domingo, 23 de enero de 2022

Bella, inteligente y malvada

Hay personalidades realmente fascinantes. No necesariamente la fascinación está vinculada con la simpatía o la afinidad, mucho menos cuando tratamos de poner sobre lo humano el interés propio de quien intenta llevar lo que le circunda a letra escrita. También la fascinación por lo humano va de la mano con la experiencia de ser psiquiatra. Ese doble interés en descifrar aquello que mueve al ser, puede mostrarnos lo más loable y lo perturbadoramente monstruoso, muchas veces de manera simultánea. Lo bueno dentro de lo malo, lo malo dentro de lo bueno, lo bello dentro de lo feo, lo feo dentro de lo bello y demás combinaciones posibles. De esa dicotomía, que en realidad es una línea continua, estamos rodeados. También de esa materia aparentemente amorfa estamos hechos.

Vidas hechas y contrahechas

Tratando de abonarle un tanto al terreno de la introspección, estuve viendo de nuevo algunos clásicos del cine. El lado oscuro del corazón y su segunda parte, del argentino Eliseo Subiela, fueron para el deleite en el momento en que se difundieron en las salas de cine. Hoy son dos piezas de arte y de culto en relación con lo humano, sus banalidades y su potencial trascendencia. Del mismo autor, sorprende Hombre mirando al sudeste, que lo lleva a uno a preguntarse cómo hay tanta genialidad en un solo hombre, al punto de que otros se ven en la necesidad de plagiar su talento. La estética en su forma banal y conocida, de la mano con el abismo insondable del pensamiento son una dupla de la cual nos cuesta dejar de fascinarnos. Simplemente están ahí, para nuestro goce y recreación, una y otra vez. Recuerdo una tarde de cine en Mérida, al finalizar Ese oscuro objeto del deseo, de Luis Buñuel, un compañero de clase, notable por su tendencia a la estupidez, exigía que le devolviesen el costo de la entrada. Buñuel, mientras tanto, se estaba carcajeando en algún lugar. He conocido muchos sitios e infinitud de personas. He escuchado innumerables historias, algunas tan increíbles que sencillamente no se pueden contar. La capacidad de que lo humano y su miseria se concrete en obra de arte es lo más elevado de la creación.

Correr, caer, huir

El opíparo ingeniero, apurado porque lo espera la esposa con la cena hecha, se apura en despedirse de su amante. Se viste tan rápido que no se abotona bien la camisa. La amante, que aspira ascender en sociedad, ha cerrado la puerta con llave. El ingeniero la mira con sorpresa, mientras ella, con soltura, lanza por la ventana con fuerza, la única llave del departamento desde el piso diecisiete. El ingeniero queda abatido, entre el desconcierto, la angustia de no poder escapar y el saberse atrapado por los caprichos de su amante. Le esperan horas, tal vez días de súplica, para poder huir a la cárcel que él mismo se ha creado. ¿Para qué necesitan las personas tanta intensidad emocional solo para convencerse de que están vivos? Pareciera parte del sino humano el buscar situaciones en las cuales se intenta que sean los extremos lo que asomen y no el saludable equilibrio. Lo humano y sus infinitas contrariedades en ocasiones pareciera ser una gigantesca mueca, cuando no una morisqueta del destino. Mucho de lo que vivimos cada día era tan previsible que cuesta trabajo entender la recurrente tozudez humana y el inacabable esfuerzo de hacer las cosas complicadas, cuando bien pudieran simplificarse. La búsqueda desaforada del placer en ocasiones tiene tintes de autodestrucción notables, que quien lo cultiva trata de obviar. Hacerse el ciego o el sordo ante lo importante tiene más peso que ponerle ojos, oídos y el mayor interés a cosas que no valen la pena.

Comienza el universo de parias

Migrantes marginados y marginales de lo civilizatorio recorren el mundo. Millones de almas pululan de un lado a otro, muchos de los cuales hacen esfuerzos inmensos por tratar de encontrar lugares para sobrevivir al hambre y al infortunio. Grandes masas van de un sitio a otro lugar, mientras desde los centros de poder más importantes del planeta se actúa como si se tratase de modificar el cauce de un riachuelo. Que si un dique por aquí, una pequeña desviación por allá. Asuntos como el desplazamiento ininterrumpido de enormes grupos de personas debería ser prioritario para quienes toman decisiones importantes. No es saludable mirar a un lado ante problemas que sin dudas terminarán por generar inconvenientes en muchas latitudes. En el siglo que combina pandemia con telemática, ser multitudinariamente errante no debería ser normalizado. Pero lo humano es así, infinitamente desconcertante al punto de que el desbarajuste que se termina generando se celebra como si fuese un logro. Demasiada energía invertida en hacer las cosas mal, cuando es más sencillo hacerlas bien. Más o menos de ese sabor se nos hace la existencia. Hay problemas tan grandes que a muchos les cuesta entender que apenas están comenzando. De certezas difíciles de asimilar está hecho nuestro presente. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 25 de enero de 2022.

No hay comentarios:

Publicar un comentario