domingo, 17 de octubre de 2021

Pateando largo en cuatro tiempos

 


Domingo a medio día. El sol se apodera de todos los espacios y en las ciudades latinoamericanas se siente un vientecillo en el que se entremezclan olores rancios y sudor de gente cansada. La pandemia ha dejado su marca tatuada en el subcontinente y en ocasiones pareciera que no es un virus sino los estragos de una guerra lo que estamos padeciendo. Las diferencias entre una y otra ciudad son ostensibles y muestran el rostro desfigurado de una región que en ocasiones coincide con los mismos aciertos y problemas y en ocasiones pareciera que cada país de América Latina es una nación que a duras penas comparte elementos culturales con la que tiene al lado. En un lugar con tantas contrariedades, ¿cómo no apostar por mejores escenarios?

Asuntos contemporáneos

Es difícil que exista una dimensión tan apasionante como tratar de comprender el propio tiempo en el cual uno vive. De hecho, no somos capaces de entender nuestra propia contemporaneidad porque la vivimos (o padecemos). Sin la perspectiva que da el tiempo, cada minuto de nuestro existir es abrumador y tiende a ahogar al sujeto que intenta dar un poco de orden a cuanto le acontece y aquello que le circunda. Las expectativas no quedan satisfechas y en el intento de tratar de comprender el tiempo en que vivimos, perdemos la brújula para finalmente terminar de pie en el mismo sitio después de hacer un largo recorrido. No ayudan para nada los historiadores, que recrean una época que ni vivieron ni conocieron. Solo tienen la perspectiva del tiempo, que se va haciendo lejana en relación con lo que nos interesa. Lo contemporáneo enceguece porque está demasiado cerca, es nuestro momento.  

De una a otra Venezuela

Nuestros más conspicuos prohombres han tratado de hacer un esfuerzo inusitado para comprender a Venezuela. Del país rural, pasando por el boom petrolero hasta los actuales tiempos atribulados, es difícil tratar de ordenar la secuencia de hechos en los que la nación ha pasado por tan duros escenarios y oscuras perspectivas. Nada indica que va a mejorar en lo profundo y a corto plazo el país, salvo la posible e insalvable necesidad de dar alivio económico a una población que lidia con la dureza del día a día. Desde la conquista hasta la nación que construimos en el presente, a veces pareciera que, salvo las cuatro décadas de democracia, todo lo demás es un sumidero de desgracias que van marcando a un grupo humano para bien y para mal. Coquetear con lo historiográfico y con la tentación de darle forma a tamaño amasijo de circunstancias es un desafío para cualquier venezolano con inquietudes intelectuales a quien le interese lo que hemos sido y hacia dónde vamos.

La rebelión de las minorías

En una paradoja propia de lo humano, ha sido reiterativo que algunas minorías victimizadas o realmente víctimas de injusticias, terminan por posicionarse en sitios relevantes en lo que se refiere a toma de decisiones. De manera paradójica, y también repetida, aquello que se muestra o es francamente minoritario, hace tanto ruido que termina por imponer su visión de las cosas. Probablemente nada nuevo bajo el sol en un mundo que no deja de dar vueltas. A la par de la Rebelión de las masas, expuesta en forma magnífica por el filósofo madrileño, existen francas rebeliones minoritarias que asoman causas aparentemente contraculturales para terminar por controlar a grandes grupos humanos cuya capacidad de discernimiento obedece al grito de la supuesta manada. Así funcionan las modas y los estereotipos. Inician como islas para terminar imponiéndose como norma. Se construyen en una oficina y la máquina del mercadeo termina por uniformizar el pensamiento. Víctimas y victimarios van de la mano porque se necesitan. En esa estamos, de esa venimos y a esa vamos. Se construyen y destruyen muros a mandarriazos.

¿Para qué pensamos?

En los tiempos que corren, tratar de hacer el ejercicio intelectual de pensar parece una pérdida de tiempo. Darle vuelta a asuntos que parecieran desgastados por tanto sobarlos o tener que replantearse los mismos lugares comunes una y otra vez, es como llover sobre mojado. Lo cierto es que necesariamente pensamos para conseguir las rendijas que permitan construir espacios de encuentro y tratar de generar ideas que puedan darle una nueva oportunidad a la esperanza. Quizá, con la minimización progresiva de la pandemia y sus terribles consecuencias, tendremos una luna de miel que nos hará replantearnos nuestra existencia. No solo desde lo individual, sino como conglomerado que merece mejores oportunidades y solo con el curso del tiempo y el esfuerzo colectivo irán surgiendo. Pensamos, porque a través de la formulación y reformulación de nuestras expectativas reales y nuestros sueños por alcanzar, lo esperanzador, tan propio de lo humano como el respirar, dará sentido a los que somos. Más o menos de eso se trata. Que lo bueno resurja en los lugares que amamos para darle cabida a lo que queremos alcanzar. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 12 de octubre de 2021.

 

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