domingo, 2 de enero de 2022

De leyendas y otras obviedades

 


En ocasiones, mientras duermo profundamente, veo una infinitud de estrellas que hacen mágica la noche en Barro Negro, al pie del Pan de Azúcar, en el Estado Mérida, la de Venezuela. El páramo de La Culata es un sitio mágico, en donde los frailejones son tan grandes, que con la neblina parecen personas, como si fueran frailes en medio de esos parajes. De ahí viene el nombre de la inigualable planta de los páramos, o al menos eso creen los entendidos, cuyas hojas asemejan orejas de conejo. Tal parece que la distancia que se ha entrepuesto entre mi país y mi destino se hace cada vez más ancha, asunto propio del migrante, para quien el pasado deja de existir para convertirse en recuerdos transfigurados, mitificados y elevados a nivel poético. Mirar para atrás ni siquiera es un acto de nostalgia, es echarle un vistazo al manual de aprendizaje para seguir adelante. Esa bitácora que escribimos nos llevó a donde seguimos caminando. 

Rinde la vida

Tal vez es posible vivir varias vidas en una sola existencia. Recuerdo cuando daba clase en el aula 21 del edificio D de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes con un atuendo elegante y una colección de corbatas. Eran a las siete de la mañana y durante años me habían asignado el aula más grande por lo abultado del curso. La última vez que di clase en ese excepcional lugar solo había siete estudiantes. Todos los demás se habían retirado por no poder sufragar los gastos básicos para poder mantenerse en la universidad. Las instituciones son como montañas rusas. En ocasiones están en su punto más elevado y luego pueden llegar a bajar a ras del suelo. Es la particularidad de lo institucional, en lo cual está latente la posibilidad de que los malos tiempos se apoderen de la esencia de lo que son esas instancias creadas por el hombre para el buen vivir.  De la misma manera como caen, también resurgen, solo es cuestión de tiempo y en ocasiones de mucho tiempo. Ese resurgir de lo institucional es parte de lo más elevado de la cultura, pero la vida tiene fecha de caducidad y en ocasiones no podemos esperar.

Subiendo y bajando cerros

Subiendo El Mucuñuque, por los lados de la Sierra Nevada, a la altura de Mucubají, me encontré con un prado verde, casi irreal, con arbustos perfectos y un arroyo de la más cristalina de las aguas. Me pregunté, mientras comía mi avío, si podía haber un lugar más hermoso en la tierra. La belleza de un sitio está condicionada por la posibilidad de dejar en ese espacio nuestros sentimientos más puros y hacer que trasciendan en la eternidad propia de lo bello. Los extraordinarios venados de páramo, imponentes y de una beldad incomparable, saltaban en las mañanas mientras movían sus colas. Imagino esos parajes y estoy seguro de que seguirán de esa manera para siempre, sin que nada los altere. Al menos así quedó fijado en mi memoria. Al menos así quiero recordarlos siempre.

Mi querida Rofi

Andino al fin, mi perra era una mucuchicera de nobleza incomparable y de agilidad sorprendente que hizo que mis días de niño fuesen como una hoja a la cual el viento mueve con suavidad. Mi fascinación por los animales no solo estaba condicionada a que siempre tuve un buen perro conmigo, sino por la cantidad de especies con las que crecí, que hacían que nuestra casa, si no llegaba a ser una granja era casi un zoológico. Desde que tengo memoria, tuvimos la venia de nuestros padres para tener cualquier tipo de animal, desde rabipelados hasta monos, lo cual nos permitía compartir con las especies animales más exóticas y divertidas y aprender de ellas. Tal vez con una vida tan rendidora sea difícil que en mis sueños no aparezca una y otra vez lo exultante de mi tránsito por estas latitudes y mis vínculos con lo vivo, incluyendo lo humano.

Opiniones, contra opiniones, nimiedades

No tengo talento para perder tiempo. Trato de extraer lo que da la vida y si no me ofrece una buena opción, no tengo dificultad en cambiar de rumbo. Un zorro se me acerca para comer de mi mano, mientras quedo deslumbrado por lo rojizo de su pelaje y de su gran tamaño. Pasa un espléndido cóndor sobre mi cabeza y siento que la Cordillera de Los Andes me va a seguir acompañando por un buen rato, o tal vez no, tal vez sean los pirineos los que me permitan respirar otros aires y descubrir otros ámbitos. De tanto escuchar los puntos de vista de lo humano, hubo un tiempo en el que me generó mucho interés tratar de entender la manera de pensar de otros. Creo que son buenos esos, los tiempos en los que vamos escribiendo la hoja de ruta de nuestras vidas, para encontrarnos con nosotros mismos y los afectos que nos circundan y hemos cultivado, que al final es lo único que importa. De lo que he podido aprender siempre estaré agradecido. No puedo negar que sigo sorprendiéndome por las cosas que voy conociendo, en un aprendizaje infinito, que me permite sacar de la mochila las cosas que me pesan y que no me sirven para nada. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 04 de enero de 2022.

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