Entre
Mérida y Puerto de Santander, en Colombia, se puede uno gastar en su propio
auto unas dos horas y media. Está más cerca que Valera o Barinas. Conozco esa
zona porque era frecuente ir a desayunar en Cúcuta, hacer las diligencias de
rigor y estar de vuelta al atardecer. Para los andinos venezolanos era un paseo
que hacíamos con frecuencia. Esa frontera, como a tantos venezolanos, me es
familiar hasta el punto de haber trabajado durante años en Estados fronterizos
como Táchira y Apure. De la vida en la frontera colombo-venezolana guardo
infinidad de recuerdos y experiencias.
Vino el
cambio y se quedó
En 2017
salí forzosamente de mi país a través de esa frontera. Crucé el Puente
Internacional Simón Bolívar, que estaba a reventar de personas y cuando pasé la
línea que divide a ambos países había un puesto en donde se repartía un plato
de sopa. Era un grupo de gente bondadosa le daba comida al montón de refugiados
que por ahí pasábamos. Esa frontera, de actividad inusual, se convertía en
símbolo de derrota y fragmentación de muchas familias venezolanas. También se
convertía en un lugar de esperanza para quienes queríamos labrar un mejor
porvenir. Las fronteras son lugares vivos, de una fuerza indetenible. En algún
momento esa frontera se cerró y se cometió un error de consecuencias nefastas.
Las relaciones entre ambos países siameses cambiaron para peor y las
repercusiones las pagamos literalmente quienes vivimos del trabajo honesto y el
esfuerzo personal.
El cambio
inexorable
El arribo
de la izquierda al poder en Colombia era una cuestión de tiempo. Una vez que
asumieron la vía política y abandonaron las armas se les abrió la autopista de
la legalidad para abrazar las instancias del poder. Es tan propio de lo humano
el aspirar a nuevas y distintas formas de vida que es casi ingenuo intentar
rechazarlo. Los pueblos se cansan de las fórmulas de gobierno y aspiran a que
haya cambios. Estos pueden ser para mejor o para peor, pero ese es otro asunto.
Hay sociedades que mejoran con nuevas ideas y otras que se hunden en el peor de
los infiernos. Negar el cambio es propio de gente reaccionaria y poco
adaptativa. Prever que va a haber cambios es propio de personas que tienen
contacto sano con la realidad. Si quienes asumen las riendas de una sociedad
tuviesen en mente que los cambios son inevitables, seguramente sus gestiones
serían mucho mejores, entre otras razones porque propondrían hacer las
modificaciones sociales que la gente espera.
Oportunidades
fallidas
Con los
resultados de las elecciones en Colombia, afortunadamente se abre la
posibilidad de cambios sustanciales para Venezuela. Es imprescindible retomar
las relaciones bilaterales con el país más importante para los venezolanos. Esa
apertura y vínculo deben darse en todos los espacios. Urge intentar normalizar
la frontera colombo-venezolana, que, a raíz de la ruptura de relaciones entre
ambos países, se convirtió en un torbellino de problemas y formas de vida
malsana que cambió la vida de los millones de personas que viven de que esa
frontera funcione con un mínimo de salubridad y reglas. Es fundamental que las
relaciones entre ambos países se normalicen y la actividad humana, incluyendo,
por supuesto la actividad comercial, le dé aire fresco y subsane el montón de
yerros que llevaron a desmoronar las relaciones entre ambas naciones. Es una
oportunidad de oro en la que no se puede fallar.
Asumiendo
realidades y pisando tierra
Tengo, como muchísimas personas, expectativas en relación con el nuevo gobierno de Colombia. Espero que el acercamiento con Venezuela destranque una dinámica política muy errática que desde 2017 hasta el 2022 solo ha sumado infinitud de estrategias fallidas que lejos de mejorar a mi país lo han llevado a ser el ejemplo mundial de lo que no debe ser una nación. El cambio de gobierno en Colombia destranca por fin una enormidad de posturas autodestructivas y le da una vitalidad y posibilidad de cambio a Venezuela que no había tenido en cinco años. Que así sea.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 21 de junio de 2022.
Buen análisis como de costumbre, querido Alirio, me quedó un saborcito a requerir que lo extiendas a las decisiones que justifican un acercamiento entre ambos países (sueño con el día en que esta palabra desaparezca de nuestros diccionarios...)
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