martes, 3 de noviembre de 2020

Latinoamérica y sus péndulos


Un amigo me escribe desde un pueblo de Alemania y me asoma su ansiedad en relación con el futuro de América Latina. Me hace la pregunta directa: ¿Vas a volver a migrar? Como el sino de mi vida es la trashumancia, la verdad es que no me lo he planteado. Por ahora estamos bien, le respondo sin mucho enredo, a la vez que me pregunto si alguna vez el subcontinente pendular conseguirá su estabilidad.

Incapaces de deslastrarnos de maneras de pensar que permanentemente nos juegan en contra, pareciera que estuviésemos anclados en una dimensión de carácter pendular en donde un día estamos mirando para el norte y al día siguiente tenemos las narices aplastadas contra el sur.

El pasado está presente

Latinoamérica tiene una enfermiza fijación por su pasado. Es como si existieses una tendencia a la autoflagelación, en la cual lo que nos precede no es comprendido como un proceso natural de cambio y crecimiento, sino como un abismo insondable que debe martirizarnos. Se pierde demasiado tiempo y energía en un intento raro de descifrar lo obvio y tratar de comprender lo que no requiere mayor capacidad de entendimiento. Grupos enteros reniegan de lo que son y tratan de magnificar lo pretérito como el condicionante del presente. Buen intento de librase de la responsabilidad de ser diligentes con el tiempo y el lugar que nos ha tocado vivir. Es tan extravagante el rechazo a lo que somos, que se cae en un nominalismo compulsivo, donde le queremos cambiar el nombre a las cosas pensando que con eso estamos modificando el origen del cual venimos. Difícilmente se puede estar en paz como sociedad, si no somos capaces de entender que el pasado tiene su justa y necesaria dimensión, sin complejos ni revanchismos. Atacar el pasado es agredirnos con el látigo flagelante de los enajenados. Esa actitud es propia de sociedades primitivas y malsanas en donde de manera compulsiva se apela a lo simbólico y no se aterriza: Demasiados pajaritos preñados y poca capacidad resolutiva.

¿Compárate que algo queda?

Que, si los japoneses, los islandeses, los daneses, los suizos, los noruegos, los suecos y cuanto grupo humano idealizado como modelo nos pasan por la cabeza, lo asumimos como el norte y punto final a donde debemos llegar. Tamaña desproporción, de lo que conceptuamos como meta y lo comparamos con los que somos, no puede llevar sino a una eterna repetición de errores en torno a lo mismo. Al final, cada sociedad va labrando su calzada dependiendo de los recursos con los cuales pretenda progresar, siendo el principal de todo el talento humano. Un talento que se mide por su nivel educativo y en la medida en que una sociedad invierta en educación, su grado aspiracional puede ser potencialmente mayor. En materia educativa, los resultados benefician a todos. De ahí que no invertir en educación es una manera de autodestrucción. Cada pueblo ha de conseguir la fórmula que lo hará llegar al destino que colectivamente va haciendo cada día. Los calcos y remedos no aplican, de ahí la importancia de contar con gente capaz.

La paradoja perfecta

Privilegiados por los esfuerzos que en materia educativa se hicieron durante el período del bipartidismo del siglo XX venezolano, para poder conseguir trabajos sencillos en otras latitudes, muchos de nuestros compatriotas se ven forzados a ocultar su nivel educacional. Venezuela es el más impecable ejemplo de cómo una sociedad puede llegar a tener altos niveles aspiracionales. La movilización social generada en el siglo XX, gracias a lo que se invirtió en educación, generó lo que bien pudo ser una potencia en el subcontinente. Lo que vemos en la actualidad es el ejemplo de lo que no se debe hacer, la prueba tangible de cómo una sociedad, habiendo llegado a la mayor perfectibilidad como sistema, precisamente se desmorona por no haber sabido guiar la recta final hacia una mejor nación.

Grandes olas de venezolanos recorriendo el planeta es la marca de Caín que nos ha caracterizado. Un fenómeno migratorio como el ocurrido en Venezuela, no ha dejado de ser interesante acontecimiento para ser analizado en importantes centros de investigación. De nación potencia a “objeto de estudio” es la dura realidad que nos caracteriza. Se espera que cuando pase la pandemia y producto de la crisis económica global, la estampida de venezolanos buscando mejor porvenir aumentará las carreteras, puertos y aeropuertos de los confines del planeta. Por ser la región el destino más cercano, es inconcebible que no se hayan preparado las naciones para establecer un plan de contención para las enormes masas de connacionales que saldrán del país. Trámites de rigor como los respectivos permisos de trabajo, ya deberían ser parte de cualquier política migratoria de los países que habrán de recibir venezolanos por montón. La terquedad con la cual se voltea la mirada y se cierra los ojos ante lo que ocurre en la nación caribeña es de los desatinos más grandes de la historia contemporánea.

 

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 03 de noviembre de 2020.

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