martes, 12 de septiembre de 2017

Gente buena


Las sociedades que viven con un mínimo de armonía son aquellas en las cuales el poder y control social se reparten o se alternan. Son las reglas básicas de convivencia en el mundo occidental y tratar de vulnerar la posibilidad de compartir o repartir espacios de poder solo conduce a mayor conflictividad y sufrimiento colectivo. Para muchos, ya es largo el tiempo que llevamos enfrentándonos. Para otros, penosamente, es apenas el comienzo.

La etología” es la disciplina que estudia el comportamiento animal en relación comparativa con el comportamiento humano. Se encuentra estrechamente ligada a las ciencias biológicas y en especial al evolucionismo darwiniano. Es una ciencia nueva (surgió poco después de la Segunda Guerra Mundial) y sus pioneros fueron el austríaco Konrad Lorenz (1903-1989) y el neerlandés Nikolaas Timbergen (1907-1988).

Una de las cuestiones éticas más importantes planteadas por la etología se refiere a la agresividad; es decir, la tendencia a la autoafirmación a través de contenidos competitivos, que Lorenz consideró como un “instinto inevitable y positivo”, identificándolo como un ingrediente esencial para la supervivencia de las especies animales.

La ciencia y la tecnología han transformado la condición humana y durante los últimos diez mil años se han inventado armas cada vez más complejas, desde la piedra tallada a la bomba atómica, y esto ha llevado a un evidente desequilibrio, puesto que el hombre no ha desarrollado frenos instintivos a la agresión, acordes a su enorme capacidad destructiva. Los tiempos de desarrollo biológico avanzan lentamente mientras el desarrollo de la tecnología es avasallante. Lorenz muestra su convicción de que la solución no consiste en alcanzar un mundo imposible en el que no exista la agresividad, sino en sustituir, con las herramientas de la cultura, los inevitables “retrasos” de la evolución.

Además del estudio de los elementos agresivos propios de nuestra naturaleza, la bondad humana, o comportamiento altruista es de capital relevancia para esta disciplina. En etología se puede hablar de comportamiento altruista cuando un individuo asume un sacrificio para favorecer a otro, hasta el punto de poner en riesgo su propia supervivencia. Este fue identificado por Charles Darwin en los insectos sociables como hormigas y abejas, en los que es habitual la renuncia a la propia vida para favorecer la supervivencia del grupo. Pero este esquema de comportamiento constituía un enigma irresoluble para el evolucionismo tradicional, ya que entraba en contradicción con la lucha por la supervivencia (según ésta, el individuo siempre intenta prolongar al máximo su vida). El mayor logro de la disciplina llamada “sociobiología” es haber ofrecido una fina explicación al fenómeno del altruismo.

Los sociobiólogos subrayan que el criterio clásico de la supervivencia individual no es capaz de explicar el comportamiento de los insectos y de los animales superiores. Un ejemplo de comportamiento altruista es el proceso reproductivo (procreación, cuidado y educación de la prole), que compromete a los animales a una serie de actividades muy costosas desde el punto de vista individual (la renuncia a reproducirse aumentaría sus posibilidades de vivir más tiempo). Según E. O. Wilson (Sociobiología, la nueva síntesis, 1979), la solución se alcanza colocando como protagonista de la evolución a la secuencia genética de la que el individuo es portador, y no al individuo a sí mismo.

Estos conceptos forman parte de la percepción que muchos tenemos acerca de la manera como se condicionan nuestras conductas y formas de conducirnos. En el libro de mi autoría titulado Psicología y contemporaneidad (Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes, 2a reimpresión de la 1a edición, 2015), desarrollo la idea de que “todo elemento asumido como cultural posee un trasfondo, de carácter biológico, que induce su perpetuación si es necesario o considerado beneficioso para la preservación de la especie”. De ahí que cada día se vuelve mayor mi interés en tratar de comprender las bases psicológicas de las sociedades que se mantienen en conflictividad permanente como ocurre con la nuestra.


Desde el psicoanálisis hasta la teoría de los juegos, pasando por la etología, son muchas las vías a través de las cuales se intenta clarificar el enmarañado caso venezolano. Indagar sobre extrañas conductas es uno. Desde el comienzo del conflicto nacional, se ha apostado en que somos una especie de sociedad dividida en dos bandos de carácter irreconciliable, siendo el fin último que uno de los bandos termine por aplastar al otro. Nada puede ser más ajeno a la realidad que ver el asunto venezolano con la simplicidad de quienes hablan con términos como “polarización” y otros desatinos lingüísticos. En realidad se trata de una falsa conflictividad entre falsos rivales, para llegar al falso fin último de someterse unos a otros. Un caso extremo y único de manipulación de masas.

Twitter: @perezlopresti

Ilustración: @Rayilustra 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 12 de septiembre de 2017

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