martes, 24 de enero de 2017

Gemelos siameses furiosos


Cuando Caín mata a Abel, la historia de la humanidad queda marcada para siempre. Herederos del signo de Caín, tenemos en nuestra esencia la propensión a reñir entre nosotros. La conflictividad está a flor de piel en la naturaleza humana, siendo por eso tan fácil que a través de un discurso y una serie de recetas de carácter divisionista se induzca la animadversión entre pares.

En términos generales, las personas que se expresan desde lo unitario tienden a crear un clima de fraternidad y quienes se expresan desde lo dispar, fomentan el divisionismo y el odio.

En estas dos décadas transcurridas en Venezuela, se ha generado un fenómeno de movilización social que se traduce en términos concretos en el surgimiento de una nueva clase media. La clase media que emergió se ha beneficiado de una serie de programas que no está dispuesta a renunciar, ni va a permitir que la incertidumbre sea su norte. Una nueva clase social emergió en nuestro país y se generó para quedarse, razón por la cual se va a defender por todos los medios para que los logros alcanzados no se disuelvan. Cuando se habla de un país para todos, lo discursivo debe tomar en cuenta a ese gran conglomerado que apuesta porque sus intereses no se vean menospreciados o desaparezcan, porque en el entramado social que se ha generado, todos podemos tener cabida si se apuesta por un proyecto de país de carácter incluyente.

Cuando en 2016, desde la instancia parlamentaria se planteó una suerte de fin de época de seis meses de duración, los resultados no pudieron ser peores porque se siguió apostando por el divisionismo y la confrontación y muchos sectores de la sociedad vieron que lo que estaba en la mesa era más conflictividad social. El tiempo así lo ha dejado claro. 2017 arranca enrarecido, porque se insiste en declarar vacante la silla presidencial, generando por segunda vez consecutiva una forma maniquea de leer al país. El discurso excluyente, por doble demostración palmaria, mantiene la pugna y el enfrentamiento entre quienes debemos padecer día a día la extravagante dinámica que ha hecho del caso venezolano una suerte de fetiche para el estudio de sociólogos y politólogos de otras naciones. Basta con leer a cualquier analista de otros confines para percatarnos que dejamos de causar interés para terminar siendo objeto de lástima e incluso de burla.

Somos venezolanos que seguiremos viviendo juntos, independientemente de nuestra posición política, que vemos cada día un liderazgo que se distancia de nuestras más elementales expectativas. Desde el aparato de gobierno las soluciones económicas y sociales no aparecen y desde quienes se hacen llamar opositores, se mantiene el culto por el divisionismo, aumentado de esta forma las tensiones sociales. La construcción de un país se hace paso a paso y no de manera forzosa inventando extravagantes trochas que hasta el día de hoy han convertido las potenciales soluciones en francos problemas.

“La gata apurada hace a los gaticos ciegos”, razón por la cual los remedios espasmódicas y los dislates maniqueos suelen precipitar los más estrepitosos chascos. Existe un entramado social, que sin una efectiva conducción por parte del liderazgo político, va creando nuevas maneras de asociación e inéditas formas de supervivencia. Se ha fomentado la politización de los ciudadanos a la par de que los líderes se siguen despolitizando. La ausencia de política es sinónimo de barbarie. Cuando el político se despolitiza, se convierte en un bárbaro a la par de que el ciudadano común abre los ojos y se politiza cada día que pasa, desarrollando un espíritu crítico y suspicaz ante quienes se presentan como guías. Curiosa paradoja, la que ocurre en Venezuela, cuando un liderazgo no logra conectar con las asombrosas masas de ciudadanos que sufren conforme pasa el tiempo, a la par que la disconformidad sigue aumentando a pasos agigantados.

El tiempo de las confrontaciones se acabó y apostar por el mismo es seguir en la faena de desestructurar la sociedad. Clases sociales que padecen los mismos problemas siguen enfrentadas de manera trágica, entre otras razones porque ese divisionismo se sigue fomentando. La visión “ellos y nosotros” no solo es falsa, sino que está disociada de la realidad.

Queramos o no, simpatizantes y opositores del actual sistema de gobierno tendremos que apelar a la solidaridad entre nosotros o nos hundiremos todos. Mientras tanto, los gritos espasmódicos y las frases altisonantes tienen cada vez menos cabida en la vida del ciudadano, mucho más al ser contrastados con la realidad nacional. En lo particular me cuesta seguir el sentido del mensaje a la mayoría de quienes se presentan como nuestros líderes.

Alejados del espíritu de las leyes, se seguirá en una suerte de infinita pugna entre gemelos siameses, condenados hasta el fin de los días a compartir juntos la vida de manera rabiosa y sin que aparezcan las soluciones más elementales a los problemas que vivimos. 
Publicado el el diario El Universal de Venezuela el 23 de enero de 2017.

miércoles, 18 de enero de 2017

El discreto encanto de la inteligencia


Siempre he pensado que el bien más preciado que puede tener una persona es la capacidad de generar credibilidad en los demás, porque quien genera confianza tiene un poder que lo pone por encima de tanto embustero y embaucador que nos circunda.

Después de dos décadas escuchando las más disonantes formas expresivas, muchos venezolanos terminaron por calcarlas, lo cual se terminó convirtiendo en una mala copia colectiva de comunicarse. Ser grosero y malhablado puede que haya servido en algún momento para producir beneficios políticos y adhesiones casi incondicionales, porque una mentira repetida muchas veces, tal vez sea creída por muchos; pero no de manera indefinida. La realidad suele imponerse y el “darse cuenta” del engaño en el cual hemos estado viviendo se apodera cada día que pasa en la mayoría de mis connacionales.

Creo que ya hartos de escuchar ofensas y maneras escandalosas de expresión, se abre la puerta para que aquellas personas que hacen el papel de guías sociales hagan el heroico ejercicio de hacer introspección y modificar el discurso. No se trata de expresarse en sánscrito ni de usar palabras extravagantes, sino de apelar a la amabilidad. Es tan sencillo como eso.

En lo particular, ya me chillan los oídos cada vez que escucho a un desaforado con micrófono en mano vociferando un discurso atropellado. En una sociedad cuyo caos bordea el surrealismo, nada más sano que apelar al discreto encanto del buen gusto, de la palabra correcta, la expresión respetuosa y el cultivo incondicional del respeto a los demás. La chabacanería no puede seguir siendo el norte en un país sediento por un liderazgo que tenga la capacidad de modificar su manera de vincularse con las grandes mayorías y eso pasa por una urgente modificación de los modos de expresarnos.  

Por sentido común sabemos que una forma agresiva de expresarse no puede ser respondida en el mismo canal, porque ambos elementos de la comunicación terminan por atropellarse y no se logra escuchar lo que el otro desea plantear, lo cual redunda en conflicto y confrontación. Cuando un grito es respondido por un grito más alto, la comunicación se desvanece.

Socialmente nos hemos fusionado con el caos y las líneas que delimitan orden-caos a veces pareciera que están desapareciendo. Si alguien quiere generar confianza en los tiempos que corren, creo que el camino de la palabra dura, la expresión confrontadora y el gesto desairado no le dan ningún beneficio a la larga.

No se puede reinventar lo discursivo, porque a fin de cuentas la originalidad de la palabra es casi una quimera. Lo que sí se debe cambiar es la forma de oratoria con la cual se pretende conducir la nación y en ello nos estamos jugando el porvenir. Cuando observo a gente que conozco como culta e inteligente usando un vocabulario chabacano porque con ello cree que va a ganar el apoyo de “las masas”, siento que hacen un triste papel que nos desfavorece y perjudica a todos.

Un cambio en la forma de expresarse de los líderes de la Venezuela del presente es el primer paso para luchar contra la violencia que se apoderó del alma de la nación. El creer que el lenguaje duro lleva a la sumisión es una falsedad por una sencilla razón: El agresor termina haciendo que en el otro se acumule una cantidad de rabia, ansiedad y potencial cólera que tarde o temprano va a drenar. Cuando un río de agresividad se desboca, el objeto hacia el cual se canaliza el odio es absolutamente desconcertante, porque se puede volcar hacia los más débiles, pero también hacia los poderosos. Los caminos de la irracionalidad son muy difíciles de predecir y los ejemplos abundan a lo largo de la historia de la civilización.

La comunicación inteligente y acertada genera credibilidad y respeto. La expresión desaforada y hosca puede generar temor. Creer que se tiene lealtad por infundir miedo es abrir la puerta de la traición. Sólo la admiración, el respeto y el afecto son capaces de generar verdaderos vínculos de nobleza entre las personas. Tal vez el país que tenemos sea uno de los lugares del planeta en donde el liderazgo está mejor capacitado y formado. Es una de los logros de haber tenido un sistema educativo que particularmente en sus más altos niveles creó una movilización social que permitió que las personas de los más distintos orígenes pudiesen adquirir una formación académica de muy alta calidad.


El conjunto de excelsos centros de estudio, como las universidades autónomas, garantizaron la gratuidad de la enseñanza y permitieron que las personas de los más disímiles confines adquirieran un estatus de tipo igualitario que debe ser visto como el mayor logro de la democracia. Ser preparado intelectualmente y disfrazarse de arrabalero es un daño que se hace al espíritu todos, incluyendo a quien practica este proceder. Un mal que, quieran o no, se terminará revirtiendo en contra de quien lo ejerza. El mal, a fin de cuentas, llama al mal. Nada nuevo bajo el sol. 




Publicado en el diario El Universal de Venezuela el lunes 16 de enero de 2017 


Ilustracion: @odumontdibujos