jueves, 25 de mayo de 2017

El futuro cercano de Venezuela


El término “oráculo” indica tanto la sentencia como el edificio y la forma en que, en la Grecia antigua, se practicaba la adivinación (el arte de predecir el futuro), siendo el oráculo más famoso, verdadero centro del primer helenismo y del mito, el de Delfos.

Conocemos las cuestiones que los griegos planteaban al oráculo de Delfos, pues los postulantes las escribían en tablillas de plomo que los sacerdotes conservaban con sumo cuidado en los archivos del templo. Es impresionante el carácter humilde y ordinario de las preguntas, como por ejemplo el siguiente: “Lisiano quisiera saber de Zeus si el hijo que la mujer Anulla está esperando es suyo o no”. Incluso los habitantes de una pequeña ciudad enviaron una delegación para saber si el préstamo pedido por una conciudadana sería una buena inversión.

La pitia (una médium), desde las profundidades de una caverna, respondía a las preguntas de los peregrinos observando el movimiento del agua en un recipiente y hablando en estado de trance. Cabe destacar el hecho de que no siempre se tenía en cuenta la sugerencia que daba la pitia; antes de la invasión persa, se preguntó al oráculo de Delfos, en nombre de todo el pueblo griego, qué se debía hacer. El oráculo les aconsejó que no se defendieran; sin embargo, a pesar de la turbación, los griegos lucharon, vencieron y olvidaron la sentencia sin, por otra parte, perder la confianza en el oráculo. De esta forma se impuso la racionalidad y el sentido común sobre las fuerzas sobrenaturales.

La explicación de este comportamiento se encuentra en la ambigüedad típica del lenguaje del oráculo: El dios que habla mediante la pitia nunca se equivoca; no obstante, puesto que su voz llega a través de un ser humano, no se excluye la posibilidad de errores. Magnífico ejemplo de pragmatismo propio de un pueblo sabio. Además, el dios habla siempre recurriendo al enigma. Dice la verdad, pero usa un lenguaje abierto, susceptible de una multiplicidad de interpretaciones.

Con la animosidad propia de quien desea que se materialicen sus deseos, vemos cómo el lenguaje del venezolano se ha llenado de elementos que van desde el triunfalismo exaltado hasta la desesperanza más profunda. Lo religioso ha tenido un protagonismo de carácter tangible con las posturas de la Conferencia Episcopal Venezolana y la exhortación a elecciones por parte de los asesores del Vaticano.

Sin embargo, ante lo que pasa cada día, pareciera que el clima de incertidumbre es el que se encuentra difuminado en la atmósfera de cualquier persona medianamente sensata. Solo en los fanáticos hallamos las respuestas directas ante las vicisitudes que enfrentamos. Aun así, sigue existiendo un par de elementos de carácter sólido que no debemos perder de vista.

Durante casi veinte años se nos ha repetido hasta el cansancio que tenemos la mejor Constitución del mundo. La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, la cual, su mentor en lenguaje coloquial llamaba “la bicha”, es y sigue siendo un elemento que cohesiona a quienes forman y a quienes adversan el actual sistema de gobierno. De ahí que atentar contra el texto constitucional y promover un cambio del mismo significa la ruptura de una manera de conducirse que unificaba y sigue unificando los sectores no fanatizados de la sociedad venezolana. “Dentro de la constitución todo… fuera de la constitución nada” es el lema que una y otra vez hemos escuchado, internalizado y repetido de manera recurrente, casi como un reflejo. La defensa del texto constitucional, legado del presidente anterior es un punto de encuentro y unión de quienes aspiramos una sociedad más armónica. Hacer cumplir el texto constitucional es, de hecho, un deber ciudadano.

El otro elemento que nos unifica es el talante democrático de la sociedad en que vivimos y el respeto por el voto, las elecciones y los resultados de las mismas. Es la herencia de cuatro décadas de lo que llaman bipartidismo y casi una veintena de elecciones durante el actual gobierno. Votar ha sido una máxima en la vida colectiva y atentar contra ese aspecto de carácter unificador es un saboteo a cualquier sistema que pretenda conducir al país por el camino del bienestar y la civilidad.

La carta magna es implacable en lo que respecta a las normas que han permitido la convivencia nacional. La defensa de la Constitución y la realización de todas y cada una de las elecciones contempladas en la misma es apuntar por la unificación del país y conducir la nave a puerto seguro. Es ser consecuente con las reglas propias del juego democrático. Sería muy atolondrado salirse del cauce que marca las pautas del desenvolvimiento como nación. Es apuntar a la incertidumbre como norma y a lo inestable como manera de vivir.


Sensatos son los pueblos que aun sabiendo que sus guías les señalan caminos inciertos, apuestan por lo que el sentido común y la racionalidad determinan. Es otra gran lección de los griegos para la cultura universal.


Twitter:  @perezlopresti


Ilustración: @odumontdibujos 


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