Adaptativamente, como elementos de supervivencia, se suele reaccionar de tres formas: 1. Quedarnos paralizados o negar aquello que está pasando, sea porque no nos involucremos en lo que ocurre o francamente nos apartemos de cuanto nos circunda. 2. Reaccionar de manera hosca, irritable o francamente violenta ante aquellas cosas que no podemos resolver y las percibimos como injustas. 3. Literalmente salir corriendo frente a los problemas, ya sea para escapar de un peligro, sea imaginario o real, para buscar mejores escenarios de vida, abrirnos nuevos caminos y trazar senderos para consolidar otras oportunidades.
Caso 1: Cuando se decide por hacerse a un lado o cerrar los ojos ante lo que ocurre, puede que funcione por un tiempo, pero tarde o temprano la realidad nos va a alcanzar, ya sea porque nos la topemos en la estantería de un supermercado y los alimentos sencillamente no están a nuestro alcance o debamos hacer la más mísera de las colas para alimentarnos con un poco de harina o nos alcance la violencia.
Caso 2: Las demostraciones de violencia no son propias del ciudadano, primero porque en las sociedades medianamente equilibradas, el ejercicio de lo violento no es un acto amparado por las normas de convivencia y porque generalmente la violencia forma parte de lo institucional como instrumento para repeler conductas antisociales. La violencia suele crear un espiral de generar mayores formas de violencia y al ciudadano solo le queda el derecho a la legítima defensa.
Caso 3: Escapar frente a una situación a la que percibimos como irresoluble no solo es una conducta adaptativa, sino que las grandes migraciones y éxodos humanos han formado parte de la historia de la civilización. Esas grandes masas de gentes lidiando frente a las adversidades de tener que controlar nuevos escenarios de vida ha sido consecuencia de cosas espantosas, pero en muchos casos ha derivado en lo más depurado de las mejores cosas propias de la cultura, como por ejemplo el mestizaje venezolano.
A veces vale la pena detenerse un rato a pensar y recordar que cierto tipo de desesperanza es claramente inducida y se ha apostado por la perfección de las técnicas para provocar estos estados, los cuales no solo han sido aplicadas con efectividad muchas veces, sino en los más distintos contextos.
Pero si el escenario no es quedarse paralizado, ni aislarse de lo que ocurre, ni actuar de manera violenta y la idea de salir corriendo no está planteada, entonces queda lidiar cada día que pasa con realidades que pueden ser inesperadas y suelen estar marcadas por la más radical incertidumbre. De esta manera, la posibilidad de ser invadidos por la desesperanza está siempre latente y para poder sobrevivir no queda otro camino sino calcular los pasos que se hagan, lo cual debe cumplir con unas premisas para no ser arrastrado por la vorágine de las agitaciones sociales.
La vida sin esperanza es sencillamente inviable, porque la esperanza sustenta el equilibrio emocional de cualquier ser humano y al abandonar esta idea, nos desestructuramos. Es imprescindible tener un marco referencial de creencias que nos den ordenación ya sea que se encuentren fundamentadas en creencias de las denominadas espirituales o en formas de pensamiento con rasgos ideológicos. A fin de cuentas no se puede estar mentalmente a la deriva, porque nos hundiremos inexorablemente. El ser humano nació para soñar y creer.
Las grandes causas humanas son largas y penosas. Con solo pasearnos superficialmente por la gran historia del hombre, nos encontramos de manera repetida con persecuciones, confrontaciones, adversidades, calamidades y las más abyectas injusticias, las cuales han sido derrotadas una y otra vez por el genio de lo humano que batalla sin cesar, entendiendo que la vida es una lucha sin tregua en la cual se vence solo si se tienen los más elevados sentimientos propios de lo civilizatorio, lo cual incluye el mirar con aplomo hacia adelante aferrados a nuestras convicciones.
¿Qué
son a fin de cuentas las convicciones y en qué se sustenta la esperanza? En el
sistema de valores que mantiene la vida social y personal. Desde lo social, se
apuesta porque el valor adquiera incluso el carácter de norma, de ahí que se
premia a quien obre de manera justa y se cuestione al que hace daño. De manera
personal, lo valorativo es precisamente el punto más elevado de nuestro mundo
interior y quien abandona su sistema de creencias y hace a un lado los valores,
o se destruye como ser o se desvirtúa como persona. El sistema de valores es la brújula que nos
dice hacia donde se debe dirigir cada paso que damos, siempre de la mano con lo
proactivo, el temple y lo esperanzador.
Twitter: @perezlopresti
Ilustración: @Rayilustra
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 15 de agosto de 2017
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