Ya había estado antes. Incluso en una ocasión fui manejando desde Mérida hasta Boa Vista con carro recién comprado. Esta vez decidí cambiar tanto el destino como la manera de llegar y estuve una semana en la isla Santa Catarina, Brasil. En este país todo pareciera tener una energía avasallante. Si uno ordena un plato de comida, tal vez alcance para alimentarse unas dos veces más. Es el gigante latinoamericano sin parangón, donde lo multicultural es lo normal. El viaje me sirvió para el entrenamiento de los sentidos en un caleidoscopio inigualable.
La buena y la mala educación
Él tal vez tenga unos diez años menos que yo. Pasa el día en el gimnasio y mientras se acomoda en la silla, tumba la cerveza recién servida. El contenido de la misma se derrama por el suelo y justo ahí me doy cuenta que la chica con quien anda me mira a los ojos y suspira. Ella se ve fresca y muy arreglada. Al ponerse de pie destaca por la armonía de su cuerpo, totalmente ceñido a un vestido corto y rosado que da fe de la perfección de sus piernas. Mientras recogen la cerveza, se levanta con el pretexto de ir al baño, camina a mi lado y a hurtadillas me regala una sonrisa que sale de su rostro sensual. Imagino que el forzudo se puede molestar, por lo que disimulo y me concentro en el pescado que la mesera se esmera en servir. Mientras la chica va al baño, el fortachón ordena y paga la cuenta. Ambos se marchan del local: Él trastabillando un poco por efectos del alcohol y ella erguida y esbelta con su caminar de gacela. Cuando él se montó primero en un Fiat amarillo, ella quedó sola unos largos segundos en la acera e intercambiamos las últimas miradas. ¿Por qué no le abrió la puerta? ¿Por qué la dejó en la acera, huérfana de su compañía? ¿Qué pasó con los buenos modales, el arte de la seducción y la galantería? Imagino que todavía hay oportunidades para quienes cultivamos el gusto por la vida y sus espacios de goce compartido. Tal vez queden algunos reductos de romanticismo.
Tiempos modernos
Obsesionado por los asuntos de la contemporaneidad, la postpandemia, como era de prever, no enseñó nada nuevo. Después de la pandemia va la guerra y así sigue el recetario poco original de lo humano. En mis reminiscencias aparecen asuntos vividos: Hace muchos años tuve que competir contra Tarzán. No había manera de no sentirse con ventaja. Mientras Tarzán se subía a los árboles y pelaba un banano, me escurrí entre la gente y saqué a bailar a Jane, quien se aburría sentada. Para Jane fue un alivio volverse a conectar con la educación y los buenos modales de occidente y al son del deslumbrante acordeón bailamos unos sabrosos vallenatos. En el calor del baile mi mano le tomaba la cintura mientras a la par de las cadencias de sus caderas apretaba su pecho al mío. Bailamos tan bien que el vallenato nos convirtió en uno solo en la pista de baile y nos adentramos juntos en la profundidad de la noche hasta que nos olvidamos de Tarzán, que iba saltando de árbol en árbol intentando encontrar fallidamente a Jane, quien sudaba el baile entre mis brazos. Esa noche Jane se escapó conmigo.
Desayuno, almuerzo y cena
Desayuné de de manera copiosa, por lo que traté de almorzar un lenguado a la parrilla para no comer tanto. El mesonero hablaba un portugués implacable y mi español era infranqueable. Después de intercambiar sonidos ininteligibles me trajo dos platos de pescado, un pocillo de arroz, dos platos de ensalada, uno de patatas y una abundante porción de distintos acompañantes brasileños entre portugueses y africanos. Era comida para dos días pero el buen apetito me volvió a dominar y no dejé ni un grano de arroz. Ahí fue cuando me conecté plenamente con el país, embelesado por mis recuerdos, ya habiendo derrotado a Tarzán, bailado mil y una noches con Jane y en el presente, comiéndome un delicioso banquete, en una mezcla de tiempos y lugares que están latentes en mi memoria. Esa abrumadora sensación de grandeza, abundancia y plenitud caracterizan el país suramericano.
El comienzo del viaje
¿Acaso el viaje no es sino la esencia del aprendizaje, que nos aleja del ritual trabajo y otras obligaciones de rigor para dedicarnos a la aventura? Tal vez todas las vidas tienen tiempos de apogeo y decadencia. El arte puede estar en no permitir que la decrepitud vital se salga con la suya. Que sea la vida la que venza una y más veces. Que así sea.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 26 de abril de 2022.
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