Si algo
caracteriza al ser humano de inteligencia promedio es la necesidad de tratar de
darle explicación a las cosas, intentar conocer las circunstancias que le
rodean, esgrimir multiplicidad de argumentos que le den sentido a su vida, todo
lo cual conlleva a que termine creyendo en lo que serán las bases del mundo que
lo sostiene. Lo importante es creer, aunque sean falsedades.
A fin de
cuentas, el hombre es, ha sido y será un animal. Es esta su condición básica.
Por razones que no sabemos, desarrolló un lenguaje “hiperelaborado”
que incluso se tradujo en escritura. El desarrollo del signo atinente al
lenguaje es la marca que lo distingue y persigue. Es esta condición dual de
animal-racional, la que ha hecho de nuestra especie un ente difícil de
comprender. Por una parte, está la parte animal, en la que lo pulsional y el
deseo prevalecen; y por otra, la parte racional, preñada de culturización, que
está en conflicto permanente con el deseo. Dura dualidad que coloca a la
persona en un permanente conflicto. Una cosa es lo que se quiere y otra lo que
se debe.
Son muchos
los intentos de tratar de dar una explicación a esta condición que caracteriza
al ser humano. Desde lo religioso hasta lo filosófico, el hombre es para
cualquier estudioso, una tinaja (como la de Pandora), que al abrirla plaga todo
de aparentes contrasentidos y múltiples dualidades.
Pero en su
naturaleza profunda, pareciera que el ser humano abrigar elementos como la
solidaridad, que le permitieron en sus tiempos remotos cazar en grupo, todo
ello para alcanzar el fin último: La supervivencia.
El rito ha
formado parte de la condición humana, apaciguando su ímpetu animal, y si bien
es cierto que pareciera un ser profundamente contrariado por su naturaleza,
también pareciera ser adepto al anhelo de que ocurran cosas que le favorezcan.
Eso ha recibido el nombre de “esperanza”.
Cuando el
hombre se considera ajeno a lo espiritual, tiene la necesidad de racionalizar,
o sea esgrimir argumentos para justificar la ausencia o presencia a medias de
esa función espiritual. Ello conlleva a tener que replantearse la existencia,
apareciendo la política, las ideologías y el auge de extrañas creencias, como,
por ejemplo, ciertos cultos religiosos, como recursos que satisfagan la mengua
aparente de la función espiritual. El hombre tiene la necesidad imperiosa de
creer, o en su defecto, convencerse de su ausencia de creencia, que, aunque
parezcan contrarios, son cabeza y cola de lo mismo. La racionalidad humana ha
llevado a que muchos se consideren incapaces de comprender la dimensión
denominada espiritual, lo cual recibe el nombre de agnosticismo.
Básicamente,
el agnosticismo es la doctrina filosófica que declara inaccesible al
entendimiento humano toda noción de Absoluto, Infinito y Dios. Cuando se asume desde
una actitud positivista circunscribe y se reduce al conocimiento de lo
fenomenal y relativo. El término se debe al biólogo británico Thomas Henry
Huxley y fue adoptado por Darwin y Spencer. Muchos han visto en la filosofía de
Kant (Crítica de la razón pura) una
base para entender el agnosticismo.
Todos son
intentos tímidos que no terminan por descifrar enigma alguno y sólo crean
espejismos que tratan de satisfacer una condición que es consustancial a
nuestro centro íntimo. Con tantos años trajinados, el hombre contemporáneo,
sigue arrastrando todas estas características, con una condición que lo hace aun
más extraño: Es incapaz de comprender su propio tiempo, o sea, el hombre no
tiene la capacidad para comprender el momento que vive, precisamente porque lo está
viviendo. Desconoce los alcances de lo que está haciendo. Motivo por el cual,
de manera paradójica, cualquier hombre de
su tiempo es ajeno a su tiempo. Esa condición lo hace replantear y
cuestionar lo que vive, puesto que su naturaleza hace que sus propias vivencias
le sean ajenas e ininteligibles. De lo contrario, no cuestionaría nada. La
pobre capacidad de entender lo que nos ocurre conlleva al acto filosófico.
En el siglo
que nos ha tocado, el XXI, ocurrió un fenómeno muy curioso y es que ante el fiasco
de la puesta en práctica de múltiples creencias (desde ideologías hasta
religiones tradicionales), se opta por:
1)Mostrarse
distante frente a lo ideológico o religioso. De esta postura surge
multiplicidad de enredos conceptuales en un intento generalmente insulso de
crear una especie de espiritualidad sin bases que la sustenten.
2)Retomar
antiguas creencias, tanto ideológicas como religiosas. Eso explica el hecho de
que algunas ideologías que se consideraban absurdas, puesto que su
implementación en el siglo XX resultaron ser un estrepitoso y sangriento
fracaso, propendan a resucitar. El caso emblemático es, por supuesto el
marxismo que trata de existir, dando las pataletas de rigor.
Todo para
poder tener la sensación de que la función mental-espiritual
esté rellena con cualquier cosa. Sea porque se asumen posturas o se cree que se
rechazan.
Publicado
en el libro de mi autoría Para todos y para ninguno y otros ensayos.
Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes. Mérida, Venezuela.
2015.
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