domingo, 27 de marzo de 2016

Hacer la tarea



Suena el reloj a las 4:45 de la mañana. En medio del verano, anoche no paró de llover ni un momento. Una garúa ininterrumpida hizo que durmiese con mayor placidez. Monto el café, enciendo el computador,  reviso las principales noticias de los diarios y respondo varios correos. Termino de leer a mis columnistas preferidos y por la disciplina que implica el practicar montañismo, hago una rutina de ejercicio de lunes a viernes; de lo contrario no podría pasar ni la primera loma. Salgo y me enfrento al tráfico de la mañana, esquivo a los motorizados e intento no machucar los pedazos de vidrio por los restos de las botellas de las protestas nocturnas. A las siete estoy dando la primera de mis clases.

Ya en el cubículo, leo todos los días como si tuviese que presentar un examen. Luego escribo, ya sea para la prensa, por alguna investigación en proceso o sigo en la faena de terminar un nuevo libro. A finales de la mañana estoy dando clases de nuevo y luego paso a asesorar alguna tesis.

Suena la alarma, me voy a  almorzar con mi esposa, hago siesta y me preparo para seguir en la brega. El día apenas comienza una vez que pasa el mediodía. 

Se me acerca un estudiante a despedirse. Dice que va a dejar la Universidad para dedicarse al “bachaqueo”. De una vez aprovecha y me ofrece artículos para la higiene personal, lo cual me preocupa inicialmente. Hace meses que dejé de usar desodorante. – Insiste en que no ando pestilente, sino que es el negocio que más lo puede lucrar entre quienes tienen que lidiar diariamente con otras personas. Un apretón de manos y cada quien sigue su camino. El último café es el de las cuatro de la tarde. Varios profesores me preguntan por qué he tardado en irme de Venezuela. Me quedo callado y pienso en el par de ofertas que me han hecho desde el exterior: Migrar, irse, una idea que funciona como anclaje para no ser desbordado por la desesperanza.

Igual no dejo de trabajar y cumplir con mis ocupaciones lo mejor que puedo. Varias personas que presentan trastorno bipolar me esperan al final de la tarde. Estoy terminando un trabajo de investigación acerca de “bipolaridad y estilos de vida”. Es la continuación de una línea de investigación que comencé en el ya lejano 1998 y que tantas gratificaciones me ha dado. Trato de servirle lo mejor que puedo a mis pacientes, pues se trata de un asunto de vocación que me reconforta conmigo mismo. Bien es sabido por quienes cultivamos la disciplina médica como opción de vida, que se es médico en todo momento. La falta de medicamentos en el país me obliga a forzar la creatividad y ninguno de mis pacientes se puede ir con las manos vacías.

Recibo una llamada telefónica de un país vecino. Se trata de una entrevista radial para que señale mi opinión sobre mi país. Me impresiona lo aburrido que debe ser la vida de tanta gente a nivel mundial que nos ve o como fetiche de inspiración o como personas caídas en desgracia a las cuales hay que estudiar. “El caso venezolano” es foco de atención de los principales centros de estudio del mundo. Desde lo psicológico hasta lo politológico. Respondo atropelladamente y con un dejo de aburrimiento a las preguntas mientras veo cómo dos motorizados atracan a un par de ancianos.

Cada vez que presencio un atraco, siento que todas las personas se quedan paralizadas, incluso yo. Una vez que se van los atracadores me acerco al abuelo quien sangra por la cabeza. Resulta que lo conozco. Alguna vez lo vi por encontrarse deprimido. Le coloco un pañuelo en la herida para detener la hemorragia y le doy ciertas indicaciones. No amerita puntos de sutura. – “Vio doctor, no es mentira, la situación del país ya no se aguanta”. Me despido con un abrazo.

Enciendo la radio y una joven “experta en crecimiento personal” que hace años iba a mi consulta da consejos acerca de cómo hacer para que nuestras vivencias negativas puedan ser aprovechadas para obtener resultados positivos. Insiste en que se trata de fructificar la oportunidad de convertir lo negativo en logros. “Es cuestión de actitud”, sentencia. Cambio de inmediato la emisora y las opciones son reducidas. Entre “reguetón” y “raspacanillas” prefiero la segunda opción, total que bastante lo bailé cuando vivía en El Vigía.

Me entrompo con el tráfico y me llaman para recordarme que tengo una conferencia a las ocho de la noche. Llego puntual y el tema no podía ser más apropiado: “Los mecanismos de defensa del Yo”. Hago énfasis en “la negación”. De cómo nos las ingeniamos para pasar por ciegos, ser ciegos o hacernos los ciegos ante lo que nos circunda. Es una defensa mínima sin la cual la el desaliento nos comería desde los tobillos. Respondo las preguntas de rigor y me retiro a tiempo para cenar con mi esposa.

A las diez y cuarto de la noche  el sueño me atrapa. El colchón me pincha, tal vez un resorte fuera de lugar. Antes de dormir le pregunto a mi señora –“¿En cuánto estará un colchón nuevo?” –“Duerme tranquilo”, me responde – “Mañana averiguo”.
  


Twitter: @perezlopresti   




Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 21 de marzo de 2016          

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