miércoles, 18 de febrero de 2015

El caballo y el dragón

Aunque toda mi vida he sido un burro para trabajar, resulta que según el horóscopo chino me corresponde el signo de EL CABALLO. No es que menosprecie al burro como animal, pues pienso que ningún ser vivo es de segunda, pero es más glamoroso ser caballo que burro… qué le vamos a hacer.
El caballo es una maravilla como signo. Representa el valor, el coraje, la lucha, el temple, la hombría (tanto como el burro), el sentido del deber, la responsabilidad, la capacidad de generar confianza y liderazgo. Un sin fin de elementos que hacen dificultoso el desear pertenecer a un signo diferente al que soy.
Pues entre chanzas, unos amigos me contaban los signos que le correspondía a cada uno de ellos y las diferentes características o cualidades que los identifican. A ese grupo de amigos se incorporó un joven que se parecía tanto a mí, que me cayó como una patada por el hígado. Era yo mirándome a mí. ¡Qué fastidio!


Como si las cosas no estuviesen ya mal, se le ocurrió tomarse la conversación para él y empezó a señalar por qué su signo según el horóscopo chino era el mejor: EL DRAGÓN. Misterioso, de profundidad abismal, con alta vinculación con las dimensiones que conducen a instancias místicas, vinculado con la seducción y la magia, distanciado de lo real, propenso a lo etéreo, etcétera. Total que una conversa entre amigos se trastocó al punto de convertirse en uno de esos programas que transmitían por televisión tipo “Orangel” y los doce del signo  o qué se yo qué parafernalia fatigosa.Traté de irme, inventando cualquier excusa, pero la convocatoria a la reunión se hizo bajo la premisa de despedir a una amiga que se iba de viaje a hacer un doctorado en Irlanda del Norte y por más que pedí que se me permitiese marchar, mi amiga me pedía, casi me suplicaba que me quedase, y yo, decoroso al fin, terminé quedándome.
El fulano “dragón” comenzó a meterse conmigo y como veía que yo no le respondía a sus intentos de molestarme y hacer que la pasase mal, terminó por tratar de elogiarme. “El tipo” conocía todos los libros que he escrito y hasta se sabía algunas frases de memoria, las cuales él adjudicaba a mi autoría y yo no recuerdo haberlas escrito.
Lo cierto es que dragón y todo, no era fuego lo que salía de su boca sino una jaladera de mecate que me hizo pasar una tarde  con final aburrido. Cuando todos nos despedimos,  me di cuenta de que ese que se parecía a mí tenía una enorme diferencia conmigo.
La diferencia es que se tomó la cosa del dragón en serio y yo por más que lo intento, no me creo lo del cuento del caballo. Qué va, no soy caballo ni nada, sobre todo porque me asfixian las ataduras que dan las etiquetas. No creo ser capaz de satisfacer las expectativas que mi signo del horóscopo chino plantea.
Lo único que puedo asegurar es que puedo patear. Patear (no dar puntapiés). Patear.
Patear y correr… “como” un caballo.

Twitter: @perezlopresti


Texto tomado del libro de mi autoría Suelo tomar vino y comer salchichón.




sábado, 14 de febrero de 2015

El pececito



Era un pez cebra  y vivía en un frasco de mayonesa de los grandes. Nos lo había regalado un tío y durante doce años no le cambiamos el agua del envase en donde vivía. Se veía saludable y jamás le aplicamos ningún fungicida o antibacteriano de esos que se suelen colocar en las peceras. Los restos de comida se pegaban en los bordes del frasco y nunca presentó enfermedad alguna. A pesar de que la comida se empichaba y cogía hongos, el pez daba muestras de una salud resplandeciente. Solía nadar con una placidez y calma que invitaba a que lo observásemos durante horas. Conforme iban pasando los días, el agua se iba evaporando y cuando a uno de los miembros de la familia nos parecía que ya se estaba reduciendo mucho su territorio acuífero, solíamos echarle una olla de agua que se mezclaba con la que ya tenía el frasco y el pez se veía contento, mientras realizaba acrobacias en su hogar. La “pecera” se iba poniendo verde conforme pasaba el tiempo y uno que otro caracol de vida fugaz, solía limpiar el vidrio hasta volverlo a poner transparente. ¡Como nos encantaba ese pececito!

En esos doce años nos fuimos de vacaciones durante más de un mes en varias oportunidades y le echábamos el equivalente a la comida que necesitaba durante nuestra ausencia. Cuando regresábamos solíamos impresionarnos de cómo había aumentado de peso y lo vivo que se volvían los colores de su cuerpo. De verdad que era agradable el pez y cada uno de nosotros lo fue llamando conforme le pareciera el nombre adecuado para el pececito. Es así como mi hermano lo llamaba Eugenio, mi hermana le decía Flipper, mi padre lo llamaba “la trucha” y mamá le decía “el pececito”. Yo solía llamarlo “Lacan”… por aquello de la importancia del silencio.

Cuando alguna visita llegaba a casa, solía preguntarnos por los familiares y amigos cercanos y siempre preguntaban por el pececito, tan importante y conocido era. Un amigo biólogo marino se interesó en él y quería hacerle estudios o qué se yo. La voluntad de mi padre se hizo sentir: “Prohibido meterse con la trucha”.

Todo iba bien con nuestro pez hasta que ocurrió lo inevitable. No me acuerdo quién fue, pero a alguno de nosotros se le ocurrió que sería prudente lavarle el frasco con el argumento de que “la pecera estaba sucia”. Fue cuestión de segundos. Una vez que se le lavó el frasco, al momento de introducirlo en el agua, el pez dio un giro y quedó muerto de manera fulminante. Lo sentimos.

A veces, cuando a alguno de los miembros de mi familia se le mete en la cabeza la idea de provocar un cambio en su manera de conducirse, suele escucharse el grito familiar de ¡ACUÉRDATE DE LO QUE LE PASÓ AL PECECITO! Cosas que uno aprende, pues.

jueves, 12 de febrero de 2015

La rebelión de las masas


Hace 25 años leí por primera vez el libro del filósofo español José Ortega y Gasset titulado La rebelión de las masas. En el prólogo para los franceses el autor señala que se trata de un libro “demasiado humano para que no le afecte demasiado el tiempo”. Frase que obedece al hecho de que Ortega pertenece a un prototipo egregio de escritor que va difundiendo sus trabajos a través de la prensa escrita y luego recopila sus publicaciones en textos.

Esta tradición ha sido particularmente relevante en Hispanoamérica y la importancia de la prensa en esta labor ha sido fundamental para poder entendernos como sociedad. En las páginas de opinión de la prensa escrita de Hispanoamérica brilla el talento y deslumbran los intelectuales. Para ejemplo basta con señalar la obra en artículos de opinión construida por hombres de la talla de Miguel de Unamuno, Francisco Umbral, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa sólo para citar algunos.

La rebelión de las masas es uno de esos libros ante los cuales es difícil permanecer “neutral”, puesto que no sólo conmina a la reflexión sino que induce a que se tome partido con respecto a las propuestas del talentoso filósofo madrileño.  Para Ortega, la misión del llamado “intelectual” es, en cierto modo, opuesta a la del político. “Ser de la izquierda, es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras de ser un imbécil: Ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral”. La política es una manera de vaciar al hombre de soledad e intimidad, y por eso la predicación del politicismo integral es una de las técnicas que usan para socializarlo.

Por mi parte siento que independientemente de los grados de conflictividad política que una sociedad pueda presentar, forzosamente muchos habrán de culpar a la política y a los políticos de sus desafueros y falta de “asertividad” en el plano personal. A fin de cuentas siempre es más fácil culpar a otros de nuestras miserias. Un amigo me preguntaba qué podía hacer para cambiar la dinámica nacional además de votar el día convenido y mi respuesta es la vieja fórmula con la cual tratamos de mantenernos más o menos adaptados y productivos. Le dije: - Si sientes que no puedes cambiar a tu país,  por lo menos haz lo posible para que el país no te cambie a ti. Necesario es tener presente que la vida pública no es sólo política, sino a la par y aun antes, intelectual, moral, económica; comprende los usos colectivos e incluye desde el modo de vestir hasta la forma como nos divertimos. 

La rebelión de las masas comenzó a publicarse en un diario madrileño en 1926,  y cuando el autor trata del tema americano, a mi juicio tiene tanta vigencia como cuando fue editado. América, lejos de ser el porvenir, es, en realidad un remoto pasado porque sigue representando el primitivismo, como bien lo dijo Ortega en su intento acrobático por tratar de comprender su propio tiempo. La tesis de Ortega sobre el hombre-masa cobra más vigencia conforme va pasando el tiempo, constituyendo un eje central de la obra, desarrollando la premisa de que la vulgaridad sobresale como un derecho.

Fue en La rebelión de las masas donde entendí que la famosa frase “cualquier tiempo pasado fue mejor” no sólo es desatinada, sino que representa una gran mentira. Lo que sí parece sensato es que el pasado no nos dice lo que debemos hacer pero sí señala lo que debemos evitar. A veces, la opinión pública no existe. Una sociedad polarizada dividida en grupos discrepantes, cuya fuerza de opinión queda recíprocamente anulada, no da lugar a que se constituya un mando. Y como a la naturaleza le horripila el vacío, ese hueco que deja la fuerza ausente de opinión pública se llena con la fuerza bruta. A lo sumo, se adelanta ésta como sustituto de aquella.

Otro elemento a destacar el la obra del español es la capacidad de poner al alcance de grandes mayorías, asuntos aparentemente complicados y viceversa: Es capaz de hacer que las banalidades muestren sus más profundos aspectos y  en lo cotidiano logra desentrañar profundidades abismales.

Como buen pensador que escribe, Ortega posee el brío temerario para exponer sus ideas, pudiendo caer en alguna contradicción; mas siempre he sostenido que el hombre carente de “espíritu contradictorio” debe ser un fanático. Ni más ni menos, la ausencia de espíritu contradictorio es sinónimo de ausencia de inteligencia. Por la capacidad de convencimiento de Ortega y su brillantez estilística, dejó una huella imborrable en hombres que manifestaron públicamente su admiración, como nuestros connacionales Ludovico Silva y Arturo Uslar Pietri.

Ante la preocupación de la decadencia o muerte de la filosofía, ocupación inherente a la misma, Ortega lo deja claro: La filosofía no necesita protección, ni atención, ni simpatía de la masa. Cuida su aspecto de perfecta inutilidad, y con ello se libra de toda supeditación al hombre medio.

A la postre, La rebelión de las masas es “un ensayo de serenidad en medio de la tormenta”.



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 09 de febrero de 2015. 

domingo, 8 de febrero de 2015

El hombre del martillo



Como muchas historias que he escuchado o leído, ésta no escapa al hecho de ser objeto de múltiples presentaciones versionadas, interpretadas o alteradas. Ésta es mi versión sobre un relato que con éste, suma una y mil ediciones.

No había manera de poner a funcionar la fábrica.  Habían traído expertos de varios lugares. Primero un grupo de ingenieros de la propia ciudad. Luego un equipo multidisciplinario de la capital del país; después se le pidió ayuda hasta  a quienes operaban la fábrica del grupo competidor. Como nada hacía funcionar las máquinas, trajeron a los creadores de las mismas: los  japoneses ganadores de tantos premios y reconocimientos que los habían hecho célebres.
Ellos tampoco pudieron. Los dueños de la fábrica estaban  atormentados por la potencial quiebra económica de la misma, mientras veían  todo su capital desmoronarse frente a ellos, sin poder hacer más de lo que ya habían hecho. Fue cuando el sindicato comenzó a presionar por los atrasos en los pagos de la nómina, cuando uno de los asesores le recomendó al presidente de la compañía que había que llamar al hombre del martillo”.
-¿Quién es ese?- preguntó el enjuto Presidente.
- Es un tipo realmente inusual – le respondió el asesor- va a ser difícil entender el método que usa para solucionar los problemas; pero nadie es mejor que él. Nadie posee su efectividad. Eso sí, cobra más que todos los que han venido a solucionar el problema. Sus honorarios exceden a los de la suma de todos los ineficaces expertos que hemos traído.
- No se hable más, señaló el Presidente – Si es el mejor en lo que hace, ¡Tráigalo!
Lo único que preguntó el hombre del martillo cuando llegó, fue: -“¿Dónde quedaba la central eléctrica que ponía a funcionar todo el sistema operativo de la fábrica?”. Con desconfianza y hasta en son de chanza le indicaron el lugar. El hombre no ocultaba su seriedad. Corto de palabras usaba un ceñido traje negro que hacía juego con un fuerte maletín de cuero apretado, del cual extrajo un martillo.
-Con permiso- dijo, mientras acto seguido le daba un martillazo con mucha fuerza a una de las esquinas de la central de operaciones. El golpe fue intenso y seco, haciendo que más de uno de los accionistas de la fábrica pegara un brinco por el susto. 
De inmediato, para sorpresa de todos, la fábrica entera comenzó a funcionar.
El hombre guardó el martillo en el maletín y cobró unos abultados honorarios directamente al Presidente de la compañía, quien no salía de su asombro. Sin chistar, pagó lo que le habían pedido y “el hombre del martillo” se fue sin despedirse.
Varios accionistas de la compañía se acercaron al Presidente de la misma para cuestionarle el hecho de haber pagado una suma tan sustanciosa por un martillazo. El Presidente se mostró dubitativo, hasta que el asesor que había propuesto traer al hombre del martillo se dirigió a todos los accionistas y les dijo:
 - El puso a funcionar la fábrica cuando nadie podía hacerlo.  Nos ha salvado de la ruina. No traten de descalificar el método que empleó. Sólo entiendan que ese hombre es el mejor de todos; no por haberle dado un martillazo a la central eléctrica, sino porque es el único que supo dónde había que dárselo. Ese es su talento. Respetémoslo.
Al día siguiente otra empresa en problemas llamaba con premura al legendario “hombre del martillo”. Esta vez se ahorraron el dinero  de traer a otros “expertos”.


miércoles, 4 de febrero de 2015

El café de “El Viento”



Muchas veces en lo que llevo de vida he tenido la percepción de que las cosas buenas que me ocurren no me van a volver a pasar, como si lo bueno sólo pudiese ocurrir una vez y la imposibilidad de que se repita estuviese siempre presente. Suele decir mi padre que existen trabajos de mi autoría que llevan como esencia un ramalazo metafórico”, lo cual hace que el texto trascienda e invada emocional e intelectualmente a quien se sienta familiarizado con el mismo.

Esta es la historia de cómo probé el mejor café de mi vida. Eran tiempos en los que a lomo de mula trabajaba como “médico rural” en distintos lugares de la geografía nacional. En esa ocasión me tocaba ir a pasar consulta en una aldea distante de la ciudad de Mérida llamada “El Viento” (Guaimaral). En vista de que el Arzobispo iba a realizar distintos actos religiosos como bautizos y bodas, la comunidad solicitó mi presencia para que simultáneamente, mientras un grupo de personas se ponía al día con el cumplimiento de los sacramentos, otro grupo aprovechara e iba a “chequearse” con el médico que llegaba sobre “una bestia”. Algunas garrapatas se incrustaron en mi espalda y la enfermera, con amabilidad, me las sacó con pinza.

Luego de una larga jornada de trabajo, en donde tratamos desde niños con parasitosis hasta casos severos de patologías pulmonares, pasando por rigurosos asesoramientos en materia de prevención de embarazos no deseados, con indicación de anticonceptivos orales y colocación de dispositivos intrauterinos (DIU), el dueño de la casa en donde nos alojábamos me ofreció “un cafecito tinto”, me dijo que era de su propia cosecha, que él mismo lo había tostado y molido y apreciaba con generosidad si le expresaba con total sinceridad cómo me parecía la calidad del café.

En un pocillo de peltre bellamente adornado, probé sorbo a sorbo un café como ninguno que hubiese probado antes. De buen cuerpo y profundo aroma, mis papilas gustativas y mi prominente y útil nariz, me daban la oportunidad de disfrutar uno de los sabores más exquisitos que haya experimentado. Era el mejor café del mundo. El café de “El Viento”.

Como la vida da vueltas, seguí trabajando en numerosos lugares y viviendo situaciones inéditas a lo largo y ancho de Venezuela en carácter de médico. Seguí tomando café en forma casi legendaria, pero, muy a mi pesar, ninguno como el que una vez y sólo una había probado en aquellas hermosas tierras de los Andes.

Se dieron las circunstancias para que el grupo de personas que me había invitado a la localidad de “El Viento” (Guaimaral) lo hicieran por segunda vez al año siguiente. Pero esta vez las circunstancias eran diferentes. Un día gris y frío hacía contraste con el soleado y cálido del año anterior. Una tormenta eléctrica hizo su aparición, luego de varios meses de sequía y el Arzobispo no nos acompañaba, así que la afluencia de pacientes fue poca. Por las veredas corrían ríos de aguas que terminaban creando pozos de barro en los que la mula a veces patinaba.

Cuando llegué a “El Viento” volví a la casa de quienes me habían invitado y dado posada. Había un chiquero con siete cerdos que impregnaba el aire del ambiente. Imagino que la lluvia arreciaba la pestilencia.

Igual hice mi trabajo y valoré niños con cuadros diarreicos y mujeres embarazadas que no habían recibido ningún control prenatal. Incluso, junto con la enfermera de la zona, pudimos practicar alguna cirugía menor. Terminamos la faena y a pesar de que el número de personas no fue tan nutrido, nos ufanamos del trabajo realizado. Era ya cerca de la hora de cenar cuando el mismo hombre que me había ofrecido el mejor café que había tomado en mi vida un año antes, comenzó a darme multiplicidad de razones por las cuales se había malogrado la cosecha de café. Que el verano había sido muy recio, que apenas hasta ese día era que había llovido, que se vio forzado a comprarle parte de la cosecha a un campesino de un sembradío cercano y que este año la cosecha de café no había sido lo mismo.

Igual me ofreció el café que tanto había elogiado el año anterior, con la hediondez que despedían los cerdos, la misma taza de peltre, pero mallugada por los golpes y los adornos casi borrados por el uso. Con un aire denso de humedad y malos olores probé por segunda vez el cafecito.

La insólita presencia de infinitud de aromas (olores que impregnaba hasta el último rincón de mi nariz), que de manera combinada estallaban en una espléndida y contrastante armonía; el placer de volver a tomar por segunda vez el mejor café del mundo me hizo olvidar que las circunstancias eran distintas, o tal vez porque las circunstancias eran diferentes, me parecía que esta vez el café era mejor que el primero, entonces caí en cuenta que estaba bebiendo el mejor café que había probado en mi vida. De nuevo pensé en lo afortunado que era por experimentar esa vivencia. Esta vez de manera mucho más relevante, pues era un placer repetido, por consiguiente “mucho más placentero”.

 



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 15 de enero de 2015. 

Ilustración: @odumontdibujos 
        

domingo, 1 de febrero de 2015

El experimento siniestro


En nuestra nación, el rechazo al experimento aumenta conforme pasa al tiempo, pues somos mayoría quienes deseamos una dirigencia responsable y un futuro mejor. Durante quince años, desde el aparato de poder se ha hecho uso y abuso de uno de los discursos más violentos de la historia occidental, sólo superado por aquellos que se han escuchado en el marco de grandes confrontaciones bélicas que marcaron a la humanidad. El asunto en Venezuela es más complicado aun de lo que ha ocurrido en otras latitudes, por tratarse de la versión más anacrónica de la fórmula, que ha demostrado ser fatídica y fallida al ser aplicada en otros lugares.

Al ser una sociedad carencial desde el punto de vista afectivo e intelectual, el proyecto político propiciado a través del fallecido Presidente anterior se basó en el manejo de un relato en el cual sólo cabía la posibilidad de ser un ciudadano de uno u otro bando. Este discurso extemporáneo, dicotómico, divisionista y efectivo, llevó de inmediato a la confrontación entre pares que todavía no hemos logrado superar del todo. Se basa en la repetida y falsa premisa “si no estás conmigo, estás contra mí”.

El origen de esta técnica de confrontación tan efectista es en realidad la resurrección del método ortodoxo marxista de fomentar la lucha entre ciudadanos. En plena Revolución Industrial, y aplastado por unas condiciones laborales y sociales infrahumanas, el brillante académico Karl Marx desarrolla la tesis de fomentar la pugna entre habitantes. Lo hace asentado en tesis inherentes al positivismo que acompaña a las ciencias naturales del siglo XIX, pero en particular basado en los trabajos de Charles Darwin.

Karl Marx genialmente da vueltas a la idea darwiniana y propone la lucha de clases como método para imponer una nueva sociedad. Al ser método y ser acto, es por lo tanto una acción de carácter política. En Venezuela estamos viviendo elementos inherentes al “pragmatismo ortodoxo marxista” con los resultados que se han obtenido cada vez que la fórmula se aplica. La materialización de este procedimiento se le suele denominar “socialismo real” y constituye una receta.

Son muchas las consecuencias previstas e imprevistas de todo este experimento social que estamos viviendo. Señalaré sólo algunas, a manera de ejemplo, porque todavía hay quienes piensan que el actual modelo está desvinculado con el marxismo.

1) Cada una de las veces que el socialismo real ha sido aplicado, es llevado de la mano por las fuerzas militares. Militarismo y socialismo real han ido siempre juntos. Es imposible uno sin el otro, porque es lo que impide la sublevación ciudadana.

2) La creación de milicias, fuerzas paramilitares (en Venezuela se les llama “colectivos”) siempre han sido un elemento de control social que permite la perpetuación del socialismo real. Puede terminar siendo un arma de doble filo al escapar del control del estamento militar, lo cual ya ha pasado en nuestro país (históricamente existen antecedentes de que esto ya ha ocurrido en otras sociedades).

3) El cercenamiento de las libertades individuales lleva a la censura y a la autocensura. El padecer una persecución de carácter político tal vez sea de las peores calamidades humanas. La disidencia atemorizada es más fácil de controlar.

4) Por ser una estructura de poder autocrática centralizada, la división de los poderes públicos no tiene cabida. En nuestra nación da lo mismo el poder ejecutivo que el judicial. Sin división y autonomía de los poderes no existe un sistema democrático. Por esta razón nuestro sistema de gobierno está reñido de los sistemas republicanos, aunque siga habiendo elecciones. Todavía no hemos entrado en el siglo XXI.

5) La autocrítica forma parte de estrategia porque permite dilatar las tensiones de los “militantes”. Cuando existen voces disidentes dentro del “proceso”, son aisladas del sistema, se les estigmatiza y reprende. En los estados de carácter autocrático, como el nuestro, es frecuente la aparición de cartas señalando mea culpa y otras recetas parecidas. Por otro lado, las críticas de los demócratas (fuerzas que se oponen al socialismo real) siempre son incómodas y amedrentadas.

6) Es imprescindible aplicar castigos a algunas figuras de poder. Lo contrario lleva al caos del propio sistema. Las ocasionales acusaciones de corrupción son metódicamente aplicadas para lavar la cara del régimen.  Son sacrificados y sacados de juego. En ocasiones por un tiempo, otras veces para siempre.

7) Como el modelo es inviable, el discurso requiere en ocasiones flexibilizarse de manara falaz, en aras de seguir manteniendo el control de la vida de los ciudadanos. Crear y amparar las esperanzas para mantener la ilusión sembrada.

A pesar de todo, seguimos siendo un pueblo solidario, amistoso, festivo y con tendencia a ser fraternos. Lo esperanzador es que hasta ahora, a pesar de todo lo vivido, no hemos dejado de ser venezolanos, lo cual lleva a pensar que es un socialismo “a la venezolana”, haciendo que la atmósfera que lo circunda tenga un carácter de “festividad tragicómica” que lo concibe distante de la forma como lo han vivido otros pueblos. Aquí ha corrido la sangre, pero paradójicamente sigue habiendo fiesta. En otros confines donde el experimento se ha llevado a cabo, la fiesta no lo ha acompañado.


Twitter: @perezlopresti