martes, 23 de febrero de 2021

Pasando páginas


Una palabra que me llama la atención por su fea sonoridad y alta efectividad expresiva es “resiliencia”. Según el diccionario de la RAE es la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. También es la capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido. Como tantas palabras, se ha hecho uso y abuso del término, pero siento que el diccionario es justo y lo ubica en una buena dimensión. Una de las cosas más imbricadas con los asuntos propios de la migración es lidiar con el peso de la nostalgia. A mi parecer, la nostalgia puede ser relativamente útil en ciertas situaciones, como cuando evocamos alguna travesura de infancia en un pasado que no regresará, cantamos una melodía que nos retorna a una situación o pensamos en lo que ha sido nuestras vidas desde que nacimos hasta el presente, con quienes nos han acompañado y los que han partido. Es tan necesaria esta nostalgia que forma parte de nuestro sistema de valores.

Bolas de plomo

Tener una bola de plomo unida con un grillete a un tobillo es una carga muy pesada. La nostalgia funciona un tanto de esa manera. Para quienes hemos tenido que migrar, no solo se puede volver un terrible peso que arrastramos, sino un estorbo que nos hace menos ágiles a la hora de tener que movernos, utilizar nuestra inventiva y tener la suficiente capacidad adaptativa para salirle al paso a las adversidades. La necesidad de no perder el foco y ubicarnos en el aquí y el ahora se convierte en un asunto de supervivencia. Tanto en el reino animal como en el animal reino de los humanos, la necesidad de adaptación es el corazón de la supervivencia. Adaptarse no es sinónimo de ceder para perder, sino de dar un paso atrás para avanzar dos. El migrante puede salir airoso de tantas luchas contra la oscuridad o ser vencido por la luz de los faroles de neón. Es un asunto en el que lo probabilístico (eso que llaman suerte) no está ausente. Por eso, para migrar se requiere de cierta dureza y mantener la defensa elevada, o de lo contrario nos devoran las circunstancias.

Robocop y la delicadeza

De sangre caliente en donde convergen todas las razas posibles, a los caribeños nos hierven las emociones. De lo contrario, no seríamos del caribe. Eso va sumado conque étnicamente tenemos todos los aditamentos posibles. Mi caso no es la excepción sino la representación de una manera colectiva de asumir la vida. Riéndonos de nuestras desgracias, hablamos en voz alta, a veces “golpeao”, con gran intolerancia a las injusticias que forzadamente hemos padecido y sin muchos ánimos de volverlas a sufrir. Tendemos a llamar las cosas por su nombre, lo soterrado está ausente en nuestro discurso cotidiano, somos batalladores de largas lucha visibles e invisibles, adoradores de las mil y una causa perdidas, que nos llevan de un extremo a otro en la gama de sentimientos y, además, en la manera de relacionarnos. La seducción es un artificio propio de nuestra cultura. ¿Quién no quiere ser del caribe?

En sentido de trascendencia

Al ir más allá de la punta de nuestra nariz: ¿Qué hace que una persona tenga juicio y buen tino? En lo personal creo que es un asunto caprichoso por cuanto solo el tiempo juzga si nuestras decisiones fueron o no las mejores. A veces, pareciera que en la perspectiva de la distancia las aparentes derrotas son victorias y las celebradas victorias no eran sino formas de atascamientos en los pantanos de la existencia. La autorrealización va de la mano con la trascendencia y tiene que ver con hacer cosas que nos enriquecen como personas, las cuales hacemos para que otros ganen con ellas. Se llega a autorrealizar quien es capaz de ayudar o de ser mejor para los demás, asunto que inexorablemente enriquece el mundo interior de quien practica esta forma de ser y hacer. Por eso los vínculos con aquellos que apreciamos generan formas de resistencia admirables ante las adversidades.

El telescopio de la vida

Es fácil confundirse sin brújula y bitácora. Si se tiene claro a donde se quiere llegar, con bastante seguridad podremos arribar a buen puerto. El asunto se complica cuando no lo tenemos claro y nos comportamos como el preso que se escapa de la más custodiada de las cárceles y una vez fuera no tiene un plan para continuar. Eso es terrible por cuanto el plan no solo es escapar sino saber a dónde se va. Nadie que esté cuerdo regresa a un campo de concentración, asunto que muchos migrantes tenemos bien claro. La presencia de vocación suicida no puede formar parte de los elementos de quien pretende arribar a un mejor destino para su vida. La vida, a fin de cuentas, no es dura sino muy dura, independientemente de que nos queramos encerrar en la burbuja de negaciones en la cuales muchos se sienten a gusto. Hasta que se dan cuenta que la burbuja era de jabón y sólo basta un pinchazo de alfiler para acabar con ella. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el martes 23 de febrero de 2021. 

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