martes, 23 de junio de 2015

lunes, 22 de junio de 2015

El hipopótamo


Los rompecabezas no solamente son juegos, también son instrumentos que se suelen indicar en la actualidad desde el punto de vista preventivo, para que las funciones mentales se mantengan activas, en un intento de evitar en lo posible el deterioro de las mismas.

Fui por un café a la panadería y me encontré con un allegado de avanzada edad. No pude evitar sentir compasión al ver al anciano de lo más afable y simpático, sentado solo en una mesita, tratando de armar un rompecabezas para niños. La totalidad de las piezas no pasaba de unas veinte y la imagen para armar era la de un hipopótamo rosado. Lo cierto es que el buen hombre trataba de hacer encajar una pieza que no era la correcta, de manera insistente y perseverante.

-Qué raro”- me decía con amabilidad –“Debe ser que el rompecabezas vino malo”- repetía una y otra vez mientras trataba que una de las patas del hipopótamo entrase en el lugar correspondiente a la cabeza del mismo.

Siento que lo que le pasa a este hombre que lamentablemente tiene deterioradas sus funciones mentales por una razón de carácter biológico, se parece a la manera de pensar y conducirse de buena parte del país.

En el curso de la civilización se ha intentado crear sistemas de pensamiento que además de tratar de comprender a las sociedades, también han pretendido cambiarlas. Es una ambición inevitable y plausible que busca que el mundo sea mejor. El problema ha residido en que dichas propuestas teóricas de cambio terminan pareciendo una suerte de recetario, que no fluye en la realidad cuando se intenta su implementación. Lo que se quiere no se corresponde con lo que se puede.

De esta manera se produce una disociación entre la idea y la realidad: Independientemente de lo bienintencionado que sea el propósito, la realidad es lo único que permite corroborar si una idea es viable en la práctica o no lo es. Cuando salgo a las calles de mi país es inevitable entender que estamos peor. La lista de problemas (algunos inéditos) es larga y estamos hasta el hartazgo de escucharlos y repetirlos.

Nos parecemos al buen anciano que padece una condición de deterioro mental que es incapaz de entender que la pieza jamás va a encajar en el lugar que él piensa que es el correcto, porque simple y llanamente no lo es. La realidad puede ser modificada sin necesidad de forzar las cosas, con una voluntad que ni siquiera requiere hacer estrictamente lo correcto sino hacernos el menor daño posible.

De la historia nos nutre el conocer de dónde procedemos y el saber lo que otras sociedades han vivido. Sin embargo, la extrapolación de una receta no es posible. No se puede activar una fórmula  para producir un cambio, porque cada sociedad ha de responder de manera distinta ante el intento de prácticas idealistas que parecen sensatas si las vemos en el papel. Cada pieza del hipopótamo tiene un lugar único que le corresponde. No podemos forzar lo real y convertirlo en idea, independientemente de las motivaciones que nos muevan.

A un político con aspiraciones de cargo, le pregunté para qué quería ese rol y me dijo: -Tú sí haces preguntas rebuscadas, Alirio, la cosa es el poder, cuando me nombren,  búscame a ver si trabajas con nosotros”. Por Dios que dudé si el que se estaba conduciendo como el hombre del rompecabezas era el político o era yo.

Bajo doctrinas o recetarios, por ambiciones personales o de grupos de poder que nos tratan poco menos que como tarados, el país va en picada. Como si nos hubiese dado por hacernos daño de manera colectiva y en forma continuada, sin algo que indique que existe un quiebre, un punto de inflexión o una manera un poco menos asfixiante de ver nuestro futuro.

Las cosas se están haciendo muy mal. La alternabilidad política es la esencia de cualquier sistema de gobierno que tenga un mínimo espíritu democrático. Sin alternabilidad, se perpetúan los mismos personajes en el control de una estructura que inevitablemente pervierte y corrompe a sus miembros. La manera como se intentan implementar recetarios y fórmulas ya demostró su absoluto fracaso. Por mayores esfuerzos que se hagan, la pieza que le corresponde a la cabeza no podrá ser sustituida por las patas.


Twitter: @perezlopresti


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el domingo 21 de junio de 2015

Enlace: http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/hipopotamo_31010


miércoles, 17 de junio de 2015

La falsa historia



En los libros de historia abundan las contradicciones. En parte porque no es posible que los historiadores se pongan de acuerdo y en parte porque el pasado como tal no se puede conocer. 


¿Los historiadores no se ponen de acuerdo?

El sujeto que se dedica a estudiar el fenómeno histórico no sólo está signado por la falta de objetividad propia de los seres humanos ante cualquier hecho, sino que los prejuicios del investigador forman parte de la manera como lo trajinado será recreado. Sumado  a los prejuicios, se unen los intereses que se persiguen al desentrañar la historia, los cuales van de la mano con juicios morales y elementos políticos, sólo para señalar dos factores que empañan el quehacer de los historiadores. Un recreador del pasado es a fin de cuentas un sujeto que tiene intereses personales y posiciones ya tomadas en relación a hechos ya ocurridos. Ello conduce a que el juicio moral no sólo lleve a que se señalen a los personajes como buenos y malos, sino que en base a esta dicotomía de carácter valorativo, aparezcan cuestionamientos y quejas sobre lo que hicieron o dejaron de hacer los grandes protagonistas de la civilización. Por otra parte lo político nubla cualquier intento de ver las cosas de manera descontaminada”. Es así como vemos una historia buena y otra mala de cualquier personalidad que sea significativa para la humanidad. Lo ideal es que lo transitado pudiese ser abordado desde la más absoluta imparcialidad, pero eso es la excepción, por no decir que es imposible. Somos humanos quienes recreamos el pasado y desde lo humano la subjetividad reina. No es un reproche, es sólo una observación.


¿El pasado como tal no se puede conocer?

A duras penas un ser humano puede llegar a estar más o menos informado de las cosas que giran en su entorno mientras existe. Sería muy ambicioso para quien es un ser descontextualizado y ajeno a su propia temporalidad”, el pretender conocer un pasado que ni siquiera conoció. A veces leo cómo se nos intenta convencer de las características culturales y vivenciales de personalidades de tiempos remotos. Si no somos capaces de entender nuestro propio momento, ¿cómo se puede pretender conocer un período que nos es ajeno?, tanto desde lo temporal como desde la paradójica sensación de ser un hombre del tiempo en el cual se vive. Por más obcecados que seamos en tratar de comprender la época que nos ha tocado vivir, la misma nos es ajena porque la máxima de que “el hombre no es capaz de entender la historia que vive sigue más vigente que nunca, por consiguiente entender el pasado nos es extraño. Esta segunda premisa hasta ahora tampoco es un reproche, es sólo otra observación.

Como el carácter de quien redescubre el pasado está signado por la subjetividad y los juicios de valor, entonces ¿qué es lo que entendemos por historia? Es una condición tan notoria (a veces escandalosa, incluso) que creo haber sido tajante cuando públicamente señalé en alguna ocasión, que “la historiografía en ocasiones parece un género literario”.

Independientemente de cualquier argumento que se esgrima, la noción de la historia es imprescindible para conocer de dónde venimos. La recreación de los hechos del pasado es tan importante, que basado en ello tenemos sentido de identidad y pertenencia tanto al gentilicio que nos marca como al lugar de dónde venimos. El hombre juicioso sabe que “la historia” es consustancial con los elementos culturales de un conglomerado. No por esta razón se puede hacer el ciego ante las fallas de origen que marcan los estudios de la misma.

Lo que sí es un reproche de carácter ético es mi cuestionamiento del manejo falaz de la historia y el uso indebido de una historiografía truqueada que se utiliza para justificar conductas o procederes basados en lo que pudieron haber realizado en vida personajes que son íconos de lo civilizatorio. Todo ello es una práctica profundamente rechazable que abunda en el hecho cultural propio de cualquier fenómeno social. Engañar con alevosía, usando un pasado adulterado como estratagema, es una práctica frecuente que no deja de sorprendernos. Desde acontecimientos propios de lo que tiene que ver con la idea de patria, hasta la vida privada de aquellos a quienes consideramos personajes históricos, la falsificación de los hechos se hace una constante que se usa para la manipulación colectiva.

Conocemos los hechos pretéritos por el encomiable trabajo que realizan los historiadores para darle sentido al pasado, constituyendo un notorio esfuerzo para dilucidar de dónde venimos. Sin embargo, pocas cosas son tan ambiguas como la elaboración de textos históricos, lo cual debemos tener presente cuando fijamos una posición o alegamos conocer una realidad que ya no existe y que no es posible revivir. Es una condición de la que no nos podemos desprender: Sólo a través de la historiografía que se realiza desde lo subjetivo”, se nos puede presentar la misma como cercana e incluso curiosamente propia.





Publicado en el diario El Universal de Venezuela el lunes 15 de junio de 2015.


Ilustración de @dumontdibujos

jueves, 11 de junio de 2015

Un hombre de su tiempo


No es una interrogante estéril. Incluso podemos terminar con un dolor de cabeza al hacernos la “famosa” pregunta: ¿Qué es un hombre de su tiempo? Dicha interrogación ha sido tema de debates y arduas confrontaciones públicas, en múltiples sociedades y diversos momentos. ¿Realmente tenemos conciencia del tiempo en el cual existimos, las cosas que ocurren a nuestro alrededor y de cómo nos afectan? Soy de los que cree que estamos marcados por el sino de no entender el tiempo en que vivimos, como no lo ha podido comprender ningún ser que nos haya precedido.

"Entender" el momento

Si algo nos caracteriza como sujetos, es nuestra incapacidad para “entender” el momento. Inmersos en nuestras circunstancias, la posibilidad de darnos cuenta y captar realmente lo que ocurre en nuestro entorno y lo que nos ocurre a nosotros mismos es una condición paradójica, que por encontrarse tan cercana no podemos percibir. Eso nos da un carácter ajeno a lo histórico porque precisamente nos hallamos incapacitados para visualizar la historia que estamos viviendo. Mucho menos lo logran los historiadores, que sin haber vivido determinado momento, tratan de establecer pautas y análisis en relación a los fenómenos que no han vivido. Ello hace que sin proponérselo, se terminen contradiciendo quienes tratan de aclarar un hecho histórico. No lo puede entender quien lo vive, ¿cómo  esperar que lo entienda quien no lo vivió? 

El hombre, atrapado en el sistema de creencias que le fueron transmitidas por las generaciones precedentes, intenta luchar contra ellas para hacerse su propio camino,  termina por crear un sendero cuyo rumbo es desconocido y su desenlace impredecible. Esa es una característica de la condición humana: La de ser incapaces de entender lo que estamos viviendo cada instante de nuestras vidas, entre otras razones porque nos guía el antojo y la distorsión de una realidad que trata de imponerse por el consenso de unos cuantos. En muchas ocasiones son los prejuicios y las ideas preconcebidas las que determinan nuestros actos y en otras ocasiones es precisamente la lucha contra los prejuicios y las ideas preconcebidas las que terminan marcando nuestra existencia. Todo ello hace que la vida parezca una puesta en escena de un grupo de actores de tercera, siguiendo un guión malogrado.

Ismos e ideítas preconcebidas

Socialismo marxismo nacionalismo capitalismo dadaísmo surrealismo anarquismo ismos ismos ismos… Recetarios al infinito que tratan de servir de brújulas en aras de marcarnos un falso norte para darle falso sentido a nuestras vidas, porque nos hacemos de la idea que la existencia debe tener algún sentido. Al menos es lo que se suele creer. Los “ismos” son representaciones rígidas que procuran dar estructura y veracidad a las cosas que hacemos o solemos justificar. En base a estos “recetarios” anhelamos vivir de manera diferente o complicamos la manera en la cual vivimos. Si nos basásemos en lo que señalan los historiadores, tiendo a creer que el único ganador es el nihilismo, tal vez el más implacable de todos los “ismos”. Afortunadamente los historiadores discrepan en su interpretación de los hechos históricos, por lo que la historiografía termina siendo una visión falseada de las cosas que les han ocurrido a otros.

Pobres seres los humanos. Condicionados por unas “ideítas” preconcebidas. Vulnerables frente a los discursos de los hipnotizadores. Incautos ante los charlatanes. Amantes de la utopías. Anhelantes de lo improbable. Torpes ante lo factible. Tímidamente ambiciosos y simultáneamente tan ambiciosos en lo no posible. Es la eterna disconformidad humana que termina volviéndose una perenne espiral en la cual mientras más damos vueltas por enmendar las cosas, pareciese que más nos alejásemos del centro de las mismas.

¿Cómo entender entonces lo qué vendría a ser un hombre de su tiempo?

Tampoco lo comprenderán los que nos sigan. Fuera de todo contexto y desde una perspectiva lejana, tratarán de interpretar un tiempo que no vivieron.  Caerán en la trampa historiográfica en la cual se intenta recrear desde lo subjetivo las cosas que le ocurrieron a otras sociedades y en un arrebato acrobático tratamos de extrapolar unas condiciones a otras que ni desde lo remoto se asemejan.

Uno de los más grandes “dramas” humanos es precisamente su incapacidad para atrapar e interpretar la realidad en la cual se encuentra. Es la gran desventura humana pero también constituye su gran aventura. Estar en una situación en la que se actúa desde la posición del hombre sin perspectiva. Porque de hecho no podemos ver las cosas desde la distancia porque estamos sumergidos en nuestras propias vivencias. La cercanía de las cosas nos vuelve ciegos ante las mismas. No tenemos ni la distancia ni el tiempo que nos permita comprender nuestro momento en su justa dimensión.

Por eso, cuando me hacen la consabida pregunta, suelo responder sin temeridad que un hombre de su tiempo es básicamente “un ser descontextualizado y ajeno a su propia temporalidad”.

 

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el lunes 08 de junio de 2015. 


martes, 2 de junio de 2015

Bondad y maldad


Baruch Espinoza (1632-1677), fue un judío de origen español nacido en Ámsterdam, cuya obra filosófica se encuentra impregnada de lo que se suele denominar “espiritualidad”. Sus premisas conjugan la razón, la pasión y la fe. Reformulando las ideas de su maestro René Descartes, que pensaba que existían dos sustancias, la pensante y la extensa, Spinoza sostiene que extensión y pensamiento eran apenas atributos de la única sustancia: Dios.

Sustenta la premisa de que Dios se identifica no sólo con lo espiritual, sino con la naturaleza, por lo cual “toda cosa finita es una manifestación de la sustancia infinita”. De allí que sus ideas llegan hasta nuestros días, siendo influyente en el pensamiento de hombres de la talla de Hegel. Como consecuencia de sus tesis, fue acusado de panteísta y excomulgado. Vale la pena releerlo cuando pensamos en el bien y el mal, porque su obra ha recobrado espacios en el siglo XXI, al tener un carácter inspirador. Para Spinoza el odio es lo que nos castra de nuestra posibilidad de actuar respecto a nosotros mismos, y, en ese  sentido, es una pasión mustia. Considera que las ideas de un bien y un mal “absolutos” han sido enclavadas en la historia de los pueblos para fomentar la superstición y el facilitar a los poderes políticos el dominio de los ciudadanos. La ética de Spinoza es ajena a la superstición y promueve la firmeza y la generosidad.

Todos estos planteamientos fueron tan apropiados y han llegado a ocupar un sitio importante en el pensamiento occidental porque en Spinoza la idea de bondad sobresale por encima de los postulados de otros hombres de ideas, desde una estructura racional.

Pero así como Spinoza predicó una razón que se estrechaba con la dimensión “espiritual”, paradójicamente llegó a crear pasiones en su entorno que hicieron su vida dura y turbulenta. Conforme predicaba lo bondadoso, las crueldades de sus contemporáneos lo circundaban. Como si lo bueno y generoso tuviese que ir de la mano con las pasiones demoledoras de lo oscuro y malvado, en una suerte de equilibrio que lleva de la mano una condición a la par de la otra. El bien y el mal unidos en un sino infinito de fluctuaciones que se resumen en el canto popular con la expresión: “En la muerte de Cristo no puede faltar El Diablo”. 

A mi juicio la bondad humana es inherente a nuestra naturaleza. Pero no a nuestra “naturaleza humana” como se suele señalar, sino a nuestra “naturaleza animal”, en un sentido evolutivo, tangible, pragmático, operativo y primario. Somos buenos porque en nuestra naturaleza animal la bondad es condición imprescindible para la supervivencia colectiva. Por ello me niego a aceptar que nuestra sociedad tenga incrustado actualmente en su seno la existencia de tantos elementos de carácter autodestructivo que nos llevan a pensar que como grupo tenemos visos de “sociedad suicida”.

Un pueblo puede y tal vez necesite de la confrontación entre sus pares por un tiempo limitado, bajo ciertas condiciones particulares. Ello se halla incrustado en la parte competitiva de lo humano. Lo que es incompatible con el civismo es que la confrontación entre connacionales sea una manera de vincularse de forma permanente, por mucho que sea estimulada y aupada desde estructuras de poder. Lo natural es que para podernos salvar “todos” debe aparecer la amabilidad, la compasión y el respeto, en especial el respeto y exaltación por la vida y todo lo que sea inspirador. Una sociedad que predica el culto a la muerte y no respeta la vida está condenada a su propia aniquilación.

Espero que esa bondad tatuada en nuestro código genético, perfeccionada por la historia filogénica de nuestra especie, sea la que aparezca entre tantas pasiones oscuras y sentimientos encontrados. Que el deseo natural por vivir y salvaguardar la vida sea quien venza en esta especie de competencia infinita de fuerzas para hacerse del poder y control social, cuando desde el comienzo era obvio que se trataba de una batalla perdida. Nuestra generación ha de retomar la senda del bien, porque tal como nos estamos conduciendo, no hay posibilidad de que surjan vencedores.

Baruch Spinoza es un ejemplo de perseverancia cuando se cree en un sistema de pensamiento que excluye la idea de odio. Fue tan importante su obra, que activó persecuciones ilimitadas al punto de que se le aplicó el “herem”, que es una maldición eterna, que prohibía a cualquier miembro de la comunidad judía dirigirle la palabra, relacionarse con él, acercársele físicamente, leer sus libros o estar bajo el mismo techo. Intentaron apuñalarlo en Ámsterdam y sobre su tumba, una mano siniestra escribió: “Escupe sobre esta tumba: Aquí yace Spinoza. ¡Ojalá su doctrina quede aquí sepultada y no se propague su pestilencia!”

A más de 300 años de su desaparición física y a pesar de todas las fuerzas malignas que se opusieron a su pensamiento esperanzador y bien logrado, lo seguimos leyendo e invocando, pues dejó un legado que guía y da sosiego.






Publicado en el diario El Universal de Venezuela el lunes 01 de junio de 2015. 


Ilustración: @odumontdibujos