Especie o individuo que no se adapte a las condiciones
ambientales, desaparece. Esta, que es una premisa
consustancial con la vida, pareciera perderse de vista cuando necesariamente
debe ser extrapolada a los asuntos propios de la cotidianidad. En una situación
interesante entre dos psicólogas, ambas de clase media alta, y autodenominadas de
izquierda, en los tiempos en los
cuales trabajaba en Venezuela, se produjo un debate, que a decir verdad, he
presenciado varias veces.
La
psicóloga A decía que ante una paciente en particular, que era vendedora
ambulante y debía lidiar todos los días con la calle en un sector popular, se
le deberían enseñar habilidades sociales que le permitiesen tener la
posibilidad de aspirar a un trabajo mejor remunerado, como aprender a vestirse
en forma más arreglada y mejorar el dejo violento de su lenguaje.
La
psicóloga B señalaba que la manera ordinaria de vestirse y la ferocidad
discursiva de la paciente eran elementos protectores que le permitían
sobrevivir cada día a los peligros y amenazas de la calle. Que proveerla de
recursos inútiles para defenderse en su medio laboral era exponerla a bajar sus
defensas y la colocaba en una condición de vulnerabilidad.
La gran vía
Sin
haber revisado el mapa, atravieso de largo a largo la calle que más meretrices
concentra en la ciudad de Madrid. Muchas procedentes de la antigua Yugoslavia y
montones de Ucranianas eran el grueso de lo que observé. Conforme se caminaba
el ambiente se enrarecía y habían pelanduscas con patas de palo, como la que
aparece en la obra de Henry Miller, varias en sillas de ruedas por estar
amputadas de ambas piernas, algunas enanas, mujeres sin dentadura y lo más rudo,
las que no necesitaban un letrero para asumir la certeza de que estaban contagiadas
de HIV, siendo notables las lesiones propias del Sarcoma de Kaposi en varias
parte de sus cuerpos. Este corredor de particularidades terminaba en un local
comercial en donde filas completas de familias degustaban el mejor perro
caliente (hot dog) de
Europa. Hice la cola y degusté la comida, tratando de espantar el horror que
acababa de presenciar. Todo esto a la luz del día, por lo que no quiero
imaginar cómo será de noche. Sería infinito nombrar las características de la
calle y sus cualidades subterráneas, así como las habilidades que se requieren
para sobrevivir al duro asfalto de nuestras urbes. La idea de que un infierno
va paralelo a un paraíso es propia de entender que el mundo es la no
confluencia de dimensiones que en muchos casos conforman un paralelismo
perfecto.
Lo que
llamamos calle es un corredor de gente y circunstancias en las que no tiene
cabida la debilidad. En la calle se ve mejor que en cualquier lugar la dinámica
entre halcones y palomas y quien no desarrolló a tiempo una serie de artilugios
para defenderse, difícilmente lo podrá hacer en etapas más avanzadas de la
existencia. Hay hombres de la calle que literalmente han nacido en ellas, o
sobrevivido a las mismas, así como también existen los que las controlan sin
haber puesto un pie en ninguna. Hay un tercer grupo que por circunstancias
excepcionales debieron aprender a lidiar con los territorios y algunos pudieron
ejercer el duro ejercicio. El culmen de las calles se encuentra en las plazas o
el mercado, la versiones más edulcoradas y amables de las mismas.
Las psicólogas y sus teorías
¿Qué
pasó con las dos psicólogas que mencioné al comienzo del texto?
La psicóloga A
terminó siendo víctima de un hurto por parte de su propia paciente. Frustrada
por su poca capacidad de ver el fruto de sus ideas, se fue de Venezuela hace ya
una década y le perdí la pista por mucho tiempo. Gracias a las redes sociales,
me enteré que actualmente vive en Portugal y no ejerce su profesión. No pudo
materializar el desarrollar capacidades de ascenso social y mejor remuneración
económica en quienes buscaron su ayuda.
A
la psicóloga B le fue muy diferente. Estableció un programa de reinserción
social para ciudadanos en condición carcelaria. Desconozco la operatividad y
éxito del mismo, pero me consta que varias instituciones nacionales y de otros
países se han interesado por sus ideas. Ha sido bien remunerada y también,
gracias a las redes sociales, me enteré que sigue en Venezuela, ocupando un
importante cargo en la Administración Pública. En la calle, que es la escuela
más dura de la vida, quien no es el jefe o no tiene la protección del jefe (pónganle
el nombre que quieran, igual es el jefe de la calle), debe someterse a la negociación
propia de la dinámica de la vía y si no tiene el poder de la violencia a su
favor, no puede darse el lujo de seguir en la calle.
Es
bien conocido en el mundo de lo vulgar que para poder sobrevivir, es necesario
hacer concesiones y negociaciones con los truhanes de rigor. Así como la
política y la guerra son formas distintas de expresión de diferencias, existe
una ley de la calle. Quien no la acepta, que ni se acerque a las aceras.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 19 de mayo de 2020.
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