En
el centro íntimo de cada uno de nosotros existe una serie de creencias y de
apegos a los cuales nos aferramos para darle sentido a nuestras vidas. Esta
estructura tiene un carácter valorativo, a la que le asignamos la calificación
de “bueno”. Si nos da seguridad es bueno y si nos produce incertidumbre no lo
es. De ahí que lidiar con los otros siempre requiere de un sentido mínimo de
diplomacia, o de lo contrario la capacidad de comunicarnos se desploma.
La
política, la religión y el sexo, pertenecen a esta dimensión en donde lo que se
asoma como cierto posee el carácter de “valor” y esto que consideramos
valorativo nos da sentido de existencia. Cuando mostramos nuestra postura
acerca de alguno de estos aspectos de la vida y asumimos una actitud particular
sobre eso, de cierta manera estamos vulnerando el centro íntimo de quienes no
piensan como nosotros.
Lo
que llamamos “razón” se halla más cercano a nuestra capacidad de argumentar que
a aquello que tenga que ver con la verdad. Por eso el hombre, más que un ser
racional, es un ser argumentativo y en ese deseo de demostrar, se mezclan la
necesidad de convencerse a sí mismo y la necesidad de convencer a los demás. En
muchas ocasiones, ese ímpetu por persuadir a los otros es una representación
inconsciente de las ansias de convencerse a sí mismo. De ahí que el homofóbico
desprecia al otro por penuria de rechazar su propia homosexualidad y el
mujeriego precisa que sus hazañas de conquista sean del conocimiento público
para ratificar la propia e insegura masculinidad.
Cuando
pensamos, se activa la corteza cerebral y en cierta medida el cerebro humano
está predispuesto a dudar. En el caso de las personas que tienen una posición
rígida frente a los asuntos de la existencia, lo que domina en términos
biológicos son aquellas estructuras cerebrales vinculadas con áreas primitivas,
las cuales compartimos con el resto de las especies animales. El fanatismo es
la máxima representación de una manera de conducirse que se aleja de lo
racional (corteza cerebral), para literalmente conducirse con las bases
biológicas más basales (sistema límbico).
Esta
es la razón por la cual es casi imposible entendernos con una persona que
piensa de manera radical, puesto que realmente no está pensando, sino repitiendo
vocablos que está incapacitado para cuestionar. Este aspecto propio de lo
humano ha signado y enrumbado el curso de la civilización, porque generalmente
desemboca en los tres aspectos que señalamos anteriormente: Política, religión
y sexo.
Después
de la segunda guerra mundial, la gran intelectualidad europea se planteó una
pregunta que tiene en nuestra actualidad más vigencia que nunca: ¿Es acaso el
destino de la humanidad el sentirse fascinada por líderes de gran carisma, con
tendencias neuróticas o psicóticas de agresividad tan fuerte e insatisfechas
que despiertan y agrupan a las del mismo sentido que tienen las masas? ¿Qué
puede hacer el hombre común frente a la aplastante maquinaria con la que el
poder político establecido trata de convertir en seres anónimos a sus
ciudadanos que lo adversan? Estos aspectos propios del debate académico forman
parte de un libro de mi autoría titulado Psicología
y contemporaneidad, cuya última reimpresión por el Consejo de Publicaciones
de la ULA fue en 2014.
Para
cualquier estudioso de los fenómenos sociales, el mesianismo es un tema de
enorme importancia, porque se encuentra íntimamente vinculado con la Psicología
Evolutiva y la condición gregaria del hombre, lo cual conduce a plantearse
múltiples estrategias para evitar que la humanidad sea víctimas de los
fenómenos grupales con arraigo carismático que hacen su aparición de manera
recurrente, poniendo en jaque el normal
desenvolvimiento de los pueblos. En términos generales, en aras de fomentar el
poder de ciertos liderazgos, el aparato de poder de unas cuantas naciones que
desentonan en el concierto de la humanidad, se vale de múltiples estratagemas
para justificar sus actos, tales como la exaltación destructiva y contraria a
lo ético de aspectos de carácter racial, cultural o ideológico.
De
ahí que muchos nos dedicamos a estudiar este fenómeno, tratar de entender las
bases que lo perpetúan, pero particularmente buscar estrategias para que la
sombra de los personalismos destructivos no siga desmembrando el equilibrio de
las distintas estructuras que debe permanecer en una sociedad sana.
En pleno siglo XXI
sigue la violencia imperando sobre la razón y el sentido común en una humanidad
que pareciera no haber aprendido de su reciente pasado atroz. Las sociedades
siguen condenadas a tener la predisposición de seguir a líderes que
movilizan emocionalmente a grandes mayorías, independientemente de que la
persona no posea cualidades para dirigir un conglomerado y entender a la
sociedad como una gran conjunción de pluralidades que merecen respeto,
tolerancia y tener todos, sin excepción, espacio para la participación social.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 02 de mayo de 2017
Ilustración: @odumontdibujos
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