Sube
nuevamente el telón y con franela y pantalones cortos me pongo a escribir. El
gran desafío humano en relación con las causas potencialmente determinantes
para multitudes es hacer que un principio, muchas veces personal, individual o
colectivo trascienda a las grandes mayorías al punto que las haga propias. De
ese lugar de partida surgen los movimientos sociales más aleccionadores y
encomiables; también las grandes tragedias. De una de esas desventuras venimos
los millones de venezolanos regados por el mundo, por lo que nos marca el
desarraigo y el viaje, con punto de partida y con destino incierto, tenemos el
signo de Caín. Eso somos quienes abrazamos la bandera tricolor y la arepa como
punto de encuentro. De esa historia que apenas comienza, muchos heredamos una
manera de ver el mundo que en ocasiones pareciera repetirse en cada esquina. En
ocasiones, eso que parecieran puntos de vista sólidos, son simples caprichos
generacionales.
Laboratorios
apocalípticos
Giran
las aspas del ventilador mientras en nuestro tiempo se hizo norma que se den de
manera simultánea las realidades forzadas más irreales. Los medios de
comunicación de la contemporaneidad son capaces de hacer que matrices de
opinión surjan de infinitas maneras, al punto de que lo que empieza por una
afirmación condenatoria termine por imponerse sobre la realidad. Lo que vemos y
oímos termina por ser cuestionado por nosotros mismos y las realidades
paralelas se van imponiendo como las verdades irrefutables en mundos
simultáneos que superan cualquier intento por controvertir y alegar. Gana lo
que cada uno quiere oír y de manera temeraria y tendiente a lo insalubre, se
termina por imponer una falsedad sobre otra.
Se condenan sistemas enteros para dar al traste con los mismos en un
aparente salto al vacío. En realidad, son los artilugios de quienes buscan
controlar y tomar el poder, lo cual lograrán si se les permite.
Épica
generacional
La
franela y los pantalones cortos son por el verano y escribo: Cada generación
potencialmente aspira tener su propia épica, en la cual se va desarrollando un
discurso y una narrativa que va desde lo tele novelesco hasta lo heroico. ¿Qué
le vamos a hacer, si existe la necesidad humana de darle una sobre dimensión a
lo pasado y al propio presente? Se necesitan héroes nuevos, los cuales
arribarán a donde se les lleve y si nos descuidamos, no bajarán de la cima a la
cual se les levante. Forma parte de las fatalidades propias de lo humano, en lo
cual existe la necesidad de creer en falsos titanes y la idolatría es una
función mental que genera esperanza y sensación de certeza. Esa misma esperanza
y sensación de certeza puede ser la peor de las fatalidades y de eso está lleno
de ejemplos la historia, pero bien sabemos que no se escarmienta en cabeza
ajena. Muchas veces parece que el aprendizaje es por sufrimiento o de lo
contrario no se aprende. De generaciones creativas que son capaces de pensar en
la unión y el bien común está repleta la historiografía, la misma que relata
cómo generaciones enteras no han hecho sino llevar a sus coetáneos a la
destrucción y la desgracia. Parecen ciclos de los sistemas.
Causas
ganadas, causas perdidas
Si
bien el calor arrecia, siempre hay tiempo para pensar que: Si bien es cierto
que la lucha por una buena causa vale la pena un esfuerzo, no menos cierto es
que algunas causas, por más loables que nos parezcan, no se pueden cultivar. La
vida es contra reloj y la necesidad humana de respirar un poco de aire fresco
es también parte del existir. Lo peor de lo humano es su capacidad adaptativa.
Somos capaces de adaptarnos prácticamente a cualquier situación que se nos
presente en el devenir de nuestra existencia. También se supone que esa
capacidad adaptativa es una de nuestras más grandes fortalezas. Tal vez la
adaptación solo es una tara sobrevalorada. Lo genuino sería rebelarnos ipso
facto, ante las adversidades, pero pareciera no ser compatible con una vida
equilibrada. En esas se nos va la vida. Afortunadamente nos queda tiempo para
bailar y amar, de lo contrario, el sinsentido se apoderaría de todos los
espacios. Prefiero claudicar mil veces ante una causa justa que inexorablemente
va a ser fallida que perderme de un encuentro con la persona amada. De lo
extremadamente individual, encumbrado en el compartir íntimo, está hecho lo más
grande de lo humano. También de lo rimbombante. Como colofón, escribo sobre el
sentido de la vida: A la vida hay que encontrarle sentido. Algunos tuvimos la
fortuna de nacer con una brújula traspasada generacionalmente que apuntaba el
lugar hacia donde debíamos focalizar nuestros esfuerzos. Lo agradecemos. Otros,
por el contrario, necesitan conseguir su propio camino, lo cual se hace con
esfuerzo temerario propio de quien necesita formarse su propia senda, sin
señales en el camino que más o menos le digan por dónde ir. Llevar de la mano
una brújula también es un acto de fe. Así se va cerrando el telón.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 18 de enero de 2022.
No hay comentarios:
Publicar un comentario