Existe un montón de desafíos para el hombre de pensamiento en el contexto de la pandemia. En el siglo XX, Werner Heisenberg, ganador del premio Nobel de Física en 1932 hace una contribución notable a la física cuántica. Afirma que es imposible medir simultáneamente y de forma precisa la posición y el movimiento lineal de una partícula y formula de esta manera el Principio de incertidumbre. Como es tan propio del pensamiento la tendencia a buscar la exactitud y la certeza, de la misma manera, lo especulativo y ausente de fundamento también es certeza para muchas personas. La incertidumbre, si bien es propia de los fenómenos físicos y humanos, en el ámbito emocional es insoportable.
La insoportable pesadez de la incertidumbre
Como bien lo señala el gran maestro literario Milan Kundera, la levedad del ser puede ser insoportable; de manera análoga, la incertidumbre se vuelve una carga porque el ser humano no la tolera. La puede experimentar por un lapso específico y delimitado, pero no puede convivir con lo incierto de manera indefinida en el curso del tiempo. De ahí que se aferre de manera desgarrada a cualquier ápice de certeza. La religiosidad en todas sus formas, la “infalsable” espiritualidad, las ideologías en su totalidad plena, los sistemas de pensamiento y las fórmulas amasadas para sobrellevar la existencia nos dan sensación de sosiego y nos apaciguan. Funcionan como bálsamos tranquilizantes que despejan de los caminos a las temidas piedras propias de lo incierto. Si bien la incertidumbre puede ser el estado natural del universo, no así lo es el hondo mundo interior de las personas. Tratar de darle sentido a lo que experimentamos, requiere una visión que trascienda cualquier disciplina o conocimiento específico. Tratar de dale sentido a lo experimentado por vivencia, necesariamente va a flaquear en cualquier intento de darle forma, a menos que se vuelva un dogma, o sea, "una posibilidad imposible de comprobar".
La gran torta
Es un lugar común señalar que los seres humanos somos: O platónicos o aristotélicos. Los platónicos son más dados a lo especulativo en el sentido abstracto y los aristotélicos tienden a hiper valorar la lógica, la exactitud y aquello potencialmente comprobable y de ahí viene la ciencia. En esa visión aristotélica, lo ambicioso no está ausente. Para Aristóteles, para poderse acercar a una visión medianamente cercana a lo real, se requiere conocer la gran torta, la totalidad posible de lo cognoscible. De allí que para desarrollar una visión de las cosas se necesita un manejo de muchos conocimientos en forma simultánea y acumulativa y de ahí viene lo interdisciplinario. Si no podemos ver la realidad como una totalidad, solo estamos viendo un fragmento de las cosas. La ambición de aspirar a conocer es de las más grandes ambiciones humanas, lo cual nos condena al eterno retorno al génesis bíblico y religiones más primitivas, regresando de manera recurrente a ese pasado falsamente feliz, el que nos transporta al Árbol de la ciencia, del bien y del mal.
Viejas tecnologías
Lo tecnológico avanzó de tal manera que ya no se puede decir que se trata de un fenómeno nuevo. Es un asunto que ha avanzado a velocidad exponencial y que fue catapultado por la pandemia. Cuando aparece la sorpresiva pandemia, todos los canales digitales estaban al alcance de la mano para poder tele comunicarnos. La pandemia hace que, de manera exponencial y sin dudas inédita, la comunicación humana se modifique. Asuntos como la socialización propia del contacto físico que nos identifica, el lenguaje, las fobias atenientes a la proximidad al otro, el consumo de sustancias psicoactivas que mitiguen la ansiedad que surgió como consecuencia de los nuevos escenarios y los más clásicos y tradicionales mecanismos de defensa de lo humano hayan resurgido a flor de piel. No podían estar ausentes los viejos y muy trajinados mecanismos de defensa psíquicos frente a una realidad que se presenta a quemarropa. Gana la gran herencia evolutiva y respondemos ante lo inesperado de la misma manera en que hemos respondido antes a cualquier fenómeno que nos parezca un tanto extraño.
Adáptate o muere
Si de algo se puede ufanar la raza humana es de su inconfundible, maravillosa incomparable y nunca antes conocida capacidad adaptativa. Para bien o para mal somos una especie que se adapta absolutamente a cualquier escenario, por impensable que parezca. Nuestra capacidad de adaptación no solo no hace los únicos seres vivos capaces de asumir cualquier forma mimética para sobrevivir, sino que eso, que potencialmente debería ser una gloriosa virtud, es también la mayor de nuestras debilidades. De verdugos pasamos a víctimas en un parpadeo y las pasiones humanas pueden derrotar por su frenético alcance cualquier posibilidad de juicio razonable. Ser hiper adaptativos lleva consigo el culmen de la gloria como especie y a la par la mayor de las desgracias que puede acompañar a un ser vivo.
Publicado en El Universal de Venezuela el 19 de octubre de 2021.
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