lunes, 22 de junio de 2020

Sobre inquisiciones




En eso de ser “versado en un tema”, un conocido se ha dedicado a escribir sobre lo que él denomina las nuevas formas de inquisición propias de nuestro tiempo. Tendiente a ver las cosas de manera absolutista, tratándose de un experto en el tema, perdió la puntería y en su intento argumentativo acerca de qué cosa está bien y cual no, cayó redondo en su propia trampa y de crítico social pasó a ser un neoinquisidor, tipología que él tanto se ha dado el trabajo de criticar. Su desliz fue expresar que uno de los grandes errores del mundo en estos tiempos es seguir invirtiendo en las disciplinas humanísticas y no en la ciencia, lo cual, a su juicio, es lo importante.

Acabar con las humanidades

La osadía de plantearse el no invertir recursos para el desarrollo de las disciplinas humanísticas es una de las bestialidades más grandes que conozco. Sería literalmente condenar a la civilización a no dar un paso que no sea estrictamente utilitarista y desaparecería toda forma de vinculación interpersonal amable que hayamos conocido. Pero es que el asunto es incluso más grave. La moral, que es la forma de conceptuar el bien y el mal de manera dicotómica en un tiempo y en un lugar va cambiando conforme las generaciones subsiguientes la van reevaluando. Esta reevaluación de la moral va de la mano con los cambios de las costumbres y las luchas sociales que permitan la aceptación de la normalización de estas costumbres. El estudio de lo moral (qué es bueno y qué es malo) desde una perspectiva universal, es lo que conocemos como ética. Dicho de otra manera, la ética es el ejercicio a través del cual intentamos darle una dimensión universal a la moral y es filosofía. Si no existen las humanidades, no existiría la ética y el ser humano estaría condenado a vivir en una barbarie extrema.

La ¡oh! diosa ciencia

A mediados del siglo XIX, hasta la tercera parte de las parturientas moría por fiebre puerperal, proceso infeccioso condicionado por la falta de higiene durante la atención de los partos. Mi abuela solía decir que “parir era morir”, porque para las comunidades del sur de Italia, incluso a comienzos del siglo XX, los partos estaban estrechamente relacionados con la muerte. Ignaz Semmelweis, médico cirujano y obstetra nacido en lo que hoy conocemos por Budapest y fallecido en Viena en 1865, es reconocido históricamente como “el salvador de madres” por haber creado los procedimientos antisépticos. En sus publicaciones señaló que el lavado profundo de las manos de los obstetras reducía significativamente la mortalidad por fiebre puerperal a menos de 1 %. Su aporte, la idea de lavarse las manos para evitar la muerte de las pacientes, fue profundamente criticada por la comunidad científica de la época y literalmente se le persiguió. Murió luego de dos semanas de ser ingresado en una institución para enfermos mentales, a la edad de 47 años. Sus biógrafos señalan que probablemente falleció por un proceso séptico (infeccioso) causado por una paliza de sus guardias.

Ignaz Semmelweis es el pionero en lavarse las manos como procedimiento para evitar infecciones y prevenir la muerte de las pacientes, técnica que posteriormente Florence Nightingale la convierte en una práctica obligatoria en el hospital de campaña donde trabajaba, en plena Guerra de Crimea. Esa es la principal recomendación para evitar el contagio por el Coronavirus en el siglo XXI y su implementación costó la vida de quien lo planteó, además de haber sido fanáticamente rechazada por la comunidad científica de la época. Volvemos a los preceptos básicos de quienes se sacrificaron por nosotros y debieron luchar con la comunidad científica. La diosa ciencia se suele equivocar.

Antecedentes de las pandemias

A finales del siglo pasado, una generación entera padecimos el tener que introducir los preservativos en las relaciones amorosas. Las flores y los bombones iban de la mano del condón. El HIV hizo su aparición y cambió brutalmente las relaciones íntimas hasta el día de hoy. Creo que a la humanidad se le olvidó que la ciencia no ha saldado la deuda con los enfermos de SIDA y a esa característica colectiva sucumbimos por necesaria negación de la realidad. No es muy efectiva la ciencia cuando de convencer a la gente de cambiar sus hábitos se trata. A pesar de sus innegables avances, todavía falta mucho para depositar la suficiente confianza en ella.


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 23 de junio de 2020. 

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