Las
sociedades que viven con un mínimo de armonía son aquellas en las cuales el
poder y control social se reparten o se alternan. Son las reglas básicas de
convivencia en el mundo occidental y tratar de vulnerar la posibilidad de
compartir o repartir espacios de poder solo conduce a mayor conflictividad y
sufrimiento colectivo. Para muchos, ya es largo el tiempo que llevamos
enfrentándonos. Para otros, penosamente, es apenas el comienzo.
La “etología” es la disciplina
que estudia el comportamiento animal en relación comparativa con el
comportamiento humano. Se encuentra estrechamente ligada a las ciencias
biológicas y en especial al evolucionismo darwiniano. Es una ciencia nueva
(surgió poco después de la Segunda Guerra Mundial) y sus pioneros fueron el
austríaco Konrad Lorenz (1903-1989) y el neerlandés Nikolaas Timbergen
(1907-1988).
Una
de las cuestiones éticas más importantes planteadas por la etología se refiere
a la agresividad; es decir, la tendencia a la autoafirmación a través de
contenidos competitivos, que Lorenz consideró como un “instinto inevitable y
positivo”, identificándolo como un ingrediente esencial para la supervivencia
de las especies animales.
La
ciencia y la tecnología han transformado la condición humana y durante los
últimos diez mil años se han inventado armas cada vez más complejas, desde la
piedra tallada a la bomba atómica, y esto ha llevado a un evidente
desequilibrio, puesto que el hombre no ha desarrollado frenos instintivos a la
agresión, acordes a su enorme capacidad destructiva. Los tiempos de desarrollo
biológico avanzan lentamente mientras el desarrollo de la tecnología es
avasallante. Lorenz muestra su convicción de que la solución no consiste en
alcanzar un mundo imposible en el que no exista la agresividad, sino en
sustituir, con las herramientas de la cultura, los inevitables “retrasos” de la
evolución.
Además
del estudio de los elementos agresivos propios de nuestra naturaleza, la bondad
humana, o comportamiento altruista es de capital relevancia para esta
disciplina. En etología se puede hablar de comportamiento altruista cuando un
individuo asume un sacrificio para favorecer a otro, hasta el punto de poner en
riesgo su propia supervivencia. Este fue identificado por Charles Darwin en los
insectos sociables como hormigas y abejas, en los que es habitual la renuncia a
la propia vida para favorecer la supervivencia del grupo. Pero este esquema de
comportamiento constituía un enigma irresoluble para el evolucionismo
tradicional, ya que entraba en contradicción con la lucha por la supervivencia
(según ésta, el individuo siempre intenta prolongar al máximo su vida). El
mayor logro de la disciplina llamada “sociobiología” es haber ofrecido una fina
explicación al fenómeno del altruismo.
Los
sociobiólogos subrayan que el criterio clásico de la supervivencia individual
no es capaz de explicar el comportamiento de los insectos y de los animales
superiores. Un ejemplo de comportamiento altruista es el proceso reproductivo
(procreación, cuidado y educación de la prole), que compromete a los animales a
una serie de actividades muy costosas desde el punto de vista individual (la
renuncia a reproducirse aumentaría sus posibilidades de vivir más tiempo).
Según E. O. Wilson (Sociobiología, la
nueva síntesis, 1979), la solución se alcanza colocando como protagonista
de la evolución a la secuencia genética de la que el individuo es portador, y
no al individuo a sí mismo.
Estos
conceptos forman parte de la percepción que muchos tenemos acerca de la manera
como se condicionan nuestras conductas y formas de conducirnos. En el libro de
mi autoría titulado Psicología y
contemporaneidad (Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes,
2a reimpresión de la 1a edición, 2015), desarrollo la
idea de que “todo elemento asumido como cultural posee un trasfondo, de
carácter biológico, que induce su perpetuación si es necesario o considerado
beneficioso para la preservación de la especie”. De ahí que cada día se vuelve
mayor mi interés en tratar de comprender las bases psicológicas de las
sociedades que se mantienen en conflictividad permanente como ocurre con la
nuestra.
Desde el
psicoanálisis hasta la teoría de los juegos, pasando por la etología, son muchas
las vías a través de las cuales se intenta clarificar el enmarañado caso
venezolano. Indagar sobre extrañas conductas es uno. Desde el comienzo del
conflicto nacional, se ha apostado en que somos una especie de sociedad
dividida en dos bandos de carácter irreconciliable, siendo el fin último que
uno de los bandos termine por aplastar al otro. Nada puede ser más ajeno a la
realidad que ver el asunto venezolano con la simplicidad de quienes hablan con
términos como “polarización” y otros desatinos lingüísticos. En realidad se
trata de una falsa conflictividad entre falsos rivales, para llegar al falso
fin último de someterse unos a otros. Un caso extremo y único de manipulación
de masas.
Twitter: @perezlopresti
Ilustración: @Rayilustra
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 12 de septiembre de 2017
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