En la antigua Grecia el “ocio” era considerado el tiempo dedicado
principalmente por los filósofos para reflexionar sobre la vida, la política, “las
ciencias” y otros tantos asuntos de importancia. En
la medida que se cultive la sana recreación y el aprovechamiento vigoroso de lo
que en la contemporaneidad se ha denominado “tiempo libre”, una sociedad tendrá
un espíritu colectivo destacado.
Entre los griegos, pudiésemos decir que el ocio, Scholé, se oponía al negocio, Ascholia.
Del ocio (Scholé griego) se deriva el
término ‘escuela’. El equivalente entre los latinos sería Otium y Negotium. El vocablo
ocio, en este sentido, posee un carácter que lo aleja de aquello que tiene que
ver con el comercio y lo que genera ganancias monetarias.
Podríamos decir que nada es más extraviado para una sociedad que perder precisamente la posibilidad de disponer del ocio en el sentido griego, porque sólo a través de este precepto se puede reflexionar, producir ideas, controvertir posiciones, sembrar la disposición a la conversación, al sano debate y a la inteligente confrontación de conceptos.
Podríamos decir que nada es más extraviado para una sociedad que perder precisamente la posibilidad de disponer del ocio en el sentido griego, porque sólo a través de este precepto se puede reflexionar, producir ideas, controvertir posiciones, sembrar la disposición a la conversación, al sano debate y a la inteligente confrontación de conceptos.
Para
poder pensar y crear se necesita tiempo. Desarrollar una tarea pictórica o
escribir un libro requiere de días, meses y hasta años. Para ir con calma a un
museo a deleitarse viendo obras de arte, para leer con avidez un libro o
escuchar relajadamente una sinfonía, se necesita el tiempo suficiente para que
no exista ningún resquicio de prisa que dañe el cultivo del mundo interior del
individuo. Todo ello está vinculado con
la capacidad de elevación del ser humano, de ir más allá de los
convencionalismos y de impedir ser enajenado al convertirse en esclavo de una
determinada faena.
Sobre este aspecto de la vida se ha escrito de manera perspicaz en nuestra
nación. Tanto Rafael Cadenas como Ludovico Silva llegaron a
escribir sobre el asunto del tiempo que se necesita para pensar, crear y
consolidar una formación cultural. El primero lo hizo en su obra En torno al lenguaje y el segundo en Filosofía de la ociosidad.
Rafal
Cadenas desarrolla una serie de argumentos en los cuales señala la importancia
que tiene para un conglomerado que se disponga del tiempo necesario que le permita
vincularse con la cultura. Sin tiempo libre, se minan las posibilidades de profundizar los vínculos
intelectuales y el desarrollo de una conciencia ciudadana. El individuo se
enajena en una sociedad que no crea los espacios para el culto a los saberes.
En Filosofía de la ociosidad se plantea la
idea de ocio como antítesis de la alienación que surge como consecuencia del
consumismo desenfadado de las sociedades en donde al hombre se le valora por su
capacidad de amontonar riqueza. Sin la escuela-scholé-ocio
se decreta el fin de las posibilidades de pensar, por consiguiente la muerte de
la inteligencia. Es por ello que cuando vemos un país calmoso mientras sus
integrantes pasan muchas horas de cada día comprando productos para el consumo
diario, sea con fines de uso personal, o porque se vayan a revender los mismos
como forma de ganar dinero de manera irregular, no podemos sino sentir
tristeza.
Produce pena ver un conglomerado perdiendo el tiempo en las infinitas colas
que cada día se hacen en cualquier rincón de nuestra nación. La cantidad de
lapsos que se desaprovecha en hacer esas abominables filas para adquirir bienes
de consumo no sólo frena una sana relación con la dinámica laboral, sino que
impide que se cultive la inteligencia y la cultura.
Tristemente, las largas filas que se hacen en Venezuela terminaron por
acabar con las posibilidades del desarrollo del ocio en el sentido griego (Scholé). Quienes están durante horas al
sol, esperando adquirir una mercancía, se están embruteciendo a pasos
agigantados. Es imposible ser un pueblo
elevado, cuando en una paradoja sin comparación vemos personas rebosantes de
alegría luego de haber pasado por la humillante situación de esperar varias
horas para adquirir harina o papel “tualé”.
El negocio (Ascholia), entendido
como actividad que permite generar ganancias por acción comercial legal propia
de una sociedad, se encuentra en jaque cuando aparecen las más insólitas
maneras de hacer transacciones. Con el “bachaqueo” como modo de hacer riqueza,
se instaura una penosa y delincuencial economía de nocivas prácticas de
mercadeo a las cuales nos hemos ido habituando, aupando y aceptando como si
fuese normal.
En pleno siglo XXI, actividades que pudiesen ser consideradas como
antípodas (ocio y negocio) terminaron por toparse con un sistema que impide que
sean antagónicas. Simplemente porque ninguna de las dos se puede dar de manera
sana. No se hace negocio porque la economía se encuentra enferma y formas
perversas de creación de riqueza surgen como malas hierbas. Y no se cultiva el
ocio en el más puro sentido griego (Scholé)
porque adquirir productos para la subsistencia básica nos roba el tiempo. Lo
que parecían conceptos antagónicos, se desvanecen ante nuestros ojos.
Twitter: @perezlopresti
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 20 de julio de 2015
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