lunes, 23 de noviembre de 2020

Enseñanzas de la pandemia


Seguimos en plena pandemia. Tal vez el único antecedente parecido es la gripe española hace 100 años, en la cual falleció más de cincuenta millones de personas. Podríamos decir que como consecuencia de la actual situación se van a generar espectaculares cambios civilizatorios, lo cual es una especulación que puede fundamentarse en varios aspectos que hasta cierto punto se han vuelto un lugar común en los círculos de pensamiento del planeta. Si la pandemia tiene fecha de vencimiento es un asunto que desconocemos, sin embargo, pareciera que existen algunas cosas que invitan a reflexionar cada vez con mayor solidez, tanto que podríamos hablar de escenarios: Prepandemia, la pandemia y la postpandemia.

La prepandemia

Antes de la pandemia nos ufanábamos de lo rápido que se expandían los cambios propios de le microtecnología y la “inteligencia artificial”. Las redes sociales y las comunicaciones virtuales ya formaban parte de la vida en sociedad. Sin embargo, las diferencias entre países y su capacidad de acceder a estas formas de tecnología siempre estuvo limitada. Los adultos mayores tenían dificultades para asimilar las nuevas herramientas tecnológicas y en materia educativa las inequidades eran abismales entre la gente con posibilidades económicas para acceder a las tecnologías contemporáneas y quienes por vulnerabilidad económica se encontraban francamente en desventaja. Antes de la pandemia había movimientos reivindicadores de minorías, algunos de los cuales actuaban de manera violenta en su lucha por obtener sus derechos y de alguna manera, en occidente, se había dejado a un lado el asunto de cumplir con los deberes. La palabra deberes había caído en desuso.

La pandemia

Desde el comienzo, la virosis es manejada con torpeza ya proverbial. Se deja a discrecionalidad de líderes erráticos el manejo de esta y las tres reglas básicas: 1.Uso de tapabocas o mascarillas (elementos de protección personal). 2.lavado de manos y 3.Distanciamiento físico, no se preconizaron con celeridad. En relación con las medidas de confinamiento y cuarentena ya se sabrá más adelante si se realizaron en el momento adecuado, si se habrán de realizar varias veces o si no era necesario sobredimensionar la utilidad de estas. Simplemente no tenemos el balance final y lo que se diga es especulativo.

Como una paradoja muy cruel, se apuesta a que aparezca una vacuna, como si estuviésemos en los tiempos de Edward Jenner o Louis Pasteur y lo peor de todo: Fracasa el modelo de prevención, de manera que el nosocomio se vuelve el punto más importante del asunto, dando mayor importancia a las unidades de cuidados intensivos, relegando la atención primaria. Las más importantes revistas científicas se equivocan al publicar trabajos de investigación y luego controvertir el resultado de estos, lo cual, sumado a los disonantes discursos de la Organización Mundial de la Salud, terminaron por confundir al mundo entero. La revolución tecnológica da el gran salto cuántico y aparece el teletrabajo y el contacto social virtual como elementos ya introyectados en la cultura. 

Postpandemia

Si se llega a controlar la pandemia: 1.Porque aparezca la vacuna que dé resultados. 2.Se desarrolle un tratamiento farmacológico y la detenga. 3.El virus perdiese su enorme poder de contagio y letalidad o 4.Se contagiase gran parte de la raza humana; sin lugar a duda que va a quedar una gran cicatriz. La recesión económica, el desempleo, la delincuencia y la sensación del “sálvese quien pueda” será parte de los vínculos interpersonales y lo humano quedará más maltrecho de como ya venía. Tardará un tiempo en reponerse la civilización de esta necesidad de salvación a cualquier precio y volveremos a los conflictos bélicos de costumbre y a las calamidades que han acompañado al ser humano desde que existe. Lo que parece haber triunfado de todo esto es la expansión de la microtecnología como elemento que se posiciona por encima de otras dimensiones.

Especulaciones ligeras

Con la pandemia aparecieron como monte los “pandemiólogos” y los relatores de autobiografías que no interesan a nadie porque cada uno trata de sobrevivir a su manera. Si los centros de poder van a migrar, si los Estados Unidos se va a debilitar, si van a surgir nuevas potencias o lugares de concentración de nuevos tipos de poderíos o si el virus se potencia o aparece uno peor, son solamente especulaciones sin mucho basamento, bastante emotividad y ligereza para tratar de darle forma a lo que está por venir. No se suele ser muy exacto en la futurología y los expertos en pandemia todavía no se han posicionado. Resurge, eso sí, la mezquindad que es parte de la sombra de lo humano y el deseo de pescar en tan inédito río revuelto, que con frecuencia recibe el eufemístico nombre de “reinventarse”, asunto por demás ausente de profundidad argumentativa, porque no es un cambio evolutivo lo que vivimos, sino un intento de sobrevivir y no siempre de la mejor manera. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 24 de noviembre de 2020.

sábado, 21 de noviembre de 2020

Negar la realidad

 


Enfrentarse a los fanatismos es quizá el mayor reto que se le puede plantear a una sociedad sensata, pues la imposibilidad de negociar es atinente al hecho de ser básico y no entender que la vida es policromática; que entre el negro y el blanco existen infinidad de matices. Lastimosamente la exaltación corre a la par de cualquier tendencia inteligente que se desee fortalecer. El fanatismo representa una carencia intelectual y por supuesto afectiva, que termina por rellenar los vacíos de quien desde temprana edad no tuvo la posibilidad de contar con un poco de estabilidad en lo que respecta a su mundo interior.

Los seres humanos necesitamos aferrarnos a un mínimo sistema de normas, de creencias, de valores. Cuando esto no ocurre, la frágil condición psicológica se ve vapuleada por las circunstancias y a efectos de mantener un equilibrio interior, podemos engancharnos a cualquier cosa. Lo peor que puede pasar es agarrarse fanáticamente a una manera de conceptuar la vida que nos dé estructura y simiente las bases de lo que somos.

Buenas y malas creencias

Esa necesidad de creer ha recibido distintos nombres en el curso de la historia de la civilización. Espiritualidad”, “religión” y “psiquis” son, entre otras, las formas como hemos denominado a este ámbito humano. Incluso se ha tratado de definir a quienes se autocalifican de ser incapaces de entender este espectro a través del término “agnosticismo”.

Con los debilitamientos y cuestionamientos de las ideologías a finales del siglo pasado se generó un vacío que ha sido llenado por otras formas de visualizar la existencia. Es así como estamos viendo en pleno siglo XXI la paradójica presencia de las formas más inimaginables de avances tecnológicos a la par de las prácticas y costumbres más primitivas que haya podido cultivar la humanidad. Desde formas rebuscadas de culto religioso de carácter arcaico hasta las prácticas políticas más contrarias a elementales principios democráticos. Desde el desmembramiento de Estados completos a través del secesionismo hasta la veneración a figuras “antivalorativas” e incluso inexistentes. Esa es la contemporaneidad con la cual nos ha tocado lidiar.

La información que recibimos a través de lo noticioso, así como el poder tener acceso al conocimiento con mayores facilidades, hacen que el mismo se encuentre más cerca que nunca del ciudadano común, lo cual hace posible que muchos traten de notificarse y formarse por distintas vías, generando matrices de opinión y distorsión de la realidad que provocan que lo crítico y antagónico exista, pudiendo crear rendijas que admitan mostrar un carácter disidente frente a las circunstancias.

La posibilidad inédita de desarrollar una carrera “en línea” es más factible en los tiempos actuales. A la par de una educación masificada e insulsa, siguen existiendo instituciones pedagógicas de alto prestigio y calidad que incorporan a los mejores formados en los escalafones más trascendentes de la sociedad. La máxima baconiana “saber es poder” sigue presente; no buscamos un electricista para tratar una pancreatitis.

Optimismo necesario

Vuelve a aparecer la amenaza del triunfo de la barbarie por encima de la razón. De la pulsión y el placer por encima de los valores, siendo una amenaza propia de estos tiempos. El cultivo de la crueldad tiene profundas explicaciones, una de las cuales es haber apostado al nihilismo desde el plano social. Ser un negador compulsivo es una actitud temeraria que deriva en autodestrucción. Lo contrario es ser propositivo y proactivo, no sólo en nuestra vida personal, sino en nuestras actuaciones sociales, siendo el ejemplo y la manera de conducirnos, la mejor de las herramientas para inducir cambios que partan de lo individual y se generalicen.

Total, que lo humano es siempre imperfecto, pero apostar a la destrucción y no a la construcción empeora las cosas. El tiro por la culata sale cuando desmantelamos las instituciones, sembramos el pesimismo ante los resultados de lo que cosechamos como esfuerzo y desvalorizamos los logros que como gran conglomerado realizamos cada día que pasa.

La razón por la cual abrigo cierto optimismo (dadas las circunstancias), es porque creo en la infinita terquedad humana, su gran capacidad para cultivar la perseverancia y de que independientemente de que lo mediocre pueda asomarse como norma, también se necesita quien dé luz y brille, para que el caos no se termine de apoderar y condenar a la civilización. Ser un negador y saboteador de lo que beneficie a la sociedad es una actitud malsana e irresponsable. Sólo a través de lo propositivo y el respeto al otro se puede crear un mínimo equilibro social que permita entereza y una mejor existencia. La negación inútil conlleva a que sucedan los reveses, y aquellos logros que tanto han costado se deshagan y desaparezca precisamente cuando más necesitamos de referentes humanos que sean símbolos de lucha y de templanza en unas circunstancias históricas inéditas.

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 17 de noviembre de 2020.

martes, 10 de noviembre de 2020

Las formas del bien

  


De manera presurosa, un amigo me llama al enterarse de los resultados de las elecciones de los Estados Unidos. ¿Será una nueva oportunidad para que el mundo se serene?, me pregunta a través del celular, como si el audio viniese del más allá. ¿Ganó el bien o el mal?, me consulta.

Volvemos a tratar de darle forma al consabido concepto maniqueo de la idea del mal. ¿Qué es a fin de cuentas eso que llamamos “el mal”? ¿El mal existe, así como damos por sentado que “el bien” es un valor casi inobjetable? ¿Estamos condenados a ver el mundo a través de un discurso dicotómico que polariza el bien y el mal? Para San Agustín, si todo es producto de la creación de Dios, sería un contrasentido que el mismo Dios, el bueno, hubiese creado también el mal. Entonces, ¿cómo resuelve San Agustín este enigma? Con el pragmatismo que suele caracterizar al padre de la Iglesia en términos filosóficos, eso que llamamos mal sólo puede entenderse como los espacios que no fueron tocados por el buen Dios. En otras palabras, el mal no es por presencia sino por carencia. El mal es la ausencia del bien.

La peor forma del mal

Entendiendo a la sabiduría como una virtud, podemos pensar que, de todas las formas del mal, la ignorancia sería una de las peores. Por ignorancia no sólo se afirma, sino que se puede llegar a negar casi cualquier cosa e incluso de manera simultánea, en muchas ocasiones se dan ambos fenómenos en una retorcida forma de malsano malabarismo de pensamientos desatinados.

Podemos llegar sin dubitaciones a la siguiente aseveración: La ignorancia es la peor de las formas del mal.

He tratado de deslastrarme de la ignorancia que nos suele invadir y que puede llegar a ser el centro de nuestro ser íntimo. Ser carencial es una de las peores   formas   de   representación   de   la condición del ser.  Si se es carente, entonces el cráter de lo carencial necesariamente va a ser ocupado por “cualquier cosa” y, esa “cualquier cosa” está vinculada con los espectros negativos de las entidades que nos rodean. La carencia generalmente es el nicho de cultivo para que se desarrollen las peores formas de las cosas. Por ello es imprescindible cultivarnos como seres humanos, atrapando todo el universo de bondades que nos ofrece el conocimiento y que potencialmente nos conduce a la sabiduría. Por eso siempre he repetido sin sentir que he llegado a la saciedad, que, de todas las formas de representación del mal, la ignorancia es la más negativa de todas.

Lo carencial no sólo es consustancia al mundo intelectual, sino que la carencia intelectual está imbricada con la privación moral, por consiguiente, a la carencia afectiva. Una cosa lleva a la otra. Lo intelectual a lo ético y lo ético al amor. De esta forma, así como la ignorancia es la peor de las formas del mal, la sabiduría es la más grande y elevada forma de amor. El amor atinente al hombre sabio es ajeno a la vanidad y no necesita del encadenamiento del otro para poder disfrutar del deleite amatorio. El amor del sabio es un amor liberador, libre de ataduras y por consiguiente elevado. Porque no ama quien no concientiza el acto de amar, y este nivel de conciencia sólo puede estar unido a la sabiduría como gran eslabón para acceder a la felicidad. Son muchas las carencias de los pobres seres que habitamos este mundo y muchos los males que se generan en ella. La lucha contra la ignorancia es un camino potencial para llegar a ser bueno. 

Los malos acechando

Cada cambio civilizatorio puede ser potencialmente la puerta de entrada a cosas buenas. Cerrarse a esta dimensión es no darle cabida a la idea de que las circunstancias inexorablemente cambian. Las maneras a través de las cuales los individuos se expresan alcanzan su máximo nivel de materialización en los sistemas democráticos, en los que se pueden dirimir las diferencias con votos y no con balas. De ahí que quienes apuestan por las cosas negativas de lo humano desprecian las democracias, las cuales siempre están en peligro. A través del voto, que es un acto noble y bueno, multitudes eligen al nuevo presidente de Bolivia Luis Arce, en Chile grandes grupos consideran un camino razonable el modificar el texto constitucional y en los Estados Unidos, ya obstinados por el exceso de politización de la vida cotidiana y en grave riesgo de generar una polarización que confronte a los ciudadanos, el estilo estrambótico del presidente Trump sale del juego a través del voto. Tres espacios para la participación ciudadana que son representación de la misma dimensión en tres lugares diferentes, con gente que sueña con un mejor porvenir.

¿Y si las cosas no se dan como queremos? Entonces sería algo que con mucha frecuencia ocurre, lo que no podemos es sobredimensionar algo que no está ocurriendo. La expectativa es que con expresiones pacíficas como votar, se logren avances y se resuelvan las cosas en paz. Buen invento y legado nos dejaron los griegos con eso del voto. Sería una mengua no saberlo aprovechar. 



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 10 de noviembre de 2020.

martes, 3 de noviembre de 2020

Latinoamérica y sus péndulos


Un amigo me escribe desde un pueblo de Alemania y me asoma su ansiedad en relación con el futuro de América Latina. Me hace la pregunta directa: ¿Vas a volver a migrar? Como el sino de mi vida es la trashumancia, la verdad es que no me lo he planteado. Por ahora estamos bien, le respondo sin mucho enredo, a la vez que me pregunto si alguna vez el subcontinente pendular conseguirá su estabilidad.

Incapaces de deslastrarnos de maneras de pensar que permanentemente nos juegan en contra, pareciera que estuviésemos anclados en una dimensión de carácter pendular en donde un día estamos mirando para el norte y al día siguiente tenemos las narices aplastadas contra el sur.

El pasado está presente

Latinoamérica tiene una enfermiza fijación por su pasado. Es como si existieses una tendencia a la autoflagelación, en la cual lo que nos precede no es comprendido como un proceso natural de cambio y crecimiento, sino como un abismo insondable que debe martirizarnos. Se pierde demasiado tiempo y energía en un intento raro de descifrar lo obvio y tratar de comprender lo que no requiere mayor capacidad de entendimiento. Grupos enteros reniegan de lo que son y tratan de magnificar lo pretérito como el condicionante del presente. Buen intento de librase de la responsabilidad de ser diligentes con el tiempo y el lugar que nos ha tocado vivir. Es tan extravagante el rechazo a lo que somos, que se cae en un nominalismo compulsivo, donde le queremos cambiar el nombre a las cosas pensando que con eso estamos modificando el origen del cual venimos. Difícilmente se puede estar en paz como sociedad, si no somos capaces de entender que el pasado tiene su justa y necesaria dimensión, sin complejos ni revanchismos. Atacar el pasado es agredirnos con el látigo flagelante de los enajenados. Esa actitud es propia de sociedades primitivas y malsanas en donde de manera compulsiva se apela a lo simbólico y no se aterriza: Demasiados pajaritos preñados y poca capacidad resolutiva.

¿Compárate que algo queda?

Que, si los japoneses, los islandeses, los daneses, los suizos, los noruegos, los suecos y cuanto grupo humano idealizado como modelo nos pasan por la cabeza, lo asumimos como el norte y punto final a donde debemos llegar. Tamaña desproporción, de lo que conceptuamos como meta y lo comparamos con los que somos, no puede llevar sino a una eterna repetición de errores en torno a lo mismo. Al final, cada sociedad va labrando su calzada dependiendo de los recursos con los cuales pretenda progresar, siendo el principal de todo el talento humano. Un talento que se mide por su nivel educativo y en la medida en que una sociedad invierta en educación, su grado aspiracional puede ser potencialmente mayor. En materia educativa, los resultados benefician a todos. De ahí que no invertir en educación es una manera de autodestrucción. Cada pueblo ha de conseguir la fórmula que lo hará llegar al destino que colectivamente va haciendo cada día. Los calcos y remedos no aplican, de ahí la importancia de contar con gente capaz.

La paradoja perfecta

Privilegiados por los esfuerzos que en materia educativa se hicieron durante el período del bipartidismo del siglo XX venezolano, para poder conseguir trabajos sencillos en otras latitudes, muchos de nuestros compatriotas se ven forzados a ocultar su nivel educacional. Venezuela es el más impecable ejemplo de cómo una sociedad puede llegar a tener altos niveles aspiracionales. La movilización social generada en el siglo XX, gracias a lo que se invirtió en educación, generó lo que bien pudo ser una potencia en el subcontinente. Lo que vemos en la actualidad es el ejemplo de lo que no se debe hacer, la prueba tangible de cómo una sociedad, habiendo llegado a la mayor perfectibilidad como sistema, precisamente se desmorona por no haber sabido guiar la recta final hacia una mejor nación.

Grandes olas de venezolanos recorriendo el planeta es la marca de Caín que nos ha caracterizado. Un fenómeno migratorio como el ocurrido en Venezuela, no ha dejado de ser interesante acontecimiento para ser analizado en importantes centros de investigación. De nación potencia a “objeto de estudio” es la dura realidad que nos caracteriza. Se espera que cuando pase la pandemia y producto de la crisis económica global, la estampida de venezolanos buscando mejor porvenir aumentará las carreteras, puertos y aeropuertos de los confines del planeta. Por ser la región el destino más cercano, es inconcebible que no se hayan preparado las naciones para establecer un plan de contención para las enormes masas de connacionales que saldrán del país. Trámites de rigor como los respectivos permisos de trabajo, ya deberían ser parte de cualquier política migratoria de los países que habrán de recibir venezolanos por montón. La terquedad con la cual se voltea la mirada y se cierra los ojos ante lo que ocurre en la nación caribeña es de los desatinos más grandes de la historia contemporánea.

 

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 03 de noviembre de 2020.