Era un pez cebra y vivía en un
frasco de mayonesa de los grandes. Nos lo había regalado un tío y durante doce
años no le cambiamos el agua del envase en donde vivía. Se veía saludable y jamás le aplicamos ningún fungicida o antibacteriano de esos que se
suelen colocar en las peceras. Los restos de comida se pegaban en los bordes
del frasco y nunca presentó enfermedad alguna. A pesar de que la comida se empichaba y cogía hongos, el pez daba
muestras de una salud resplandeciente. Solía nadar con una placidez y calma que
invitaba a que lo observásemos durante horas. Conforme iban pasando los días,
el agua se iba evaporando y cuando a uno de los miembros de
la familia nos parecía que ya se estaba reduciendo mucho
su territorio acuífero, solíamos echarle una olla de agua que se mezclaba con
la que ya tenía el frasco y el pez se veía contento, mientras realizaba
acrobacias en su hogar. La “pecera” se iba poniendo verde conforme pasaba el
tiempo y uno que otro caracol de vida fugaz, solía limpiar el vidrio hasta
volverlo a poner transparente. ¡Como nos encantaba ese pececito!
En esos doce años nos fuimos de vacaciones durante más de un mes en
varias oportunidades y le echábamos el equivalente a la comida que necesitaba
durante nuestra ausencia. Cuando regresábamos solíamos
impresionarnos de cómo había
aumentado de peso y lo vivo que se volvían los colores de su cuerpo. De verdad
que era agradable el pez y cada uno de nosotros lo fue llamando conforme le
pareciera el nombre adecuado para el pececito. Es así como mi hermano lo
llamaba Eugenio, mi hermana le decía
Flipper, mi padre lo llamaba “la trucha” y mamá le decía “el pececito”. Yo
solía llamarlo “Lacan”… por aquello de la importancia del silencio.
Cuando alguna visita llegaba a casa, solía preguntarnos por los
familiares y amigos cercanos y siempre preguntaban por el pececito, tan
importante y conocido era. Un amigo biólogo marino se interesó en él y quería
hacerle estudios o qué se yo. La voluntad de mi padre se hizo sentir:
“Prohibido meterse con la trucha”.
Todo iba bien con nuestro pez hasta que ocurrió lo inevitable. No me
acuerdo quién fue, pero a alguno de nosotros se le ocurrió que sería prudente
lavarle el frasco con el argumento de que “la
pecera estaba sucia”. Fue cuestión de segundos. Una vez que se le lavó el
frasco, al momento de introducirlo en el agua, el pez dio un giro y quedó
muerto de manera fulminante. Lo sentimos.
A veces, cuando a alguno de los miembros de mi
familia se le mete en la cabeza la idea de provocar un cambio en su manera de
conducirse, suele escucharse el grito familiar de ¡ACUÉRDATE DE LO QUE LE PASÓ
AL PECECITO! Cosas que uno aprende, pues.
El pecesito estaba en lo cierto vivió y lucho por sobrevivir y ser feliz al igual que nosotros la vida la muchos giros inesperados y nos lleva al punto de luchar por nuestra existencia normalmente nos adaptamos a nuestro ambiente cotidiano, a las personas que amamos inclusive a esos objetos que muchos apreciamos pero como dice Tito Rojas "Nadie es eterno en el mundo" y por el hecho de no querer aceptar esta verdad de la vida nos cohibimos y muchos decaen por el hecho de que no tienen ese Ello por ello debemos valorar y disfrutar lo que tenemos, nadie sabe cuando pasara que nos lleve a nuestro deceso.
ResponderEliminar