Un apreciado amigo me decía en días pasados que se sentía muy mal por
el ambiente laboral hostil que le
rodeaba. “El hombre es el único perro que come perros”, repetía una y otra vez.
No suelo ser psiquiatra fuera de mi consultorio, pero dada la
naturaleza de su preocupación, fue inevitable echarle una manita a ver si “caía
en cuenta”. Con la finalidad de esclavizar a las personas, se inventó la muy
absurda idea de que el individuo debe tener sentido de pertenencia a la
institución donde trabaja. O sea, el individuo es como un perrito de su
trabajo. Es una forma de alienar al individuo haciéndole creer que el trabajo y
él están indisolublemente unidos. La primera premisa que traté de asomarle fue
que ESA INSTITUCIÓN EN DONDE ÉL TRABAJA NO LE PERTENECE. Él puede tener un
oficio o vocación con la cual se identifique pero NADA ES TAN ALIENANTE COMO
CREER QUE UNO PERTENECE A… El no es perro de nadie.
Nada es tan ajeno al cultivo de la libertad como el pertenecer a... Si se es libre, el sentido de
pertenencia debe estar ausente. A menos que uno sea un perro. Mi abuela, sabia
como la más sabia; siempre me decía que el mundo en realidad podía comenzar en
el sitio exacto en donde uno podía creer que terminaba. Esa premisa me ha
permitido se escéptico a la “idea de pertenencia” al punto que si escudriño un
tanto, llego a la conclusión de que YO ME PERTENEZCO A MÍ. Y SAN SE ACABÓ. Lo
cierto es que yo no creo que el hombre sea un devorador de sus congéneres. Más
bien creo que existe el lastimoso hombre que cultiva la triste idea de que la
vida es un campo de caníbales y no un patio en donde uno ejerce la libertad en
la medida de lo posible.
Días después, luego de estar pensando en perros, una bella dama tan
bella como la más bella de las damas, me preguntaba en la acera de la avenida dos Lora, si yo
tenía una percepción negativa de los seres humanos. “Los hombres son unos
perros”, repetía una y otra vez la hermosa dama. Creo que por esa mujer yo sería capaz de
andar ladrando por el mundo, así que fiel a mi constante manera de ver las
cosas, le contesté cantando que si los
hombres éramos perros sólo podía salir de mí eso de que”… tu eres mi cachorrita
mamá… y yo soy tu perro y quiero morderte…”
Al menos la hice sonreír y la risa, mágico remedio, logró mitigar un
tanto su pesar.
Fue entonces cuando llegué a mi casa y mi esposa me sorprendió
regalándome un perro. Desde ese día debo levantarme más temprano para que haga sus necesidades y
estoy empezando a pensar que lo que mi mujer me está haciendo es una especie de
“control” perro. En tal caso con este sueldo tan perro, el pobre cachorro como
que ya está presentando síntomas de desnutrición porque o come el perro o como
yo. Los chinos comen perros. Si los sueldos no aumentan, temo por el destino
del regalito de mi esposa.
Estoy, no cabe dudas, entre un montón de perros. Lo importante es no
desalentarse y entender que la libertad
de cultivar la libertad debe ser el
norte de nuestras vidas… a pesar de cualquier perrada que nos pueda pasar.
Pueden que los que lean este escrito terminen diciendo: ¡GUAU!
Texto tomado del
libro de mi autoría Suelo tomar vino y comer salchichón.
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