miércoles, 2 de marzo de 2016

Umberto Eco




El siglo XX tuvo dos personalidades que influenciaron la forma de pensar de grandes multitudes. Ambas figuras se vincularon con causas de carácter político y se envistieron de un discurso y un proceder atinente a la filosofía que habría de ubicar nuevamente a esta disciplina literalmente en un pedestal. 

Estos dos grandes hombres de pensamiento fueron Bertrand Russell y Jean-Paul Sartre, considerados por muchos como los últimos representantes de la idea de que había una especie de Papa filosófico y un Papa católico. De manera consensuada, Bertrand Russel y Jean-Paul Sartre fueron “los Papas del pensamiento”.


A la par de la existencia de estos dos hombres de ideas que servían de ancla para desarrollar una opinión en relación a los distintos sucesos que ocurrían en el orbe, la Iglesia Católica reflejaba la imagen de que en su seno también existían dos Papas. Por una parte se encontraba el Papa que era electo por el Colegio cardenalicio y por otra, dado el poder que tuvieron los Jesuitas en el seno de la iglesia, su Padre General era considerado el Papa negro (en parte lo del color era por las sobrias sotanas oscuras en contraste con la vestimenta blanca del Sumo Pontífice). En el siglo XXI, con el Papa Francisco, la figura del Papa oficial y el Papa negro (el jesuita) se unifican y desaparece la dualidad que se había mantenido por varios siglos. 

Luego de la muerte de Jean-Paul Sartre desaparecieron los Papas de la filosofía. Pero si tuviésemos que señalar un hombre de pensamiento que preservase la concepción del “humanista total”, este sería a mi juicio Umberto Eco. Es por esta razón que la muerte de Eco el reciente 19 de febrero reviste tanta importancia.


La desaparición de figuras de este nivel, obedece, entre otras razones, a un hecho que para Eco fue objeto de estudio y es el desmesurado avance  de los medios de comunicación masivos y el triunfo de la inmediatez. Es célebre la posición de Eco en relación a las redes sociales, siendo muy conocida la entrevista dada al diario La Stampa.

Tuve la fortuna de conocerlo en Mérida, la ciudad en donde vivo. Eco sostuvo una conversación con el legendario Juan Félix Sánchez que dejó registrada para la historia en un magnífico artículo de prensa, en el cual Eco señala el deslumbramiento que le produce la plática con el artista. El texto de Eco sobre Juan Félix Sánchez está tan bien escrito y posee tal belleza, que conozco por lo menos media docena de escritores que con frecuencia copian el contenido, señalando con festividad que lo hacen: “A ver si se me pega algo”.

Umberto Eco es probablemente el último hombre de pensamiento cuya posición ante los distintos hechos propios de nuestro tiempo eran escuchados con atención por enormes grupos de gente a la par de importantes centros de estudio.

Con su muerte, el Papa Francisco adquiere un liderazgo que trasciende lo espiritual, porque el vacío dejado por los hombres de pensamiento ha sido sustituido por el liderazgo de un hombre de fe. No es casual que veamos al Papa Francisco participando en las negociaciones que acercaron a Cuba y Estados Unidos en el plano político y comercial, instancias aparentemente distantes de Dios.


Los referentes intelectuales son y han sido una constante en la historia de la humanidad. Desde Platón hasta Eco, el hombre de pensamiento es un modelo de poder porque como señala Francis Bacon el conocimiento, el saber, es un poder. En el caso de los intelectuales con capacidad de generar credibilidad en grandes grupos, este poder ha sido puesto al servicio de múltiples causas, desde el pacifismo hasta las negociaciones de carácter económico.

El vacío que deja una larga tradición de grandes referentes humanos como Umberto Eco es presentemente ocupado por una sola personalidad, que es el actual Obispo de Roma porque no es propio de las dinámicas sociales que el vacío se salga con las suyas. Sin embargo, que una figura religiosa, apegada al dogma sea el único referente de credibilidad para la humanidad no es saludable. Es imprescindible que surja un contrapeso que retome la tradición que iniciaron Platón y los hombres de la Academia, para quienes la defensa de las más disímiles formas  de pensamiento es el eje y el sentido de sus procederes.

Con el resurgimiento de los fanatismos y las guerras religiosas, el intelectual en el sentido clásico griego (un cuestionador de cuanto le circunda), es una necesidad cuya ausencia ha creado un singular desbalance. Es casi una rareza, pero así como ha habido una larga tradición en la cual la razón y la fe se han hecho contrapeso a través de la metáfora del Papa filosófico y el Papa católico, así mismo la civilización necesita de la presencia de hombres de pensamiento que creen armonía en relación a la manera de interpretar el mundo. Si se menoscaba la presencia del pensamiento, terminará por apoderarse del sentimiento colectivo la religiosidad dogmática y la barbarie de las actuales y retorcidas interpretaciones religiosas.

                                                                                             


Twitter: @perezlopresti
  



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 29 de febrero de 2016              

1 comentario:

  1. Permítaseme la impertinencia de que alguien como yo, de una esfera totalmente inferior a la que usted pertenece, le haga un par de observaciones a su texto; yo estaría honrado de que me lea y ya ni que decir de que responda.

    Encuentro un tanto arbitrario considerar a Sartre y Russell como últimos portadores de la cabecilla papal de la filosofía en el siglo pasado. Sin duda fueron hombres ilustres y pensadores influyentes del siglo XX pero en ningún momento eso nos puede dar pie para considerarlos, junto con Eco, como el punto final de una larga tradición que mueve y conmueve masas.

    Lamento encontrar esa idea en su texto y no verla argumentada, "¿por qué?" me pregunto, mientras leo y releo el texto, "pensará el Dr. esto de estos dos pensadores particulares". Quizá este artículo haya sido bien catalogado en la sección de opinión pues carece de fundamento argumentativo.

    Quiero ofrecer algunas de las razones por las que no comulgo con la idea central del texto. Considérese primero que lo que va del siglo XXI es solo década y media, ello quiere decir que ningún intelectual ha nacido todavía, ninguna tradición ha empezado a bullir con buena independencia de los antecedentes del siglo pasado. Implicando que en realidad no debemos considerar a ningún autor contemporáneo como propio de este siglo sino como heredero y continuador del siglo XX, incluyendo a Eco.

    Pero ahora, si queremos argüir que las barreras temporales entre siglo y siglo son meras convenciones artificiales y que la ausencia contemporánea de pensadores es una realidad, pienso que seguiría siendo una imprecisión. Tenemos autores vivos de gran talla como lo sería William L. Craig, Peter Sloterdijk, Zygmunt Bauman, Alvin Plantinga, Hillary Putnam (que murió recientemente). No obstante a estos referentes, yo personalmente considero que las voces de autores que murieron hace 30 años (o menos) siguen frescas y llenas de vida para el trémulo mundo en que vivimos, sus interpretaciones no me describen un mundo ajeno y distante al que vivimos, por nombrar algunos de estos: Georges Canguilhem(1995), Gilles Deleuze(1995), Richard Rorty(2007), Donald Davidson(2003), Jacques Derrida(2004).

    No obstante a lo anterior, considero que hay filósofos de voz inmarcesible para la humanidad y esta naturaleza anacrónica de su pensamiento nos da la capacidad de incorporarlos a nuestra realidad presente sin la dificultad que se esperaría encontrar. El comunismo marxista es una ideología que hoy encuentra muchos adeptos y que, pese a ser construida en el contexto de la Revolución Industrial, sirvió para inspirar el movimiento socio-político de la Revolución de Octubre. Nietzsche me parece otro ejemplo curioso de este fenómeno anacrónico, siendo uno de los filósofos más influyentes de toda clase de movimientos y nuevos intelectuales que le sucedieron, incluyendo a gigantes de la talla de Heidegger, Sartre, Derrida, Foucault, Freud y Jung.

    Dejo mi intervención aquí consciente del riesgo de resultar pedante y desubicado. Con las mejores intenciones, un cálido saludo, Milad Jilo.

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