domingo, 8 de julio de 2018

Fuego, mujeres y libros




Hoy son tres los referentes con los cuales trato de darle un poco de sentido a lo que llevo de vida. Fuego, que es el elemento valorativo de cómo conceptuamos el espíritu. Mujeres, como instancias a las cuales debemos ir de manera recurrente para no desestructurarnos como seres. Libros, como representación de cierto esfuerzo por enlazar con aquello que se muestra avasallante; el leer y escribir como acto trascendente mientras viajamos.

Me he enfrentado a ejércitos de dragones en apocalípticas batallas y sin salir ileso, todavía siento que me conservo íntegro internamente. Algo chamuscado por fuera, los combates propios de lo humano no dejan de atemorizar. En un acto infinito de fe en el porvenir, la condición trashumante se convierte una y otra vez en el sino que nos acompaña y como si no fuese poco con levantarse a luchar cada mañana de cada día, el triunfo de la condición errante es la marca de lo que soy en este instante. Así puedo definirme a mí mismo, en un tiempo en el cual no debo rendir cuentas sino a quien me apetece y una visión sopesada de la existencia hace que me invada esa rara sensación de estar consciente de cada segundo en el que me sigo sintiendo vivo.

Minúsculas y gigantescas batallas cotidianas permiten configurar un esbozo de relato que justifique nuestra oscilante marcha que va de la grandeza a la miseria. Grandeza atribuimos a todas aquellas confrontaciones en las cuales aplastamos y nos envalentonamos con los nanómetros de territorio conquistado. Miseria de tener la ceguera que nos impide darnos cuenta de que cada respiración es en realidad un milagro que se debería celebrar hasta que exista la certeza de que no es esta la vida que tenemos ni este el mundo conocido.

Convencido de la siempre apremiante necesidad de regresar al origen que permite explicar las características de la brújula con la cual nos guiamos, lo femenino es el espiral al cual volvemos una y otra vez, sin fatiga y con deseo de arribar a puerto seguro. ¿Acaso existe savia más nutritiva o vahos más fortalecedores que el embrujo de la mujer? En ese permanente ir y venir de reyertas tan estériles como imposibles de evitar, pocas instancias pueden conceder a paliar el dolor de las heridas como el amparo de una dama. Desde su conexión lúdica y retozona en donde la supremacía de la danza y el canto son un bullicio nutritivo para el aliento, traspasando la capacidad de cautivarnos al punto de enloquecer. Lo femenino es la ruta para reencontrarnos con lo maternal, que es la vuelta a lo más primigenio de nuestro talante. Ellas son compañeras infalibles de encuentros y desencuentros con nosotros mismos, en un acto sublime de aferrarnos al único sentido real que nos hace aterrizar y poner los pies en el suelo ante tanta disputa baldía. Mujer: sinónimo de mar y tierra.

De las aventuras que valen la pena mencionar, sólo podría hablar de viaje como un gran viaje, que es el que se hace mientras se está enérgico, tratando de desentrañar nuestras más indómitas pasiones y proponiéndonos dominar lo que sentimos. Ese es el reto de quien quiere vivir al máximo sin experimentar el camino de lo autodestructivo, lo cual no es tan inusual en estos escenarios movedizos. La vida como gran marcha que se hace acompañado de esos seres que nos rodean, a los cuales amamos o lastimamos dependiendo de infinidad de circunstancias.

¿Acaso existe una manera de pensar distinta a darle una y otra vez vueltas a las mismas ideas preconcebidas? Si la vida lleva implícito el fuego como contexto y a la mujer como gran referente de afectuosidades, entonces cabe la pregunta ¿para qué los libros? Respondemos con otra pregunta ¿no es el arte el refugio que protege de la locura? ¿O, precisamente como arte, los libros son esos rectángulos que esconden toda la locura que existe y se amontona de manera que haga el menor daño posible? ¿No es a fin de cuentas lo creativo y su vinculación histórica con lo anómalo una expresión del desvarío? ¿O es el talismán que protege del extravío a tanto espíritu que intenta vivir con cierto margen de plenitudes?

Los libros son el reducto de ese arte que rebuscamos como se busca cualquier carencia, para rellenar esos espacios de curiosidad que si están vacíos estorban y si se comienzan a llenar se jactan de su ausencia de final. Una cosa lleva a la otra y en el viaje de la vida, el fuego que nos impulsa necesita de gran apoyo, sea porque lo femenino acompañe o la necesidad del conocimiento y la satisfacción de lo contemplado así nos lo induzcan a sentir.

En un esfuerzo por derrotar el aburrimiento como forma de proceder, no sería mala idea un poco de orden en el esfuerzo por acercarse al caos. Tal vez ese esfuerzo permita sobreponerse a la estulticia y termine por triunfar la fuerza de la existencia, en su mejor presentación. El deseo de repetir los lugares comunes puede ser acompañado de distintos fondos musicales. ¿Acaso no es ese el arte de vivir?

Si lo vemos con lentes prestados, es posible que el fuego sea esterilizador, lo femenino castrante y los libros enajenadores. De ahí que es fundamental pulir cada cristal con el cual hacemos entomología de la existencia al punto de que la confusión no tenga cabida. En un ejercicio perseverante por discernir los elementos propios de un buen proceder, no me quedo corto con bosquejar tres ángulos con los cuales se debe tener una relación que no traspase la tirantez ni se transforme en ceniza lo viviente.



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