En eso
de ser “versado en un tema”, un conocido se ha dedicado a escribir sobre lo que
él denomina las nuevas formas de inquisición propias de nuestro tiempo.
Tendiente a ver las cosas de manera absolutista, tratándose de un experto en el
tema, perdió la puntería y en su intento argumentativo acerca de qué cosa está
bien y cual no, cayó redondo en su propia trampa y de crítico social pasó a ser
un neoinquisidor, tipología que él tanto se ha dado el trabajo de criticar. Su
desliz fue expresar que uno de los grandes errores del mundo en estos tiempos
es seguir invirtiendo en las disciplinas humanísticas y no en la ciencia, lo
cual, a su juicio, es lo importante.
Acabar con las humanidades
La
osadía de plantearse el no invertir recursos para el desarrollo de las
disciplinas humanísticas es una de las bestialidades más grandes que conozco.
Sería literalmente condenar a la civilización a no dar un paso que no sea
estrictamente utilitarista y desaparecería toda forma de vinculación
interpersonal amable que hayamos conocido. Pero es que el asunto es incluso más
grave. La moral, que es la forma de conceptuar el bien y el mal de manera
dicotómica en un tiempo y en un lugar va cambiando conforme las generaciones
subsiguientes la van reevaluando. Esta reevaluación de la moral va de la mano
con los cambios de las costumbres y las luchas sociales que permitan la
aceptación de la normalización de estas costumbres. El estudio de lo moral (qué
es bueno y qué es malo) desde una perspectiva universal, es lo que conocemos
como ética. Dicho de otra manera, la ética es el ejercicio a través del cual
intentamos darle una dimensión universal a la moral y es filosofía. Si no
existen las humanidades, no existiría la ética y el ser humano estaría
condenado a vivir en una barbarie extrema.
La ¡oh! diosa ciencia
A
mediados del siglo XIX, hasta la tercera parte de las parturientas moría por
fiebre puerperal, proceso infeccioso condicionado por la falta de higiene durante
la atención de los partos. Mi abuela solía decir que “parir era morir”, porque
para las comunidades del sur de Italia, incluso a comienzos del siglo XX, los
partos estaban estrechamente relacionados con la muerte. Ignaz Semmelweis,
médico cirujano y obstetra nacido en lo que hoy conocemos por Budapest y
fallecido en Viena en 1865, es reconocido históricamente como “el salvador de
madres” por haber creado los procedimientos antisépticos. En sus publicaciones
señaló que el lavado profundo de las manos de los obstetras reducía
significativamente la mortalidad por fiebre puerperal a menos de 1 %. Su
aporte, la idea de lavarse las manos para evitar la muerte de las pacientes,
fue profundamente criticada por la comunidad científica de la época y
literalmente se le persiguió. Murió luego de dos semanas de ser ingresado en
una institución para enfermos mentales, a la edad de 47 años. Sus biógrafos
señalan que probablemente falleció por un proceso séptico (infeccioso) causado
por una paliza de sus guardias.
Ignaz
Semmelweis es el pionero en lavarse las manos como procedimiento para evitar
infecciones y prevenir la muerte de las pacientes, técnica que posteriormente
Florence Nightingale la convierte en una práctica obligatoria en el hospital de
campaña donde trabajaba, en plena Guerra de Crimea. Esa es la principal
recomendación para evitar el contagio por el Coronavirus en el siglo XXI y su
implementación costó la vida de quien lo planteó, además de haber sido
fanáticamente rechazada por la comunidad científica de la época. Volvemos a los
preceptos básicos de quienes se sacrificaron por nosotros y debieron luchar con
la comunidad científica. La diosa ciencia se suele equivocar.
Antecedentes
de las pandemias
A
finales del siglo pasado, una generación entera padecimos el tener que
introducir los preservativos en las relaciones amorosas. Las flores y los
bombones iban de la mano del condón. El HIV hizo su aparición y cambió
brutalmente las relaciones íntimas hasta el día de hoy. Creo que a la humanidad
se le olvidó que la ciencia no ha saldado la deuda con los enfermos de SIDA y a
esa característica colectiva sucumbimos por necesaria negación de la realidad.
No es muy efectiva la ciencia cuando de convencer a la gente de cambiar sus
hábitos se trata. A pesar de sus innegables avances, todavía falta mucho para
depositar la suficiente confianza en ella.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 23 de junio de 2020.
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