En 2018 se cumplen los 55 años
de aparición de lo que a mi juicio es la mejor película de todos los tiempos.
Se trata del excepcional film italiano, dirigido por Federico Fellini y
protagonizado por Marcello Mastroianni, Claudia Cardinale y Anouk Aimée, entre
otros. Fue filmada en blanco y negro y su banda sonora fue compuesta por Nino
Rota, apareciendo en las salas cinematográficas en 1963.
El hombre con capacidad
creativa tiene la potestad de hacer que sus preocupaciones, obsesiones,
fantasmas, temores y utilidades sean potencialmente productores de seducción
colectiva. Es decir, que el gran creador parte del concepto de que su mundo
“personalísimo” es del común interés de un conglomerado que se ha de interesar
en compartirlo.
Esta premisa sencilla y paradójicamente
enrevesada tiene una gran complicación. Tal vez la vida de cualquier persona o
sus gustos o sus intereses nos puedan parecer atractivos, mas el artista es
artista precisamente porque tiene el don de transmitir de manera especial lo
que otros pudieran ya tener en mente: El artista es el artífice del “cómo” y su
genialidad está precisamente en “la forma” de transmitir sus elucubraciones.
Expresado de otra manera,
cuando se conjugan a través del artista la idea (el contenido) con gran
capacidad de expresarlo (la forma) surge el milagro de la creación de la obra
de arte.
¿Por qué es 8 ½ la mejor película jamás realizada?
Porque Fellini logra hacer que
sus intereses personalísimos se inmortalicen. El gran artista tiene el don de
universalizar sus intereses personales, a través de una manera de presentarlos
que nos deslumbran y seducen.
¿Qué ocurre con 8 ½?
La historia trata de un
artista (hombre admirado) a quien se le acabaron las ideas para seguir creando.
“Guido” (el nombre del protagonista) es un director cinematográfico a quien no
se le ocurre una nueva película. El tema con el cual comienza Fellini a
mostrarnos a su personaje principal, es atinente a la tradición humana de todos
los tiempos. ¿Quién en su sano juicio no ha tenido un bajón emocional que le
impide seguir llevando su vida como naturalmente solía conducirla? ¿Cómo no
identificarnos con el sujeto que después de cuarenta años de vida atraviesa una
seria crisis personal? Además, por ser un personaje público, la presión es aún
mayor y la capacidad resolutiva lo ubica al nivel de cualquier hombre.
Pareciera que “Guido” se
parece, o tiene relación o se nos ocurre que en realidad es el mismo Fellini,
quien nos presenta algún período de su propia vida. ¿Acaso el hecho de que lo
vinculemos con lo real es lo que lo hace mejor? ¿Es un gran film por ser
autobiográfico? Es creíble y nada puede ser tan fascinante como aquello que
parezca creíble porque lo que le ocurre a Guido, al parecerse a lo real, puede
pasarle a cualquiera. O sea, que la debacle moral e intelectual de un individuo
hace que sea más cercano a cada uno de nosotros.
Fellini expone un derroche de
elementos vinculados con la familia tradicional. La madre, el padre y el mismo
Guido cuando niño y todos los elementos que exaltan a la familia y la eterna
huella que lo familiar deja tatuado en el ser humano, sean por presencia,
ausencia, pobreza o riqueza afectiva. La familia marca nuestra vida hasta el
día en que dejemos de respirar. De hecho, es poco probable que se pueda hacer
una buena película en que el tema de la familia no esté presente.
Fellini usa de manera
deslumbrante lo que pudiésemos llamar los símbolos más representativos de la
civilización occidental. Desde la manifestación onírica clásica que recrea el
psicoanálisis, con sueños universales, hasta elementos claramente junguianos,
con los cuales Fellini impresiona. Personajes como la histérica, el Don Juan,
la amante, la mujer bella, el intelectual, la loca, desbordan al espectador y
lo llevan a un plano de fascinación sin comparación.
Los amores y los desamores
hacen que en una histórica escena sin parangón aparezca Guido en la misma
habitación con todas las mujeres de su vida. La solución simbólica nietzscheana
está vinculada con el látigo, con el cual el personaje principal logra
controlar un verdadero motín de las mujeres que ha conocido desde el día en que
nació. Desde su madre hasta su actual amante y por supuesto la loca del pueblo
con la cual descubrió el mundo del sexo, en contraposición con la inmaculada y
“sufrida esposa” Luisa.
La gran solución y el gran
final de la película: La eterna disyuntiva humana que es y ha sido, la lucha
entre la razón y los instintos. Como si ya no fuese suficiente con habernos
deleitado con el mejor cine que se ha hecho, el insólito final-moraleja-enseñanza,
hace que 8 ½ sea una película para ser vista una y otra vez. Fellini, el genio,
crea dos finales: A) El del hombre que no soporta la presión de la vida y
termina autodestruyéndose, y B) La otra cara de la moneda, la del hombre que sabe
que la vida es una fiesta y los seres que nos rodean merecen nuestro cuidado,
respeto y absoluta devoción.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 31 de
julio de 2018
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