Durante el tiempo en que me desempeñé como profesor universitario en
Venezuela, mis aspiraciones literarias iban bien canalizadas hasta que tuve que
migrar de manera forzosa. En 2017 dejé en la imprenta universitaria mi última
obra, la cual no se ha podido materializar hasta el día de hoy. La migración obliga
a ganarse la vida de la manera como mejor podemos, los compromisos sobrevenidos
tienen fecha de caducidad y hay realidades más apremiantes que otras. La supervivencia es parte del gran
viaje. Todo migrante es un ser desencajado
y apremiado por el afán de satisfacer necesidades inmediatas. La capacidad de abstracción
queda minimizada por tener que concretar elementos de carácter tangibles. De ahí que cuando se migra, el sujeto queda minimizado por
el hecho de tener que responder a exigencias propias de lo más básico de la
cotidianidad. Lo banal termina por
imponerse sobre cualquier posibilidad de desarrollo personal y lo que
consideramos una búsqueda de espacios
esperanzadores termina siendo expresión del pragmatismo radical.
Amores
que matan
Hay amores que son muy difíciles de entender o que son tan fáciles de
entender que nos hacen la vida difícil. El amor a la madre es un asunto con el cuales estamos consustancialmente familiarizados:
De ahí venimos. El amor al lugar donde nacimos forma parte de los elementos propios de la
identidad del sujeto en el sentido esperanzador del término. El lugar de donde una persona
proviene marca y de alguna manera configura su percepción de la realidad. El hecho de tener interacción
con dinámicas o realidades distintas al lugar donde proviene la persona
significa un descomunal esfuerzo desde todo punto de vista. Ese es uno de los grandes desafíos para cualquier persona: El adaptarse a una dinámica con
la cual se es ajeno y formar parte de una
cultura que no es propia, a la par de no desvincularse con el sistema de valores y
creencias. El chance de quedarse
estático e inmóvil frente a los peores escenarios es una manera de asumir la vida. El migrante asume una condición distinta al que se detiene y el movimiento forma parte de cualquier acto que tenga que ver con
desvincularse de las raíces. Migrar es el viaje que nos moviliza hacia un lugar un sitio o una idea o
una esperanza que generó en el sujeto un gran esfuerzo. El migrante se debe focalizar en ver función de futuro y solo quien mira hacia adelante logra
lidiar con el asunto. Los peores enemigos de quien migra son la nostalgia y los
recuerdos paralizantes.
La madre,
la patria
La madre es de donde partimos. Desvincularse con la madre es ridículo. La patria, por el contrario, es el constructo que nos crean en relación con las zonas delimitadas que asumimos como propias. El amor a la madre tiene sentido mientras el amor a la patria es una creación propia de las limitaciones del pensamiento. A veces escucho personas que denigran de quienes no nos place tener afinidad por la patria. Esa relación ambigua de amor y odio hacia la patria no solamente es profundamente legítima, sino que forma parte del éxodo. Sería absurdo que quienes estamos migrando de un sitio que nos ha tratado mal y hemos vivido calamidades o penurias tengamos afinidad por ese origen. Precisamente la ruptura con el nicho de dónde provenimos es la esencia de quien se salva. El odio a la patria es tan legítimo como el amor a la misma. Solo radicales sin capacidad de discernimiento son capaces de ejercer una actitud punitiva y moral hacia quien ve la patria como un engendro que nos genera dolor. Ni somos libres ni existe el libre albedrío. No decidimos porque permanentemente estamos presionados o inducidos a ir por el camino de aquello a lo cual podemos aspirar. No existe el libre albedrío porque lo humano está condicionado por aquello que nos circunda y solo podemos llegar hasta donde nuestras posibilidades nos lo permiten. De ahí que el ser, salvo muy pocas excepciones, es incapaz de decidir. Escoger es una falsedad. La migración lleva a tener que satisfacer elementos tan básicos como el manejo de dinero para llevar el día a día en buena lid. Una de las cosas propias del migrante es la posibilidad de universalizarse, lo cual a mi juicio es el elemento más positivo de la migración. Quien migra y mantiene su sistema de creencias y valores se protege desde la desestructuración del ser a la vez que se incorpora un sistema de creencias y valores con el cuál no necesariamente congenia, pero con el que debe lidiar. Que seis millones de venezolanos estemos dando vueltas por el mundo es una tragedia en la que nos acompañan solo quienes huyen de situaciones de guerra como lo estamos presenciando. No estamos solos en la tragedia sino al margen de la sombra de quien la pasa peor que nosotros. Esa es la condición de quien ha trascendido fronteras y que día a día se levanta para concretar las metas que deberán ser replanteada para poder llegar a lo máximo que podemos aspirar como personas: La felicidad.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 15 de marzo de 2022.
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