Fui por un café a la panadería y me encontré con un allegado de avanzada edad. No pude evitar sentir compasión al ver al anciano de lo más afable y simpático, sentado solo en una mesita, tratando de armar un rompecabezas para niños. La totalidad de las piezas no pasaba de unas veinte y la imagen para armar era la de un hipopótamo rosado. Lo cierto es que el buen hombre trataba de hacer encajar una pieza que no era la correcta, de manera insistente y perseverante.
-“Qué raro”- me decía con amabilidad –“Debe ser que el rompecabezas vino malo”- repetía una y otra vez mientras trataba que una de las patas del hipopótamo entrase en el lugar correspondiente a la cabeza del mismo.
Siento que lo que le pasa a este hombre que lamentablemente tiene deterioradas sus funciones mentales por una razón de carácter biológico, se parece a la manera de pensar y conducirse de buena parte del país.
En el curso de la civilización se ha intentado crear sistemas de pensamiento que además de tratar de comprender a las sociedades, también han pretendido cambiarlas. Es una ambición inevitable y plausible que busca que el mundo sea mejor. El problema ha residido en que dichas propuestas teóricas de cambio terminan pareciendo una suerte de recetario, que no fluye en la realidad cuando se intenta su implementación. Lo que se quiere no se corresponde con lo que se puede.
De esta manera se produce una disociación entre la idea y la realidad: Independientemente de lo bienintencionado que sea el propósito, la realidad es lo único que permite corroborar si una idea es viable en la práctica o no lo es. Cuando salgo a las calles de mi país es inevitable entender que estamos peor. La lista de problemas (algunos inéditos) es larga y estamos hasta el hartazgo de escucharlos y repetirlos.
Nos parecemos al buen anciano que padece una condición de deterioro mental que es incapaz de entender que la pieza jamás va a encajar en el lugar que él piensa que es el correcto, porque simple y llanamente no lo es. La realidad puede ser modificada sin necesidad de forzar las cosas, con una voluntad que ni siquiera requiere hacer estrictamente lo correcto sino hacernos el menor daño posible.
De la historia nos nutre el conocer de dónde procedemos y el saber lo que otras sociedades han vivido. Sin embargo, la extrapolación de una receta no es posible. No se puede activar una fórmula para producir un cambio, porque cada sociedad ha de responder de manera distinta ante el intento de prácticas idealistas que parecen sensatas si las vemos en el papel. Cada pieza del hipopótamo tiene un lugar único que le corresponde. No podemos forzar lo real y convertirlo en idea, independientemente de las motivaciones que nos muevan.
A un político con aspiraciones de cargo, le pregunté para qué quería ese rol y me dijo: -“Tú sí haces preguntas rebuscadas, Alirio, la cosa es el poder, cuando me nombren, búscame a ver si trabajas con nosotros”. Por Dios que dudé si el que se estaba conduciendo como el hombre del rompecabezas era el político o era yo.
Bajo doctrinas o recetarios, por ambiciones personales o de grupos de poder que nos tratan poco menos que como tarados, el país va en picada. Como si nos hubiese dado por hacernos daño de manera colectiva y en forma continuada, sin algo que indique que existe un quiebre, un punto de inflexión o una manera un poco menos asfixiante de ver nuestro futuro.
Las cosas se están haciendo muy mal. La alternabilidad política es la esencia de cualquier sistema de gobierno que tenga un mínimo espíritu democrático. Sin alternabilidad, se perpetúan los mismos personajes en el control de una estructura que inevitablemente pervierte y corrompe a sus miembros. La manera como se intentan implementar recetarios y fórmulas ya demostró su absoluto fracaso. Por mayores esfuerzos que se hagan, la pieza que le corresponde a la cabeza no podrá ser sustituida por las patas.
Twitter: @perezlopresti
Publicado en el diario El Universal
de Venezuela el domingo 21 de junio de 2015
Enlace: http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/hipopotamo_31010
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