domingo, 10 de mayo de 2020

El final de las historias



Tratar de atrapar la realidad es una obsesión a la cual sucumbo, a sabiendas que es un ejercicio estéril que solo conduce a callejones sin salida. Por lo pronto trato de mantenerme vivo comiendo de manera saludable, haciendo ejercicio y leyendo buenos libros. También tengo otros vicios. En una ocasión entré a una panadería y me confundieron con un actor de la televisión local. Firmé un montón de autógrafos y me retraté con una fila de lindas damas que me daban las gracias por mi actuación. Nunca averigüé el nombre del actor ni sé qué película, novela o aparición ha hecho, pero me pareció divertido que me confundieran con otra persona. Como en ningún momento afirmé ser quien decían que era, siento que no le mentí a nadie. Muy por el contrario, creo que le hice el día a un montón de personas que llegó a su casa contando que conocieron a no sé cuál fulano y la vida se les hizo un tanto entretenida. En realidad hice un acto de caridad.

La vida, en ocasiones, parece cundida de casualidades. Si por ejemplo nos encontramos en la calle con una persona de manera seguida y sin haberlo planeado, es posible que nuestra mente nos haga uno de esos juegos que la caracteriza y adjudicamos a esos encuentros un sentido que va más allá de lo simbólico. Apegados a la tendencia de darle una connotación de cuanto nos ocurre, vamos hilando la historia de nuestras vidas atribuyéndole significados a cuanto nos acontece, pues de lo contrario, la existencia se nos podría hacer aburrida y carente de sentido. La historia de los pueblos, es construida por los hombres, lo cual lleva consigo aciertos y los más escandalosos yerros. Así parece que siempre ha sido y seguirá siendo. Tratar de cambiar el curso de la historia es el sino de ciertos hombres tercos.

Caminando por una calle de una ciudad que quiero mucho, me encontré siete veces con la misma chica el mismo día. En una ocasión presencié tres suicidios en una mañana y gané veintiún veces seguidas a los dados ¿Cómo escapar de la tentación de adjudicarle un sentido de trascendencia a cuantas vicisitudes nos ocurren? ¿Cómo hacemos para escapar del pensamiento mágico de creer que hay un destino?

Las probabilidades

En realidad las casualidades no existen. Existen las probabilidades, que son una cosa muy distinta y tienen que ver con un sentido lógico de orden dentro del universo. ¿Cuántas probabilidades existen de conseguirse a la misma chica siete veces el mismo día, presenciar tres suicidios en una mañana y ganar en los dados veintiún veces seguidas? Las probabilidades de que cosas así ocurran son muy bajas, cuando no explicables por un sentido perfectamente racional de conceptuar aquello que nos circunda.

Tal vez si la chica nos está siguiendo no hay que hacerse mucha cabeza, o si los dados están más pesados de un lado que de otro o si vivimos en la ciudad donde más se suicida gente en el planeta. En este caso todo sería causal, no casual y ni siquiera es razonable concebirlo en términos probabilísticos. Total, que la realidad supera cualquier ficción.

En una ocasión, a través de las redes sociales, un sujeto a quien no conozco personalmente, me escribió señalando que había leído la totalidad de cuanto yo había escrito y tenía muchas críticas negativas hacia mis trabajos. Le sugerí que no me leyese y le agradecí por el tiempo invertido en leer mis escritos. Gente rara, pensé. En una cena con buenos amigos, alguien trajo a colación el nombre de mi crítico y resultó ser el actual esposo de una mujer con quien mantuve una relación muy bonita en tiempos remotos. Nada casual, pensé. Pobre hombre, que no supera los alcances inimaginables de las relaciones humanas.

Desconectado del mundo

Pareciera que en la gran pecera humana, a través de cuatro láminas de vidrio, tratamos de entender cuanto vivimos. Lo único tangible es el fondo de la pecera. Lo demás son imágenes desfiguradas y parciales de cuanto acontece a nuestro alrededor. La realidad es eso que no podemos conocer, porque no lo lograremos ver en toda su dimensión. Vivir es tatar de armar el rompecabezas de la existencia sin tener las piezas completas. Creo que de eso se trata. De hacer lo posible por justificar la existencia con las piezas que tenemos a disposición. Lo demás ni siquiera lo vamos a conocer. Tampoco lo entenderíamos si lo conociéramos. El ser humano no es racional, solo es argumentativo. Somos constructores de gigantescos reinados imaginarios y tendemos a falsear la realidad que se nos aparece por pedazos.

Una chica tan guapa que doy gracias por haber nacido, me pregunta: ¿Qué opinas del feminismo, de la política en Latinoamérica y del origen de una pandemia? Le digo sin ambages que no tengo idea de nada. Me quedé pensando, después de despedirla cortésmente, que en parte escribo para no tener que hablar con las personas. Cierta reticencia a indagar aspectos recurrentes de la condición humana hace que tenga las defensas altas. No en vano soy el hijo de un boxeador.



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 07 de abril de 2020. 

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