Cuido mi
dentadura. Incluso llegué a trabajar un tiempo como ayudante de odontólogo. Al
aprender memorizamos y el atesorar esa memoria es lo que llamamos experiencia. Antes
de cruzar forzosamente el puente Internacional Simón Bolívar, entre los años 2015
y 2017, la crisis venezolana llegó a un punto que para muchos se hizo muy
difícil sobrellevar. Llegué a ver cómo pesaban el papel moneda, que era ya la
antesala del huracán de la hiperinflación. Recuerdo haber tenido el dinero para
ir al supermercado y encontrarme con estantes vacíos. De las cosas que llegué a
comer en esos años no sólo se resiente mi memoria, también mis muelas.
Exquisiteces
y necesidades
En una ocasión,
buscando harina, terminé comprando una que, con etiqueta gris, señalaba ser
artesanal. Resultó ser tan dura que casi pierdo un colmillo. De esas cosas que
tuve que comer porque no había otra opción, estaban dos que revuelven un poco
el estómago. Por una parte, estaban unos envases que decían ser “productos
lácteos” y cuando uno leía el contenido, no aparecía la palabra leche por
ninguna parte. Lo otro que era difícil de digerir eran una suerte de “productos
cárnicos” que tampoco mencionaban la palabra carne por ningún lado. Solo Dios
sabe qué estuvimos comiendo en ese tiempo. Esas cosas, como el no conseguir la comida
necesaria para vivir, fueron lo suficientemente motivadoras para preparar los
documentos con sus respectivas apostillas.
Artículos
para la supervivencia
En
tiempos de crisis importante, desaparecen los artículos para el cuidado y aseo
personal. La falta de crema dental hizo que muchos experimentásemos con otras
posibilidades. La primera era la crema dental de origen chino, que era una
suerte de plastilina que se quedaba pegada en los dientes y no hacía espuma. Después
vinieron los otros experimentos, como el uso de bicarbonato o el limón, todos
inútiles. Que haya un viraje y se abra la posibilidad de que se normalice el
intercambio comercial entre Colombia y Venezuela, solo puede ser motivo de
alegría para quienes cultivamos cierta actitud pragmática hacia la vida. Es
imprescindible contar con lo necesario para vivir o de lo contrario la
posibilidad de ser hacia adelante se nubla.
Lucha de clases y afines
Lo
interesante de los cambios sociales que buscan modificar de raíz a una sociedad
es que al final puede pasar que no haya ganadores. Quienes se creen ganadores quedan
atrapados en falsas burbujas de las cuales no se pueden mover. Son fantasías
vitales en las que pueden disfrutar de los placeres sensoriales de la vida, sin
mucho contenido y una trascendencia que quedará señalada como negativa para
siempre. Quienes aparecen como perdedores, quedan sumidos en la ceguera de la
desesperanza o de la negación, sin capacidad de proyectarse a otros escenarios
y con la expectativa de que las cosas mejoren sin poder participar activamente
en esa mejoría. El grito de lucha es esa frase minusválida que asoman: “Aquí,
aguantando la pela.” Por eso siempre he pensado que nada es más perverso que la
falaz búsqueda de la conflictividad entre miembros de una sociedad, que termina
solo por cambiar a los protagonistas que se habrán de beneficiar con el nuevo
orden y la repartición de bienes.
Migrantes
pujantes
Todo
proceso migratorio forzado es desmedidamente complicado. La parte buena de lo
malo es que no hay un solo tipo de migrante. Está el que escapa y no sabe para
dónde ni para qué, lo cual va a hacer que su proceso sea más enredado. Está el
que migra teniendo en mente objetivos concretos y posibilidades de realización
tangibles, que por muy modestas que sean, siempre serán un impulso para seguir
adelante. En 2017 crucé el puente Internacional Simón Bolívar. En Cúcuta, en
una modesta pensión, me cepillé los dientes nuevamente con crema dental. Tal
vez sean detalles, o símbolos, en fin.
Publicado
en el diario El Universal de Venezuela el 28 de junio de 2022.