lunes, 1 de agosto de 2022

En Madrid hace calor

 


A través de la Universidad de Los Andes y por invitación, estuve hace ya un buen tiempo haciendo una pasantía por el Servicio de Psiquiatría del Hospital Gregorio Marañón, en Madrid. Fue un verano muy caluroso, en el cual me planteé seriamente la posibilidad de migrar de Venezuela con la aspiración de tener un mejor porvenir. De las experiencias de ese verano tengo unas cuantas historias en el tintero, pero en esta ocasión me referiré específicamente a unos asuntos propios del migrante que va descubriendo universos conforme pasa el tiempo.

El primer paso

A mi parecer, el primer paso para poder migrar es establecer un propósito de lucha. Se migra para “ir a”. Si se migra para escapar o “irse de”, el camino, obviamente va a ser más tortuoso. Pero si se parte con la finalidad de llegar a un puerto y ese puerto lo tenemos medianamente claro, las posibilidades de yerro son menores. Como montañista aprendí muchas cosas, incluyendo metáforas que me han servido para poder viajar. Una vez establecida la bitácora del viaje, en la cual debemos tener claro para dónde y con qué motivo partimos, armamos los pertrechos y llevamos los avíos necesarios para sobrevivir.

El campamento base

En un primer momento, debemos hacer una parada en la casa de alguien cercano que nos permita, durante un promedio de dos a cuatro meses (ni más ni menos) poder estar seguros e intentar aclimatarnos en lo que sin duda va a terminar siendo un enorme desafío personal. Ese desafío se multiplica por mil cuando migramos con familia que depende de nuestras acertadas decisiones. En una primera fase, al campamento base debe ir el mejor prospecto del grupo familiar. Una vez que tenga la posibilidad, se trae al resto de los miembros del clan. Ese salto es siempre una acrobacia, pero los miembros de una familia no deben estar separados por mucho tiempo.

Exigido por mil

Salvo los momentos de esparcimiento o de reunión entre amigos, mientras antes vayamos pisando el pasado, mucho mejor. Desprenderse de cosas como las preocupaciones políticas y otros pesos que no aportan para nada al migrante es fundamental para llevar el morral más liviano. Se mira hacia adelante cuando se parte y en función de un proyecto tangible que, si se pierde de vista, el barco hace aguas. Tal vez desprenderse de ese anclaje a lo que dejamos atrás es de las cosas más difíciles, pero imprescindible. Someterse a la tortura de la nostalgia es potencialmente autoflagelarnos sin necesidad. La vida es una y con frecuencia es contra reloj.

La gente es cariñosa

En la medida que vamos descubriendo escenarios y personas, vamos moldeando una percepción que se nos va formando progresivamente acerca de la identidad colectiva del pueblo a donde llegamos. Cada grupo tiene sus particularidades, las cuales necesariamente podrán ser aceptadas sin necesidad de ser practicadas. En relación con el proceso de descubrimiento de las identidades colectivas, habrá muchas percepciones. Ahí juega un poco la ruleta de la suerte. Sin embargo, es prudente recordar que el ser humano, en su esencia, es el mismo, independientemente donde vayamos. Hay personas que bien merecen ir al cielo, así como sobran los canallas. Es el eterno retorno a lo humano.

Competidores eternos

Como humanos que somos, y muchas veces sin darnos cuenta, competimos y potencialmente le arrebatamos espacios a las personas de un lugar. De ahí que los trámites migratorios suelen ser infernales, todo lo cual tiene el propósito de obstaculizar la plena inclusión de un extranjero a una sociedad. Nada es casual en las oficinas de extranjería, entre otras cosas porque “el tiempo de uno no es el tiempo de los demás”. La solidaridad no suele ser un concepto fácil de hallar en la infinita burocracia que rige el planeta. De ahí que se aprecia cuando por sana necesidad nos apoyamos unos con otros, incluso en las más adversas dificultades.


Publicado en el diario El Universal de Venezuela (02-08-2022) y en otros medios de comunicación

 

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