ella dudas, ansiedades y demás cuestiones por el estilo. Vaya si tenía razón el argentino. La amistad, una vez que se despliega por donde le venga en gana, crea en ti la certeza de que no volará en pedazos gracias a geografías, relojes o almanaques, así que tienes un amigo, lo ves cada tres o cuatro años y cuando por fin coinciden en el bar de alguna esquina, en tu casa o la de él o charlan media hora vete a saber en qué plaza, o calle o aeropuerto, pues nada, vives el asunto con la impresión de que la última velada ocurrió el lunes pasado. 

Con Alirio me pasa lo que con los escritores y sus libros, es decir, mantengo diálogo constante a través de lo que escribe. Mi amigo Alirio Pérez Lo Presti es un hojalatero de la palabra que entre página y página deja colar guiños, perfomances y formas de entender el mundo que suelo atrapar en el aire y responder ipso facto, ahí mismo, sentado en el sofá de mi sala que es atalaya perfecta para echarme en brazos de asuntos como éste. A veces los diálogos guardan bastantes coincidencias mutuas y en ocasiones dan pie para debates de lo más cojonudos, polvaredas que para qué te cuento, divertidos por donde metas el ojo. 

Mi buen amigo, un hedonista al mejor estilo de los griegos antiguos, aprecia vinos, puros, viajes, libros con una sabiduría que raya en lo asombroso -no exagero un ápice- y es capaz de disertar medio día acerca de la historia del tabaco en América, el papel del saxo en las orquestas de jazz contemporáneo o las implicaciones del psicoanálisis freudiano a propósito de la realidad política latinoamericana. De ahí que cuando le llevo la contraria -no lo niego, un poco por joder- enciendo a máxima potencia el ventilador de ideas, opiniones y argumentos que termina o por convencerme del todo, sin protesta y sin reparo en relación con lo que dice, o por espantarme sin chance de regreso debido a semejantes andanadas. Contundencia de cabo a rabo. 

Creo en los amigos porque tengo algunos que sustentan tal verdad con creces. Alirio por supuesto es uno de ellos y, desterrado en Santiago de Chile -ya caeremos por esos lugarejos así que guarda una botella y mucho hielo- ha resultado de los psiquiatras con los que ese país ganó de calle. Imagino su trabajo, sus talentos y su entrega a un Chile que lo recibió como suyo y sin dudas el producto es oro puro. Pero decía arriba que creo en los amigos mientras sirven estas líneas para dar cuenta de una verdad a veces disminuida. Conozco gente que perdió la fe hace años, sé de personajes incapaces de llevar a los amigos más allá de la otra cuadra, cosa que demuestra cierta realidad que mi abuelita repetía como se repiten los mantras: hay de todo, hay de todo, sí, y no te queda otra que elegir, ubicarte, tomar partido, construir lo que supones o imaginas con antelación. 

Que los amigos brillen por su presencia es un hecho para celebrar. Alzo mi cerveza y brindo por la fortuna de conversas, parrandas, combates en mitad de la calle y tantas aventuras sobre las olas de los días. En fin, la amistad al rojo vivo mientras haya quienes la cultiven. Y enhorabuena. 


Publicado en ORBI NEWS el 20 de diciembre de 2020. 

martes, 15 de diciembre de 2020

Tres sospechosos

 


Si tuviese que opinar acerca de cuáles han sido los tres hombres de pensamiento que más influencia han tenido en la historia de la cultura occidental desde el siglo XIX hasta el presente, no dudaría en afirmar que Marx, Nietzsche y Freud son los cabecillas.

“Maestros de la sospecha” es la célebre expresión que el filósofo Paul Ricoeur utilizó para designar a estas tres genialidades que siguen dando qué pensar en un siglo que obliga a replantearse la forma como se conciben las relaciones humanas y los nuevos cambios que acontecen.

Cada uno de estos pensadores propone una manera de entender al hombre y a lo que lo circunscribe, pero tal vez lo más trascendente es que plantean desde ángulos diferentes, estrategias para la resolución de la dura tarea de “ser un ser humano” en un mundo que cambia de prisa.

Para Marx, son las fuerzas económicas las que explican la condición humana, siendo el marxismo a fin de cuentas una propuesta para cambiar el curso de la civilización, en otras palabras, un método. Los intereses económicos y la recomposición de estos habrían de ser el camino para la creación de una nueva sociedad. Sin embargo, de esta premisa han surgido las peores formas de totalitarismo y cercenamiento de libertades. El fracaso marxista y la testaruda insistencia en retomarlo, sigue dejando huellas de dolor y desolación, que amenazan con prolongarse en este siglo que va sumando años.

En Nietzsche, se cuestiona la esencia misma del hombre, pues plantea una genealogía de la moral que habría estar más allá del bien y del mal”. Para entender a Nietzsche, hay que asumir que expresiones como la de señalar que “la esperanza es el peor de los males, porque prolonga el sufrimiento humano”, conducen a tratar de superar nuestra situación de seres vivos por un ser superior, un “superhombre”, que sería un intento de perfectibilidad de lo que somos en  realidad: Seres signados por la debilidad y las ataduras de los prejuicios y las creencias atinentes a lo aprendido para lo cual Nietzsche plantea la idea “política” de crear un hombre mejor. La exaltación de la conciencia individual por encima del colectivismo que castra el ingenio es una manera como el pensamiento del alemán deriva en la construcción de todo un bagaje de ideas que seducen.

Freud pareciera que resucita cada vez que se le da por muerto. La construcción de un sistema de pensamiento basado en premisas sin posible altercación hace que el psicoanálisis sea una manera de entender al hombre. Son las fuerzas más duramente arraigadas en el plano de lo inconsciente las que determinan la actuación humana. El psicoanálisis estudia al hombre desde la envidia que lo mueve, que lo marca y necesariamente envilece. Las fuerzas más oscuras son las que motorizan nuestra especie, condicionando una forma determinista de conducirse que termina por tratar de comprender el motivo del triunfo de lo irracional por encima de la inteligencia; de la barbarie por encima de la humano. Es allí donde entra el método a través del cual Freud plantea una modificación de las bases de la condición inconsciente, elevando al plano racional nuestras peores miserias.

Estos tres pensadores europeos siguen elevando la batuta de las maneras como necesitamos arraigarnos a las creencias para dar estructura a nuestro modo de pensar. Ahora bien, lo insólito de los tres no es lo que los diferencia, sino lo que los une. Para los tres, la conciencia humana es una conciencia falsa. El hombre es en ser desarraigado de su condición porque no se da cuenta de esta. Para Marx somos seres alienados porque las fuerzas económicas determinan nuestra vida. Para Nietzsche la blanda condición compasiva y enclenque hace que seamos desatinados al tratar de entender el mundo y Freud señala que lo inconsciente es lo que marca el destino del hombre.

En fin, que lo más atrayente de estas tres posturas frente a lo que significa la existencia y la condición humana está marcada por la percepción de estos tres filósofos de que el hombre no entiende la realidad que vive y difícilmente será capaz de comprenderla por su incapacidad para darse cuenta de lo que acontece en todo aquello que lo circunscribe. Tres formas de ver la vida, tres caminos para tratar de generar cambios, unidos bajo la paradójica visión de que el ser humano es incapaz de entenderse a sí mismo.

En un siglo que asoma la expansión de formas de pensamiento primitivo, donde se ha cosechado el fracaso de las utopías, y la violencia aterroriza a la humanidad, bien vale la pena volcarse al estudio del pensamiento universal, a sus desatinos y a sus enormes aciertos.

Un tiempo para cultivar la introspección y entender que, por encima de las diferencias, debe ser el respeto y la infinita tolerancia al otro lo que marque la civilización y condicione toda acción humana. Por encima de nuestra incapacidad de comprender el mundo, lo que une a las personas suele ser saludable y lo que las enfrenta entre sí tiende a ser malsano. 

 

Publicado en el libro de mi autoría Para todos y para ninguno y otros ensayos. Consejo de Publicaciones. ULA. 2015.

 



martes, 8 de diciembre de 2020

Sobre el tamaño del mundo

 


En Curazao, Panamá, Ecuador, Perú, Argentina, España, Italia, Finlandia, Emiratos Árabes y tantos otros países tengo amistades con las cuales mantengo comunicación y cultivo afectos. Producto de una diáspora de proporciones bíblicas, cada cual escribe cada día que pasa la historia de su vida y la de sus seres queridos. Pareciera que el fenómeno migratorio venezolano está detenido por la pandemia como si fuese un dique que abrirá sus compuertas al abrirse las carreteras, los puertos y aeropuertos. La migración de los venezolanos en el siglo XXI es un hecho que nos marca con nuestras características, similitudes y disímiles capacidades adaptativas.

Ideítas e “ideotas”

Nada mejor que la cantinflesca expresión de dividir a las personas en quienes tienen ideítas y los que desarrollan “ideotas”. Migrar es asunto serio que requiere de gran preparación logística, puesto que es muy difícil escapar de algo. De alguna manera el viaje del migrante no debe convertirse como fin último en una fuga sino en un intento de encontrar un mejor destino. En ese intento de conseguir un futuro más amable, cada migrante ha de cargar con su sistema de creencias, lidiar con lo valorativo de quien lo recibe y tratar de no entrar en conflicto al tratar de estabilizar las cargas en este acrobático ejercicio. Por eso la migración y la vida del migrante es difícil. No es lidiar consigo mismo sino con una triple dimensión de variables. Herederos de todas las razas posibles, los venezolanos solemos jactarnos de nuestro origen y tendemos a dejar claro de dónde venimos. Ningún país del Nuevo Mundo tiene un origen histórico tan épico como el nuestro y ser producto de esa deriva histórica es parte de nuestra forma de hacernos ver. Es difícil que, en tan complejo trance, nuestra forma de ser sea comprendida desde otras culturas. Nunca habíamos migrado y la tendencia a que nos encasillen con una palabra es una manera fácil y reduccionista de tratar de entendernos.

De todos los confines

Si me preguntan: ¿Cómo somos los venezolanos? Seré claro al explicar algunos aspectos generales, como ser extrovertidos, festivos por naturaleza, con tendencia a reírnos de nuestras propias desgracias, dados a cultivar la amistad, tendientes a confiar en la gente, familiares, generosos, dadivosos, incluyentes y absolutamente directos al expresarnos. Sin embargo, por haber recibido migrantes de todos los confines, particularmente desde mediados del siglo XX, nuestras particularidades se van complejizando muchas veces, al punto de terminar siendo una suerte de fusión de elementos étnicos y culturales que nos vuelven policromáticos y difíciles de comprender. En lo particular, mi madre es italiana de Sicilia, lo cual desde que nací me hizo singular, dado que conservo y cultivo las costumbres del sur de Italia tanto como las de Venezuela. Esa forma de ser y ver la vida es compartida por el innumerable número de migrantes que somos mezcla de variados orígenes culturales y tengamos más de una nacionalidad. De ahí que es dificultoso clasificarnos con un solo término y cada venezolano será particular dentro de nuestras similitudes, asunto que no tuviese ninguna trascendencia sino es porque estamos regados por el mundo, como pocos pueblos en la historia reciente.

Diáspora de diásporas

Bajo ningún concepto se justifica que los venezolanos hayamos tenido que emigrar. No es admisible tamaño desastre en el siglo XXI. Mucho menos después de que fue derribado el muro de Berlín y la humanidad se preparaba para un mundo sin chaquetas de fuerzas e ideologías malsanas. Es simple y ramplonamente una tragedia en la cual cada uno ha quedado marcado por lo que tuvo que vivir en Venezuela y lo obligó a irse. Las historias que he escuchado de nuestros connacionales son tan inverosímiles como trágicas o heroicas. En algunos sitios hemos sido recibidos con respeto, en otros con desconfianza y la xenofobia ha sido tema de rigor al hablar de nuestro destino. La frase de Nietzsche ya es un lugar común en cualquiera de mis compatriotas y decimos sin asombro que lo que no nos destruye nos hace más fuertes. ¿Qué suerte nos espera en un contexto de incertidumbres?

El triunfo de la voluntad

Sin dudas, quienes tenemos la voluntad para trabajar intensamente vamos desarrollando resiliencia por segundo. Nadie dice que migrar es fácil, más cuando se nos cierran fronteras o se nos condena por nuestras ideas con las cuales le damos dimensión valorativa a la existencia. Hemos visto a nuestros amigos volverse famélicos por hambre o morir por imposibilidad de adquirir medicamentos en Venezuela. Nuestra dinámica como país es anecdóticamente espantosa y es obvio que no todos podrán conseguir un mejor destino. La necesidad de encontrar formas de emprendimiento honestas, en un sistema que juega en contra del ciudadano es un gran desafío para cualquier connacional que intente resistir en la que una vez fue la nación más asombrosa y próspera de la región. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 08 de diciembre de 2020. 

martes, 1 de diciembre de 2020

Pre y post contemporáneo

 


Por más que tratamos de entender nuestro propio tiempo, el mismo siempre nos va a ser ajeno. El hombre no comprende la contemporaneidad en la cual vive por varias razones:

1.La contemporaneidad es en esencia cambio en función de presente y esos cambios son de carácter generacional. Conforme aparecen nuevas generaciones, aparecen nuevas necesidades. 2.En realidad las generaciones aspiran a los mismos cambios desde que el mundo es mundo, una apuesta por tener mayores derechos y menos deberes. 3.En la medida que el tiempo va pasando, van surgiendo grietas en el tejido social que con mucha dificultad somos capaces de percibir. Eso impide que podamos prever las consecuencias de los cambios y tomemos las medidas pertinentes para atender las desviaciones sociales a tiempo con el fin de enmendar lo que tuviese lugar. De ahí que el hombre, en cualquier tiempo ha sido ajeno a su propia contemporaneidad, más aún en los tiempos que corren con las variables que modificaron de golpe y porrazo los estilos de vincularnos entre nosotros en el siglo XXI.

Lo pre contemporáneo

Lo pre contemporáneo es lo histórico, que en realidad es historiografía. En otras palabras, lo que entendemos por historia es la recreación interpretada y potencialmente adulterada de quienes se consideran que son los guardianes del pasado. De ahí que no haya una historia sino múltiples maneras de posicionarse ante el pasado, sea para reverenciarlo, intentar replicarlo, denostarlo, tratar de hacerlo desaparecer o mutilarlo. El pasado de alguna manera nos persigue, tanto por su condición inasible como la real.  En cualquier circunstancia, del pasado se podría aprender y del pasado se podría malinterpretar lo que somos. Lo historiográfico, al adquirir una dimensión interpretativa, se vuelve subjetivo. Muchas veces hacemos del pasado un reducto de cómo nos gustarían que hubiesen sido las cosas o expresamos la disconformidad con las mismas. Lo cierto es que el pasado ya ocurrió y paradójicamente está siendo recreado cada día con nuevos y extraños alegatos. En términos generales se esboza la idea de que “todo tiempo pasado fue mejor”, lo cual es una generalización que no podía aplicarse en cualquier ámbito, sino en función de situaciones y lugares concretos.

La post contemporáneo

Lo post contemporáneo es el futuro y si hay un oficio especulativo es el de futurólogo. Podemos esbozar nuestras creencias de lo que va a ser el futuro basados en premisas que deben tener asidero en la realidad. Por ejemplo, podríamos hacer ciertas proyecciones de carácter económico para corto y mediano plazo, pero no a lo largo del tiempo. Así en todos los ámbitos: Relaciones interpersonales, aspectos de nuestra vida laboral, los temas relacionados con la salud y, a fin de cuentas, hasta en función de asuntos atinentes a las costumbres que se asoman por venir. La concreción de todos estos aspectos es más de carácter etéreo que tangible. Del futuro nos puede esperar cualquier extraña sorpresa y la muestra más representativa es la pandemia que azota a la civilización en el año 2020. ¿Quién podía predecirlo? Es la insólita materialización de todos los potenciales temores que podrían ocurrir en un tiempo determinado. Precisamente en este terreno de tratar de desanudar lo que no existe y construir a mandarriazos lo que queremos llegar a ser, se nos va la vida y se cometen los más estruendosos yerros.

Lo contemporáneo

Lo contemporáneo es el tiempo que estamos viviendo y que no podemos comprender. Carecemos de las piezas completas para armar el rompecabezas del presente y a duras penas podemos hacer planes puntuales para asuntos atinentes a nuestras necesidades más prestas. Somos ajenos a lo que ocurre porque generalmente desconocemos los elementos que se mueven tras los bastidores del gran teatro que es la vida en sociedad. Han sido muy encomiables los logros civilizatorios y reivindicaciones en derechos civiles alcanzadas en el siglo XX y lo que va del XXI en algunos lugares de occidente. En oriente las cosas son distintas al punto de que en gran parte de la tierra lo religioso y lo político siguen funcionando en forma similar. Lo que sí creo que tiene cabida en cualquier tiempo y lugar, sea en relación con el pasado, al presente y al futuro es el crítico social.

El crítico social es y ha sido (esperemos que lo siga siendo) una suerte de elemento que advierte o trata de hacer entender a los demás los asuntos que potencialmente están mal en el nicho de lo gregario. El crítico social es por antonomasia contracorriente y tiende a alejarse de las manadas. Quien ve a la sociedad con la intención de tratar de comprenderla es siempre un elemento que ha de ver lo oscuro en su ancha plenitud. Potencialmente será fuente de adoración y rechazo simultáneamente y habrá de entrar en una dimensión controvertida con lo mediocre y malsano. Si llegase a desaparecer, se esfumaría la esencia del individuo, de lo más granado de lo civilizatorio.


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 01 de diciembre de 2020. 

lunes, 23 de noviembre de 2020

Enseñanzas de la pandemia


Seguimos en plena pandemia. Tal vez el único antecedente parecido es la gripe española hace 100 años, en la cual falleció más de cincuenta millones de personas. Podríamos decir que como consecuencia de la actual situación se van a generar espectaculares cambios civilizatorios, lo cual es una especulación que puede fundamentarse en varios aspectos que hasta cierto punto se han vuelto un lugar común en los círculos de pensamiento del planeta. Si la pandemia tiene fecha de vencimiento es un asunto que desconocemos, sin embargo, pareciera que existen algunas cosas que invitan a reflexionar cada vez con mayor solidez, tanto que podríamos hablar de escenarios: Prepandemia, la pandemia y la postpandemia.

La prepandemia

Antes de la pandemia nos ufanábamos de lo rápido que se expandían los cambios propios de le microtecnología y la “inteligencia artificial”. Las redes sociales y las comunicaciones virtuales ya formaban parte de la vida en sociedad. Sin embargo, las diferencias entre países y su capacidad de acceder a estas formas de tecnología siempre estuvo limitada. Los adultos mayores tenían dificultades para asimilar las nuevas herramientas tecnológicas y en materia educativa las inequidades eran abismales entre la gente con posibilidades económicas para acceder a las tecnologías contemporáneas y quienes por vulnerabilidad económica se encontraban francamente en desventaja. Antes de la pandemia había movimientos reivindicadores de minorías, algunos de los cuales actuaban de manera violenta en su lucha por obtener sus derechos y de alguna manera, en occidente, se había dejado a un lado el asunto de cumplir con los deberes. La palabra deberes había caído en desuso.

La pandemia

Desde el comienzo, la virosis es manejada con torpeza ya proverbial. Se deja a discrecionalidad de líderes erráticos el manejo de esta y las tres reglas básicas: 1.Uso de tapabocas o mascarillas (elementos de protección personal). 2.lavado de manos y 3.Distanciamiento físico, no se preconizaron con celeridad. En relación con las medidas de confinamiento y cuarentena ya se sabrá más adelante si se realizaron en el momento adecuado, si se habrán de realizar varias veces o si no era necesario sobredimensionar la utilidad de estas. Simplemente no tenemos el balance final y lo que se diga es especulativo.

Como una paradoja muy cruel, se apuesta a que aparezca una vacuna, como si estuviésemos en los tiempos de Edward Jenner o Louis Pasteur y lo peor de todo: Fracasa el modelo de prevención, de manera que el nosocomio se vuelve el punto más importante del asunto, dando mayor importancia a las unidades de cuidados intensivos, relegando la atención primaria. Las más importantes revistas científicas se equivocan al publicar trabajos de investigación y luego controvertir el resultado de estos, lo cual, sumado a los disonantes discursos de la Organización Mundial de la Salud, terminaron por confundir al mundo entero. La revolución tecnológica da el gran salto cuántico y aparece el teletrabajo y el contacto social virtual como elementos ya introyectados en la cultura. 

Postpandemia

Si se llega a controlar la pandemia: 1.Porque aparezca la vacuna que dé resultados. 2.Se desarrolle un tratamiento farmacológico y la detenga. 3.El virus perdiese su enorme poder de contagio y letalidad o 4.Se contagiase gran parte de la raza humana; sin lugar a duda que va a quedar una gran cicatriz. La recesión económica, el desempleo, la delincuencia y la sensación del “sálvese quien pueda” será parte de los vínculos interpersonales y lo humano quedará más maltrecho de como ya venía. Tardará un tiempo en reponerse la civilización de esta necesidad de salvación a cualquier precio y volveremos a los conflictos bélicos de costumbre y a las calamidades que han acompañado al ser humano desde que existe. Lo que parece haber triunfado de todo esto es la expansión de la microtecnología como elemento que se posiciona por encima de otras dimensiones.

Especulaciones ligeras

Con la pandemia aparecieron como monte los “pandemiólogos” y los relatores de autobiografías que no interesan a nadie porque cada uno trata de sobrevivir a su manera. Si los centros de poder van a migrar, si los Estados Unidos se va a debilitar, si van a surgir nuevas potencias o lugares de concentración de nuevos tipos de poderíos o si el virus se potencia o aparece uno peor, son solamente especulaciones sin mucho basamento, bastante emotividad y ligereza para tratar de darle forma a lo que está por venir. No se suele ser muy exacto en la futurología y los expertos en pandemia todavía no se han posicionado. Resurge, eso sí, la mezquindad que es parte de la sombra de lo humano y el deseo de pescar en tan inédito río revuelto, que con frecuencia recibe el eufemístico nombre de “reinventarse”, asunto por demás ausente de profundidad argumentativa, porque no es un cambio evolutivo lo que vivimos, sino un intento de sobrevivir y no siempre de la mejor manera. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 24 de noviembre de 2020.

sábado, 21 de noviembre de 2020

Negar la realidad

 


Enfrentarse a los fanatismos es quizá el mayor reto que se le puede plantear a una sociedad sensata, pues la imposibilidad de negociar es atinente al hecho de ser básico y no entender que la vida es policromática; que entre el negro y el blanco existen infinidad de matices. Lastimosamente la exaltación corre a la par de cualquier tendencia inteligente que se desee fortalecer. El fanatismo representa una carencia intelectual y por supuesto afectiva, que termina por rellenar los vacíos de quien desde temprana edad no tuvo la posibilidad de contar con un poco de estabilidad en lo que respecta a su mundo interior.

Los seres humanos necesitamos aferrarnos a un mínimo sistema de normas, de creencias, de valores. Cuando esto no ocurre, la frágil condición psicológica se ve vapuleada por las circunstancias y a efectos de mantener un equilibrio interior, podemos engancharnos a cualquier cosa. Lo peor que puede pasar es agarrarse fanáticamente a una manera de conceptuar la vida que nos dé estructura y simiente las bases de lo que somos.

Buenas y malas creencias

Esa necesidad de creer ha recibido distintos nombres en el curso de la historia de la civilización. Espiritualidad”, “religión” y “psiquis” son, entre otras, las formas como hemos denominado a este ámbito humano. Incluso se ha tratado de definir a quienes se autocalifican de ser incapaces de entender este espectro a través del término “agnosticismo”.

Con los debilitamientos y cuestionamientos de las ideologías a finales del siglo pasado se generó un vacío que ha sido llenado por otras formas de visualizar la existencia. Es así como estamos viendo en pleno siglo XXI la paradójica presencia de las formas más inimaginables de avances tecnológicos a la par de las prácticas y costumbres más primitivas que haya podido cultivar la humanidad. Desde formas rebuscadas de culto religioso de carácter arcaico hasta las prácticas políticas más contrarias a elementales principios democráticos. Desde el desmembramiento de Estados completos a través del secesionismo hasta la veneración a figuras “antivalorativas” e incluso inexistentes. Esa es la contemporaneidad con la cual nos ha tocado lidiar.

La información que recibimos a través de lo noticioso, así como el poder tener acceso al conocimiento con mayores facilidades, hacen que el mismo se encuentre más cerca que nunca del ciudadano común, lo cual hace posible que muchos traten de notificarse y formarse por distintas vías, generando matrices de opinión y distorsión de la realidad que provocan que lo crítico y antagónico exista, pudiendo crear rendijas que admitan mostrar un carácter disidente frente a las circunstancias.

La posibilidad inédita de desarrollar una carrera “en línea” es más factible en los tiempos actuales. A la par de una educación masificada e insulsa, siguen existiendo instituciones pedagógicas de alto prestigio y calidad que incorporan a los mejores formados en los escalafones más trascendentes de la sociedad. La máxima baconiana “saber es poder” sigue presente; no buscamos un electricista para tratar una pancreatitis.

Optimismo necesario

Vuelve a aparecer la amenaza del triunfo de la barbarie por encima de la razón. De la pulsión y el placer por encima de los valores, siendo una amenaza propia de estos tiempos. El cultivo de la crueldad tiene profundas explicaciones, una de las cuales es haber apostado al nihilismo desde el plano social. Ser un negador compulsivo es una actitud temeraria que deriva en autodestrucción. Lo contrario es ser propositivo y proactivo, no sólo en nuestra vida personal, sino en nuestras actuaciones sociales, siendo el ejemplo y la manera de conducirnos, la mejor de las herramientas para inducir cambios que partan de lo individual y se generalicen.

Total, que lo humano es siempre imperfecto, pero apostar a la destrucción y no a la construcción empeora las cosas. El tiro por la culata sale cuando desmantelamos las instituciones, sembramos el pesimismo ante los resultados de lo que cosechamos como esfuerzo y desvalorizamos los logros que como gran conglomerado realizamos cada día que pasa.

La razón por la cual abrigo cierto optimismo (dadas las circunstancias), es porque creo en la infinita terquedad humana, su gran capacidad para cultivar la perseverancia y de que independientemente de que lo mediocre pueda asomarse como norma, también se necesita quien dé luz y brille, para que el caos no se termine de apoderar y condenar a la civilización. Ser un negador y saboteador de lo que beneficie a la sociedad es una actitud malsana e irresponsable. Sólo a través de lo propositivo y el respeto al otro se puede crear un mínimo equilibro social que permita entereza y una mejor existencia. La negación inútil conlleva a que sucedan los reveses, y aquellos logros que tanto han costado se deshagan y desaparezca precisamente cuando más necesitamos de referentes humanos que sean símbolos de lucha y de templanza en unas circunstancias históricas inéditas.

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 17 de noviembre de 2020.

martes, 10 de noviembre de 2020

Las formas del bien

  


De manera presurosa, un amigo me llama al enterarse de los resultados de las elecciones de los Estados Unidos. ¿Será una nueva oportunidad para que el mundo se serene?, me pregunta a través del celular, como si el audio viniese del más allá. ¿Ganó el bien o el mal?, me consulta.

Volvemos a tratar de darle forma al consabido concepto maniqueo de la idea del mal. ¿Qué es a fin de cuentas eso que llamamos “el mal”? ¿El mal existe, así como damos por sentado que “el bien” es un valor casi inobjetable? ¿Estamos condenados a ver el mundo a través de un discurso dicotómico que polariza el bien y el mal? Para San Agustín, si todo es producto de la creación de Dios, sería un contrasentido que el mismo Dios, el bueno, hubiese creado también el mal. Entonces, ¿cómo resuelve San Agustín este enigma? Con el pragmatismo que suele caracterizar al padre de la Iglesia en términos filosóficos, eso que llamamos mal sólo puede entenderse como los espacios que no fueron tocados por el buen Dios. En otras palabras, el mal no es por presencia sino por carencia. El mal es la ausencia del bien.

La peor forma del mal

Entendiendo a la sabiduría como una virtud, podemos pensar que, de todas las formas del mal, la ignorancia sería una de las peores. Por ignorancia no sólo se afirma, sino que se puede llegar a negar casi cualquier cosa e incluso de manera simultánea, en muchas ocasiones se dan ambos fenómenos en una retorcida forma de malsano malabarismo de pensamientos desatinados.

Podemos llegar sin dubitaciones a la siguiente aseveración: La ignorancia es la peor de las formas del mal.

He tratado de deslastrarme de la ignorancia que nos suele invadir y que puede llegar a ser el centro de nuestro ser íntimo. Ser carencial es una de las peores   formas   de   representación   de   la condición del ser.  Si se es carente, entonces el cráter de lo carencial necesariamente va a ser ocupado por “cualquier cosa” y, esa “cualquier cosa” está vinculada con los espectros negativos de las entidades que nos rodean. La carencia generalmente es el nicho de cultivo para que se desarrollen las peores formas de las cosas. Por ello es imprescindible cultivarnos como seres humanos, atrapando todo el universo de bondades que nos ofrece el conocimiento y que potencialmente nos conduce a la sabiduría. Por eso siempre he repetido sin sentir que he llegado a la saciedad, que, de todas las formas de representación del mal, la ignorancia es la más negativa de todas.

Lo carencial no sólo es consustancia al mundo intelectual, sino que la carencia intelectual está imbricada con la privación moral, por consiguiente, a la carencia afectiva. Una cosa lleva a la otra. Lo intelectual a lo ético y lo ético al amor. De esta forma, así como la ignorancia es la peor de las formas del mal, la sabiduría es la más grande y elevada forma de amor. El amor atinente al hombre sabio es ajeno a la vanidad y no necesita del encadenamiento del otro para poder disfrutar del deleite amatorio. El amor del sabio es un amor liberador, libre de ataduras y por consiguiente elevado. Porque no ama quien no concientiza el acto de amar, y este nivel de conciencia sólo puede estar unido a la sabiduría como gran eslabón para acceder a la felicidad. Son muchas las carencias de los pobres seres que habitamos este mundo y muchos los males que se generan en ella. La lucha contra la ignorancia es un camino potencial para llegar a ser bueno. 

Los malos acechando

Cada cambio civilizatorio puede ser potencialmente la puerta de entrada a cosas buenas. Cerrarse a esta dimensión es no darle cabida a la idea de que las circunstancias inexorablemente cambian. Las maneras a través de las cuales los individuos se expresan alcanzan su máximo nivel de materialización en los sistemas democráticos, en los que se pueden dirimir las diferencias con votos y no con balas. De ahí que quienes apuestan por las cosas negativas de lo humano desprecian las democracias, las cuales siempre están en peligro. A través del voto, que es un acto noble y bueno, multitudes eligen al nuevo presidente de Bolivia Luis Arce, en Chile grandes grupos consideran un camino razonable el modificar el texto constitucional y en los Estados Unidos, ya obstinados por el exceso de politización de la vida cotidiana y en grave riesgo de generar una polarización que confronte a los ciudadanos, el estilo estrambótico del presidente Trump sale del juego a través del voto. Tres espacios para la participación ciudadana que son representación de la misma dimensión en tres lugares diferentes, con gente que sueña con un mejor porvenir.

¿Y si las cosas no se dan como queremos? Entonces sería algo que con mucha frecuencia ocurre, lo que no podemos es sobredimensionar algo que no está ocurriendo. La expectativa es que con expresiones pacíficas como votar, se logren avances y se resuelvan las cosas en paz. Buen invento y legado nos dejaron los griegos con eso del voto. Sería una mengua no saberlo aprovechar. 



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 10 de noviembre de 2020.

martes, 3 de noviembre de 2020

Latinoamérica y sus péndulos


Un amigo me escribe desde un pueblo de Alemania y me asoma su ansiedad en relación con el futuro de América Latina. Me hace la pregunta directa: ¿Vas a volver a migrar? Como el sino de mi vida es la trashumancia, la verdad es que no me lo he planteado. Por ahora estamos bien, le respondo sin mucho enredo, a la vez que me pregunto si alguna vez el subcontinente pendular conseguirá su estabilidad.

Incapaces de deslastrarnos de maneras de pensar que permanentemente nos juegan en contra, pareciera que estuviésemos anclados en una dimensión de carácter pendular en donde un día estamos mirando para el norte y al día siguiente tenemos las narices aplastadas contra el sur.

El pasado está presente

Latinoamérica tiene una enfermiza fijación por su pasado. Es como si existieses una tendencia a la autoflagelación, en la cual lo que nos precede no es comprendido como un proceso natural de cambio y crecimiento, sino como un abismo insondable que debe martirizarnos. Se pierde demasiado tiempo y energía en un intento raro de descifrar lo obvio y tratar de comprender lo que no requiere mayor capacidad de entendimiento. Grupos enteros reniegan de lo que son y tratan de magnificar lo pretérito como el condicionante del presente. Buen intento de librase de la responsabilidad de ser diligentes con el tiempo y el lugar que nos ha tocado vivir. Es tan extravagante el rechazo a lo que somos, que se cae en un nominalismo compulsivo, donde le queremos cambiar el nombre a las cosas pensando que con eso estamos modificando el origen del cual venimos. Difícilmente se puede estar en paz como sociedad, si no somos capaces de entender que el pasado tiene su justa y necesaria dimensión, sin complejos ni revanchismos. Atacar el pasado es agredirnos con el látigo flagelante de los enajenados. Esa actitud es propia de sociedades primitivas y malsanas en donde de manera compulsiva se apela a lo simbólico y no se aterriza: Demasiados pajaritos preñados y poca capacidad resolutiva.

¿Compárate que algo queda?

Que, si los japoneses, los islandeses, los daneses, los suizos, los noruegos, los suecos y cuanto grupo humano idealizado como modelo nos pasan por la cabeza, lo asumimos como el norte y punto final a donde debemos llegar. Tamaña desproporción, de lo que conceptuamos como meta y lo comparamos con los que somos, no puede llevar sino a una eterna repetición de errores en torno a lo mismo. Al final, cada sociedad va labrando su calzada dependiendo de los recursos con los cuales pretenda progresar, siendo el principal de todo el talento humano. Un talento que se mide por su nivel educativo y en la medida en que una sociedad invierta en educación, su grado aspiracional puede ser potencialmente mayor. En materia educativa, los resultados benefician a todos. De ahí que no invertir en educación es una manera de autodestrucción. Cada pueblo ha de conseguir la fórmula que lo hará llegar al destino que colectivamente va haciendo cada día. Los calcos y remedos no aplican, de ahí la importancia de contar con gente capaz.

La paradoja perfecta

Privilegiados por los esfuerzos que en materia educativa se hicieron durante el período del bipartidismo del siglo XX venezolano, para poder conseguir trabajos sencillos en otras latitudes, muchos de nuestros compatriotas se ven forzados a ocultar su nivel educacional. Venezuela es el más impecable ejemplo de cómo una sociedad puede llegar a tener altos niveles aspiracionales. La movilización social generada en el siglo XX, gracias a lo que se invirtió en educación, generó lo que bien pudo ser una potencia en el subcontinente. Lo que vemos en la actualidad es el ejemplo de lo que no se debe hacer, la prueba tangible de cómo una sociedad, habiendo llegado a la mayor perfectibilidad como sistema, precisamente se desmorona por no haber sabido guiar la recta final hacia una mejor nación.

Grandes olas de venezolanos recorriendo el planeta es la marca de Caín que nos ha caracterizado. Un fenómeno migratorio como el ocurrido en Venezuela, no ha dejado de ser interesante acontecimiento para ser analizado en importantes centros de investigación. De nación potencia a “objeto de estudio” es la dura realidad que nos caracteriza. Se espera que cuando pase la pandemia y producto de la crisis económica global, la estampida de venezolanos buscando mejor porvenir aumentará las carreteras, puertos y aeropuertos de los confines del planeta. Por ser la región el destino más cercano, es inconcebible que no se hayan preparado las naciones para establecer un plan de contención para las enormes masas de connacionales que saldrán del país. Trámites de rigor como los respectivos permisos de trabajo, ya deberían ser parte de cualquier política migratoria de los países que habrán de recibir venezolanos por montón. La terquedad con la cual se voltea la mirada y se cierra los ojos ante lo que ocurre en la nación caribeña es de los desatinos más grandes de la historia contemporánea.

 

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 03 de noviembre de 2020.

martes, 27 de octubre de 2020

El inevitable cambio

Sería de una rigidez mental extrema pretender que en una sociedad no se den los respectivos e inevitables cambios. Responden a nuevas necesidades que conglomerados enteros se plantean como meta, forman parte de la épica de cualquier generación que desea escribir su propia historia, les permite dejar su legado sobre la faz de la tierra y se han producido sin parar desde que el mundo es mundo.

Como miembros de cualquier sistema, sus integrantes se mueven respondiendo a inquietudes y aspiraciones inevitables. Entre los polos de aspirar a transformar la vida de golpe y porrazo a través de acciones revolucionarias y la actitud propia de quien apuesta por la inflexibilidad (lo reaccionario), siempre existe un espacio para pensar.

El triunfo de la política

La política es el invento que impide que nos matemos unos a otros y el voto de carácter universal, directo y secreto es la tabla de salvación para quienes aspiramos a vivir con un poco de sosiego. Aceptar los resultados de cualquier acto político que se realice de manera limpia en buena lid, es un recurso que solo puede verse como la materialización de algo elevado que potencialmente puede traer beneficios para las grandes mayorías de cualquier nación. Comprender el beneficio del voto como instrumento de convivencia es propio de gente civilizada. Lo contrario es apostar a la barbarie. Esa misma política que permite que se plantee la idea de negociar cuotas de poder en la dinámica de cualquier sociedad, es la que debe propiciar los cambios de la manera más civilizada posible. No entenderlo es desconocer el principio básico de la existencia colectiva; sería no aceptar que el hombre es un ser gregario inmerso en una dinámica en la cual interactúa con personas con intereses distintos.

El arte de la predictibilidad

Tal vez de todas las disciplinas, la política es la más difícil de ejercer. No siempre responde a una lógica, los asuntos que la mueven son parte de nuestro centro íntimo y la asumimos como algo de carácter valorativo. De ahí que las posiciones encontradas sean una constante que hace que lo emocional se apodere de las personas, fluya la irracionalidad y se desaten las más atroces pasiones. De este fundamento es que puede surgir un liderazgo capaz de entender el espíritu de su tiempo, oler como sabueso hacia dónde apuntan los rastros de lo que la gente en general aspira y tratar de concretar los cambios de rigor antes de que a grandes mayorías las abrume el desespero. La capacidad de predecir es contraria a la necesidad de convencer a las personas de lo bien que están. Los numerólogos con sus rimbombantes índices, no pueden persuadir a la gente de lo bien que vive, aunque se encuentren en un palacio rodeado de lujos. La percepción de la experiencia de vida es propia. Si alguien dice o siente que la pasa mal, poco hacemos tratándolo de convencer de lo bien que se encuentra. La predictibilidad está en cómo generar una percepción de mejoría a través de cambios tangibles desarrollados a tiempo.

Las fulanas transiciones

Con ingenuidad, tratamos de extrapolar modelos de transiciones políticas de una sociedad a otra. Asunto por demás difícil, puesto que cada sociedad es diferente. El tejido social que la determina es único y su historia es de carácter irrepetible y no compartida. De ahí que fallan quienes creen que una receta es aplicable en un lugar de la misma manera como lo hacen en otra parte. Lo he experimentado en el Madrid de heridas abiertas y en el Santiago de sensibilidades a flor de piel. El pasado marca, genera un constructo en el imaginario de grandes grupos y se desarrolla un discurso que acompaña a cada acto en la vida cotidiana del ciudadano. Tanto de forma espontánea como inducida, se va creando una conciencia colectiva, la cual puede desarrollarse de manera sana, construyendo, o de manera autodestructiva. Venezuela es el caso de rigor a tocar cuando hablamos de suicidios colectivos.

Ahora me toca a mí

A la hora de aspirar a la toma del poder, sería propio de mezquinos y vengadores tratar de destruir y no construir. Con una votación en la cual participó menos de la mitad del padrón electoral chileno, se desarrollan unas elecciones en la cual casi 80 % apuesta por una reforma de la constitución (asunto este muy usual y nada extraordinario en América Latina). La clase media asume un rol protagónico y los ajenos a la participación política (más de la mitad) se abstienen. Como toda oportunidad de mejorar las cosas, es un escenario que bien puede ofrecer puertas y ventanas para: Construir una mejor sociedad o la hora de desquitarse de los enemigos reales e imaginarios que forman parte de la vida cotidiana de cualquier grupo humano. Lo sabremos en poco tiempo, porque, así como se fue sensato para transformar la violencia (2019) en política (2020), se requiere de mucha más sabiduría para que la conducción no se transforme en un invento disparatado o en una potencial frustración a futuro. Veremos. 



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 27 de octubre de 2020. 

martes, 20 de octubre de 2020

Amor de pareja


 

Dedicado a mi esposa Denice Fernández, celebrando los primeros veinte años de casados.

 

Hace días tuve el honor de ser invitado a dictar una conferencia acerca del “amor de pareja” en el postgrado de endocrinología de la Universidad de Los Andes de Mérida. Expliqué conceptos imbricados a esta expresión y señalé algunas estadísticas sobre cómo interactúan en términos generales las parejas en el siglo XXI. El asunto de la pareja ha sido tema de interés en mi vida no sólo desde el plano personal, obviamente, sino como objeto de estudio académico y desarrollo de ideas que he podido plasmar en mi libro Psicología. Lecturas para educadores (Consejo de Publicaciones de la ULA. Reimpresión 2015).

Al finalizar mi exposición, luego de la ronda de atinadas preguntas,  una joven médico se acercó y me dijo en voz baja: “Para mí la idea de vivir en pareja es confusa e inconcebible” y se marchó cabizbaja del auditorio.

Tratando de entender el extraordinario concepto de amor de pareja, me he paseado desde hace tiempo por el estudio de mitos antiguos, pasando por los griegos, aterrizando en los clásicos de la psicología y merodeando el pensamiento filosófico. En ese último campo me encontré con dos destacados hombres de ideas que se refirieron al tema desde perspectivas antagónicas que vale la pena señalar.

El primero es el destacado Bertrand Russell, quien señala que “…el amor es buscado, en primer lugar, porque procura éxtasis, alivia la soledad y evita que la conciencia del hombre se estremezca por el abismo frío e insondable, carente de vida”. Viniendo de un hombre que se casó varias veces en su vida y tuvo reputación de mujeriego (al punto que se conocieron sus amoríos con esposas de colegas y de importantes políticos, así como numerosas jovencitas deslumbradas por sus dotes intelectuales, entre otros atributos), le dieron un perfil terrible y cínico en lo que respecta al “amor de pareja”. Esta percepción fatalista, efímera y utilitaria de las vinculaciones interpersonales, creo que ha marcado a un sinfín de personas, como por ejemplo a la joven que acudió a mi conferencia.

El otro autor que ha hecho un aporte extraordinario en lo que se refiere al tema, es el madrileño José Ortega y Gasset, quien entre otros méritos está el de haber sido un articulista extraordinario a lo largo de toda su vida, tanto que el grueso de su obra es escritos periodísticos o ensayos breves. Ortega ha tenido una gran influencia en el pensamiento hispanoamericano y con el tiempo su obra se ha venido agigantando. Estudios sobre el amor es un texto de su autoría cuya lectura me atrevo a recomendar a todo el que se interese en este apasionante tema, con un nivel sobrio, sencillo y elevado, completamente distanciado de los banales textos de autoayuda. Son ensayos amables, que le dan forma a múltiples ideas que giran sobre la pareja, tanto ayer como hoy.

En lo personal pienso que existen algunos elementos (entre otros) que permiten que un par fluya con armonía: 

1) Pareja es “afecto sexual”. Si no funciona como tal, no es pareja o deja de serlo.

2) La palabra “crisis” proviene del verbo griego kríno, que significa “separar”, “limpiar”. Etimológicamente la “crisis” es el momento “crítico” en que se separa lo puro y lo limpio de lo impuro y lo sucio. Se utilizaba para designar el proceso de limpieza del trigo y otros cereales. De ahí que la dupla sólida es aquella que sigue cultivando el amor, a medida que pasa el tiempo y enfrentando las vicisitudes propias de la vida. Sólo existen parejas fuertes cuando sobreviven a los acaecimientos.

3) La idea de pareja como “movilización sentimental positiva” induce a que se mantenga vivo el deseo de que no se pierdan las bases que la sustentan.

4) La ridícula idea de que la gente se casa “para ser feliz” es un plomo en el ala de toda relación que se desee cultivar. Lo que llamamos “felicidad” no depende de otro.

5) Hay gente que no puede (ni debe) vivir en pareja porque su naturaleza no se lo permite. Es posible que la persona que considera el asunto como algo “…confuso e inconcebible” sea una de ellas. La aceptación de ciertas condiciones, como el sobreponer “en ocasiones” los intereses del ser amado por encima de los nuestros es uno de los puntos cardinales que someten a prueba esta incomparable forma de amor. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 02 de agosto de 2015.

El ataque de los pensadores


En las alborotadoras Confesiones, San Agustín señala que son más fáciles de contar los cabellos que las pasiones (“los afectos y los movimientos del corazón”). La aseveración que tantas veces he repetido con relación a la limitadísima capacidad racional de ser humano es una constante que marca una línea de trabajos. Ello no niega alguna posibilidad de aceptar la existencia de cierta racionalidad para lo cual existen múltiples precedentes por tratar de demostrarlo a través de investigación y recreación de sus resultados.

Para poder elaborar una visión con relación a la posibilidad de pensar y razonar, es muy difícil desdeñar los aportes de la epistemología genética del malacólogo y suizo Jean Piaget. Piaget se interesó en la idea de que la inteligencia cambia a medida que los niños crecen y este desarrollo ocurre por medio de la interacción de las capacidades innatas con los sucesos ambientales y progresa a través de una serie de etapas jerárquicas, cualitativamente diferentes. Todos los niños pasan por las etapas en la misma secuencia sin saltarse ninguna o, excepto en el caso de daño cerebral, regresando a etapas anteriores (son invariables). El esfuerzo que hace Jean Piaget es por demás encomiable y clasifica en cuatro las etapas del desarrollo cognitivo. Sensoriomotora (0-2 años), preoperacional (2-7 años), operaciones concretas (7-11 años) y de operaciones formales (11 años en adelante), asuntos que junto con otros tópicos que señalaré en estas líneas, aparecen en el libro de mi autoría Los cambios psicológicos, cuya primera edición por parte del Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes es del 2013.

Abstracciones y barbaridades

Ese libro está dividido en una introducción, 17 capítulos y un glosario, conceptuando la idea de vida desde la existencia, resultante de la pregunta epistémica: ¿Desde cuándo existe el ser? y el planteamiento de que somos consecuencia de una deriva filogenética que nos antecede en muchos años, abordando la dimensión psicológica humana desde la genética, el embarazo, el parto, el apego, la infancia, la adolescencia, la adultez, la vejez y por supuesto, la muerte como una parte del ciclo vital.

Piaget presenta la adolescencia como un estadio del desarrollo del ser humano ligado a la reestructuración de las capacidades cognoscitivas. Considera que con el acceso al pensamiento formal (forma suprema del pensamiento) se produce un salto cualitativo en el desarrollo con respecto al estadio infantil. Hasta este punto no hay ningún problema en aceptar que existe una coherencia concatenada en la manera como se desarrolla la inteligencia, e incluso que existe una racionalidad secuencial en lo humano, lo que ocurre es que el salto cuántico no necesariamente es una elevación de la psiquis, sino precisamente la máxima expresión de sus potencialidades de aberración imparables, ausencia de juicio y falta de razón que es el punto sobre el que trato de anclar el problema.

La fulana razón

Entiéndase por razón cualquiera de estas dos acepciones que aparecen en el cementerio de las palabras: 1. Capacidad de la mente humana para establecer relaciones entre ideas o conceptos y obtener conclusiones o formar juicios. 2. Acierto, verdad o justicia en lo que una persona dice o hace.

Bajo estas dos premisas se desvanece la posibilidad de ser capaces de fundamentar rigurosamente las cosas como especie, dado que la mayoría de los juicios son prejuicios (las ideologías, por ejemplo) y la verdad es inasible cuando se trata de temas de gran importancia (la idea de trascendencia, por ejemplo). Señalo las ideologías y la idea de trascendencia, por cuanto son asuntos que condicionan la vida de muchas personas a través de dos elementos recurrentes en lo humano: 1. Lo político y 2. Lo espiritual.

Espiritualidad y función mental

De mi libro Psicología y contemporaneidad (2012, p.17): Lo espiritual forma parte del mundo psicológico del ser humano. Acaso una función mental más. De hecho, consideramos que el elemento espiritual forma parte estructural de la naturaleza psíquica desde que el hombre existe sobre la faz de la tierra. El hombre de las cavernas otorgaba esa connotación a los elementos de la naturaleza como el agua o el fuego, bases sobre las cuales surgen todas las creencias místicas, sobrenaturales y, por supuesto, las religiones. Dado que es una función mental, al darse el encuentro con lo “anhelado” se retroalimenta la expectativa de lo espiritual.

Precepto que nos lleva a la idea de agnosticismo que es la doctrina filosófica que declara inaccesible al entendimiento humano toda noción de Absoluto, Infinito y Dios. Cuando se asume desde una actitud positivista circunscribe y se reduce al conocimiento de lo fenomenal y relativo. El término se debe al biólogo británico Thomas Henry Huxley y fue adaptado por Darwin y Spencer. Muchos hemos visto en la filosofía de Kant (Crítica de la razón pura) una base para entender el agnosticismo.


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 20 de octubre de 2020. 

lunes, 19 de octubre de 2020

Perdón, compasión, arrepentimiento

 


Perdón es una palabra compuesta cuyo prefijo “per” proviene del latín y significa en este caso totalidad o completitud. El latinismo “don” significa “regalo”. Visto de esta forma, el perdón es el presente más apreciado, el obsequio más completo. El perdón es el más grande de todos los regalos.

Es estudio del perdón no solo compete al ámbito de la teología y es de alguna manera uno de los asuntos más trabajados desde lo psicológico y por supuesto, en la psicoterapia, al punto de que algunas escuelas o corrientes hablan de “terapia del perdón”. Su interés es asumido cada día con mayor seriedad por centros de estudio científicos reconocidos y es una expresión que denota una forma de asumir aspectos de la existencia y la manera en que nos conducimos.

Desde el punto de vista biológico-evolucionista, no estamos hechos para perdonar, pues el rencor es a fin de cuentas un mecanismo de defensa que evita que se perdone para que no nos vuelvan a lastimar. De ahí que se trata siempre de un ejercicio del más elevado nivel racional en donde el tiempo va actuando de manera natural, permitiendo la sensación de minimización de la afrenta a través de lo que denominamos perdón. Es curioso cómo una expresión y un concepto tan relevante apenas comienza a conocerse, siendo abultado lo que se ha pensado al respecto y mucho más ambicioso lo que falta por descubrir.

La “compasión” es el sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien, por lo tanto, se encontraría corrientemente alejada e incluso reñida con lo que denominamos vulgarmente “lástima”. La compasión asumida racionalmente es el difícil ejercicio intelectual en el cual tratamos de comprender al otro porque nos ponemos en su lugar. Cuando asumimos un rol compasivo intentamos comprender cosas que los demás hacen, por qué y para qué las realizan. Si bien podemos estar completamente en desacuerdo con el proceder de quienes nos rodean, a través del acto compasivo al menos realizamos el ejercicio de comprenderlo y en ese acto de comprensión surge cierto acompañamiento. La lástima vulgarmente la asumimos como una condición maltrecha, mientras lo compasivo en términos más racionales consiste en colocarse en lugar de la otra persona o la otra causa. Viéndolo de este modo se trata de una instancia muy elevada que requiere gran control emocional. Es un ejercicio más cercano a lo estoico que a lo sentimental.

Es tan relevante el asunto de tratar de ponernos en lugar de otros, que algunos grupos religiosos cambian la palabra amor por la palabra compasión en sus textos. En lo particular, creo que ni son sinónimos ni son intercambiables, pero el hecho de que existan quienes sí lo ven como pares, denota lo trascendente del ser compasivo.

El “arrepentimiento” es una condición mucho más compleja por la manera como se asume, pues se basa en sentir pesar por haber hecho o haber dejado de hacer algo. De esta manera, el arrepentido simplemente sería quien cambió de opinión. De forma “simplista” el arrepentimiento no podría existir, al menos como lo asumimos, puesto que existen razones de peso como el hecho de que se trata de plantarnos ante algo que ya ocurrió, por lo tanto, algo que existió, o sea, que ya no existe.

Arrepentirse tiene sentido si ante idénticas circunstancias (condición improbable que lo idéntico se repita) la persona actúa de manera diferente. Quien roba un pedazo de pan por hambre y se arrepiente de haberlo hecho, aunque tuviese el mayor de los apetitos, no volvería a robar, aunque se muriese de hambre. Coloco este ejemplo raso porque con frecuencia muchos señalan que se encuentran arrepentidos de haber hecho tal o cual cosa, mas el asunto de arrepentirse no tiene sentido en función de pasado sino en futuro. El que se arrepiente no lo volvería a hacer.  

Escarbar en los hilos que determinan cada uno de estos pedestales requiere el complejo reto de pasearse por gran parte del conocimiento de lo humano, haciendo énfasis en las bases biológicas (el carácter animal) que las condiciona y por supuesto la instancia racional que trata de comprenderlo.

La vida colectiva suele manejarse cimentada en estos tres conceptos expuestos en este texto de manera muy sucinta. Los tres van de la mano, porque el perdón, la compasión y el arrepentimiento se encuentran en la misma dimensión de conceptos que le damos un carácter valorativo y determinan la dinámica de la vida en común. Independientemente de que se intente falsear o modificar el sentido o la interpretación de estos fenómenos, acompañan siempre lo humano, lo civilizatorio y lo universal.

Desde las relaciones de pareja o de trabajo, hasta el estamento legal que rige a un conglomerado, estas instancias están presentes como tres bases cuya capacidad de comprensión en ocasiones nos sobrepasa, al punto de que a veces parecen ser simples entelequias retóricas, cuando en realidad condicionan toda la vida en sociedad.

 

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 26 de diciembre de 2018.