sábado, 1 de agosto de 2015

Escrito con ocio


En la antigua Grecia el “ocio” era considerado el tiempo dedicado principalmente por los filósofos para reflexionar sobre la vida, la política, “las ciencias” y otros tantos asuntos de importancia. En la medida que se cultive la sana recreación y el aprovechamiento vigoroso de lo que en la contemporaneidad se ha denominado “tiempo libre”, una sociedad tendrá un espíritu colectivo destacado.
Entre los griegos, pudiésemos decir que el ocio, Scholé, se oponía al negocio, Ascholia. Del ocio (Scholé griego) se deriva el término ‘escuela’. El equivalente entre los latinos sería Otium y Negotium. El vocablo ocio, en este sentido, posee un carácter que lo aleja de aquello que tiene que ver con el comercio y lo que genera ganancias monetarias. 
Podríamos decir  que nada es más extraviado para una  sociedad que perder precisamente la posibilidad de disponer del ocio en el sentido griego, porque sólo a través de este precepto se puede reflexionar, producir ideas, controvertir posiciones, sembrar la disposición a la conversación, al sano debate y a la inteligente confrontación de conceptos.
Para poder pensar y crear se necesita tiempo. Desarrollar una tarea pictórica o escribir un libro requiere de días, meses y hasta años. Para ir con calma a un museo a deleitarse viendo obras de arte, para leer con avidez un libro o escuchar relajadamente una sinfonía, se necesita el tiempo suficiente para que no exista ningún resquicio de prisa que dañe el cultivo del mundo interior del individuo.  Todo ello está vinculado con la capacidad de elevación del ser humano, de ir más allá de los convencionalismos y de impedir ser enajenado al convertirse en esclavo de una determinada faena.
Sobre este aspecto de la vida se ha escrito de manera perspicaz en nuestra nación. Tanto Rafael Cadenas como Ludovico Silva llegaron a escribir sobre el asunto del tiempo que se necesita para pensar, crear y consolidar una formación cultural. El primero lo hizo en su obra En torno al lenguaje y el segundo en Filosofía de la ociosidad.
Rafal Cadenas desarrolla una serie de argumentos en los cuales señala la importancia que tiene para un conglomerado que se disponga del tiempo necesario que le permita vincularse con la cultura. Sin tiempo libre, se minan las  posibilidades de profundizar los vínculos intelectuales y el desarrollo de una conciencia ciudadana. El individuo se enajena en una sociedad que no crea los espacios para el culto a los saberes.
En Filosofía de la ociosidad se plantea la idea de ocio como antítesis de la alienación que surge como consecuencia del consumismo desenfadado de las sociedades en donde al hombre se le valora por su capacidad de amontonar riqueza. Sin la escuela-scholé-ocio se decreta el fin de las posibilidades de pensar, por consiguiente la muerte de la inteligencia. Es por ello que cuando vemos un país calmoso mientras sus integrantes pasan muchas horas de cada día comprando productos para el consumo diario, sea con fines de uso personal, o porque se vayan a revender los mismos como forma de ganar dinero de manera irregular, no podemos sino sentir tristeza.
Produce pena ver un conglomerado perdiendo el tiempo en las infinitas colas que cada día se hacen en cualquier rincón de nuestra nación. La cantidad de lapsos que se desaprovecha en hacer esas abominables filas para adquirir bienes de consumo no sólo frena una sana relación con la dinámica laboral, sino que impide que se cultive la inteligencia y la cultura.
Tristemente, las largas filas que se hacen en Venezuela terminaron por acabar con las posibilidades del desarrollo del ocio en el sentido griego (Scholé). Quienes están durante horas al sol, esperando adquirir una mercancía, se están embruteciendo a pasos agigantados.  Es imposible ser un pueblo elevado, cuando en una paradoja sin comparación vemos personas rebosantes de alegría luego de haber pasado por la humillante situación de esperar varias horas para adquirir harina o papel “tualé”.
El negocio (Ascholia), entendido como actividad que permite generar ganancias por acción comercial legal propia de una sociedad, se encuentra en jaque cuando aparecen las más insólitas maneras de hacer transacciones. Con el “bachaqueo” como modo de hacer riqueza, se instaura una penosa y delincuencial economía de nocivas prácticas de mercadeo a las cuales nos hemos ido habituando, aupando y aceptando como si fuese normal.
En pleno siglo XXI, actividades que pudiesen ser consideradas como antípodas (ocio y negocio) terminaron por toparse con un sistema que impide que sean antagónicas. Simplemente porque ninguna de las dos se puede dar de manera sana. No se hace negocio porque la economía se encuentra enferma y formas perversas de creación de riqueza surgen como malas hierbas. Y no se cultiva el ocio en el más puro sentido griego (Scholé) porque adquirir productos para la subsistencia básica nos roba el tiempo. Lo que parecían conceptos antagónicos, se desvanecen ante nuestros ojos.



Twitter: @perezlopresti   


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 20 de julio de 2015

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