Tiempo de tiempos
Quizá
la idea de que el curso de la historia está condicionado por fuerzas que hacen
que la brújula señale el norte, está más cerca de la chapucería que del
razonamiento lógico. La historia es una sucesión de exabruptos y
acontecimientos, que en su totalidad terminan por imponer el equilibrio propio
de cualquier sistema. Al ser un sistema en el cual nos desenvolvemos, es
posible que el mismo cumpla con ciertos ciclos y estos ciclos tengan un
carácter de predictibilidad que no es imposible detectar. En relación al tiempo
en el cual transcurre nuestra vida, se impondrá sobre cada uno modos de
conducta y formas de aparentar. La capacidad de sortear cada obstáculo es la
esencia del arte de vivir. En esa sucesión de tropiezos y encontronazos con lo
real, cualquier mecanismo de defensa puede ser útil, incluso ser irremediablemente un descreído.
Los modelos se agotan
Cualquier
modelo que intente consolidarse en una sociedad, tarde o temprano genera
agotamiento del mismo. Los ejemplos abundan por montones, dado que en las
dinámicas propias de la vida en conjunto, lo usual es la tendencia a enfrentar
las vicisitudes con recetarios. Los recetarios también reciben el nombre de
creencias, dogmas de fe, religiones o ideologías. Al final funcionan de la
misma manera, dándole al sujeto la sensación de que posee una herramienta que
le permitirá afrontar el porvenir. El problema estriba en que el modelo es
estático y la realidad es cambiante. Si el modelo no se adecúa a los cambios,
se degenera o desaparece.
La
capacidad de adaptación de un patrón a las circunstancias requiere de
liderazgos y necesidad de convencimiento a las mayorías. En las dinámicas
sociales jamás existe el vacío, por lo que señalar que no existen liderazgos es
una gran mentira. Que los liderazgos no nos gusten, porque no nos sentimos
identificados con los mismos, es otra cosa. A mi parecer, el siglo XXI es un
tiempo de líderes fuertes, capaces de atraer en torno a sí a enormes mayorías y
hacerlas encaminarse por el sendero que estos guías señalan. Vivimos, con el
debilitamiento de los modelos democráticos, el retorno al estilo de la gran
manada y el resurgimiento del populacho como gran fuerza determinante de la
historia que hacemos cada día.
Entre toros y barreras
Tal vez no podamos cambiar la realidad, pero sí hacer un esfuerzo mínimo
por tratar de comprenderla. En los tiempos que corren, se profundizan las
raíces de conceptuaciones que considerábamos etéreas, como la idea de aldea
global, semillero que posteriormente vino a recibir el nombre de lo que
conocemos por globalización.
La globalización es un fenómeno curioso donde, salvo excepciones, los
vínculos interpersonales se vuelven tan exponenciales como superficiales y las
costumbres tienden a uniformizar aún más a las personas. Cada día que pasa
quedamos reducidos a un montoncito de modelos comportamentales y hábitos que
tendemos a imitar, empobreciéndose el interior de la criatura que somos. Lo
profundamente superficial cobra territorio y la gran soledad humana gana
terreno, mientras los intercambios afectivos se nos hacen ásperos y ajenos.
Amoríos virtuales, espasmódicos y casi epilépticos, ganan terreno, siendo la
norma en ciertos grupos. La idea de que la riqueza llega fácil y no a través
del esfuerzo, ya es una consigna. Esperar por el regalo que no llega es la
solución a la cual muchos apuestan.
Los ciclos de la historia
Al funcionar como un sistema, existen determinantes, condicionantes y
posibilidades de predecir lo que potencialmente ocurrirá. Si un modelo se usa
por tiempo indefinido, independientemente del grado de capacidad de generar
bienestar, también generará aburrimiento. Es entonces cuando las personas,
aparentemente viviendo en un grado de conformidad aparente, enarbolan las
banderas de la disconformidad interior y se dan esas cosas que los numerólogos no pueden explicar pero la
percepción de lo humano desde su singularidad y subjetividad permite aclarar un
tanto. Una de las cosas difíciles de asumir es la obviedad de que las vidas
humanas son relativamente cortas comparadas con los tiempos históricos. A
algunos, más descreídos que otros, no nos apetece la idea de esperar a que las
cosas cambien a nuestro favor. Sería aceptar el delegar en otros el destino de
nuestra existencia. Preferimos cambiar nosotros y ser sujeto trashumante termina siendo la solución, configurando una
preferible manera de conducirse cuando la comparamos con: Aceptar la vida
entendiendo la imposibilidad real de cambiar al entono, adaptándonos a lo que
no nos gusta, asintiendo aquello que contraviene nuestros principios,
resignándonos al horror o acostumbrándonos al mismo. Los ciclos históricos
están delimitados en el tiempo por disrupciones que marcan un desvío en el
curso de lo civilizatorio. Cada ciclo histórico tiende a ser largo y
generalmente el desenlace no es lo que esperábamos. En materia de historia, las
peticiones de buena voluntad no aplican.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 12 de mayo de 2020.
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