Al doctor Hernán Martínez todavía le retumbaba uno de los oídos. Durante
la realización de la resonancia magnética nuclear, se le había soltado de la
oreja uno de los tapones de goma y los estrepitosos sonidos del sofisticado estudio
con contraste y técnica de difusión lo habían dejado aturdido, con un punzante
dolor de cabeza. Todo indicaba que el resultado iba a ser malo; el estudio podría
dar un resultado definitivo y de pésimo pronóstico. Parecía que un tumor
maligno haría estragos su vida en cuestión de días. Su esposa estaba ansiosa y
al doctor le preocupaba el futuro de tantas personas que dependían directamente
de él. Él sabía disfrutar la vida plena que llevaba, en sus noches y días.
Estoicismo,
vida y muerte
Se había
descubierto el tumor un martes mientras se afeitaba frente al espejo. El bulto
era grande y sólido y se encontraba definido en la parte superior de su brazo izquierdo.
Como cirujano, no dejó pasar el momento, se palpó con acuciosidad y esa misma
tarde se estaba habiendo un ecosonograma que mostraba una lesión a la cual le
llegaba sangre y tenía al menos dos o tres tipos de tejidos diferentes. Parecía
malo. Sin embargo, no suspendió ninguna de las intervenciones quirúrgicas que
tenía agendadas para ese día. Se había creído siempre un estoico y aspiraba a
seguirlo siendo, por lo que fue directamente a consultar con su mejor amigo, un
oncólogo de gran experiencia y sabiduría de vida que palideció cuando vio las
primeras imágenes y palpó la consistencia del bulto. Un poco más allá, el
periodista del noticiero de la noche hablaba de la pandemia que estaba azotando
gran parte del mundo y una guerra contra civiles por parte de una potencia
mundial apenas comenzaba. El doctor sintió que su tumor era una tragedia
insignificante al compararlo con su entorno.
Entre el
acá y el más allá
A veces, la
vida gusta de ser sarcástica y nos pone sobre la mesa una especie de desafío
que pareciera un juego si no es porque es el futuro de nuestra existencia se
decide. Entre el acá y el más allá solo basta un suspiro y eso lo sabía el buen
doctor Hernán Martínez que tantas vidas había salvado y a tantas personas había
visto morir. La cirugía era su gran vocación, asunto que enriquecía con su
tendencia a escuchar buena música, tener conversaciones con buenos amigos y
cafés mientras observaba la infinitamente hermosa cordillera de Los Andes. Su
casa tenía una vista monumental, pues por el frente veía la inmensidad de la
ciudad de Santiago y el patio trasero daba con la gigantesca muralla nevada. De
esos y otros pequeños placeres vitales estaba llena la vida del doctor, como
también del amor que sentía por su esposa.
Se van los buenos
En ocasiones, el doctor Martínez invitaba a su amigo Antonio, psiquiatra,
con quien conversaba de cualquier cosa. Había estudiado la carrera de médico
con él y lo consideraba el mejor de su promoción. Alberto se reía de cuantas
cosas se asomaban como tema de conversación y siempre una sonrisa a flor de
piel estaba en su rostro. Mientras jugaban una partida de ajedrez, se enteró
por lo que pasaba su amigo el cirujano y no pudo sino asomar la posibilidad de
que tal vez en el más allá los cupos estaban congelados por ahora para el
cirujano. Un silencio largo los acompañó ese día. Ninguno de los dos se creía
lo que decían. Lo cierto es que faltaba el fundamental examen confirmatorio, que,
si daba el peor de los escenarios, se iba a generar un vacío insustituible,
asunto que pasa con la gente buena y talentosa que se va al más allá.
Amor y resultado exprés
La esposa se mostró como si se hubiese preparado toda la vida para
enfrentar un escenario como este. Nadie y mucho menos ella, había imaginado
siquiera que el hombre que amaba se fuese a enfermar de algo grave a tan temprana
edad. Sacó su fortaleza legendaria y como compañera de batallas de su esposo,
se disponía a derrotar junto a él a la muerte. En esas estaba pensando cuando
el doctor Hernán Martínez salía de hacerse el estudio especializado, que tardó más
de una hora, con sus minutos y segundos que se hicieron una eternidad. El
resultado les llegó al día siguiente por correo electrónico y ambos pensaron
que las noticias malas viajan más rápido que las buenas. No hubo dudas: Era una
lesión benigna que con el estudio especializado se disipaba cualquier duda en relación
con su origen y definía el pronóstico. Solo había que observarlo sin mucho
énfasis. El peligro había pasado y el acecho de la muerte, tan caprichoso y
temible, se disipaba a la par de que estaban descorchando una botella de
espumante francés mientras la buena música los acompañaba. No morir era una
gran alegría y la celebración no podía esperar. Entre lágrimas, la esposa de Hernán
Martínez le mostraba su infinito amor, el cual era correspondido, lo cual lo
había doblemente elevado. El doctor Martínez se fue de vacaciones con su
esposa. No le dijo a nadie a donde iba, pero estamos seguros de que la están
pasando bien.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el martes 08 de marzo
de 2022.
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