De manera
presurosa, un amigo me llama al enterarse de los resultados de las elecciones
de los Estados Unidos. ¿Será una nueva oportunidad para que el mundo se
serene?, me pregunta a través del celular, como si el audio viniese del más
allá. ¿Ganó el bien o el mal?, me consulta.
Volvemos a
tratar de darle forma al consabido concepto maniqueo de la idea del mal. ¿Qué
es a fin de cuentas eso que llamamos “el mal”? ¿El mal existe, así como damos
por sentado que “el bien” es un valor casi inobjetable? ¿Estamos condenados a
ver el mundo a través de un discurso dicotómico que polariza el bien y el mal? Para San Agustín, si todo es producto
de la creación de Dios, sería un contrasentido que el mismo Dios, el bueno,
hubiese creado también el mal. Entonces, ¿cómo resuelve San Agustín este
enigma? Con el pragmatismo que suele
caracterizar al padre de la Iglesia en términos filosóficos, eso que llamamos
mal sólo puede entenderse como los espacios que no fueron tocados por el buen
Dios. En otras palabras, el mal no es por presencia sino por carencia. El mal
es la ausencia del bien.
La peor
forma del mal
Entendiendo
a la sabiduría como una virtud, podemos pensar que, de todas las formas del
mal, la ignorancia sería una de las peores. Por ignorancia no sólo se afirma,
sino que se puede llegar a negar casi cualquier cosa e incluso de manera
simultánea, en muchas ocasiones se dan ambos fenómenos en una retorcida forma
de malsano malabarismo de pensamientos desatinados.
Podemos
llegar sin dubitaciones a la siguiente aseveración: La ignorancia es la peor de
las formas del mal.
He tratado de
deslastrarme de la ignorancia que nos suele invadir y que puede llegar a ser el
centro de nuestro ser íntimo. Ser carencial es una de las peores formas
de representación de la
condición del ser. Si se es carente, entonces
el cráter de lo carencial necesariamente va a ser ocupado por “cualquier cosa”
y, esa “cualquier cosa” está vinculada con los espectros negativos de las
entidades que nos rodean. La carencia generalmente es el nicho de cultivo para
que se desarrollen las peores formas de las cosas. Por ello es imprescindible
cultivarnos como seres humanos, atrapando todo el universo de bondades que nos
ofrece el conocimiento y que potencialmente nos conduce a la sabiduría. Por eso
siempre he repetido sin sentir que he llegado a la saciedad, que, de todas las
formas de representación del mal, la ignorancia es la más negativa de todas.
Lo carencial
no sólo es consustancia al mundo intelectual, sino que la carencia intelectual
está imbricada con la privación moral, por consiguiente, a la carencia
afectiva. Una cosa lleva a la otra. Lo intelectual a lo ético y lo ético al
amor. De esta forma, así como la ignorancia es la peor de las formas del mal,
la sabiduría es la más grande y elevada forma de amor. El amor atinente al
hombre sabio es ajeno a la vanidad y no necesita del encadenamiento del otro
para poder disfrutar del deleite amatorio. El amor del sabio es un amor
liberador, libre de ataduras y por consiguiente elevado. Porque no ama quien no
concientiza el acto de amar, y este nivel de conciencia sólo puede estar unido
a la sabiduría como gran eslabón para acceder a la felicidad. Son muchas las
carencias de los pobres seres que habitamos este mundo y muchos los males que
se generan en ella. La lucha contra la ignorancia es un camino potencial para
llegar a ser bueno.
Los malos
acechando
Cada cambio
civilizatorio puede ser potencialmente la puerta de entrada a cosas buenas.
Cerrarse a esta dimensión es no darle cabida a la idea de que las circunstancias
inexorablemente cambian. Las maneras a través de las cuales los individuos se
expresan alcanzan su máximo nivel de materialización en los sistemas
democráticos, en los que se pueden dirimir las diferencias con votos y no con
balas. De ahí que quienes apuestan por las cosas negativas de lo humano
desprecian las democracias, las cuales siempre están en peligro. A través del
voto, que es un acto noble y bueno, multitudes eligen al nuevo presidente de
Bolivia Luis Arce, en Chile grandes grupos consideran un camino razonable el
modificar el texto constitucional y en los Estados Unidos, ya obstinados por el
exceso de politización de la vida cotidiana y en grave riesgo de generar una
polarización que confronte a los ciudadanos, el estilo estrambótico del
presidente Trump sale del juego a través del voto. Tres espacios para la
participación ciudadana que son representación de la misma dimensión en tres lugares
diferentes, con gente que sueña con un mejor porvenir.
¿Y si las cosas no se dan como queremos? Entonces sería algo que con mucha frecuencia ocurre, lo que no podemos es sobredimensionar algo que no está ocurriendo. La expectativa es que con expresiones pacíficas como votar, se logren avances y se resuelvan las cosas en paz. Buen invento y legado nos dejaron los griegos con eso del voto. Sería una mengua no saberlo aprovechar.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 10 de noviembre de 2020.
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