martes, 8 de agosto de 2017

Retratos de la histo(e)ria


Milan Kundera pensaba en su personaje Tomás desde hacía años, pero no había logrado verlo con claridad hasta que se le iluminó esta reflexión: lo vio de pie junto a la ventana de su piso, mirando a través del patio hacia la pared del edificio de enfrente, sin saber qué debía hacer. Tomás sintió entonces un inexplicable amor por una chica casi desconocida. Pero ¿era amor? La sensación de que quería morir junto a ella era desproporcionada: ¡era la segunda vez que la veía en la vida! ¿No se trataba más bien de la histeria de un hombre que en lo más profundo de su alma ha tomado conciencia de su incapacidad de amar y que por eso mismo empieza a fingir amor ante sí mismo?

Infinidad de obras literarias han tomado como el eje central de su trama la dinámica propia de las relaciones amorosas. La fascinación del hombre por el amor ha sido recreado en todas las formas de expresión inimaginables, que van desde el fragmento de la novela La insoportable levedad del ser, que aparece en el primer párrafo de este trabajo, hasta las más inescrutables maneras de expresión artística, generalmente en un contexto sociocultural que determina lo que los personajes piensan, dicen y hacen. De hecho, sin ese contexto histórico, la valoración completa del arte se encuentra menguada.

Cuando un artista o creador de cualquier parte del planeta o de la Venezuela del siglo XXI se encuentra ensimismado haciendo sus quehaceres relacionados con la expresión artística, su obra va a estar profundamente marcada por las cosas que están ocurriendo en su entorno, las cuales van a modificar desde su estado de ánimo hasta el tema que ocupa la realización de lo que produzca. No puede escapar de esto la forma como se van tejiendo las relaciones interpersonales, mucho más el amor, que es afectado o condicionado por lo que vivimos cada día.

Una chica me invita a cenar en un restaurante de Caracas y la cuenta es lo suficientemente abultada como para superar lo que suelo ganar en un mes dando clases en la universidad; presencio un asalto al salir del restaurant y atravesamos la noche caraqueña en su carro, corriendo a gran velocidad sin detenernos en los semáforos por “cuestiones de seguridad”. Pareciera que el elemento prisa es propio de la manera como nos intervinculamos en los tiempos que estamos, tanto por un asunto relacionado con la supervivencia, como por una forma de conducirnos que se hace natural en nuestros días.

-¿Te diste cuenta del precio del dólar?- Me pregunta a quemarropa mientras hago la digestión y nos dirigimos a nuestro destino. ¿Acaso cada cosa que vivimos cada día no modifica incluso nuestra manera de amar o estoy siendo poseído por la histeria de la cual nos habla Tomás? En la noche caraqueña necesito sacar dinero de un cajero automático y mi acompañante suelta una carcajada: es imposible.

Creo que para muchas cosas las personas tenemos un límite. En las relaciones amorosas de nuestro tiempo el plantearse la posibilidad de irse del país no es ajeno a lo que se dice cada día. Forma parte de lo que se podría concebir como el proyecto futuro de cada cual para poder tener una vida mejor. Por una parte se encuentra la dura realidad que vivimos y pagamos y por otra la disociación aparatosa de la información que recibimos. Existe una especie de antagonismo mediático que señala la existencia de dos realidades ante la cual el sentido común de cada uno debe imponerse para estructurar su propia impresión de lo que ocurre.

Quizá nunca antes en lo que va de civilización hacía quedado un registro periodístico e historiográfico tan abultado como en la Venezuela del presente, en la cual cada ciudadano graba, escribe y comenta todo aquello que acaece. Cuando en un futuro se reconstruya lo que estamos pasando, la desolación inundará a los investigadores y seremos un ejemplo de estudio para reformular cosas y polemizar en relación a los alcances de los problemas propios de la ética de los pueblos.

La invasión de Checoslovaquia en 1968, nos señala Kundera, fue fotografiada y filmada por completo y está depositada en los archivos de todo el mundo. Los fotógrafos y las cámaras checos se dieron cuenta de que solo ellos podían hacer lo único que todavía podía hacerse: conservar para un futuro lejano la imagen de la violencia. Todos los anteriores crímenes del imperio ruso tuvieron lugar bajo la cobertura de una discreta sombra. La deportación de medio millón de lituanos, el asesinato de cientos de miles de polacos, la liquidación de los tártaros de Crimea, todo eso quedó en la memoria sin documentos fotográficos y, por lo tanto, como algo indemostrable, de lo que más tarde o más temprano se afirmará que fue mentira.

En nuestro caso venezolano la historia será implacable con quienes no se han conducido conforme a las normas que como sociedad hemos convenido. Lo registramos cada día en nuestros actuales medios de comunicación y nos marca en la manera como lidiamos con los amores de nuestra vida. 






Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 08 de agosto de 2017.

Ilustración: @Rayilustra 

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