Suena el reloj a las 4:45 de la mañana. En medio del verano,
anoche no paró de llover ni un momento. Una garúa ininterrumpida hizo que
durmiese con mayor placidez. Monto el café, enciendo el computador, reviso las principales noticias de los
diarios y respondo varios correos. Termino de leer a mis columnistas preferidos
y por la disciplina que implica el practicar montañismo, hago una rutina de
ejercicio de lunes a viernes; de lo contrario no podría pasar ni la primera
loma. Salgo y me enfrento al tráfico de la mañana, esquivo a los motorizados e
intento no machucar los pedazos de vidrio por los restos de las botellas de las
protestas nocturnas. A las siete estoy dando la primera de mis clases.
Ya en el cubículo, leo todos los días como si tuviese que
presentar un examen. Luego escribo, ya sea para la prensa, por alguna
investigación en proceso o sigo en la faena de terminar un nuevo libro. A
finales de la mañana estoy dando clases de nuevo y luego paso a asesorar alguna
tesis.
Suena la alarma, me voy a
almorzar con mi esposa, hago siesta y me preparo para seguir en la
brega. El día apenas comienza una vez que pasa el mediodía.
Se me acerca un estudiante a despedirse. Dice que va a dejar
la Universidad para dedicarse al “bachaqueo”. De una vez aprovecha y me ofrece
artículos para la higiene personal, lo cual me preocupa inicialmente. Hace
meses que dejé de usar desodorante. – Insiste en que no ando pestilente, sino
que es el negocio que más lo puede lucrar entre quienes tienen que lidiar
diariamente con otras personas. Un apretón de manos y cada quien sigue su
camino. El último café es el de las cuatro de la tarde. Varios profesores me
preguntan por qué he tardado en irme de Venezuela. Me quedo callado y pienso en
el par de ofertas que me han hecho desde el exterior: Migrar, irse, una idea
que funciona como anclaje para no ser desbordado por la desesperanza.
Igual no dejo de trabajar y cumplir con mis ocupaciones lo
mejor que puedo. Varias personas que presentan trastorno bipolar me esperan al
final de la tarde. Estoy terminando un trabajo de investigación acerca de
“bipolaridad y estilos de vida”. Es la continuación de una línea de
investigación que comencé en el ya lejano 1998 y que tantas gratificaciones me
ha dado. Trato de servirle lo mejor que puedo a mis pacientes, pues se trata de
un asunto de vocación que me reconforta conmigo mismo. Bien es sabido por
quienes cultivamos la disciplina médica como opción de vida, que se es médico
en todo momento. La falta de medicamentos en el país me obliga a forzar la
creatividad y ninguno de mis pacientes se puede ir con las manos vacías.
Recibo una llamada telefónica de un país vecino. Se trata de
una entrevista radial para que señale mi opinión sobre mi país. Me impresiona
lo aburrido que debe ser la vida de tanta gente a nivel mundial que nos ve o
como fetiche de inspiración o como personas caídas en desgracia a las cuales
hay que estudiar. “El caso venezolano” es foco de atención de los principales
centros de estudio del mundo. Desde lo psicológico hasta lo politológico.
Respondo atropelladamente y con un dejo de aburrimiento a las preguntas
mientras veo cómo dos motorizados atracan a un par de ancianos.
Cada vez que presencio un atraco, siento que todas las
personas se quedan paralizadas, incluso yo. Una vez que se van los atracadores
me acerco al abuelo quien sangra por la cabeza. Resulta que lo conozco. Alguna
vez lo vi por encontrarse deprimido. Le coloco un pañuelo en la herida para
detener la hemorragia y le doy ciertas indicaciones. No amerita puntos de
sutura. – “Vio doctor, no es mentira, la situación del país ya no se aguanta”.
Me despido con un abrazo.
Enciendo la radio y una joven “experta en crecimiento
personal” que hace años iba a mi consulta da consejos acerca de cómo hacer para
que nuestras vivencias negativas puedan ser aprovechadas para obtener
resultados positivos. Insiste en que se trata de fructificar la oportunidad de
convertir lo negativo en logros. “Es cuestión de actitud”, sentencia. Cambio de
inmediato la emisora y las opciones son reducidas. Entre “reguetón” y
“raspacanillas” prefiero la segunda opción, total que bastante lo bailé cuando vivía
en El Vigía.
Me entrompo con el tráfico y me llaman para recordarme que
tengo una conferencia a las ocho de la noche. Llego puntual y el tema no podía
ser más apropiado: “Los mecanismos de defensa del Yo”. Hago énfasis en “la
negación”. De cómo nos las ingeniamos para pasar por ciegos, ser ciegos o
hacernos los ciegos ante lo que nos circunda. Es una defensa mínima sin la cual
la el desaliento nos comería desde los tobillos. Respondo las preguntas de
rigor y me retiro a tiempo para cenar con mi esposa.
A las diez y cuarto de la noche el sueño me atrapa. El colchón me pincha, tal
vez un resorte fuera de lugar. Antes de dormir le pregunto a mi señora –“¿En
cuánto estará un colchón nuevo?” –“Duerme tranquilo”, me responde – “Mañana
averiguo”.
Twitter: @perezlopresti
Publicado en el
diario El Universal de Venezuela el 21 de marzo de 2016
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