lunes, 22 de agosto de 2022

En inéditas circunstancias

 


De las múltiples aficiones que cultivo, además de leer y escribir, suelo cocinar. Las largas caminatas por infinidad de senderos y mi apego a la buena mesa han sido espacios en los cuales me he refugiado para salvaguardar áreas de vida en donde solo tiene cabida lo placentero de la existencia. Que bien puede ser una punta argentina o unas berenjenas a la plancha, la idea del disfrute por cocinarlas y el poder hacer un buen maridaje con vinos seleccionados sin prisa me genera goce. Mucho más porque lo hago con la mujer que amo. La mayoría de las veces cocino para compartir con ella y en otras ocasiones le cocino a ella.

Un paso a la vez

Tengo cincuenta y cinco años de edad y vivo en Chile. Hace cinco años migré de mi país y no he regresado. Me gradué de médico cirujano en 1991 y de psiquiatra en 1997. Con treinta años como médico y veinticinco de psiquiatra, algo he visto. En este país pude validarme como psiquiatra y trabajo como tal desde que arribé.  Trabajar como especialista en psiquiatría en Chile me ha permitido familiarizarme en primera fila con aspectos de la idiosincrasia chilena, que por otra vía hubiese sido más complejo. Entre las cosas a las cuales me dedico en la actualidad, además de compartir atardeceres y buenas cenas con mi esposa, está el interés y estudio por el tremendo problema que se ha generado con los más de seis millones de venezolanos que tuvimos que emigrar. Cada vez son más los compatriotas que se acercan a recibir atención por sus asuntos emocionales, lo cual va aumentado el mapa de experiencia en relación con las cosas que voy recopilando sobre el fenómeno migratorio venezolano y sus repercusiones.

Preparados para partir

Una amiga muy querida, en 2015, escribió un manual para migrantes venezolanos. Cuando lo leí me pareció que estaba muy bien a manera de orientación general. El asunto de las visiones en relación con la migración es que se estrellan con dos factores que el migrante no puede prever: Los imponderables y la incertidumbre. Como el tiempo de uno no es el tiempo de los demás, la queja del migrante es un llanto de lágrimas huecas lanzadas a un pozo vacío. La lucha contra los imponderables y la incertidumbre está más relacionada con la capacidad adaptativa, la maleabilidad de posturas y tener muy claro y precisado el foco hacia donde nos dirigimos. Si el foco no apunta hacia adelante, todos los esfuerzos se desvanecen y la tristeza y las formas más variadas de ansiedad se pueden apoderar de la persona. Ahí es donde participo como psiquiatra, en el momento en que el barco comienza a hacer aguas.

Cambiando el mundo

Con gran dificultad podemos cambiar cosas muy concretas de nuestra propia vida. La posibilidad de cambiar nuestro entorno se hace casi imposible al migrar. Por eso, para quien migra, se genera el muy difícil desafío de adaptarse sin renunciar al sistema de valores que nos protege de caer en desgracia. Hacer lo correcto, independientemente de lo adversas de las circunstancias, suele abrazar buenos resultados. Mucha paciencia y perseverancia para alcanzar las metas forman parte del decálogo del migrante. La solidaridad entre compatriotas se transforma en una bolsa de gatos cuando no una potencial pesadilla. Recurro a Víctor Frankl, quien en su libro El hombre en busca de sentido deja plasmado que había un grupo de judíos en los campos de concentración, que, para obtener prebendas por parte de los Nazis, se alejaban de la solidaridad y se volvían en auténticos adversarios de sus propios compañeros encerrados. Así ha sido, es y seguirá siendo. De ahí que las expresiones de solidaridad genuinas pueden surgir de donde menos lo esperamos. Sigo con mis notas acumulando experiencia.

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela (23-08-2022) y otros medios de comunicación.


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