Ramón había llegado en autobús
luego de diecisiete días de viaje. Partió una mañana desde Barquisimeto, para
finalmente llegar a Santiago a finales del mes de abril del dos mil diecisiete.
La ciudad le pareció tranquila y el primer empleo fue de mesonero, en un
restaurante en el centro de la capital de Chile, el cual era frecuentado por
ejecutivos que trabajaban en algunas empresas del pujante país austral. Su primo Miguel le había conseguido ese
primer trabajo, mientras en las noches soñaba con llegar a ser lo que más le
gustaba: Poder cocinar en un buen restaurante, o mejor aún, ser el dueño de su
propio local.
Esperanzas y persistencias
Antes de comenzar la peste, ya
su situación migratoria se había resuelto en forma favorable. Lo de la pandemia
le había forzado a cambiar de oficio, así que junto con su primo crearon una
pequeña empresa de reparaciones de departamentos. Muchos extranjeros perdían el
trabajo, se les hacía imposible seguir pagando los arriendos y se marchaban de
madrugada, en forma sigilosa, dejando deudas. Las viviendas que ocupaban quedaban
con el deterioro propio del uso y abuso. Hacían el trabajo de manera tan
excelsa, que pronto los contrató un par de inmobiliarias para que reparasen los
apartamentos que quedaban desocupados. La pandemia había sido una gran
oportunidad para surgir económicamente en un país que le abría las puertas de
las oportunidades. De esa manera podía ahorrar lo suficiente para enviarle
remesas a los familiares que habían quedado en Venezuela y una parte de lo que
ganaba lo guardaba para lo que había sido un largo sueño: Poder ir de
vacaciones a La Argentina el día de su cumpleaños número treinta.
Abordando vuelos
Un par de rubios elegantes,
con trajes Armani y maletines de cuero fino hacían la fila para abordar. Contrastaban
con la totalidad de pasajeros que estaban a punto de montarse en el avión. De
aspecto tranquilo y movimientos pausados, ninguno hablaba español. Una vez
dentro de la aeronave se sentaron en la última fila, al lado de los baños. Cuando
la nave despegó anunciaron que se trataba de los nuevos socios mayoritarios de
la compañía aérea. La atención de la tripulación fue desmedidamente afable, con
un trato impecable hacia los pasajeros y dadivosos a más no poder al momento de
servir el refrigerio. A mi casual compañero de vuelo le preguntaban con
insistencia si deseaba algo más, a lo que él respondía afirmativamente,
recibiendo tres veces más alimentos y bebidas que cualquier otro pasajero.
Sinceramente nunca me habían tratado tan bien en un vuelo. La razón obvia:
Íbamos junto a los nuevos dueños.
En el aire
Ramón nunca había viajado en
avión, así que se asesoró a través de internet de cuál era el atuendo más
adecuado para ese primer viaje en marzo de 2022. Una gorra de beisbol, zapatos
ligeros sin medias, franela negra con letras e imágenes verdes que
promocionaban una bebida energética, unas bermudas y anteojos de color naranja
hacían muy florida su presencia. No dejaba de tomar fotos y la alegría propia
de quien actúa como niño era contagiosa. Llegué a la fila en la que me
correspondía la ventana y el se encontraba en el tercero de cuatro asientos que
en minutos partía hacia Buenos Aires. Ni siquiera dejó de tomar fotos en pleno
despegue, lo cual le hacía alargar la mano frente a mí para poder tomar fotos a
través de la ventanilla. Cuando el avión se estabilizó, un pasajero con acento
porteño habló con la aeromoza y solicitó cambio de asiento. A mí me hizo gracia
y pudimos viajar más cómodos, él iba en el pasillo y yo en la ventana. Entonces
empezamos a conversar.
Destinos comunes
A mí me generó un poco de risa
cuando Ramón me confesó con vergüenza que era la primera vez que tomaba un
vuelo. Le di el asiento de la ventana, dado de lo importante que era este viaje
para él. Intercambiamos historias de vida, como solemos hacer quienes viajamos
y luego me hizo notar que le parecía que ir en avión era superior a lo que
había imaginado y escuchado. Tragando un sorbo de vino tinto, me decía que la
atención le parecía excelente. No quise acabar con su emoción, por lo que no le
dije que se trataba de un vuelo con “atención preferente”. De oficios distintos,
habíamos trabajado en los mismos sectores de la misma ciudad. Él había llegado
al país sureño poco antes de mi arribo y ambos compartíamos la afición por
Argentina, siendo para él su primer viaje en avión y su primer viaje al
legendario país del sur de Suramérica. Me di cuenta de que el desarraigo era
compartido y por razones que ni recuerdo ni comprendo, formábamos parte de un grupo
de gente que anda dando vueltas de un lado para otro, conduciéndose de una
manera que para muchos es incomprensible. De gustos, contrariedades y logros
íbamos conversando cuando ya aterrizando el avión nos sorprendió la inmensidad
del Río de La Plata, con miles de veleros surcando sus aguas. Ramón lloraba de
la emoción y una y otra vez tomaba fotos a la vez que daba gracias a Dios.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 12 de abril de 2022.
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