Una de
las fortunas con las cuales ha contado nuestro país, es la de haberse nutrido
de infinidad de inmigrantes europeos que arribaron a nuestra tierra como
consecuencia de tragedias bélicas ocurridas a lo largo y ancho del siglo XX.
Son
muchos los extranjeros que hicieron de nuestra nación su propia patria, al punto de
tener descendencia en Venezuela y facilitar un mestizaje que día a día trata de
seguir construyendo el país que tenemos. Grandes las personalidades y múltiples
los nombres de los cuales Venezuela se logró enriquecer. Desde la presencia de
temperamentos vinculados con la dinámica económica, hasta lo más relevante del
pensamiento venezolano, particularmente en el campo de la filosofía. Uno de
esos hombres que dejaron un legado como maestros de generaciones de
connacionales es el legendario filósofo Juan Nuño, nacido en Madrid el 27 de
marzo de 1927 y arribado en nuestro país como resultado de la terrible guerra
civil española.
En la
década de los años ochenta del siglo pasado, el Servicio de Psiquiatría del
Hospital Universitario de Los Andes, trajo como invitado a Juan Nuño a efectos
de dictar un par de conferencias magistrales en la ciudad de Mérida. Al segundo
día de estar en mi ciudad natal, un grupo de jóvenes entre los que se
encontraban Daniel Márquez Bretto, Jesús Alberto López Cegarra y un servidor,
le hicimos una entrevista al destacado profesor de la Universidad Central de
Venezuela. El encuentro no pudo ser mejor, pues Nuño fue de una amabilidad y receptividad
que se aprecian y recuerdan con frecuencia. En esa época estudiaba medicina y
los amigos de mi generación éramos polémicos entusiastas estudiosos y
devoradores de cuanto libro nos caía entre manos. Fue inicialmente a través de
los conspicuos artículos que semanalmente aparecían en el diario El Nacional
como supimos de la existencia de Juan Nuño y luego nos leímos los textos que
había escrito.
Eran
tiempos turbulentos, marcados por “el eclipse del marxismo”. El partido
comunista italiano, después de haber llegado a ser uno de los más importantes
del mundo se desmoronaba y el muro de Berlín caía estrepitosamente bajo la
mirada estupefacta de quienes creyeron en la farsa que hasta el día de hoy nos
persigue: El marxismo.
Juan
Nuño llegó a representar para toda una generación de venezolanos la
inteligencia puesta al servicio de la crítica a través del ejercicio indómito
de pensar. Nuño simbolizaba lo más granado de la intelectualidad en Venezuela
para la época y sus objetivos de cuestionamiento eran consustanciales a lo que él
consideraba el fundamento del proceder filosófico: La sospecha. Tesis cultivada al extremo por Juan Nuño. La polémica llevada a su máxima expresión.
Inteligencia e ironía, sarcasmo de inmaculado tejido con dominio magistral del
castellano, lo cual no sólo era esplendoroso en sus textos, sino en sus
conversaciones habituales.
En esa
entrevista grabada, nos dijo Juan Nuño que luego de haber ganado el premio
Rómulo Gallegos, Mario Vargas Llosa le manifestó sus deseos de quedarse en la
Universidad Central de Venezuela dando clases y de cómo finalmente tomó la decisión de marcharse. A mi
juicio, Juan Nuño fue una de las mentalidades más claras y honestas con las
cuales hemos contado los venezolanos. Desde lo intelectual, era un crítico
indómito, que fijaba posiciones sin ambages. Conocedor de la criatura, la obra
de Juan Nuño es recurrente en lo que respecta a la posibilidad de que el
marxismo pudiese resurgir; no sólo era la voz de advertencia de un hombre
sabio, sino la preocupación de un hombre ético que sabía el significado y la
maldición inherente a la existencia de los totalitarismos. Nuño era tan
crítico del fascismo como lo fue del socialismo, al cual trataba como agónica
presencia indeseable de un mal que potencialmente podía volver, para tormento
de los seres humanos.
Con
pasión hablaba de sus connacionales Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno. Era
claro que la balanza se iba para el lado del vasco y no del madrileño. Nuño,
así como Unamuno, cultivaban el difícil arte de ir contracorriente. Existe en
toda su obra una propensión a ir “en contra
de”. De Ortega no toleraba las críticas emitidas en relación
a los ingleses. Era de esperar, pues Nuño había conocido en primera fila el
positivismo lógico anglosajón.
En medio de la entronización del fin de las utopías cantada por el politólogo estadounidense Francis Fukuyama y aplaudida por muchos intelectuales occidentales, Nuño repetía que era una visión ajena a la realidad y carente de inteligencia. Pienso que estos son tiempos adecuados para retomar la lectura de los textos que nos dejó como legado el Profesor Nuño, obras en las cuales muestra con claridad su percepción en relación al futuro del hombre. Especialmente de su amor por el conocimiento, por el saber, por la controversia, la palabra escrita y la polémica. Por el cultivo de la Escuela de la sospecha. Fin último de toda filosofía.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela en enero de 2015.
Ilustración de @dumontdibujos
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