Era un diciembre cuando de manera afable, un grupo de amigos
chilenos me invitó a cenar. Después de unos cuantos tragos de vinos espumantes
y alardes de buen gusto y mejores maneras, me explicaron por qué los
venezolanos, apostando al estatismo enfermizo y la poca capacidad de aupar la
economía de libre mercado nos merecíamos la tragedia que estábamos viviendo. Estructuralmente
tendientes a lo numérico, me explicaban el enorme producto interno bruto que tiene
el país austral y la manera efectiva en que lograron disminuir la pobreza. Como
tiendo a ser aplomado, escéptico y tengo la calle en las venas, trataba de
disfrutar las buenas bebidas que me ofrecían.
Etnocentrismo
negativo
El etnocentrismo es la actitud del grupo, raza o sociedad
que presupone su superioridad sobre los demás y hace de la cultura propia el
criterio exclusivo para interpretar y valorar la cultura y los comportamientos
de esos otros grupos, razas o sociedades. Una de las cosas que he vivido en
carne propia es aprender a escuchar la suciedad (inmundicia) de la calle. Ajeno a lo virtuoso, lo vulgar es la genuina
representación del alma socavada de los pueblos. En el sentimiento marginal se
halla la riqueza cultural de una parte invaluable que conforma la identidad de
una nación. La clase media, a fin de cuentas, mantiene más o menos el mismo
discurso en todas partes. Viví la autocrítica destructiva y malsana de los
venezolanos clase media de los años 90 del siglo pasado y conozco los
resultados de ese proceso social. Nos mataba el etnocentrismo y aspirábamos a
ser el mejor país del mundo. Recuerdo que en cualquier conversación se decía
que si los japoneses esto, que si los japoneses lo otro. Era la Venezuela
etnocentrista que se consideraba lo peor y potencialmente, a la vez, lo mejor
del mundo. Ese mismo discurso lo he escuchado en cada chileno con quien he
compartido sobremesa. La queja como forma de conducirse es parte de nuestra
estructura cultural. Creernos el sucio e inmaculado ombligo del mundo
simultáneamente.
Pobrecito
Ícaro
En la mitología griega, Ícaro tenía
unidas con hilos las plumas centrales de sus alas y con cera las laterales. Se
le advirtió que no volase demasiado alto porque el calor del sol derretiría la
cera ni demasiado bajo porque la espuma del mar mojaría las alas y no podría
volar. Cuando Ícaro comenzó a ascender, contrariando lo aconsejado, el quemante
sol derritió la cera y las alas se desarmaron. Murió al caer al mar. Los
procesos de ascenso social en América Latina una y otra vez se tropiezan con
los mismos problemas. Países exportadores de materias primas, dependientes de
los precios que establecen las demandas de los mercados, pareciera que
existiese un techo de desarrollo que no se podrá superar. Quieren seguir
ascendiendo en la natural escala de aspiraciones humanas sin tener con qué, a
la par de intentar implementar modelos utópicos fracasados. Con poca capacidad
de generar sus propias ideas, las antiguas formas de pensamiento rígido y
encapsulado no dejan de resucitar.
El maldito equilibrio
Los seres humanos, en general, no somos
muy dados a manejar el equilibrio como forma de conceptuar la vida. Creemos que
se es inerte cuando logramos estar equilibrados y tendemos a romper esta
dimensión. En los bolsillos cargo calderilla y billetes. Tiendo a pagar en
efectivo y al contado y si bien le debo demasiado afecto y solidaridad a mucha
gente, no le debo ni un centavo a nada ni a nadie. Oriundo de las montañas,
aprendí a pagar las cuentas con dinero contante y sonante desde que tengo
memoria. La primera vez que fui de compras en Santiago, el vendedor no podía
entender por qué iba a pagar todo de un tajo en vez de hacerlo en una docena de
cómodas cuotas. Tal vez mis niveles de aspiración en lo que respecta al confort
son bajos y mi estatus lo tengo claro: No necesito demostrarle nada a nadie.
Las maneras como se endeuda la clase media chilena no tienen comparación con
otras sociedades que haya conocido. Lo digo como trashumante, mochilero, trotamundo y taguarero. Aspirar a tener más sin tener lo suficiente, conlleva a
endeudarse en una espiral de la cual es casi imposible salvarse y la bancarrota
tiende a ser el derrotero. Doblemente condicionados por nuestras pulsiones y lo
aprendido, la falacia del libre albedrío es la excusa culposa culpante para
explicar las deudas. Las sociedades de consumo esclavizan al ciudadano que
aspira a verse mejor que los demás.
Relaciones peligrosas
Cuando, en términos marxistas el
lumpenproletariado y la pequeña burguesía se ensamblan, se genera una bomba que
tarde o temprano estalla. Si la clase media aplaude la barbarie que grupos
delincuenciales realizan, se comienza a generar una bola de nieve de resultados
impredecibles. El “caracazo” edulcorado por la inteligencia venezolana de la época, trató de dar las explicaciones
más sesudas y contrahechas a lo delincuencial. Lo peor de sentir que las cosas
se repiten es que anticipamos los resultados.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 05 de noviembre de 2019.
Excelente y muy acertado artículo Dr. Alirio.
ResponderEliminarGracias por compartirlo!